Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 23, nº 1, e186, mayo - octubre 2023. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Artículos

De varones y masculinidades: apuntes para una agenda de investigación en construcción. Masculinidades y autoridad militar en el Astillero Río Santiago (1953-1973)

Ivonne Barragán

Universidad Nacional de Mar del Plata / CONICET, Argentina
Cita recomendada: Barragán, I. (2023). De varones y masculinidades: apuntes para una agenda de investigación en construcción. Masculinidades y autoridad militar en el Astillero Río Santiago (1953-1973). Anuario del Instituto de Historia Argentina, 23(1), e186. https://doi.org/10.24215/2314257Xe186

Resumen: Este artículo explora la construcción de discursos y representaciones de masculinidad elaboradas por la oficialidad de la Armada Argentina. Observa sus proyecciones sobre la gestión de espacios productivos a partir del estudio de las relaciones entre oficiales y obreros en el Astillero Río Santiago (1953-1973). Estos oficiales enunciaron imperativos referidos a un tipo de hombre capaz de realizar la tarea naval en relación a un modelo histórico y culturalmente específico de masculinidad, de modo tal que el astillero y “el hacer barcos” se constituyeron en un espacio y una actividad masculinizados. De este modo, la fábrica conformó un espacio funcional a la factura de subjetividades y al requerimiento de cierta materialidad corporal. Sostenemos que las masculinidades adheridas a lo bélico y la convocatoria a los obreros como “varones combatientes” se enlazaron con una persistente legitimidad de las “capacidades guerreras” y del valor de las formas físicas de la masculinidad. Se trabajó con entrevistas realizadas a oficiales de la ARA y publicadas en el Boletín del Centro Naval, la Revista Marina y el diario El Día. También se analizaron un conjunto de ensayos de oficiales de alto rango de la Marina de Guerra.

Palabras clave: Masculinidades, Autoridad, Armada argentina, Marinos, Trabajadores.

Of men and masculinities: Notes for a research agenda under construction. Masculinities and military authority at the Río Santiago Shipyard (1953-1973)

Abstract: This article explores the construction of discourses and representations of masculinity elaborated by the officers of the Argentine Navy. Observe his projections on the management of productive spaces from the study of the relations between officers and workers in the Río Santiago Shipyard (1953-1973). These officers enunciated imperatives referring to a type of man capable of carrying out the naval task in relation to a historically and culturally specific model of masculinity, in such a way that the shipyard and "making ships" became a masculinized space and activity. In this way, the factory conformed a functional space to the bill of subjectivities and the requirement of a certain bodily materiality. We maintain that the masculinities adhered to the war and the call to the workers as "combatant men" were linked to a persistent legitimacy of the "warrior capacities" and the value of the physical forms of masculinity. Interviews conducted with ARA officers and published in the Boletín del Centro Naval, Revista Marina, and the newspaper El Día were used. A set of essays by high-ranking officers of the Navy were also analyzed.

Keywords: Masculinities, Authority, Argentine navy, Seamen, Workers.

La Armada Argentina (ARA) fue una institución de peso en la escena política nacional desde el promedio del siglo pasado y hasta la década de 1980 con el retorno a la vida democrática. Tal impronta encontró su momento inicial en el bombardeo a la Plaza de Mayo, realizado por la aviación naval el 16 de junio de 1955 y, en septiembre de ese mismo año, en el cañoneo de la fuerza de mar a la ciudad balnearia de Mar del Plata, acontecimiento que precipitó el derrocamiento del gobierno del General Perón. A lo largo de las tres décadas siguientes los agentes de esta institución cometieron crímenes como el fusilamiento de militantes de organizaciones políticas armadas en la Base Aeronaval Almirante Zar en Trelew, en el año 1972, e implantaron un sistema de Centros Clandestinos de Detención (CCD) durante la última dictadura militar (1976-1983).1 En conjunto, las intervenciones políticas y represivas de los marinos se enlazaron con una trama de discursos institucionales que propendió a constituir un modelo ideal de oficial; así mismo, en los diferentes ámbitos productivos, los oficiales desplegaron un cúmulo de acciones e intervenciones tendientes a modelar un tipo de trabajador.

Por su parte, los oficiales de la ARA, al igual que otros miembros de las Fuerzas Armadas (FFAA), se ocuparon de la gestión de empresas estatales.2 El Astillero Río Santiago (ARS) fue una empresa más dentro del conjunto de emprendimientos administrados por la ARA en el siglo XX (Pontoriero, 2012; Barragán, 2021), que en el año 1953 fue absorbido por una nueva empresa, Astilleros y Fábricas Navales del Estado (AFNE). En este artículo proponemos introducir una perspectiva que explore la dimensión de género en la construcción de discursos y representaciones de masculinidad elaboradas por la oficialidad de la fuerza de mar y sus proyecciones sobre la gestión de espacios productivos. Buscaremos demostrar cómo los repertorios simbólicos de los marinos permearon los discursos dirigidos al ámbito laboral. Tal transposición reguló el tratamiento dado a los obreros a partir de una articulación de imágenes e imperativos referidos a un tipo de hombre capaz de realizar la tarea naval, y a un modelo histórico y culturalmente específico de masculinidad.

Sostendremos, a lo largo de estas páginas, que el astillero y “el hacer barcos” se constituyeron en un espacio y una actividad masculinizados, organizados en torno a un régimen de discursividad ligado a la autoridad y la disciplina marcial. De este modo, el artículo analiza discursos empresariales articulados en torno a un “deber ser de los hombres de mar”, a fin de avanzar en la problematización de representaciones e imaginarios que los sujetos construyeron para otorgar sentido a su práctica (Bourdieu, 2007). Busca además reconocer las singularidades propias de las enunciaciones castrenses.

Es nuestro interés aportar a la configuración de una perspectiva de análisis histórico que articule la mirada sobre el género, particularmente sobre las relaciones sociales y de poder que se enarbolaron en torno a modelos de masculinidades que alcanzaron lugares de hegemonía, a partir de iluminar la construcción de una masculinidad marcial o militarizada, en relación, por un lado, al habitus en la configuración del varón oficial y, por el otro, a los modos de ejercer la autoridad en un espacio fabril.

Los resultados aquí presentados devienen del análisis de registros documentales diversos. Se trabajó con material periodístico que tuvo como protagonista al director del astillero y presidente de la empresa AFNE, el Capitán de Navío Enrique Carranza, publicadas en el Boletín del Centro Naval, en la Revista Marina y en el diario El Día de la ciudad de La Plata. También se analizaron un conjunto de ensayos de oficiales superiores de la Marina de Guerra publicados en el mencionado Boletín. Estas publicaciones se triangularon con materiales económicos y sociales producidos por AFNE, tales como las memorias sociales anuales y publicaciones conmemorativas.

