Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 16, nº 2, e022, octubre 2016. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

 

DOSSIER
Claves para volver a pensar las culturas políticas en la Argentina (1900-1945). Perspectivas, diálogos y aportes

 

La cultura combate en las calles. Nacionalismo e industrias culturales en la Argentina de entreguerras.1


Mariela Rubinzal

CONICET - Universidad Nacional del Litoral, Argentina
mariela.rubinzal@gmail.com


Cita sugerida: Rubinzal, M. (2016). La cultura combate en las calles. Nacionalismo e industrias culturales en la Argentina de entreguerras. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 16(2), e022. Recuperado de http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAe022


Resumen
Este artículo se propone abordar la relación de las derechas con las industrias culturales en la Argentina de entreguerras. El análisis se centra en los productos culturales elaborados y difundidos por grupos e intelectuales adscriptos al nacionalismo argentino. El consumo de dichos bienes es estudiado en el marco de la disputa política por imponer un modelo de nación en un mundo dividido entre los modelos fascistas y los democráticos. La hipótesis principal de este artículo es que el nacionalismo argentino concibió la “cuestión cultural” como un aspecto central de su cruzada política y elaboró distintas estrategias y prácticas para difundir sus ideas en los más diversos sectores de la sociedad, incluyendo a los trabajadores. El corpus comprende productos culturales provenientes de la industria editorial –que por estos años experimenta una profunda reconfiguración– y de las más recientes industrias radial y cinematográfica. En este último caso, se examinan las columnas de los periódicos y otros escritos.

Palabras clave: Industrias culturales; Nacionalismo; Argentina; Entreguerras.


The Culture is fighting in the streets. Nationalism and cultural industries in the interwar.


Abstract
This article proposed to analyze the relationship of rights to cultural industries in the interwar Argentina. The analysis focuses on cultural products produced and distributed by groups and intellectuals ascribed to Argentine nationalism. The consumption of these cultural assets is studied in the framework of the political dispute by imposing a model nation in a world divided between fascist and democratic models. The main hypothesis of this article is that the Argentine nationalism conceived the "cultural question" as a central aspect of his "crusade" policy and developed different strategies and practices to disseminate their ideas in the most diverse sectors of society, including workers. The corpus includes cultural products from the publishing industry, for years is undergoing a profound transformation, and the most recent radio and film industries. In the latter case, the columns of newspapers and other writings on cinema are examined.

Key words: Cultural industries; Nationalism; Argentina; Interwar.


Introducción

Buenos Aires, enero de 1940. La embajada de la Italia fascista eleva los resultados de sus observaciones en un informe recomendando la propaganda cultural más que la difusión “abiertamente política”:

[…]en base a la experiencia directa, dictada de un profundo conocimiento del temperamento, del carácter, de la sensibilidad de los argentinos, hemos llegado a creer que sería más oportuna –por ser más eficaz y fecunda– una propaganda eminentemente cultural más que una propaganda abiertamente política. (Prislei,2008, 31)

Este informe revela el valor estratégico que las fuerzas políticas de entreguerras les asignaban a los productos culturales y a los medios de difusión masiva a través de los cuales era posible amplificar el impacto del discurso político. Tal vez por esta razón los diputados, miembros de la Comisión Especial Investigadora de las Actividades Antiargentinas, no se sorprendieron cuando vieron el contenido de una encomienda interceptada antes de llegar a destino. La Embajada alemana de Lima había enviado a la de Buenos Aires junto a una estación completa de radiotelegrafía, varios ejemplares del libro América debe ser salvada –de Theodore Dreiser–, fotografías, afiches y listas de películas alemanas exhibidas en Buenos Aires.2

Este artículo recupera dos argumentos fundamentales, a saber, la idea desarrollada por Alejandro Cattaruzzade que las dimensiones de la política y la cultura se encuentran indefectiblemente vinculadas en esta época. Si bien los actores se rigen por un conjunto de reglas propias de cada esfera, los resultados de sus acciones y sus luchas tienen efectos por fuera del mundo específico en el que se producen (Cattaruzza, 2009). El segundo argumento se basa en el trabajo de Matthew Karush, quien asume la importancia política de la cultura de masas demostrando cómo a través de la radio y el cine se elaboran y difunden “identidades, valores y aspiraciones que pueden ser la base para la acción política” (Karush, 2013). De esta manera, el conflicto atraviesa ambas dimensiones y se expresa en las calles donde la disputa política y la violencia física tenían como escenarios plazas, locales partidarios, cines, teatros o sinagogas. Las crónicas periodísticas de los altercados producidos en los espacios específicamente ligados a la cultura refuerzan la hipótesis de que la cuestión cultural era un aspecto central para las culturas políticas de entreguerras.

El objetivo de este trabajo es analizar las formas en que las esferas de la cultura y la política se encuentran imbricadas en una fuerza política particular, las derechas.3Algunos estudios profundizaron en el impacto de referentes e intelectuales nacionalistas en el ámbito de las universidades, sobre todo a partir de los años cuarenta (Macor, 1997). En general la bibliografía especializada aborda la trayectoria de nacionalistas que ocuparon cargos relevantes en la gestión pública y de escritores que alcanzaron un reconocimiento en el mundo de las letras, como Manuel Gálvez y Leopoldo Lugones, entre otros. Menos conocido y más sinuoso es el recorrido de escritores (y sus productos culturales) que circulaban por otros ámbitos, menos comerciales.

Las publicaciones periódicas nacionalistas comenzaron a editar libros de bajo costo para sus suscriptores de todo el país siguiendo una tendencia instalada en el mercado desde fines del siglo XIX.4 Paralelamente fueron generando otras actividades culturales organizadas y promovidas para sus lectores, quienes combinaban la lectura solitaria con la participación en eventos realizados en teatros, cines, o espacios abiertos. Inclusive muchos lectores realizaron “viajes culturales” organizados por los editores de los periódicos. A partir de esto, tal como afirmamos en otro trabajo (Rubinzaly Zanca, 2015), argumentamos que en entreguerras se consolidó la proliferación de publicaciones periódicas que funcionaron como un dispositivo cultural a través del cual se organizaban otros consumos (radiales, musicales y cinematográficos) y se promovieron prácticas colectivas con los lectores (encuentros, veladas musicales, viajes culturales, etc.). Lejos de ser un atributo de las publicaciones periódicas nacionalistas, esta matriz se encuentra en proyectos editoriales de otros signos políticos, religiosos y comerciales.5

Cuando hablamos de nacionalismo en la Argentina durante el período de entreguerras, nos encontramos ante el problema de lidiar con los límites imprecisos de una definición (ver Devoto y Roldán, 2007). No obstante, es imprescindible delinear algunos rasgos generales y otros específicos de un movimiento que fue transformándose durante los años treinta. Lejos de configurarse de una vez para siempre, el nacionalismo argentino atravesó cambios significativos: en los años veinte se organizó a partir de grupos relativamente pequeños de periodistas e intelectuales que llevaban adelante proyectos editoriales antidemocráticos –como La Voz Nacional y La Nueva República– cuyo objetivo fundamental era derrocar al segundo gobierno del presidente radical Hipólito Yrigoyen (1928-1930). En el ya clásico libro titulado Los nacionalistas, María Inés Barbero y Fernando Devoto señalaron que en sus orígenes el nacionalismo fue “un movimiento cultural acotado” encarnado por personas que tenían “una conciencia de pertenencia” a dicho movimiento y que compartían ciertos rasgos políticos e ideológicos (Barbero y Devoto, 1983, 10). Hacia el interior del movimiento nacionalista, la heterogeneidad de ideas, perspectivas y programas, junto con la fragmentación de los grupos que conformaban esta configuración política autoritaria, fueron un escollo imposible de superar para los que abogaban por la unificación del movimiento. No obstante, sobre la “cuestión cultural” compartían un núcleo de coincidencias (perceptivas, estéticas,y en códigos) que se basaban en el rechazo de las expresiones de la cultura popular (Echeverría, 2013). Las voces autoritarias se hacen más insistentes en la medida en que se consolida una cultura de masas y comienzan a circular productos para amplios sectores de la sociedad, “lo que molestaba a los pensadores antidemocráticos no era la existencia de esa cultura ‘desviada e indigna’, sino su visibilidad y su irrupción en ámbitos antes restringidos y selectos” (Echeverría, 2013, 64).

