Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 23, nº 1, e185, mayo - octubre 2023. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Artículos

La política de las revistas literarias. Izquierda y peronismo en El Escarabajo de Oro de los años setenta

Cecilia Gascó

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina
Cita recomendada: Gascó, C. (2023). La política de las revistas literarias. Izquierda y peronismo en El Escarabajo de Oro de los años setenta. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 23(1), e185. https://doi.org/10.24215/2314257Xe185

Resumen: El artículo propone un análisis de la revista El escarabajo de Oro entre 1970 y 1974. Creada en 1961 por Abelardo Castillo, interrumpió sus ediciones en 1969 y las retomó en noviembre de 1970, presentando ese número como el retorno de una “revista desaparecida” que se aprestaba a encarar la nueva etapa con un impulso renovado. Foco de los debates literarios de los sesenta, continuó defendiendo la irreductibilidad del arte en los primeros años setenta, pero no eludió las discusiones y los dilemas que se planteaban en un contexto social y político convulsionado por los proyectos revolucionarios y el regreso del peronismo al poder. Centrándonos en ese ciclo de la publicación, que tuvo su fin en 1974 por decisión de sus integrantes, el trabajo analiza la visión sobre el peronismo que tenían el grupo editor y sus colaboradores, autoidentificados como “intelectuales de izquierda”. A través del estudio de editoriales, artículos y debates publicados se indaga sobre el lugar que atribuyeron al movimiento peronista en el escenario político del período y, específicamente, a qué sectores denominaron y caracterizaron como “izquierda peronista”.

Palabras clave: Peronismo, Izquierda, Revistas político-culturales, Años setenta, El Escarabajo de Oro.

The politics of literary magazines. Left and Peronism in El Escarabajo de Oro of the seventies

Abstract: The article proposes an analysis of the magazine El Escarabajo de Oro between 1970 and 1974. Created in 1961 by Abelardo Castillo, it interrupted its editions in 1969 and resumed them in November 1970, presenting that number as the return of a "disappeared magazine" that was preparing to face the new period with a renewed impulse. Focus of the literary debates of the sixties, it continued to defend the irreducibility of art in the early seventies but did not avoid the discussions and dilemmas in a social and political context convulsed by revolutionary projects and the return of Peronism to power. Focusing on that publication cycle, which ended in 1974 by decision of its members, the paper analyzes the vision of Peronism held by the publishing group and its collaborators, self-identified as "left-wing intellectuals". Through the study of published editorials, articles and debates, the rol they attributed to the Peronist movement in the political scene of the period and, specifically, what sectors they called and characterized as "Peronist left" is investigated.

Keywords: Peronism, Left, Political and cultural magazines, Seventies, El Escarabajo de Oro.

Introducción

Los años sesenta fueron prolíficos en la publicación de revistas literarias y político-culturales en la Argentina y en América Latina. Desde fines de esa misma década comenzaron a realizarse estudios críticos que se propusieron reseñarlas y articular los primeros análisis, considerando las publicaciones periódicas como objetos centrales para comprender una época y construir una historia cultural atenta no sólo a los textos que circulaban en sus páginas sino también a las relaciones, grupos y redes que se tramaban alrededor y a través de ellas, y que fueron configurando el mundo político-intelectual de aquellos años.

A partir de trabajos pioneros, como Las revistas literarias argentinas (1893-1967) de Héctor Lafleur, Fernando Alonso y Sergio Provenzano, publicado en 1968, y los primeros artículos de Jorge B. Rivera en Los Libros y en sus participaciones en las diferentes colecciones del Centro Editor de América Latina (CEAL),1 el estudio sobre revistas argentinas fue ampliándose y se ha convertido en uno de los campos más dinámicos de los últimos años, enriquecido con enfoques provenientes de las ciencias sociales, la historia y la literatura, y apuntando siempre a un abordaje transdisciplinar. Desde estas perspectivas, las revistas son consideradas objetos culturales fundamentales para estudiar tradiciones ideológicas (Quattrocci-Woisson y Girbal-Blacha, 1999) y como modalidades de intervención colectivas que se constituyen en documentos privilegiados para la historia intelectual porque permiten armar un mapa de las costumbres, ideas, redes y relaciones de convergencia y tensión que articulan la vida cultural y la política de una época (Pluet Despatin, 1992; Sarlo, 1992).