El recorte temporal que propone este trabajo toma como punto de partida los años iniciales de la empresa, desde la fundación de AFNE en 1953, y abarca sus primeros veinte años de vida. Este período se caracterizó por el crecimiento y la diversificación productiva del Astillero Río Santiago y por la ausencia de conflictividad sindical en la planta. La temporalidad construida por nuestro análisis se asienta también en dimensiones contextuales. El promedio de la década de 1950 dio paso a un proceso de intensificación de las políticas represivas desplegadas por el Estado y de incremento de las infraestructuras y herramientas de control social, de modo tal que la militarización del orden interno y la configuración de un marco legal de excepción expresó una profunda tensión entre los instrumentos de defensa y seguridad del Estado, en razón de su intervención en el escenario social interno (Bohoslavsky y Franco, 2020; Pontoriero, 2016). Este período, de incremento de poder político y social del actor militar, se caracterizó también por acelerados cambios en la cultura y la política, que brindó perspectivas mundiales y latinoamericanas a las discusiones sobre las democracias, los autoritarismos, la dependencia y el desarrollo de las naciones. En este contexto, la clausura de la vida política por parte de la autodenominada Revolución Argentina encontró potentes resistencias sociales (1966-1973). La profundización de la confrontación entre capital y trabajo y la radicalización de distintos sectores del arco político a partir del año 1969 fueron consideradas una amenaza por parte de los elencos políticos y de las FFAA, que observaron con preocupación la persistencia de la conflictividad social y política pese a la proscripción del peronismo como opción electoral y la extensión de la prisión política como herramienta principal para el tratamiento de las disidencias (Franco, 2012).

Situamos el punto de llegada de nuestra indagación en el año 1973, la movilización social y política que posibilitó el retorno del peronismo al poder coincidió en el astillero con un profundo recambio generacional de su planta obrera y con el inicio de un proceso de organización sindical que renovó las principales representaciones de base, confrontó con las conducciones sindicales tradicionales y modificó las relaciones con la patronal militar. Tal modificación del colectivo obrero implicó el despliegue de proyectos políticos de reconfiguración de las relaciones sociales y jerárquicas que cuestionaron de diferentes modos los modelos de masculinidad presentes en la empresa. Buscaremos en las siguientes páginas reponer las relaciones laborales construidas por los marinos, en un contexto de enorme poder social del actor castrense, a partir de una mirada que considere la construcción social de masculinidades centradas en una serie de coordenadas culturales organizadas en torno a un modelo de gestión familiar nuclear y doméstica, propio de la primera mitad del siglo XX (Cosse, 2019).

Para esto, organizamos el escrito en tres partes. Inicialmente visitaremos una serie de investigaciones a fin de visualizar el caudal de indagaciones orientadas a la cuestión de las masculinidades en la historiografía local, establecer intercambios e identificar vacancias. En segundo lugar, analizaremos ensayos de oficiales de alto rango de la marina de guerra orientados a reflexionar sobre “el carácter del oficial”, las características de los cuadros superiores de la fuerza y “su lugar en el destino nacional”, con el objetivo de problematizar en la siguiente sección sus proyecciones sobre el colectivo obrero. De este modo, en el tercer apartado recuperaremos un conjunto de discursos vinculados a la actividad productiva, al espacio de trabajo y al desempeño exigido a los obreros navales a fin de reconocer tramas jerárquicas establecidas entre varones, en un contexto histórico específico y a partir de una cultura institucional que ponderaba un modelo de masculinidad atravesada por lo marcial. Por último, en las consideraciones finales, avanzaremos en la presentación de una síntesis y en lo que consideramos constituye un conjunto de potenciales ampliaciones de la agenda historiográfica a partir de la puesta en diálogo de los estudios de las masculinidades con los campos de la historia reciente en general y de los estudios de la represión en particular.

Masculinidades en la historia reciente: un campo de estudios en construcción

Los objetivos que orientan este escrito componen una dimensión analítica no explorada por los estudios ocupados de los comportamientos de los agentes, las políticas institucionales y los procesos represivos llevados adelante por las FFAA en general y por la ARA en particular, entre las décadas de 1950 y 1980 en la Argentina.3 Ciertamente, el campo de la Historia Reciente presenta prolíferas intersecciones con la historia de las mujeres y los estudios de género (D´Antonio y Viano, 2018). En este marco, la historiografía local ha identificado y analizado procesos de especialización de dispositivos represivos a lo largo de los gobiernos de facto de las décadas de 1960 y 1970, tendientes a la sexualización de los castigos y la puesta en práctica de dispositivos de desfeminización, re-feminización y de desmasculinización durante la reclusión política de mujeres y hombres (D´Antonio, 2016a). Pese a esto, es posible advertir un volumen reducido de interrogantes sobre los hombres, específicamente respecto de sus cuerpos, subjetividades y comportamientos en torno a la producción social de masculinidades en perspectiva histórica.

Los estudios sobre las masculinidades superan con creces las dos décadas de presencia e historia en América Latina. La configuración de los varones y sus masculinidades en un objeto de reflexión científica devino de “la necesidad teórica de conocer la participación de los hombres en las desigualdades de género” (Aguayo y Nascimento, 2016, p. 1). Este campo de indagaciones, de fuerte impronta global, reconoce los impulsos teóricos y problemáticos brindados por las agendas feministas y los movimientos de las disidencias sexuales (Madrid, Valdés y Celedón, 2020). A lo largo de más de dos décadas, se ocuparon de problematizar las condiciones sociales y culturales de producción de la masculinidad y cuestionaron ideas unitarias en torno a la misma a partir de reconocer aquellas consideradas subordinadas y marginadas. Para esto, validaron explicaciones históricas y espacialmente situadas e identificaron las relaciones susceptibles de ser establecidas con cuestiones tales como la violencia de género; el funcionamiento de mundo del trabajo; la salud sexual y reproductiva; el vínculo entre machismo y cultura latinoamericana, entre otras. A su vez, contemplaron su intersección con el estudio de otras estructuras sociales como la clase, raza, etnia, las identidades nacionales, los cortes generacionales y la ubicación geográfica de los sujetos.4 En este punto, los acuerdos más extendidos en el campo, que guiarán nuestra perspectiva de análisis, confluyen en pensar las masculinidades como expresiones múltiples y diversas, culturalmente específicas, históricas y espacialmente situadas, por ende, susceptibles de ser desnaturalizadas y estudiadas (Madrid, Valdés y Celedón, 2020). En el plano local, la reflexión sobre los hombres y las masculinidades se encuentra en expansión y analiza múltiples dimensiones de la realidad social.5

Por su parte, en lo que respecta a la labor historiográfica, es de notar que la preocupación por las masculinidades no constituye aún un campo de indagaciones articulado. Por el contrario, es posible encontrar abordajes situados en disímiles coordenadas pretéritas que establecen fragmentados diálogos entre sí y con las principales líneas de análisis históricos presentes en los distintos períodos. Las décadas finales del siglo XIX y las primeras del siglo XX son visitadas en esta clave por el historiador Roy Hora, quien se pregunta sobre los usos del pelo facial y la política argentina (2021), y por el antropólogo Eduardo Archetti, cuyo trabajo indaga sobre las masculinidades conformadas en el mundo del deporte durante el período que denomina de “modernización” y que coincide con el proceso de despegue de la industrialización sustitutiva (2003). Ciertamente, para la primera mitad del siglo pasado, es la historiografía de la clase trabajadora la que concentra mayor cantidad de resultados.