A partir del golpe de Estado del 6 de setiembre de 1930, gran parte del nacionalismo adopta nuevas características en lo estructural, en lo doctrinario, y también en lo cultural. Otros enfoques y diferentes actores le dieron vida a un nacionalismo combatiente que decidió salir a las calles con la pretensión de movilizar a todos los sectores sociales, incluyendoa los trabajadores. Es cierto que esta tendencia, sin dudas mayoritaria, convivió con una vertiente tradicionalista y contraria a las manifestaciones populares. Por esto, entendemos a esta cultura política como

[…] un agregado de subculturas, con normas y valores diversos (…) pero también con líneas de contacto que posibilitan el consenso, la convivencia, la solidaridad, el reclutamiento, la movilización o el mantenimiento de las tradiciones cognitivas necesarias para sostener el activismo, o revitalizarlo tras un posible período de inactividad o declive del movimiento. (González Calleja, 2003,110)

Los nacionalistas más radicales lograron el objetivo de conformar un movimiento con miles de seguidores dispuestos a conquistar las calles (Navarro Gerassi, 1968; McGee Deutsch, 2005; Klein, 2000; Rubinzal, 2012, 2008). Y si bien una parte de esta transformación se debe claramente a las influencias del contexto internacional y al clima de ideas que gobernó el período de entreguerras (HalperinDonghi, 2003), otro tanto se explica por los cambios producidos en el interior de este universo político, entre los cuales se destacan dos. Por un lado, como ha argumentado Sandra McGee Deutsch (2005), la composición sociológica del movimiento se vuelve heterogénea, con una alta proporción de personas que no provienen de las elites ni poseen apellidos tradicionales. Y, por el otro lado, se produjo un cambio en los propios intelectuales nacionalistas quienes atraviesan un “proceso de transformación ideológico” en el cual pasan de un discurso conservador a otro “populista” (Spektorowski, 1990). Surgieron una cantidad de agrupaciones, líderes e intelectuales que mantuvieron vínculos contradictorios y conflictivos pero que sostuvieron al unísono una serie de tópicos centrales: la impugnación de la democracia y el liberalismo; la oposición a las ideologías de izquierda; la defensa del corporativismo y la promoción del sistema político que denominaban “democracia funcional”; la convicción de que las mujeres debían permanecer en sus hogares, lejos del mercado laboral. Con mayor o menor énfasis reivindicaban su adscripción al catolicismo y promovían acciones antisemitas; practicaban la violencia en las calles; reivindicaban a los fascismos europeos y a distintas formas del autoritarismo.6 No obstante, se dio otro cambio fundamental: el crecimiento de un nacionalismo que pretendió disputarle a la izquierda el predominio sobre los trabajadores. Así, surgieron organizaciones obreras y entidades sindicales nacionalistas que tenían como objetivo reunir a trabajadores de los sectores medios y bajos "propensos" a adherir a las ideologías de izquierdas. Algunas de estas agrupaciones alcanzaron un desarrollo considerable, mientras que otras apenas funcionaron durante un corto tiempo. Las más relevantes fueron la Federación Obrera Nacionalista Argentina (creada en 1932), la Agrupación Obrera Adunista, la Unión Sindicalista Argentina, y la más conocida Alianza de la Juventud Nacionalista (todas fundadas en 1937) (Rubinzal, 2012).

Paralelamente a las acciones pro obreras –cuya finalidad era alejar a los trabajadores de las fuerzas de izquierda– y a los programas desarrollados para dar fin a la “cuestión social”, los nacionalistas demostraron una gran preocupación por el aspecto cultural. Los objetivos principales eran resguardar los valores culturales tradicionales y difundir ideas autoritarias por otras vías, pero esos objetivos no eran los únicos. También se intentó traducir las ideas nacionalistas a un lenguaje sencillo y pedagógico –muy distante de los valores literarios que cultivaban los “intelectuales elitistas” de los años veinte– que dejaba traslucir situaciones de injusticia social provocadas por la “codicia” capitalista. En los próximos apartados se abordará la edición de revistas y novelas especialmente dirigidas a los sectores populares, la organización de ciclos de cine, la producción de programas radiales, entre otros productos culturales.

La industria editorial

Las transformaciones que se producen en el nacionalismo coinciden en términos cronológicos con el notable desarrollo de las industrias culturales. La industria del libro, la cinematográfica y la radial tuvieron importantes innovaciones en los años treinta, época signada por los cambios urbanísticos, políticos, económicos y sociales. En lo que respecta al mundo del libro, existieron dos elementos fundamentales que permitieron la expansión y consolidación del mercado editorial, a saber, la notable ampliación del público lector a medida que la alfabetización se fue incrementando7 y el colapso de la industria editorial española durante los años de la guerra civil (1936-1939) (Sarlo, 1988). La industria del libro experimentó un extraordinario crecimiento8 y promovió el desarrollo de actividades intelectuales asociadas al trabajo editorial. Así aparecieron trabajadores especializados y expertos como el traductor, el asesor literario, el director de colecciones, el diseñador y los correctores (Rivera, 1998). Por su parte, los editores ensayaron distintas estrategias para captar a un nuevo mercado de lectores, tales como la edición de los magazines, las revistas temáticas –femeninas, de humor, de espectáculos, etc. –los libros de bajo costo, distintas formas de publicidad y ofertas como la venta de libros por kilo.9

Desde las primeras décadas del siglo XX, los libros baratos circulaban por distintas vías entre las que se destacan: los puestos de diarios que se habían transformado en verdaderos “dispositivos culturales” que ofrecían a los lectores gran variedad de materiales de lectura (Bontempo, 2014); los vendedores a domicilio y los vendedores ambulantes que ofrecían textos en los tranvías; los comercios y las grandes tiendas (Batticuore, 2007) que consolidaron la tendencia hacia una ampliación del consumo. Las librerías, en cambio, eran tradicionalmente un lugar para “entendidos”, concentradas en el centro de la ciudad de Buenos Aires (Sarlo, 1985). Sin embargo, en los años de 1930 se extendieron por distintos barrios de la capital así como también proliferaron en otras ciudades del interior del país favoreciendo el acceso a los productos editoriales (De Sagastizábal, 1995).

Según los registros oficiales, el rubro que creció en forma más significativa fue la edición de las obras literarias. En efecto, un número significativo de las obras editadas en 1936 pertenecen al género de ficción; tal como lo demuestra la primera estadística del Registro Nacional de la Propiedad Intelectual donde consta que de las 823 obras registradas ese año, casi la mitad son literarias10. La difusión de las novelas populares editadas en formatos de bajo costo, tales como las publicadas por la editorial Tor en los años de 1920 (Sarlo, 1985; Romero, 1995), recibieron la atención de la prensa nacionalista que advertía: “Hoy se escribe mucho, mucho, especialmente novelas. Podría decirse que de este género se ha abusado y se abusa por tratarse de una composición fácil de popularizar”.11Estos libros eran “moralmente reprochables” ya que podían influir en los hábitos de las mujeres incentivándolas a consumir bienes “superfluos” tales como los cosméticos y otros artículos de belleza. También eran considerados “peligrosos” porque circulaban entre los trabajadores y, según un cronista de El Pueblo, se trataba de “libros mal redactados y plagados de sandeces y de cínicos desahogos de los ases socialistas.”12

El periódico nacionalista Crisol –que editaba su propia colección de libros a bajo costo– estaba convencido que las obras de los escritores nacionalistas servirían para “contrarrestar los efectos perniciosos” de las novelas “vulgares” que “envenenaban” el alma13. Por esto mismo, para frenar la circulación de las novelas populares que ellos juzgaban “vulgares”, “socialistas” o “eróticas” había que editar libros recomendables que se vendieran en el mercado a “precios accesibles a todos los bolsillos.”14Crisol ofreció a sus lectores y “amigos” una lista de libros que se podían comprar en la administración y que también se podían enviar al interior del país. Algunos de sus títulos fueron Cartas a Maritain, de César Pico (cuyo precio era 1 peso); Directivas Sociales, de Villegas Oromí (2,50 pesos); El judío, de Julio Meinvielle (1 peso); El fascismo, de Benito Mussolini (1 peso); Ensayo sobre Rosas, de Julio Irazusta a (1 peso); Judiadas,de Walter Degreff (1 peso), Mi lucha, de Adolf Hitler (1 peso); etc.15 Lo mismo hizo el periódico católico El Pueblo, que en el año 1941 se propuso la edición de obras económicas con un tiraje mínimo de 5.000 ejemplares16.En estos títulos es por demás evidente un rasgo característico de la actividad editorial, el hecho de quelos editores puedan orientar “las lecturas mediante la selección de los textos, su disposición en series y la presentación de los autores a través de notas biográficas” (Delgado y Espósito, 2006, 67).