La historiadora Andrea Andújar señala que los estudios pioneros que se preguntaron por la conformación de la masculinidad develaron el peso que las representaciones de género tuvieron en la configuración de la conflictividad obrera y en el establecimiento de jerarquías en los lugares de trabajo (2017, p. 52).6 Estos estudios de caso, mayoritariamente organizados en diálogo con los trabajos que el historiador Thomas Klubock realizó sobre trabajadores de las minas de cobre en Chile (1995, 1998 y 2004), problematizaron el ideal de varón proveedor del hogar como elemento sustantivo de la identidad de los trabajadores. Se concentraron temporalmente en las décadas que van desde la primera posguerra hasta la llegada del peronismo al gobierno y su principal operación analítica apunta a interpelar procesos de organización sindical a partir de identificar mandatos y representaciones de género presentes entre sectores proletarios de los ámbitos marítimos y portuario (Caruso, 2016 y 2022), ferroviarios (Palermo, 2016), azucareros (Gutiérrez, 2013 y 2016) y petroleros (Andújar, 2016), a partir de considerar procesos productivos, oficios, ramas industriales y singularidades regionales. De este modo, es posible advertir que esta tradición historiografía cuenta con un sustrato de enorme valor en lo que respecta a la consideración de las masculinidades como elementos sustantivos de la configuración de las experiencias de clase y de las relaciones entre los géneros en los lugares de trabajo.

La segunda mitad del siglo XX cuenta con trabajos en perspectiva histórica que consideran la producción social de masculinidades en el marco de las trasformaciones de las relaciones de género que acompañaron los acelerados cambios en la cultura, la política y la sexualidad ocurridos en este período, y que confluyeron en la aparición de la juventud como el actor social y político que encarnó un proceso diverso de experiencias contestatarias y de transformación (Manzano, 2017) y en menor medida vinculadas al mundo del trabajo (Garazi, 2022). Las indagaciones de Isabella Cosse demuestran que, durante la década de 1960, pese a la cristalización de un nuevo modelo de mujer y varón y de las transformaciones de los modelos vinculares que alumbraron las diversas expresiones de igualdad y compañerismo propias de los proyectos políticos revolucionarios y radicales, no lograron flexibilizarse las divisiones de género, la pauta heterosexual y el carácter monógamo de las uniones afectivas de las generaciones más jóvenes. Sin embargo, ilumina cómo los cuestionamientos al modelo hegemónico de organización familiar y al sistema moral de “domesticidad”, centrado en la institución matrimonial, nutrieron las identidades de las clases medias rioplatenses, y trajeron aparejado la emergencia de nuevas expresiones de la subjetividad masculina que se expresaron en cuestiones tales como la revisión del ejercicio del rol paternal, la sexualidad y los atributos requeridos para alcanzar la virilidad (Cosse, 2010). El advenimiento de una nueva cultura de masas y su parcial confluencia con dinámicas de radicalización política imprimieron marcas sobre las imágenes y corporalidades asociadas a la juventud. En el caso de los varones jóvenes, las representaciones en torno a una acción política combatiente, cuyo modelo principal lo constituyó el guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara, exigieron la configuración de “cuerpos resistentes” (Manzano, 2017, p. 304), susceptibles de ser sometidos a sacrificios, martirizados en la tortura y reificados como héroes (Navone, 2014 y 2016).

Estos trabajos demuestran que las innovaciones y los cuestionamientos generacionales volcados sobre las expectativas sociales sobre las formas de ser varón y mujer en las décadas de 1960 y 1970 convivieron con la persistencia de un modelo de masculinidad asentado en la figura del varón proveedor, que ejercía la jefatura de su hogar y que, ciertamente, con matices, atravesaba las diferencias de clase. En este sentido, en anteriores trabajos problematizamos dinámicas de disposición y retracción en la participación de obreros industriales en conflictos laborales durante el año 1975 (Barragán y Rodríguez, 2012/2013) a fin de demostrar cómo, durante el auge de la conflictividad sindical y política en la región central del país, cobraron visibilidad diversas nociones en disputa sobre los roles de padre de familia, obrero, militante y el lugar que tales nociones en la construcción de la primacía de una política sindical orientada a la reivindicación salarial por sobre la demanda por mejoras en las condiciones de trabajo (Barragán, 2021).

Los resultados hasta aquí reseñados nos permiten advertir que, para el período de nuestro interés, se encuentran disponibles una reducida cantidad de estudios históricos que contemplen el rol de las FFAA y Fuerzas de Seguridad en los procesos de socialización, conformación y normalización de masculinidades (Sirimarco, 2004). Dos líneas de indagaciones presentan una notable excepción a esta caracterización. Por una parte, los trabajos de Máximo Javier Fernández que, orientados a estudiar la sociabilidad homosexual de las décadas de 1960 y 1970 en la ciudad de Buenos Aires, se preguntan por los modelos de masculinidad vigentes en los procesamientos por delitos contra el honor militar instrumentados contra oficiales de la ARA por prácticas homoeróticas (2015 y 2018). Por otro lado, para la década posterior, Verónica Perera indaga sobre las relaciones y articulaciones entre las experiencias bélicas en Malvinas, el servicio militar obligatorio y la construcción de una masculinidad hegemónica. La autora problematiza la modelación de los cuerpos de los varones jóvenes que atravesaban la conscripción y fueron destinados a las islas como parte de una configuración mayor, un cuerpo social jerárquico, dócil y disciplinado, objetivo político del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” a partir de analizar las continuidades en los hábitos institucionales, las prácticas disciplinarias y los modos de gestión de las tropas –no profesionales– durante el siglo XX (2022).

Ciertamente, los trabajos presentados contemplan la producción social de masculinidades como elemento normativo de las expectativas sociales sobre cómo debían ser y comportarse los varones a partir de identificar elementos relacionales de carácter empírico entre las experiencias de género, las militancias políticas, la radicalización de la conflictividad social y el incremento de la demanda de un tipo específico de fuerza de trabajo durante las décadas iniciales del proceso de industrialización sustitutiva. Sin embargo, la ausencia de un campo de estudios articulado dificulta la ampliación de interrogantes y perspectivas que consideren, en el contexto de extensión de las herramientas represivas implementadas por gobiernos de facto y constitucionales de las décadas de 1950, 1960 y 1970 (D´Antonio, 2016b) y hasta la clandestinización del accionar represivo por parte de la última dictadura, el rol de las FFAA y de Seguridad en la factura institucional de un tipo de masculinidad, que modele cuerpos, construya subjetividades, delinee comportamientos e imprima moralidades en sus agentes.

La autoridad militar y “el carácter del oficial”

Dado7 lo hasta aquí desarrollado, vale preguntarse: ¿qué elementos configuraron el modelo de masculinidad promovido en las instituciones castrenses en las décadas centrales del siglo pasado? ¿qué rasgos de esa masculinidad alcanzaron un carácter hegemónico en la cultura militar y, de forma extensiva, en la sociedad argentina? Estudios recientes nos advierten sobre las dificultades devenidas del carácter polémico y polisémico del concepto masculinidad hegemónica. En este marco, reponer el valor crítico y explicativo de esta categoría demanda, entre otras consideraciones, evitar construir enumeraciones de rasgos físicos y psicológicos orientadas a la construcción de tipologías que redunden en cierto esencialismo, es decir, su reducción a una secuencia de elementos descriptivos. De Stéfano Barbero señala que en cuantiosas oportunidades la construcción de adjetivaciones operativas sobre la noción de masculinidad redunda en funciones “apellidantes”. En consecuencia, disponemos de abordajes que postulan la existencia de masculinidades obreras, gauchas, negras, pobres, y dejan de lado el análisis de la multiplicidad de relaciones que estas identidades establecen con las masculinidades que alcanzan estatutos de vanguardia, dominio o hegemonía y entre ellas. Del mismo modo, considera problemático subsumir la noción de masculinidad hegemónica a una versión blanca, heterosexual y de clase media o alta (2021, p. 150).8

Sostendremos a lo largo de estas páginas que las masculinidades producidas en instituciones como las militares, que históricamente se adjudicaron lugares destacados en el devenir de la nación, se organizaron a partir de un ideario de diferenciación y distanciamiento respecto de los roles socialmente exigidos a otros varones (Figueroa Perea, 2005). De este modo, el ejercicio de la violencia, el desarrollo de un mayor control de las emociones, la incorporación de valores enarbolados en torno a nociones de gallardía, orden, disciplina, sacrificio, resistencia física y la búsqueda de cierto estatus heroico conformaron algunos de los elementos destacados de la factura institucional castrense.

En ese marco, el binomio mando-obediencia organizó los roles, las funciones y responsabilidades que correspondieron a los altos rangos y una estructura jerárquica que funcionó como espacio de producción y reproducción de esquemas de autoridad que, a su vez, se vincularon con ciertos estereotipos de lo masculino. En este apartado nos detendremos en el análisis de una serie de ensayos y reflexiones cuya autoría corresponde a altos oficiales de la ARA, es decir, aquellos que conformaron la elite dirigente del arma en un contexto en que la Marina de Guerra incrementó su influencia en la conducción política del gobierno que ocupó violentamente la gestión del Estado, en especial entre los años 1955-1958. A partir del derrocamiento de Juan Domingo Perón, particularmente desde la finalización del interregno del General Lonardi, la fuerza de mar buscó construir una imagen pública de fuerte cohesión interna. En las décadas siguientes dicha unidad se expresó, entre otras dimensiones, en la conducción férrea de la comunicación, tanto de la presencia, los discursos y las intervenciones del almirantazgo en las diferentes coyunturas, como de aquella dirigida a la tropa propia (Ochoa de Eguileor y Beltrán, 1968, p. 45).

Las FFAA impartieron históricamente un modelo específico de aprendizaje de ser varón, basado en códigos de conducta que ponderaban la disciplina, la subordinación, la lealtad y la resistencia a condiciones extremas de desgate físico y psicológico, y cuya ejecución permeaba el comportamiento, la personalidad y el horizonte de vida de los profesionales de la guerra (Figueroa Perea, 2005, p. 62). El ejercicio de la violencia, uno de los elementos predominantes en la configuración de la identidad de los agentes FFAA en el tiempo, construyó subjetividades orientadas a percibir como separados el mundo militar del resto de la vida social y al ejercicio de un modo específico de masculinidad.

Aprender a mandar y a obedecer constituyó la piedra angular del funcionamiento jerárquico de estas instituciones, y requirió a estos varones mínimas expresiones de autodeterminación individual (Ochoa de Eguileor y Beltrán, 1968). De este modo, a partir de una sociabilización reducida a una esfera específica de símbolos, señales, emblemas, ceremonias, a la construcción de una estética propia, y al uso de un lenguaje especializado, las instituciones marciales establecieron condiciones para la diferenciación de la cadena de mandos a partir de elementos tales como el prestigio, poder, ingresos, honores y obligaciones (1968). En este sentido, el Capitán de Fragata Pedro F. Arhancet ponderaba un conjunto de virtudes que debían serles propias a los hombres de la fuerza de mar y definir el “carácter del oficial”. Para el marino, el camino de búsqueda de una “conducta superior” por parte de los oficiales que debían desarrollar “el mando” se basaba en el sacrificio personal y el renunciamiento, a fin de alcanzar también la “calidad de héroe”. De modo tal que la función de mando se volvía vital en el esquema de formación de los marinos jóvenes, realizada en el marco de una escuela llamada “endurance”, es decir, “actividad intensa, sacrificio y sobriedad”, con el objetivo de “alentar todas las cualidades varoniles y de acción, para ser eficaces en formar y mandar hombres de guerra” (1954, p. 397). Así, durante el proceso de formación como personal superior, los oficiales debían adquirir el hábito de exigir, sin dar lugar a la debilidad y, en razón de su “ser y sentir” como marinero, alcanzar la “diferencia con otros hombres que también hacen culto de las virtudes generales” (1954, p. 398).9

Así, las instancias de formación y adiestramiento resultaron centrales en la adquisición de conductas funcionales por parte de estos varones (Sirimarco, 2004; Badaró, 2009). La distancia de los oficiales de la ARA respecto de “otros hombres virtuosos” se anclaba en parte en un sistema de sociabilización castrense centrado en la apelación “al marco disciplinario, a la ritualización de la jerarquía y a la comprobación del amplio poder del superior sobre la conducta del subalterno” (Figueroa Perea, 2005, p. 62). Observar las discursividades de los sectores dirigenciales posibilita acceder a las representaciones de un sector regente, con peso político y social destacado y, por ende, reproductores de algunos de los modos dominantes de ser varón, enunciadas y experimentadas por sujetos que colaboraron con las prácticas normativizantes (Perera, 2022).

Días previos al bombardeo del 16 de junio de 1955, en el marco de una serie de conferencias organizadas por el programa de “adiestramiento profesional”, ante el Estado Mayor General Naval, el Capitán de Navío Helvio Gouzden se preguntaba: “¿Hacia adónde [sic] apunta o debiera apuntar el desarrollo de la personalidad de un oficial de marina?10 Para esto, destacaba la necesidad de lograr lo que llamó “autodominio”, y señalaba que el ambiente castrense resultaba un ámbito ideal para lograrlo, dado que “las duras condiciones templan los espíritus fuertes” (1956, p. 626). La percepción sobre la adversidad como forma de alcanzar la templanza y el control fue un elemento predominante en una extensa temporalidad y condición para alcanzar la personalidad y el carácter de un hombre con capacidad de liderar.