Si tenemos en cuenta que el precio de la entrada a un cine de barrio que en toda la década del treinta fue de 75 centavos (Calvagno, 2010), entonces podemos considerar que estas ediciones eran realmente accesibles a los sectores populares. No obstante, se requiere relacionar estos precios con los salarios de los nuevos consumidores. Algunos estudios sobre los salarios han demostrado que los mismos aumentaron sostenidamente durante la década de 1920 para quedar estabilizados en la década siguiente, sobre todo por la caída de los precios de los alimentos básicos en el contexto de la crisis económica mundial. Conti y Cuesta construyeron una serie de salarios nominales de obreros no calificados, a través de la cual se puede constatar que después de la crisis de la Primera Guerra Mundial, “el avance del salario real fue constante y sostenido” (Contiy Cuesta, 2014). Por lo tanto, podríamos suponer que se mantuvieron invariables algunas tendencias de consumo popular iniciadas en los años veinte: el consumo de diarios (0,10 centavos), de magazines (entre 0, 10 y 20centavos), de colecciones baratas, de teatro, de cine, de cigarrillos (que variaba entre 0, 20 y 60 centavos) (en Sarlo, 1985). El margen para estos gastos igualmente era muy reducido: tal como observa Lavich, un trabajador debía destinar para comprar alimentos más de la mitad de su salario17 en aquel momento y un porcentaje menor pero igualmente significativo diez años más tarde. Luego se destinaba casi el 28% de los salarios obreros para los gastos de vivienda, lo cual sumado a los alimentos llegaba al 75% de los ingresos destinados para cubrir estos dos rubros. Un fragmento del cuadro presentado por Lavich (2008,5) muestra la evolución de gastos en la década que estudiamos:

Gastos

1933

1943

Alimentos y bebidas

52,5

44,3

Indumentaria y calzado

5,3

19,8

Vivienda

27,8

18,9

Transporte y comunicaciones

3,0

2,4

Otros gastos

11,4

14,6

Gastos para la salud

-

1,2

Esparcimiento y educación

-

3,2

Esparcimiento

-

-

Educación

-

-

Bienes y servicios diversos

-

10,2

Equipamiento y funcionamiento del hogar

-

-

Bienes y servicios varios

-

-

TOTAL

100,0

100,0


Además de las colecciones de libros baratos, el nacionalismo promovió productos dirigidos a tres segmentos que consideraban “débiles” –o propensos a ser potenciales receptores de los productos culturales “moralmente dudosos” y políticamente “peligrosos”–, a saber, los niños, las mujeres y los jóvenes obreros. Tal como otros sectores políticos y sociales de la época, los nacionalistas afirmaban que las mujeres que ingresaban al mercado laboral urbano podían sufrir el deterioro de la salud debido las malas condiciones laborales existentes en las fábricas, y esto podía afectar sus capacidades biológicas reproductivas. Pero lo realmente perturbador para los nacionalistas eran otros “peligros”, a saber, la acción de los comunistas quienes podían “convencerlas” paraparticipar en huelgas y otras actividades sindicales; el trastrocamiento de la jerarquía familiar al “empoderar” a las mujeres con un sueldo mensual; y la desatención de los niños que podían volcarse a los entretenimientos “malsanos” y pasar su tiempo libre en las calles. Además, las trabajadoras podían convertirse en víctimas del acoso sexual de sus empleadores o directamente podían caer en la prostitución; situación que era supuestamente aprovechada por “médicos judíos” que realizaban abortos ilegales. Desde esta perspectiva se agregaba otra consecuencia de la expansión de la presencia femenina en el mercado laboral: la soltería y, consecuentemente, la declinación de los índices de natalidad.18

La “cruzada” que los nacionalistas emprendieron durante los años treinta en defensa de la nación incluyó el objetivo de restituir a las mujeres al universo de sus hogares y a sus funciones reproductivas.19 Las novelas populares tenían la función de “resistir” en el orden de lo cultural esta transformación propia de la modernización de la sociedad, pero también se esperaba poder difundir en los hogares argentinos, los principios nacionalistas a través de las lectoras. Las novelas de Juan Carlos Moreno20 sobre el mundo del trabajo y las mujeres trabajadoras constituyen un corpus interesante para analizar esta particular literatura que se proponía revertir la “degradación moral”; re-cristianizar a los sectores populares; y preservarlos de las influencias de la izquierda. Moreno utilizaba un lenguaje simple y directo, de modo que se abstenía de incluir construcciones metafóricas que dieran lugar a múltiples lecturas e interpretaciones. En su estilo puede adivinarse una intención pedagógica y también la pretensión de llegar a un público masivo a partir de la narración de situaciones cotidianas con un gran contenido dramático. Su obra Tiempos Amargos (1935) fue una de las más difundidas en los periódicos. Esta novela transcurre en los primeros años de la década del treinta en la ciudad de Buenos Aires y recrea en forma minuciosa la vida en las fábricas (Moreno, 1935). El protagonista principal de Tiempos Amargos, Pedro Frías, es un empleado contable de una fábrica de electrodomésticos cuyo propietario es un italiano que dirige la empresa con su familia. Frías además tenía otros empleos con los cuales complementaba su exiguo salario, única entrada económica de su familia compuesta por su madre y hermana que se dedicaban a las tareas domésticas. Los empleadores de Frías llevaban una vida disipada, derrochando los ingresos con un alto nivel de vida (vacaciones en Mar del Plata, viajes al exterior, vestimenta de buena calidad, etc.). En contraposición, se describía la vida obrera miserable en los conventillos, en los barrios populares y en las villas. Por distintas circunstancias muchos de los obreros de la fábrica del empresario italiano fueron despedidos y permanecieron desocupados, sin poder encontrar un nuevo trabajo ni desarrollar un oficio u ocupación por cuenta propia.

El dramatismo también impregnaba la vida de las protagonistas mujeres (Rubinzal, 2012b): una adolescente de clase media que tuvo que dejar sus estudios para emplearse en una fábrica de medias cuando su padre quedó sin trabajo, que debía soportar diariamente las insinuaciones deshonestas de su empleador; las mujeres pobres deshumanizadas por el trabajo fabril, convertidas en autómatas y en esclavas de la máquina; las obreras de los frigoríficos y de la industria cigarrera “amarillentas, encorvadas, de pechos hundidos, tristes, mustias.”21 Moreno no otorgaba ningún valor a las organizaciones gremiales, la imagen que predomina en sus textos es la de un mundo del trabajo fragmentado en el que no existían mediaciones entre el abuso despiadado de los empresarios y las penurias individuales de los obreros. Por esto, la solución consistía en la instauración de un Estado corporativo el cual corregiría la injusticia intrínseca del sistema capitalista, aunque no se eliminarían las diferencias sociales.