Casi una década más tarde, el Capitán de Corbeta Ernesto Julio de Simone reflexionó en torno al “arte” de la conducción militar y su principal legado, “la disciplina” (1964, p. 56).11 Respecto de esta última, hacía hincapié en la pedagogía de resistencia que se le imponía a los hombres:

…se enseña a la tripulación a saber resistir la tristeza del aislamiento, la depresión de una vida errante, el cansancio de un trabajo intenso, las responsabilidades de tareas desempeñadas rayando el límite de la propia capacidad, y los momentos penosos que acostumbra a brindar el mar (1964, p. 59).

La forja de la disciplina y de la capacidad de subordinarse a la cadena de mando era articulada con la posibilidad de oponer resistencia a la adversidad, a la capacidad psíquica y física de tolerarla, y la posibilidad misma de sobrevivir. En este punto, el marino agregaba que una disciplina inteligente y activa “en íntima relación al rango desempeñado” constituía la “subordinación” (1964, p. 60).

En la ARA, la contracara de la disciplina era el castigo, que conformaba también un atributo del mando, de modo tal que castigar resultaba un deber ante el cual el superior “no tiene derecho de sustraerse” (1964, p. 62). Al conductor, por su parte, se le exigía exhibir una serie de atributos y modos de actuar, entre los cuales se destacaban una actitud a la vez paciente y fervorosa, ser inteligente y mesurado, conocer las inquietudes de sus subalternos, así como ejercer una vigilancia consciente sobre ellos. Esta orientación general respecto del comportamiento esperado de los oficiales con poder de mando tuvo por objetivo, por un lado, fomentar aquello denominado “espíritu de buque” (1964, p. 68), es decir, una serie de códigos de camaradería y lealtad orientados por la obediencia y representaciones del honor, y por otro, que los agentes reprodujeran los comportamientos adecuados a la personalidad exigida de acuerdo con el lugar alcanzado en la cadena de mando. Ese mismo año, el Capitán de Fragata Carlos Mazzoni daba cuenta de una preocupación presente en las FFA, la probabilidad de perforación de la impermeabilidad moral, ante lo que anteponía el poder de mando o autoridad, capacidad concedida por la sociedad solo a algunos hombres, oficiales de las FFAA, que conformaban las “minorías conductoras” (1964).

Las reflexiones de marinos aquí reseñadas se inscribieron en un contexto de intensificación de las políticas represivas desplegadas por el Estado. La configuración de un proceso de militarización del orden interno a lo largo de la temporalidad reseñada no estuvo exenta de convulsiones y confrontaciones al interior las instituciones castrenses. La ya mencionada unidad y articulación política interna que enarbolaba la conducción de la ARA se expresó en parte en la profundización de sus posicionamientos antiperonistas y su apego discursivo a “los valores” que rigieron la autodenominada Revolución Libertadora (Mazzei, 2012, p. 39). El surgimiento de una narrativa institucional en torno al ideario de la Marina “Colorada” se cimentó en el alejamiento del servicio activo de gran parte del almirantazgo y de un sinnúmero de oficiales superiores, una vez sustanciados los mencionados bombardeos y el desplazamiento del gobierno constitucional en 1955. Tal discursividad se enlazó con un conjunto de memorias de oficiales que, con un marcado tono laudatorio, destacan los valores morales y las tradiciones caballerescas, y a estas como inherentes a la formación de los oficiales de la fuerza de mar (Ruiz Moreno, 1998 y 2013; Perren, 1997; Gonzáles Crespo, 1993).12 Sin embargo, el poder social y político acumulado por los marinos se vio menguado fuertemente en el marco del enfrentamiento con los sectores “profesionalistas” del Ejército, conocidos como la facción “Azul”. De modo tal que, en los años iniciales de la década de 1960, la capacidad de influir en la orientación de los procesos políticos de la fuerza de mar “entró en un cono de sombras por más de una década” (Mazzei, 2012, p. 94).

En este contexto, la década de 1960 y la primera mitad de la siguiente constituyeron el período de mayor crecimiento de la empresa Astilleros Río Santiago. Durante esos años el tipo de autoridad ejercida por los oficiales de la ARA permearon las prácticas de dirección y gestión de su fuerza de trabajo; tal modalidad de ejercicio del mando, apuntalada en órdenes generizadas que se configuraron en torno a un modelo histórico de masculinidad –que aquí denominaremos masculinidad bélica– modeló las expectativas que debían cumplir los operarios en la empresa.13

Marinos y obreros en el astillero: la masculinización de la actividad productiva

Durante las décadas centrales del siglo XX la Argentina orientó su desarrollo económico a un proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Durante este período, los grandes establecimientos fabriles que conformaron el tejido productivo requirieron mayoritariamente mano de obra masculina.14

El Astillero Río Santiago tuvo sus orígenes en los talleres que funcionaron en la orilla del río del mismo nombre en la localidad de Ensenada, Provincia de Buenos Aires, en los primeros años de la década de 1930. Dos décadas más tarde, AFNE producía material bélico en la Fábrica de Explosivos de Azul (FANAZUL) y unidades navales militares y comerciales en el ARS. Durante la década de 1960 el astillero inició un proceso de diversificación que contempló la manufactura de bienes de capital a partir de la adquisición de licencias internacionales de grandes motores, turbinas y materiales (Barragán, 2020). Desde su fundación, y hasta el año 1993, el astillero permaneció bajo la administración de la ARA e integró su directorio mayoritariamente con oficiales retirados de la Marina de Guerra. Los marinos se desempeñaron también en las gerencias y la supervisión de distintos talleres y ocuparon puestos claves tales como las jefaturas de seguridad y de personal.

La fuerza laboral del astillero se orientó al segmento masculino y calificado del mercado de trabajo, presentando sus trabajadores un importante nivel de cualificación en diferentes oficios. De este modo, el astillero se constituyó en un espacio productivo masculinizado, vale decir, que en torno de él se desplegaron un conjunto de operaciones simbólicas, discursivas y prácticas orientadas a fortalecer elementos subjetivos que presentaban una serie de atributos vinculados a lo masculino como equivalentes a las condiciones requeridas para realizar la tarea naval. Es decir, las capacidades físicas y musculares de los operarios varones –resistencia a las condiciones adversas del proceso de trabajo (calor, gases tóxicos, trabajos en altura, trabajos con materiales peligrosos)–, sumadas a nociones y comportamientos identificados con la temeridad y la valentía, eran concebidas y presentadas como ineludibles y excluyentes para la producción de barcos. ¿Qué discursos y prácticas empresariales procuraron construir el “tipo ideal de trabajador naval”? ¿Qué modelos de masculinidad propiciaba tal discursividad? Y, por último, ¿qué relaciones podemos trazar con los modelos de masculinidad militar que encarnaban los marinos?