En el cuento Una obrera (1943), Lucía debe ingresar al mercado de trabajo luego de que su marido fuera despedido de un frigorífico de la localidad de Avellaneda. Lucía intentaba tranquilizar a su marido asumiendo más obligaciones y sacrificando sus horas de descanso:

Lo he pensado bien. Dios nos ayudará. Yo me levantaré más temprano que de costumbre. En una hora limpio la pieza, lavo a los chicos y preparo el desayuno. Le pediré a la vecina que los vigile mientras yo esté ausente. Después vendré a preparar el almuerzo, y a la una estaré de nuevo en la barraca. Tendré tiempo de sobra al regreso para atenderte a ti y a los nenes y hacer la comida. Muchas mujeres casadas hacen así. (Moreno, 1943, 58)

Tal como era de esperarse, la protagonista se enferma al poco tiempo de trabajar limpiando y clasificando las cerdas sucias de los animales. El polvillo que se levantaba al limpiar las madejas penetraba en sus pulmones e iba deteriorando progresivamente su salud, fuertemente exigida por las tareas del hogar: “el cuerpo de la mujer no puede resistir una carga tan pesada como la que demanda la atención de la casa, de los hijos y el trabajo de la fábrica, sin quebrantarse fuertemente. El taller o la fábrica la mata o la desnaturaliza” (Moreno, 1943, 63).

En una Oveja descarriada (1939) Carolina, una joven de provincia que se muda a Buenos Aires a cumplir su sueño de progresar económicamente y divertirse con la vida cultural de la ciudad, es corrompida por la ciudad moderna. “Carolina no era mala” pero era ambiciosa y bonita, dos cualidades que la hicieron caer en las tentaciones de la vida mundana y olvidarse “de su pueblo, de su madre, de su hermana, de sí misma” (Moreno, 1939,20). Al tiempo de estar en una pensión de la ciudad sin conseguir trabajo ingresó como bailarina en un cabaret y, luego, en un teatro de revista donde se vio obligada a realizar actos “contrarios a su moral” (bailar semidesnuda en el escenario, entonar cantos groseros e imitar a una audaz bailarina extranjera).

Más le hubiera valido ser una muchacha vulgar, ni fea ni linda, que no llamara la atención, que trabajara en un taller o junto a su madre. Sería pobre, es verdad, pero tendría paz y humildes ilusiones.(Moreno, 1939, 22)

El piso 16 (1939) muestra otra faceta de los “peligros” de la vida moderna en una ciudad cosmopolita como Buenos Aires. La vida de un matrimonio de clase media, que vivía en el barrio de Villa Devoto, se alteró cuando la mujer decidió mudarse a un moderno departamento del centro de la ciudad.22 La protagonista no sólo transformó sus costumbres dentro de la vivienda sino también fuera de la misma: construyó otra sociabilidad con sus amigas que desde su mudanza al centro de la ciudad la visitaban con más frecuencia; transitaba habitualmente las calles plagadas de tiendas céntricas; comenzó a comprar todo tipo de objetos en forma compulsiva. Estos nuevos hábitos pusieron en peligro su idílica vida familiar, ya que supuestamente este tipo de actividades y entretenimientos no eran compatibles con su condición de “esposa”.

En los relatos de Moreno la mayoría de las mujeres aparecían como espíritus débiles, fácilmente quebrantables, que sucumbían ante los vicios y la superficialidad de la vida moderna. La excepción es Enriqueta, protagonista de la novela Frente al mundo (1933). Ella era una joven profesora de dibujo y pintura que tuvo que ingresar al mercado laboral a raíz de una desgracia familiar: la prematura muerte de sus padres. Sus estudios eran sólo un pasatiempo hasta que llegara la hora de casarse. A pesar de transitar por distintas situaciones trágicas (el acecho de su tía, la pobreza, la enfermedad, la soledad y situaciones laborales inapropiadas), nunca abandonó sus principios y su moral cristiana (Moreno, 1933). En suma, las mujeres trabajadoras contaron con dos características fundamentales: fueron víctimas de la explotación y, al mismo tiempo, perturbadoras de un rígido orden social, por lo que debían ser confinadas al ámbito doméstico.

Una derivación del trabajo femenino era la desatención de los niños que contaban con mucho tiempo libre en sus hogares fuera de la vigilancia materna. Para evitar que los niños se "descarrilaran" se recomendaba la participación en actividades parroquiales y el consumo de literatura, radio y cine acorde a los principios católicos y nacionalistas. Una experiencia interesante la constituye la revista Primeras Armas, cuyo título “mostraba claramente el sentido militante y combativo del modelo propuesto” (Bianchi, 1999). Primeras Armas era una publicación de la Asociación de Niños Católicos dirigida por la Liga de Damas Católicas, de la Acción Católica Argentina,cuyo objetivo era que los niños de 6 a 12 años incorporaran y/o fortalecieran valores especialmente relevantes para la comunidad católica de entreguerras a través de la lectura y la participación en numerosas actividades religiosas, lúdicas y culturales. Entre dichos valores se destaca el anticomunismo, la observancia de los preceptos cristianos, la defensa de la propiedad privada, la valoración de la raza, entre otros, los cuales definirían a los buenos "ciudadanos". Los textos de Delfina Bunge de Gálvez son muy ilustrativos al respecto. En El derecho de propiedad el padre explica a sus hijos que existen “límites” no expresados en las leyes pero sí impuestos por la “conciencia”:

El propietario puede usar de su propiedad (sic), pero no abusar de ella en prejuicio del prójimo. Esta teoría nos dice que somos responsables del buen o mal uso que hagamos de lo nuestro. Según ella, el dueño del pastel no tiene derecho a tirarlo, si a su lado hay un hambriento. Esta es la teoría cristiana que encuentra eco en toda conciencia recta.23

Enseguida se explicaba que el comunismo había traído “horribles males” basándose en argumentos supuestamente absurdos ya que ninguna persona querría cuidar con amor lo que era del Estado. En contraposición a esto, el mejor sistema era el de la propiedad privada, pero administrada con “entera justicia”. En El buen y el mal propietario, Delfina Bunge definía qué debería hacer un buen empresario ante los momentos de crisis. Según la autora, éstos debían tener paciencia y contentarse con las ganancias estrictamente necesarias, porque en tiempos difíciles “no han de ser sólo los obreros y los arrendatarios los que sufran”24. Mediante estos escritos, Bunge adoctrinaba a los pequeños sobre la noción de propiedad privada admitida por la Iglesia, sobre los límites necesarios al capitalismo liberal y sobre los “horrores” del comunismo. En La igualdad instruyó a los pequeños lectores sobre la teoría social, que asignaba a cada individuo un rol acorde a sus capacidades, de manera que era indispensable aceptar la propia condición social.

No nos lamentemos de no estar todos iguales. Podemos quejarnos si de las desigualdades producidas por el pecado, que hacen al uno injusto, y al otro avaro o mentiroso. (¡Ojalá que éstas desaparecieran!) Pero no en la desigualdad en nuestros gustos y capacidades, aunque ellas produzcan desigualdades económicas. (…) Por las desigualdades somos útiles los unos a los otros. ¿Qué sería de una sociedad donde todos fuesen capaces de cultivar la tierra y ninguno de hilar?¿O todos de ser cocineros y ninguno albañil?¿O si todos quisieran ser músicos de profesión?25

En el primer número, Sara Montes de Oca, presidenta del Consejo Superior de la Liga de Damas Católicas, se dirigió a los niños lectores como “los soldaditos de Cristo” y les explicó que “aquí no se trata de jugar” porque esto de las primeras armas era un asunto serio. Se trataba de ofrecer armas “espirituales” para “ganar batallas para Dios y defender nuestra fe católica contra los enemigos.”26. Las historias, las ilustraciones, los cuestionarios, las actividades generadas por la revista tales como las concentraciones27 eran las “herramientas” para imprimir en los pequeños lectores una actitud combativa, vigilante y al mismo tiempo virtuosa. En efecto, Primeras Armas –al igual que otras publicaciones infantiles de la época, tal como Billiken (Bontempo, 2012)–funcionó como un dispositivo cultural complejo que incluyó la publicación periódica de la revista y otras prácticas asociadas a la misma, como la proyección de films infantiles y la edición de libros baratos (Rubinzaly Zanca, 2015). También se recomendaban algunos juegos de mesa que eran vendidos en la sede de la Liga de Damas Católicas de la Capital Federal (Buenos Aires) a precios accesibles (un juego de lotería basado en textos de la misa católica cuyo valor era $ 1,30, y un juego de mesa denominado “por la Palestina con el Divino Maestro” que valía casi el doble, $ 2.50). De esta manera, tal como hemos señalado en otro trabajo, la publicación recurría y reproducía numerosas estrategias del mercado editorial de la época que concebía a las publicaciones periódicas como un núcleo a partir del cual se podían asociar otros productos afines. Las prácticas y objetos culturales que producía Primeras Armas –en tanto extensión de la edición de la revista– eran elementos de un conglomerado orientado a organizar el tiempo libre, haciendo un “buen” uso del mismo. Primeras Armas no tenía como objeto adoctrinar en términos políticos a sus pequeños lectores, sino cultivarlos en los preceptos religiosos. Sin embargo, la enunciación de su discurso se organizaba a partir de la construcción de un triple destinatario: a) los niños católicos que leían habitualmente la revista participaban de todas las acciones que esta promovía y eran socios de la Asociación de Niños Católicos que los nucleaba (prodestinatario); b) los niños que podían ser captados y eran sujetos del esfuerzo de conversión (paradestinatarios); y por último, c) los enemigos de la fe católica que incluían a las distintas expresiones de la izquierda política (contradestinatario). “Según las editoras a estos enemigos se los combatía con la fe y con las ‘armas de la religión’, sin embargo la iconografía mostraba un espíritu bélico incontrastable” (Rubinzaly Zanca, 2015).