En primer término, es posible decir que el discurso patronal, siempre dirigido a los trabajadores varones –sin referencias alguna a las mujeres empleadas por la empresa– promovía un alto requerimiento de fuerza y resistencia corporal. Tales elementos fueron claves en la configuración de un modelo de masculinidad, que se constituyó en hegemónico, funcionó como elemento articulador de relaciones sociales y laborales en la fábrica y, a partir del cual, los marinos convocaron al colectivo obrero a conformar una tropa bajo su mando: la masculinidad bélica o militar.15

Raewyn Connell sostiene que es necesario pensar la hegemonía como un proyecto y no como algo acabado, es decir, un proyecto colectivo de hombres poderosos que despliegan sus privilegios de raza, clase y sexualidad, que promueven la solidaridad con otros sectores de poder, y que buscan construir una jerarquía entre una multiplicidad de masculinidades que interactúan entre sí y con las mujeres (Connell, 2020).16 Como tales, encuentran sus raíces en la construcción social e histórica de roles y modelos de ser hombre, reconocidos por la comunidad en que se desarrollan, formados por la tradición y el sistema político, y aprendidos en los principales entornos socializadores, como son la familia, los grupos de iguales, la escuela, los ámbitos productivos o los medios de comunicación, y la conscripción.

En el caso aquí observado, esta construcción fue complementada por dos operaciones discursivas. Por un lado, la feminización de aquellos operarios que se mostrasen reticentes a soportar las condiciones de producción o que exigieran medidas de cuidado y seguridad, de modo tal que este colectivo naturalizó condiciones de producción inadecuadas y en extremo peligrosas en un marco de sociabilidad que les exigía permanentes muestras de valentía, asimiladas a la hombría. De este modo, la masculinización del espacio productivo requería una particular disposición sacrificial (Barragán, 2021). Por otro, equipararon el trabajo naval al cumplimiento de una misión de estatuto superior en el devenir de la nación, de manera que el “hacer barcos” redundaba en un compromiso con el desarrollo del país. De este modo, el orden industrial que buscaron construir los oficiales de la ARA contempló esquemas disciplinares que buscaban asimilar el comportamiento de los obreros en los talleres al de una tripulación de a bordo de un buque de guerra. Así, al convocarlos para una tarea cuyo desarrollo se cargaba de nociones de heroicidad, la tarea de construir el destino nacional era presentada como un compromiso compartido por marinos y obreros. Con estas palabras el presidente de la empresa Capitán de Navío Enrique Carranza17 anunciaba la botadura de un barco en el año 1971:

… había querido realizar la ceremonia en la intimidad para compartirla en forma más directa con la gente del astillero sin distinción de jerarquías y decirles de viva voz, cuánto apreciamos el esfuerzo, el entusiasmo y en algunos casos el sacrificio que pone en nuestra obra común de construir buques y bienes de capital que requiere la Nación para su desarrollo y su independencia económica…. (Revista Marina, 1971, p. 14).18

Tal inscripción ofrecía un camino de diferenciación respecto del modelo de masculinidad doméstica predominante entre estos trabajadores, orientada al predominio en el ámbito privado y encarnada en la figura del “jefe” de familia (Cosse, 2019).19 Como contrapartida, los marinos se arrogaban el rol de forjadores de la pericia profesional, eje de los atributos de virilidad de la clase trabajadora, y, por ende, del valor social de estos operarios. La capacidad de alcanzar el estatus de hombres proveedores resultaba inalienable de la valoración técnica de sus oficios, de modo tal que los oficiales a cargo de la empresa enlazaron las expectativas sociales a cumplir por estos varones con su compromiso con el desempeño del astillero y con la prosperidad nacional.

La apelación a la capacidad de sacrificio de los hombres trabajadores de AFNE, ante las adversidades productivas y económicas que afrontó el astillero en diferentes coyunturas, compuso parte destacada de la discursividad de la dirección. Tales argumentaciones conjugaron las formas del compromiso obrero y fueron presentadas como equivalentes a nociones de valor, tenacidad, hombría e identidad con lo nacional:

…personalmente afirmé al Señor Presidente que los hombres de AFNE no se dejarán abatir por las contrariedades ni vencer por los inconvenientes y sacrificios que debieran soportar; y que llegado el momento estarían en condiciones de cumplir sus compromisos. No fue tarea fácil mantener el espíritu y la fe en los hombres cuando las soluciones demoraban en llegar. El personal, especialmente el más afectado, la masa obrera, soportó consecuentemente y con paciencia dificultades económicas, creyó y siguió trabajando con redoblado esfuerzo; solo unos pocos desertaron… (Revista Marina, diciembre de 1971, p. 15).

El lenguaje bélico determinaba el carácter del esfuerzo requerido por los marinos y articulaba una cotidianidad fabril en torno al requerimiento de fortaleza física para operar maquinarias, desarrollar tareas y oficios de alta complejidad en condiciones riesgosas y en marco de jornadas extenuantes. Tales exigencias fueron orientadas subjetivamente por los oficiales de la ARA a cualidades presentadas como propias de cierto tipo de masculinidad, encarnada por varones jóvenes y adultos, pero que buscaron enaltecer a partir de imprimirles un conjunto de referencias guerreras.20 Inscribir la producción de barcos y de bienes en las necesidades de la nación fue confluyente con representaciones y valores que en la cultura obrera revestían a los varones de prestigio y consideración entre sus pares: la destreza y especialización en oficios o en una actividad, los altos salarios y, por ende, la posibilidad de llevar adelante con solvencia el rol de proveedores del hogar.21 A partir de estos eslabones, los marinos enlazaron una discursividad imbuida de nociones combatientes y plagadas de referencias marciales, que convocaba a los operarios a apartarse de los objetivos de la domesticidad para sumarse a objetivos de estatuto mayor, la construcción de los destinos de la nación.

Consideraciones finales

Este artículo propuso incorporar una perspectiva de análisis generizada al estudio de los discursos de oficiales superiores de la Armada Argentina y su proyección en un contexto situado, el Astillero Río Santiago, a lo largo de una temporalidad que comprende los años 1953-1973. Su principal esfuerzo analítico estuvo orientado a someter un conjunto de fuentes documentales a una mirada novedosa en el campo de los estudios de la represión, la reflexión sobre las masculinidades. La dimensión de abordaje desarrollada buscó comprender las asimetrías en las relaciones entre varones, mediadas institucionalmente y desplegadas en un ámbito productivo, a partir de la consideración de una discursividad marcial que establecía jerarquizaciones, regulaciones y disciplinas, funcionales a una subjetividad militar y al ejercicio de un tipo de masculinidad, organizada en torno a atributos guerreros y a la distinción respecto de los hombres comunes. La visibilización de masculinidades adheridas a lo bélico y la convocatoria de los marinos a los obreros en tanto varones combatientes, enrolados en la construcción no solo de barcos sino del futuro de la nación, encontró carnadura, por un lado, en la legitimidad y el prestigio social de las “capacidades guerreras” entre los varones y, por otra, en la persistencia de valor positivo en las formas físicas de la masculinidad.