Se esperaba que muchos de estos pequeños lectores ingresaran al Seminario y se convirtieran en sacerdotes, mientras que otros engrosarían el mercado de trabajo urbano. Para estos se publicaba la revista Lábaro. La voz juvenil especialmente dirigida a los jóvenes obreros menores de 25 años. Lábaro fue órgano de difusión de las Vanguardias Obreras Católicas.28 Los columnistas definían a las Vanguardias como un movimiento “absorbente, integral y totalitario” y el asesor general, Federico Rádemacher, precisaba que eran “una reacción enérgica y consciente contra un sistema social que ha fracasado en toda la línea”29. En una misma línea los lectores de la revista Lábaro realizaban distintas actividades recreativas y deportivas ya que ellos mismos eran los responsables de crear su propio “ambiente” sano y propicio para desarrollarse. “El problema de la Juventud Obrera será solucionado cuando exista una selección de jóvenes bien formados en la doctrina social y moral de Cristo capaz de infiltrar este espíritu nuevo en las masas juveniles creando entre ellos el ambiente cristiano.”30Se instaba a los jóvenes católicos a que permanecieran en contacto con sus compañeros de trabajo en la fábrica u oficina, para demostrarles con el “ejemplo personal” que era posible evitar el pecado. En innumerables ocasiones se publicaron notas sobre los “nuevos problemas” que aparecían con la juventud, a saber, los vicios y la atracción carnal que debían ser controlados colectivamente. Por esto se incentivaba la práctica del deporte por contraposición a otras costumbres y diversiones juzgadas físicas y moralmente insanas. Específicamente debían evitar que los militantes concurrieran a “espectáculos públicos inmorales y lean libros o revistas pornográficas.”31

La revista organizaba jornadas de recreación, proponía una agenda de actividades y hacía una evaluación constante de las buenas y malas costumbres. Las jornadas recreativas, las semanas sociales, los seminarios de reflexión y todas las actividades que se organizaban habitualmente contribuían a germinar la “conciencia del movimiento”:

Es necesario que los jóvenes lleguen a tener plena conciencia de la fuerza social que representan y de la función social que les toca desempeñar en la hora presente. Un vanguardista es un abanderado de la justicia social, un apóstol del movimiento social, que tiene por fin principal la ayuda y la salvación cristiana de sus camaradas de trabajo. Todos los dirigentes vanguardistas deben arrastrar a los compañeros de trabajo hasta el lugar de la asamblea, para que se contagien de nuestro espíritu que ya invade todos los ambientes de trabajo, para que ellos lleguen a ser un día, también, dirigentes cristianos del movimiento juvenil obrero.32

Uno de los objetivos de la revista era formar dirigentes sindicales católicos que se capacitaran y conocieran los medios más eficaces para “la conquista”.33 Otro fue la incorporación de los jóvenes a la vida sindical católica. La organización sindical era la forma más efectiva de luchar contra el capitalismo y la injusticia social, pero también era el instrumento para mantener “disciplinados” a los jóvenes y alejados de las “ideologías disolventes.”34 El manifiesto vanguardista decía que el comunismo ateo no había traído ninguna solución para alcanzar la paz social, y que aprovechaba las injusticias sociales para atraer seguidores y “desorganizar a las sociedades por medio de la lucha de clases.”35

El cine y la radio en clave nacionalista

Las industrias culturales, sus productos y la política de entreguerras estuvieron estrechamente vinculadas. Es muy común asociar las campañas políticas y las industrias culturales al peronismo, ya que Juan Domingo Perón fue uno de los primeros en usar la radiodifusión para su primera postulación a presidente en 1946 (Torre yPastoriza, 2002).No obstante existían antecedentes como el completo y minucioso estudio de la agencia de publicidad ESA destinado a elaborar una propuesta para el entonces presidente Ortiz. Entre los argumentos que utilizaron los agentes publicitarios para sustentar su idea se destacaron los siguientes; a) la radio no tenía fronteras, su alcance era universal porque llegaba a los hogares más distantes e influía “en los espíritus más reacios”; b) la radio “modulaba el pensamiento” y hacía meditar pudiendo lograr la simpatía popular hacia un “conductor”; c) la radiofonía podía “construir o destruir” utilizando la crítica mordaz contra los adversarios.36 La propuesta consistía concretamente en poner en funcionamiento una radio comercial con programas artísticos, culturales, educativos, entre otros. La información transmitida sería seleccionada con el objeto de comunicar los hechos “convenientes”. Asimismo se cumpliría con difundir “el pensamiento, la literatura y el ingenio de los hombres partidarios” en los programas de la emisora y en los folletos de la misma.37 Claramente esta agencia de publicidad –entre otras tantas que aparecieron en los años veinte y treinta– crecieron al ritmo de la espectacular expansión de la radio, que era escuchada diariamente en todos los hogares del país: hacia 1938 había 1.100.000 aparatos receptores, lo que significaba una radio cada diez personas (GonzalezLeandri, 2001). Los nacionalistas no sólo difundían sus manifiestos y actividades en las radios más importantes del país, sino que también promovieron sus propios programas.

Mientras el diario nacionalista Bandera Argentina afirmaba que una firma israelita estaba adquiriendo estaciones transmisoras y receptoras “en forma tal que por lo menos resulta sospechosa”38 proliferaban las emisiones católicas, entre las cuales se destacaban las realizadas por el monseñor Dionisio Napal (por L.R. 3, Radio Belgrano) y las del monseñor Gustavo Franceschi (por L.R. 4, Radio Splendid). Al mismo tiempo, distintas entidades tenían sus propios micros, por ejemplo, el boletín con noticias de la Acción Católica Argentina. Por su parte, el programa denominado Cultura Nacionalista–emitido por L.S 1 los días domingos– era conducido por “una distinguida dama y prestigiosa intelectual argentina” cuyo seudónimo era Carola. La locutora exhortaba a las mujeres a que se interesaran por las preocupaciones de sus maridos ya que podían (y debían) influir directamente en las opiniones políticas de sus esposos. A ellas les recomendaba el siguiente discurso:

Tú eres responsable de nuestro malestar y de nuestra desgracia, tú eres el único responsable, porque tú con tu voto, creyendo obedecer por amistad al ruego de un compañero o de un superior, has elegido inocente e ingenuo, al que sólo buscaba encumbrarse, y se ha valido de ti, sin importarle, ni su deber, ni su patria.39

Es necesario destacar que Carola no exigía la igualdad de derechos sociales y políticos, como sí lo hacían las militantes de izquierda y las feministas. Su discurso estaba dirigido a alimentar el interés de las mujeres por las cuestiones políticas sólo para poder manipular con eficacia a sus maridos.