De este modo, en el caso aquí revisado, ambos colectivos, obrero y militar, participaron de distintas maneras de expresiones de las masculinidades hegemónicas, es decir, ambos participaron de sus privilegios, con mayor proyección al mundo privado los primeros y a una escena social y política convulsionada los segundos. La construcción de una relación jerárquica entre estos varones no responde a un esquema de subalternidad sino, por el contrario, a una construcción simbólica que permitía a los oficiales de la ARA inscribir sus masculinidades en un conjunto de representaciones que les reservaba un estatuto superior en el destino nacional. La convocatoria de los marinos a incorporarse a dicha misión implicaba para el colectivo obrero la aceptación de dinámicas de obediencia y subordinación de tono marcial, constituirse en tanto tropa.

Tal convocatoria eclosionaría ante el conflicto de clase y político propio de los primeros años de la década de 1970. A partir del año 1973 los obreros más jóvenes del astillero y sus representantes sindicales cuestionaron el régimen de autoridad construido a lo largo de tres décadas. La renovación del cuerpo de delegados y representantes sindicales se inscribió en el proceso de profundización de la confrontación entre capital y trabajo, pero también en una dinámica de conflictividad política que buscaba revisar el orden social en su conjunto. El incremento de la violencia política y el advenimiento del terrorismo de Estado clausuró tales experiencias apenas un bienio después.

Finalmente, es menester señalar que el interés que guio estas indagaciones procura avanzar en el conocimiento de las representaciones y repertorios presentes en la fuerza de mar durante un período de construcción de poder social y político por parte de esta institución. Los resultados presentados y la revisión analítica propuesta sobre los estudios de las masculinidades a escala local pretenden aportar también a la configuración de un objetivo de mayor alcance, la construcción de una perspectiva que propenda a revisitar problemas tradicionales de la historiografía y las ciencias sociales como son la autonomía de las FFAA, su participación en la gestión del Estado y en la represión, a partir de una mirada generizada que contemple la producción social de masculinidades en perspectiva histórica.

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Notas

1 Pese al creciente interés de la historiografía por esta fuerza, no contamos aún con una historia integral sobre la estructura represiva de la ARA durante las décadas de 1970 y 1980. La mayor parte de los estudios disponibles se concentran en el funcionamiento del CCD que tuvo sede en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) en la ciudad de Buenos Aires. Ver, entre otros, Confino y Franco (2021), Fernández Barrio (2021), San Julián (2017), Feld (2014, 2019), Feld y Franco (2019) y Calveiro (1998). Respecto de estudios que indaguen sobre los desempeños represivos de la ARA en otras regiones del país ver, Barragán y Portos (2021), Barragán e Iturralde (2019), Barragán (2018), Montero (2016) y Barragán y Zapata (2015).
2 Durante el proceso de consolidación y auge de la industrialización por sustitución de importaciones (1930-1975) las FFAA participaron de la creación y gestión de empresas públicas orientadas a satisfacer las necesidades devenidas de la defensa, y también del desarrollo industrial estratégico. Tales emprendimientos respondieron a requerimientos de organismos estatales y en ocasiones estuvieron dirigidos a la promoción y desarrollo de nuevas ramas industriales (Rougier, 2015).
3 Por el contrario, la perspectiva de género ocupa un lugar destacado en los estudios antropológicos que problematizan la inscripción de los agentes de las FFAA y de seguridad en la vida democrática iniciada en 1983 y hasta la actualidad, en especial respecto de los procesos de incorporación de mujeres en sus planteles. Por cuestiones de extensión resulta imposible presentar de forma exhaustiva un conjunto de investigaciones que merecen ser comentadas con consideración de sus singularidades temáticas y analíticas. Ofrecemos solo algunas referencias: los trabajos de Badaró (2009); Calandrón (2014); Frederic (2013 y 2020) y Sirimarco (2004).
4 En las dos últimas décadas, a escala regional, se multiplicaron los ámbitos institucionales implicados en las cuestiones atinentes a las masculinidades, se afianzaron encuentros y redes de investigadores e investigadoras y, muchos de sus hallazgos, se volcaron a intervenciones sociales, al diseño de políticas públicas y la construcción de herramientas jurídicas (Olavarría, 2020). Algunas experiencias en Argentina son abordadas en Fabbri (2021).
5 El campo de estudios de las masculinidades en la Argentina es más joven que en otros países de la región, sin embargo, evidencia una destacada vastedad temática. A fin de brindar algunos ejemplos, que no logran alcanzar tal diversidad de intereses, mencionaremos los consumos sexuales de varones jóvenes (Morcillo, Martynowskyj y De Stéfano Barbero, 2020 y 2021); la relación con los movimientos de mujeres y feminismos (Jones y Blanco, 2021); la relación con las tecnologías (Palermo, 2018); los consumos problemáticos de drogas (Camarotti, Jones y Dulbecco, 2020); el deporte y los sistemas educativos (Fuentes, 2021); las organizaciones de hombres y las participaciones políticas (Fabbri, 2021) y la violencia de género (De Stéfano Barbero, 2021).
6 El período económico inaugurado en la década de 1990 cuenta con cuantiosos estudios antropológicos sobre el mundo del trabajo que consideran la cuestión de las masculinidades. Estas indagaciones, a partir de estudios de casos, contemplan problemáticas tales como los conflictos laborales en el marco de un proceso de retracción del poder sindical, la consolidación de las disciplinas fabriles y la articulación de políticas empresariales con políticas estructurales neoliberales. Ver, entre otros, Palermo (2015 y 2018), Del Águila (2015), Palermo y Salazar (2016).
7 Agradezco las lecturas y recomendaciones realizadas por lxs evaluadorxs externos de la revista, que permitieron una mejora sustantiva de este trabajo. También los comprometidos comentarios de Micaela Iturralde y Joan Portos. Por su parte, tanto las conclusiones como las posibles imprecisiones son de mi exclusiva responsabilidad.
8 Seguimos también las reflexiones de Raewyn Connell respecto de las limitaciones del concepto de masculinidad hegemónica por ella esgrimido. La autora considera que una dificultad a la hora de construir explicaciones que superen las visiones estáticas de la masculinidad y que no consideren la hegemonía de un modelo como absoluta deviene en parte de las dinámicas globales de producción de conocimiento. Así, las producciones académicas de la periferia muchas veces relegaron la consideración de las realidades locales a la hora de implementar conceptualizaciones producidas en el norte global (Connell, 2020).
9 El marino detallaba algunas de las expresiones a partir de las cuales los oficiales alcanzaban una conducta distintiva: “Hacer culto de la Patria, el valor, la caballerosidad, la responsabilidad, la educación militar y marinera y del sostenimiento de ideales superiores” (Boletín del Centro Naval, 1954, p. 401).
10 La conferencia fue publicada en el Boletín del Centro Naval del año1956.
11 El escrito organiza los factores que hacen a la tarea de conducir: “1. La disciplina; 2. El conocimiento del personal; 3. La distribución orgánica y funcional del personal; 4. El bienestar y moral del personal; 5. La educación y el adiestramiento del personal; 6. El prestigio del superior” (1964, p. 58).
12 Estas referencias no agotan el caudal de memorias y relatos disponible sobre la fuerza de mar, cuyo carácter lejos se encuentra de presentar rasgos homogéneos. Esta literatura cuenta con escasas revisiones historiográficas.
13 Gastón Benedetti considera que el auge productivo del ARS se ubica entre los años 1968-1983, dado que, en la etapa previa, la expansión se encontró condicionada por la ausencia de demanda de buques (2021). Para ver las acciones de la oficialidad de la ARA respecto de la ausencia de una demanda seriada de unidades navales, ver Barragán (2020). En esta etapa, la dirección de la empresa alternó elementos de fuerte paternalismo con un acérrimo control del espacio y de la circulación de los obreros. Escapaba a este esquema de control la tarea productiva, dada la autonomía que otorgaba a los obreros el sistema de oficios. Sobre los procesos de construcción de un mercado interno de trabajo, la autonomización del sistema de oficios y los procesos de control y disciplinamiento productivos, ver Barragán (2021).
14 La “ausencia" femenina en la gran industria local presenta en la actualidad importantes cuestionamientos de base empírica que contradicen el unicato masculino (Lobato, 2001). Sin embargo, la presencia de trabajadoras mujeres en grandes industrias dinámicas y su inscripción en relaciones sociolaborales y órdenes productivos orientados funcionalmente hacia la labor de varones cualificados presenta aún abordajes incipientes. Precisamente, fue durante la década de 1970 que se extendieron los hogares que contaban con dos ingresos a partir de la incorporación de mujeres al mercado de trabajo (Seid y Gómez Rojas, 2021). Sobre las dinámicas del mercado de trabajo y la configuración de profesiones y trabajos feminizados ver los trabajos de Inés Pérez, Romina Cutuli, Débora Garazi y Santiago Canevaro (2018).
15 Verónica Perera analiza la masculinidad hegemónica contemporánea al conflicto del Atlántico Sur a partir de lo que denomina “belicosidad heroica”. La autora, siguiendo las indagaciones de Luis Bonino, señala que este modelo no alude exclusivamente a la guerra y el universo militar, sino que, por el contrario, en tanto ideal regulatorio de un horizonte de experiencias, se actualizaba a partir de la extrema valoración del honor personal, la excepcionalidad épica, la inhibición del miedo y del dolor, la subordinación y el sometimiento (2022, p. 4).
16 Seguiremos en este trabajo las reflexiones de Hernando Muñoz sobre la necesidad de pensar la existencia de masculinidades hegemónicas, también en plural, de acuerdo con la realidad social, de manera de contemplar la existencia de masculinidades hegemónicas locales en un mundo global poblado diversamente (2020, p. 102). Dicha construcción, profundamente cultural, es incorporada subjetivamente por varones y mujeres, de modo tal que regula las relaciones entre los géneros y orienta las experiencias de ser hombre (Muñoz, 2020).
17 El Capitán Enrique Carranza egresó de la carrera naval en el año 1931, tuvo un desempeño destacado y recibió el premio Almirante Brown. En el año 1956 alcanzó al rango de Capitán de Navío y fue nombrado Jefe del Arsenal de Puerto Belgrano. Se desempeñó como intendente de la Ciudad de La Plata en el período comprendido entre el 27 de mayo de 1957 y el 1° de mayo de 1958. En el año 1960 ingreso a la empresa AFNE con el cargo de Vicepresidente y desde el año 1963 fue su Presidente hasta el año 1976 en que el Directorio aceptó su renuncia (Revista Marina, 1976, p. 13).
18 En otra oportunidad, ante las dificultades devenidas de la interrupción de órdenes de trabajo, Carranza expresaba: “Esa es la penosa situación a que la falta de planes de construcción nos ha llevado para poder subsistir, para mantener un plantel de personal valioso, que ha costado mucho esfuerzo, mucha voluntad y dedicación para formarlo y que no se puede perder, por interés de la empresa, pero sobre todo por interés nacional, porque el día de mañana sería muy difícil de remplazar” (El Día, 11 diciembre 1966, tapa). La intervención del director del astillero revalidaba la calidad profesional de los hombres también en términos sacrificiales: “Esos hombres hábiles, esos profesionales, técnicos y obreros altamente especializados (…) han debido y han tenido comprensión para posponer sus sueños de grandes obras para los que se habían preparado, resignándose a realizar trabajos de importancia secundaria, descuidando su técnica, olvidando sus conocimientos profesionales y hasta perdiendo su habilidad manual” (El Día, 11 de diciembre de 1966, tapa).
19 Dejamos fuera de nuestro análisis, a partir de la temporalidad construida para este estudio, la consideración del surgimiento de otros modelos de masculinidad que, en el contexto de politización de las juventudes, cuestionaron fuertemente la pauta de domesticidad. Nos referimos a aquellos modelos que la historiadora Isabella Cosse denomina de masculinidad o virilidad “guerrillera”, presentes en las organizaciones políticas de la izquierda peronista y marxistas –ya sea en expresiones partidarias y/o armadas– orientados al cuestionamiento a la jefatura masculina de la familia “burguesa” o clase media de la Argentina, y que reivindicaron un modelo de “hombre nuevo” que, sin embargo, retomó ideales guerreros de valentía, a partir de la naturalización de la posibilidad de morir en la lucha política, entre otras dimensiones de la subjetividad revolucionaria (2019, p. 12).
20 Los trabajadores asimilaban las maneras de dirigirse de los marinos al trato que históricamente se propinó a los conscriptos o “colimbas” –los que corren, limpian y barren– en los cuarteles. Un delegado sindical nos indicaba a este respecto: "si trabajabas con un oficial, no le podías faltar el respeto al oficial, era régimen militar, todos los milicos tenían en el astillero ese perfil" (Barragán, 2021, p. 95).
21 En ocasión de la botadura del barco “Ciudad de Ensenada”, el Vicealmirante Federico Larrinaga aseveraba: “Es una manera de hacer patria, hoy es una manera privilegiada cuando la nación está reaccionando vigorosamente para ganar el mar” (Revista Marina, 1977, p. 10).

Recepción: 04 Abril 2022

Aprobación: 11 Octubre 2022

Publicación: 02 Mayo 2023

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