El espacio radial se constituyó en uno de los ejes de la disputa política cultural que polarizó las opciones políticas en el período de entreguerras. El diario católico El Pueblo contó con una sección especial dedicada a los programas radiales denominada A través del éter, en la cual se vertía la información y la calificación moral de las transmisiones. Asimismo, los artículos periodísticos iban usualmente más allá de las cuestiones morales e informativas asumiendo posturas políticas de manera explícita. Por ejemplo, la reseña publicada en Semana Santa de 1936 pasaba revista de las emisoras que “en forma espontánea han demostrado su más franca adhesión a estas solemnes festividades religiosas”, a la vez que amonestaba a una radiodifusora que no había mencionado el tema religioso por ser –según el columnista de El Pueblo– “comunista.”40 En otra ocasión, se destacó la labor de la radio Excelsior, “la broadcasting que siempre se halla presente en los actos nacionalistas”, al difundir el mensaje de un representante del régimen franquista en la Argentina agasajado por la Cámara de Comercio Española.41 Al mismo tiempo se denunciaban las actitudes “impertinentes” que podían escucharse en distintos programas, y se solicitaba la corrección de las “desviaciones” morales. Por ejemplo, en el radioteatro Reboredo Triquiñuelas pasó a ser Rey de las Velas, protagonizado por Luis Sandrini, “se ha hecho aparecer un clérigo que juega un rol absurdo”, lo que se consideraba una “afrenta” imperdonable a las creencias de los hogares católicos.42 Francisco Mario Fasano–en L.R 10 Radio Cultura– argumentaba que los estímulos urbanos (avisos, publicidades, periódicos, manifestaciones artísticas) podían influir en el desarrollo fisiológico de los jóvenes acelerando los instintos, lo que a su vez favorecía el desarrollo de una hipersexualidad. Fasano pensaba que las películas que se proyectaban en los cines eran “frívolas” y las obras de teatro “proclives a la obscenidad.”43

Por estos años el cine sonoro se extendió notablemente llegando a contar con aproximadamente 1.000 salas de cine ubicadas en distintas ciudades del país (GonzalezLeandri, 2001). Hacia 1940 sólo en la ciudad de Buenos Aires había 174 salas de cine, mientras que las salas de teatro eran apenas 34 y estaban concentradas en la zona céntrica de la ciudad. Por el contrario, los cinematógrafos se hallaban en distintos puntos de la Capital,que incluían los nuevos barrios más alejados (Calvagno, 2010). Asociadas con este fenómeno surgieron publicaciones especializadas dirigidas al público masivo y otras con información técnica para los entendidos, que se sumaron a los periódicos y revistas que brindaban información de los estrenos en la sección de espectáculos. En nuestro país la industria cinematográfica se consolidó con los primeros estudios –Luminton y Argentina Sono Film– que abastecieron al público de habla hispana. Ese público estaba en gran medida integrado por los sectores populares (Oubiña, 2009).

La innegable difusión del cine en todo el mundo motivó la elaboración de una encíclica papal, Vigilante Cura (1936), especialmente dedicada a esta cuestión. Monseñor Civardi–integrante del clero del Vaticano– argumentó que la relevancia del cinematógrafo estaba en un “doble hecho: poder psicológico y vastedad.”44 La rapidez de las imágenes tendría el resultado de embelesar al espectador anulando su posibilidad de reflexionar sobre lo que se reproducía en la pantalla al modo de un “encantamiento”. El peligro de este fenómeno era que afectaría la inteligencia y la voluntad de espíritus débiles –como los jóvenes– ya que “las ideas le llegan a través de las imágenes sensibles”. En lo que respecta a la “vastedad”, Monseñor Civardi pensaba que el cinematógrafo ejercía “su poder sugestivo a través de todas las esferas sociales, y especialmente sobre las más bajas, y en proporciones increíbles.”45 La encíclica papal resaltaba que el cine se había convertido en la forma más popular de entretenimiento entre todas las clases sociales.46

La calificación de las películas era sumamente importante para guiar a los devotos en sus elecciones de películas para pasar el tiempo libre; éstas podían ser buenas (obras para toda clase de público), aceptables (inobjetables para adultos), con reparos (presentan alguna objeción sin mucha gravedad), reservadas (exclusivamente para mayores de “criterio formado”), escabrosas (son “netamente desaconsejables”) y malas (absolutamente vedadas al público católico). Estas últimas incluirían una implícita “exaltación del vicio”, de la infidelidad conyugal, del divorcio, etc.47 Por ejemplo, el film El poderoso, de Lotear Mendes basado en la novela El judío Suss, de León Feuchtwanger, fue calificada de mala por “atacar” a católicos y protestantes al tiempo que se “salvaba” a los rabinos y a la “judería de los ghettos.”48 Sobre la película Soy un fugitivo, que trataba el tema del trabajo forzado en las prisiones del Estado de Georgia (Estados Unidos), la revista Criterio afirmó que era un film “malsano” porque “o estimula la barata sensiblería de espíritus de romanticismo desviado o provoca emociones de reacción zoológica en los nerviosos sin control moral”49. El columnista de Criterio argumentaba que la tarea del crítico abarcaba dos aspectos de los films, a saber, el artístico y el “científico y moral”, y recomendaba realizar una “crítica integral” analizando los “problemas de higiene psíquica” que las producciones cinematográficas planteaban a través del “aporte de gérmenes para enfermedades de la fantasía y de la sensibilidad.”50 El diario Crisol prefería comentar en su sección de espectáculos los films nacionales más que los extranjeros. En la reseña sobre el film Besos brujos (1937) resaltaba que existían “en el país equipos suficientes para lograr una película técnicamente impecable”.51 Los lectores también podían comentar películas, como aquel que denunció El último tren a Madrid por “comunizante” que “hace aparecer a los jefes milicianos como verdaderos virtuosos.”52 En la sección de espectáculos de Bandera Argentina se recomendaba la difusión de las películas que tuvieran un “espíritu de alta y noble argentinidad”, como el film Cadetes de San Martín. Al mismo tiempo, el columnista argumentaba la necesidad de establecer un coto para la exhibición de películas extranjeras en los cines del centro de Buenos Aires.53 Por su parte, el periódico El Pueblo incitaba a sus lectores a concurrir al “buen” cine y teatro para hacer “obra positiva”,

No basta con rechazar las producciones ‘malas’ y ‘escabrosas’. Hay que apoyar y aplaudir las obras buenas y aceptables. Concurra y aliente a las representaciones honestas. Haga obra positiva y justiciera en pro del buen espectáculo. El Pueblo le brinda garantía absoluta de sus calificaciones morales, que se utilizan en todo el país y naciones vecinas.54

Los nacionalistas pensaban que la pantalla grande facilitaba “el oculto, pero conocido propósito de los extremistas, judíos o no judíos, de corromper la familia y la sociedad cristiana” (Varela, 1935, 167). Se creía que los israelitas lucraban con el negocio cinematográfico al tiempo que elogiaban el adulterio, el divorcio, aprobaban el concubinato, entre otras “impudicias”, y realizaban producciones basadas en la novela experimental.55 Mientras los socialistas solicitaban el fin de la censura oficial, los nacionalistas aseguraban quesi algo “faltaba” al país era la censura, y que el socialismo en realidad deseaba “fomentar el cine nacional de tipo pornográfico.”56 No obstante, los escritores nacionalistas Hugo Wast y Manuel Gálvez aceptaron la adaptación de sus obras al lenguaje cinematográfico57 reconociendo el lugar que el cine estaba ganando en la sociedad. Matías Sánchez Sorondo lo definió como “una de las más eficaces palancas de enseñanza de las que se pueden emplear los gobiernos para hacer patria y obra noble”58. Los nacionalistas aplaudieron la decisión del gobierno de Agustín P. Justo de enviar a Matías Sánchez Sorondo al exterior para estudiar la cuestión cinematográfica en Italia, Alemania, Francia y Gran Bretaña.59 El escritor nacionalista Antonio Varela expresó que el Estado era el único agente capaz de regular la producción y circulación cinematográfica para garantizar una mínima producción de origen nacional, que no debía ser de menos del cuarenta por ciento de los films (Varela, 1935). En 1937 Crisol solicitó al intendente de la Capital Federal que prohíba la proyección del film documental Fuego en España, al tiempo que amenazó a los empresarios de manera contundente: “A los empresarios cinematográficos les conviene mantener sus salas en buen estado de conservación. Porque si la Intendencia Municipal no se opusiera a esta nueva afrenta (…) el público argentino sabrá a qué atenerse y procederá por su cuenta.”60

La violencia política que los nacionalistas desplegaron en las calles incluyó el ataque a teatros y cines. Entre septiembre de 1934 y enero de 1935 se dieron una serie de episodios de violencia perpetrados por los nacionalistas de la Legión Cívica Argentina. Los agresores atacaron sinagogas, locales partidarios, teatros y cines con petardos y líquidos inflamables. Luego de una investigación policial se llevó a cabo un proceso judicial que terminó, tres años después de los sucesos, con la condena de cinco de los catorce participantes de los hechos. Los procesamientos fueron por los cargos de asociación ilícita, intimidación pública e incendios. El resto quedó sobreseído por prescripción de la causa. Los implicados eran 14 hombres entre 22 y 44 años, la mayoría de los mismos trabajaban como empleados (uno era empleado bancario); luego siguen los albañiles, un estudiante, un peón y un obrero gráfico. En cuanto a las nacionalidades, ocho de los nacionalistas eran argentinos y había seis extranjeros (un alemán, un portugués, un español y tres italianos)61. Una vez que salieron de la cárcel se reintegraron a las mismas actividades políticas que consistían fundamentalmente en ataques callejeros.62 Este episodio demuestra que la vinculación entre cultura y política lejos de ser meramente retórica tenía consecuencias innegables, y que para los protagonistas la proyección de una película podía ser tan peligrosa como una reunión partidaria.

Consideraciones finales

Las fuerzas políticas de entreguerras recurrieron a la literatura, el cine y la radio para difundir sus programas. El movimiento nacionalista concibió la “cuestión cultural” como un aspecto central de su “cruzada” política y elaboró distintas estrategias y prácticas para difundir sus ideas en los sectores trabajadores. En este sentido, las industrias culturales eran los vehículos ideales para llegar a los sectores populares dado que proponían imágenes, discursos, ideas y sensaciones de la realidad social que pretendían transformar. Desde esta perspectiva, el papel del Estado era fundamental: debía actuar como censor de los contenidos culturales y tenía que difundir productos moralmente aceptables. La solución que los nacionalistas proponían –tanto en los textos literarios como en los doctrinarios– radicaba en la instauración de un Estado corporativo, el cual protegería especialmente al obrero, ya que el capitalista tenía sus propios recursos para defenderse. Si bien el Estado nacionalista tenía como objetivo corregir la injusticia intrínseca al sistema capitalista no proponía la eliminación de las diferencias sociales; muy por el contrario el proyecto político del nacionalismo argentino perseguía en realidad la desaparición de la lucha de clases y del conflicto social a través de la preservación y restitución de los valores culturales tradicionales y cristianos.

Las publicaciones periódicas funcionaron como un dispositivo cultural a través del cual se organizaban otros consumos y se promovían prácticas colectivas con los lectores, lo cual fue una lógica presente en otros productos de la época, tanto comerciales como políticos. Los objetivos de las publicaciones periódicas y de la literatura de ficción (novelas y cuentos breves) estaban orientados a lograr tres objetivos principales: recristianizar a los sectores populares, "regresar" a las mujeres al espacio doméstico, y preservar a los trabajadores y trabajadoras de las influencias de la izquierda. La literatura buscaba transmitir la moral cristiana y la doctrina nacionalista utilizando historias de la vida cotidiana de los trabajadores, de los habitantes de los barrios suburbanos, de los migrantes del interior. En este tipo de literatura abundan las moralejas y las enunciaciones prescriptivas, las cuales dan cuenta de la “intención pedagógica” que recorre las obras de los autores nacionalistas. Asimismo, el dramatismo fue uno de los recursos más frecuentemente utilizado para construir las representaciones sobre el mundo del trabajo y los sectores populares. Las publicaciones periódicas para niños y jóvenes, además de movilizar a los lectores en la esfera pública, proporcionaron una guía del buen uso del tiempo libre, que se convirtió en un tema de suma importancia en las agendas de los grupos católicos y nacionalistas de la época.


Notas

1 Me llevó algunos años ponerle un punto final a este trabajo. Durante ese tiempo presenté distintas versiones en reuniones académicas y entregué a muchos colegas y amigos las sucesivas versiones para que a través de sus críticas y comentarios el texto creciera. Por eso la lista es larga, no obstante deseo agradecer a Darío Macor (1951-2013), Alejandro Cattaruzza, Andrés Bisso, Sandra Gayol, Silvana Palermo, Carolina González Velazco, Ilana Martínez, Francisco Reyes y José Zanca y a los integrantes de la Red de estudios sobre política de masas y cultura de masas y del grupo de Historia Argentina del SXX del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani.

2 Acta de la Comisión Especial Investigadora de las Actividades Antiargentinas, 25 de julio de 1941, Archivo de la Cámara de Diputados de la Nación.

3 Esta categoría tiene la ventaja de incluir en su seno diferentes expresiones de un amplio arco político y cultural que coincidían en una imagen de la sociedad deseable, en un diagnóstico de la realidad y, la mayoría de las veces, acordaban las estrategias y políticas elegidas para operar sobre esa realidad. En términos generales las derechas se consolidaron “en reacción” a las tendencias políticas liberadoras e igualitarias representadas –según la coyuntura– por el radicalismo, las izquierdas y otros grupos, como las feministas, que proponían una ruptura con el orden cultural tradicional. (Mc GeeDeutsch, 2005)

4El proyecto editorial impulsado por Emilio Mitre, director de La Nación, fue el más significativo de este período por su calidad, éxito y continuidad. La Biblioteca de la Nación reunió 875 títulos editados durante 20 años y se convirtió en “un verdadero fenómeno cultural” (De Sagastizábal, 1995: 47)

5 Algunos ejemplos de esta lógica editorial estarían presentes en la Cooperativa Editorial Claridad y en el diario Crítica. (Cattáneo, 1991; Sarlo, 2007; Saítta, 1998).

6 Sobre el nacionalismo argentino existe una amplia bibliografía. Para un completo estado de la cuestión remito al primer capítulo de mi tesis doctoral (Rubinzal, 2012).

7 En el transcurso de la década de 1930, la tasa de alfabetización alcanzó el 88% en todo el país y el 93% en la Capital Federal, y coexistía con altos índices de analfabetismo en las zonas más pobres del interior del país (Lobato y Juan Suriano, 2000: 372).

8 En 1936 se duplicó el promedio anual de obras publicadas durante la primera década del siglo XX. ( García, 2009:16).

9 Manuel Gálvez, “Editores, libreros e impresores” en Gálvez, Manuel (2003).Recuerdos de la vida literaria(Vol. 2). Taurus.

10 El rubro de “literatura” comprendía: a) Obras de ficción en prosa (149); b) Filosofía, crítica y ensayo (77); c) Poesía (77); d) Drama y comedia (69). La suma de las obras literarias editadas en todo el país es de 372 títulos. (García, 2009). Agradezco a la Cámara Argentina del Libro que me proporcionó este estudio.

11 Crisol, “Leyendo libros nuestros”, 6/02/1936 p. 3.

12 El Pueblo, “La indigente y confusa literatura socialista”, 3/05/1933, p. 6.

13 Crisol, “Leyendo libros nuestros”, 6/02/1936 p. 3.

14 Crisol, “Bibliografía”, 18/07/1937, p. 4.

15 Crisol; “Para nuestros amigos”, 18/09/1937, p. 3.

16 Ver El Pueblo, “Diarios, periódicos, revistas, folletos”, 13/05/1941, p. 15.

17 Según el Censo Industrial de 1935 en la ciudad de Rosario, un obrero industrial tenía un salario mensual promedio aproximado de $120,32; mientras que en 1946, ese promedio asciende a $ 169,51. (Lavich, 2008)

18 Crisol, 2/07/1938, pp. 1 y 3.

19 En este aspecto no eran originales, otros discursos sociales de la época inclusive algunos provenientes de la izquierda también adherían a los principios de la ideología de la domesticidad afirmando que las tareas domésticas definían la identidad femenina (Lobato, 2007).

20 Juan Carlos Moreno era un escritor y periodista que escribía habitualmente para Crisol y Criterio. En los años cuarenta colaboró en la revista Nueva Política dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo cuyos redactores eran reconocidos miembros del nacionalismo, tales como Héctor Bernardo, Alberto Ezcurra Medrano, Federico Ibarguren, Bruno Jacovella, Héctor A. Llambías y Juan Carlos Villagra. Moreno visitó las fábricas y los talleres de Buenos Aires para recabar insumos para sus escritos, los cuales en una gran proporción se dedicaban a describir distintos aspectos de la cuestión social. Las impresiones que Moreno se llevaba de sus visitas a los lugares de trabajo nutrieron tanto a sus novelas populares como a sus notas periodísticas que, a veces, coincidían punto por punto.

21 Idem, p. 216.

22 Para ver los cambios arquitectónicos producidos en las ciudades en los años treinta ver Anahí Ballent y Adrián Gorelik, 2001.

23 Delfina Bunge de Gálvez“El derecho de propiedad”, Primeras Armas, Año I, N 10, setiembre de 1936, p. 144.

24 Delfina Bunge de Gálvez,“El buen y el mal propietario”, Primeras Armas, Año I, N 11, octubre de 1936, p. 174.

25 Delfina Bunge de Gálvez, “La Igualdad”, Primeras Armas, Año I, N 11, octubre de 1936, p. 174.

26 Primeras Armas, “A los soldaditos de Cristo”, Año I, N 1, diciembre de 1935, p. 1.

27 A través de Primeras Armas organizaron concentraciones que enseñaban a los chicos a comportarse en el espacio público y a respetar las jerarquías que regían en dicha entidad y en la Iglesia. Las concentraciones juntaban niños de distintas secciones que participaban de los entretenimientos (carreras de embolsados, carreras “con huevo en la cuchara”, “carreras de tres piernas”) y certámenes relacionados con la doctrina religiosa.

28 En 1939 fueron creadas las Vanguardias Obreras Católicas (VOC), las cuales dependían de los Círculos Católicos de Obreros fundados en 1892 por el Padre Federico Grote. El objetivo de su fundación fue contrarrestar la influencia de las corrientes contestatarias entre los trabajadores. Los Círculos ofrecieron a los obreros distintos beneficios (asistencia social para las necesidades inmediatas: remedios, atención médica, escuelas gratuitas para los hijos de los obreros, etc.) y promovieron legislación laboral tendiente a mejorar la situación de los trabajadores. Debido a sus funciones y prácticas se ha señalado que se asemejaban más a las asociaciones mutuales que a los sindicatos. Las Vanguardias surgieron en 1939 como consecuencia de las acciones contra la reforma de la Ley 11.317, con la cual se pretendía aumentar de 6 a 8 las horas de trabajo de los menores de edad.

29 Federico Rádemacher, “Nuestro rumbo” en Lábaro. La voz juvenil, Buenos Aires, Junio 1941, p. 1.

30 Lábaro. La voz juvenil, “La conquista del ambiente”, Buenos Aires, Abril de 1941, p. 3.

31 Lábaro. La voz juvenil, “Conclusiones de la primera sesión”, Buenos Aires, Octubre de 1941, p. 1.

32 Idem, p. 3.

33 Lábaro. La voz juvenil, “Dirigentes vanguardistas”, Buenos Aires, Noviembre de 1941, p. 1.

34 Lábaro. La voz juvenil, “Debe incorporarse a la vida sindical la Juventud Vanguardista”, Buenos Aires, Agosto de 1942, p. 1.

35 Lábaro. La voz juvenil, “Manifiesto vanguardista sobre el 1º de mayo”, Buenos Aires, Abril de 1943, p. 1.

36 Publicidad ESA, Fondo Documental Agustín P. Justo, Caja Nº 104, Sala VII, Nº 3287. Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Argentina.

37 Idem, p. 4.

38 Argentina, “Trasladamos a la Dirección de Correos y Telégrafos”, 26/08/1932, p. 2.

39 Conferencia radiotelefónica, transmitida por la estación L.S 1, audiciones culturales nacionalistas auspiciadas por el Gobierno Provisional de la Nación, Buenos Aires, 1941.

40 El Pueblo, “La semana santa en la radiotelefonía metropolitana”, 12/04/1936, p. 13.

41 El Pueblo, “Se lució el domingo radio Excelsior”, 3/05/1937, p. 14.

42 El Pueblo, “Lamentable audición en R. Sténtor”, 1/05/1937, p. 13.

43 Francisco Mario Fasano, Volviendo al camino (Conferencias radiotelefónicas sobre moralidad y buenas costumbres), Buenos Aires, Emporio del Libro Americano, 1941, p. 23.

44 Monseñor L. Civardi, “El cinematógrafo y los católicos”, en El Pueblo, 6/05/1937, p. 8.

45 Monseñor L. Civardi, “El cinematógrafo y los católicos”, op. cit.

46 “E indiscutibile che fra i divertimentimoderniil cinema ha preso negliultimianni un postod'importanzauniversale. Néoccorrefar notare come sianomilioni le persone che assistonogiornalmenteaglispettacolicinematografici; come in sempremaggior numero si vadano aprendo le sale per talispettacolipressotutti i popolisviluppati e in via di sviluppo, come infineil cinema siadiventato la piùpopolare forma di divertimento, che si offra, per i momenti di svago, non solamente airicchi, ma a tutte le classidellasocietà.” Encíclica papalVigilante Cura, Roma, S. Pietro, 29 giugno, in occasionedellaFestadei SS. Pietro e Paolo, 1936, XV anno del nostroPontificato. Texto disponible en la página del Vaticano:http://www.vatican.va/phome_sp.htm

47 Ver Monseñor L. Civardi, “El cinematógrafo y los católicos”, op. cit., y también El Pueblo, “Calificación moral”, 3/05/1941, p. 6.

48 El Pueblo, “El Poderoso”, 2/05/1935, p. 8.

49 Criterio, “Cinematógrafo”, 6/04/1933, N 266, p. 22.

50 Criterio, “Cinematógrafo. El cine epidemia universal.”, 5/01/1933, N 253, p. 22.

51 Crisol, “Besos brujos”, 3/07/1937, p. 4.

52Crisol, “Una película comunizante”, 3/09/1937, p. 4.

53 Bandera Argentina, “Cadetes de San Martín”, 5/03/1937, pp. 1 y 3.

54 El Pueblo, “Concurra”, 1/05/1941, p. 15.

55 Criterio, “Cinematógrafo. Naná.”, 23/02/1933, N 260, p. 187.

56 Crisol, “Los socialistas, el dinero del pueblo a la marchante y la censura cinematográfica”, 3/10/1937, p. 1.

57 Por ejemplo, se llevaron al cine las siguientes obras de Martínez Zuviría (Hugo Wast) La que no perdonó (1938), dirigida por José Agustín ferreira; La casa de los cuervos (1941), dirigida por Carlos Borcosque; El camino de las llamas (1942), con la dirección de Mario Soffici y guión de UlysesPetit de Murat y Homero Manzi; Valle Negro (1943), con la dirección de Carlos Borcosque. En la década del cincuenta se adaptaron al lenguaje cinematográfico los siguientes textos de Manuel Gálvez: Nacha Regules (1950); La muerte en las calles (1952); y El festín de Satanás (1955).

58 El Pueblo, “Diose ayer Tigre, un interesante documental en exhibición privada”, 9/05/1941, p. 6.

59 Bandera Argentina, “Relación entre el Estado y la industria cinematográfica”, 14/03/1937, p. 1.

60 Crisol, “Una película cuya exhibición no debe permitirse”, 12/09/1937, p. 4.

61 Crítica, “Cinco nazis que cometieron varios hechos delictuosos fueron condenados”, 28/05/1938, p. 5.

62 Informes de la Policía de la Capital firmado por Andrés Sabalain, Comisión Especial Investigadora de las Actividades Antiargentinas, Cámara de Diputados de la Nación.

 

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Fecha de Recibido: 23 de agosto de 2016
Fecha de Aceptado: 30 de septiembre de 2016
Fecha de publicado: 14 de octubre de 2016

 

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