En sus estudios sobre América Latina, Fernanda Beigel (2003) y Claudia Gilman (1999, 2003) identifican las publicaciones político-culturales de los sesenta y setenta como las formas de intervención discursiva preponderantes en la región, promotoras de textos y posicionamientos ideológicos y configuradoras de una comunidad intelectual continental. Según Gilman, “la densa red” de revistas fue uno de los productos más característicos del período, un tejido que contribuyó a la construcción discursiva del concepto “Latinoamérica” y de los escritores como sujetos políticos, que ratificaron su condición de intelectuales al poner su palabra en la dimensión pública. Para Beigel, actuaron como “textos colectivos”, puntos de encuentro entre trayectorias individuales y proyectos grupales que originaron prácticas y espacios para la circulación de voces diversas, por lo cual asumieron un rol primordial en lo que la autora considera la “modernización latinoamericana”.

Los trabajos más recientes refuerzan la idea de las revistas como objetos múltiples que conjugan aspectos materiales, formas de organización colectiva y voluntad programática, por lo que señalan la importancia de analizar su materialidad, las dimensiones gráficas que constituyen la política editorial tanto como el contenido de los textos (Delgado y Rogers, 2014, 2016, 2019; Tarcus, 2020).

Considerando estas conceptualizaciones y líneas de estudio, este trabajo propone un análisis de El Escarabajo de Oro (a partir de ahora El Escarabajo) entre 1970 y 1974. Fundada en 1961 por el escritor Abelardo Castillo y cerrada por decisión de sus integrantes en 1974, fue una de las revistas más importantes de los sesenta, por los temas que abordó, los debates que inició, las figuras que convocó y la extensión temporal que alcanzó. Sin embargo, existen pocos trabajos dedicados a su estudio; especialmente, se advierte esta escasez en relación con la última etapa de los años setenta (Saítta, 2016).

Uno de los abordajes integrales que reúne diversos aportes es Animales fabulosos. Las revistas de Abelardo Castillo, fruto del trabajo colectivo dirigido por Elisa Calabrese y Aymará de Llano con sede en la Universidad Nacional de Mar del Plata (2006). Los capítulos proponen análisis de los distintos temas y géneros presentes en las tres revistas, El Grillo de Papel (1959-1960), El Escarabajo de Oro (1961-1974) y El Ornitorrinco (1977-1986), consideradas partes del continuum del “proyecto cultural alternativo” liderado por Castillo entre 1959 y 1986, con Liliana Heker como su otra protagonista central. Hay también artículos, provenientes principalmente de la crítica o la historia literarias, que se han ocupado de estudiar subtemas o relevar el tratamiento de hechos o figuras en alguna de las tres publicaciones: la polémica entre David Viñas y Julio Cortázar, reproducida en el número 46 de El Escarabajo de junio de 1973 (Blanco, 2018), el imaginario socio-sexual y las situaciones de tensión e incomodidad alrededor del rol de la mujer y el feminismo que se pueden advertir en la lectura de algunos textos e intervenciones (Diz, 2018a, 2018b), la preocupación por definir qué es la poesía y cuál la función del poeta (Blanco, 2006), la relevancia otorgada a la publicación de cuentos (Gallone, 1999) y la identificación de las prácticas de lectura que proponían para estimular la participación de los lectores (Gallone, 1999; Baez Damiano, 2019).

Acerca de las relaciones con la política, Grande Cobián identifica en los primeros años de las revistas de Castillo, entre 1961 y 1964, un programa político conducido por un grupo de “intelectuales de izquierda de la pequeña burguesía”, crítico de la conducción del Partido Comunista argentino (PCA) y articulado alrededor de la defensa de la Revolución Cubana y la adhesión a la idea de “compromiso” sartreana (2004a). La cuestión del “compromiso” de los intelectuales aparece como eje central, tanto en la autoidentificación del mismo Castillo, lector y admirador de Jean-Paul Sartre, como en los estudios sobre sus revistas o su trayectoria literaria y política (Montenegro, 2017). Caracterizado por Gilman como un “concepto paraguas” que definió la actividad y el perfil de los intelectuales latinoamericanos hasta 1968, fue considerado como imperativo estético y político por quienes participaron de El Grillo de Papel y El Escarabajo, que asumieron un compromiso que entendía la literatura como una práctica vinculada a los procesos históricos pero irreductible a ellos, pues sólo debía responder a la necesidad de belleza (Bonano, 2007).

Eduardo Romano, que publicó poemas en El Escarabajo,2 fue uno de los primeros en postular un análisis crítico de las que identificó como “revistas del compromiso sartreano” (1986). Con un discurso que descalificaba la estética del realismo socialista y cercano al revisionismo europeo antiestalinista, estas publicaciones se pronunciaban con un “no rotundo” a la literatura panfletaria, bajo la premisa de la supremacía de la calidad estética. Así, Castillo declaraba en el editorial del primer número de El Grillo de Papel, en octubre de 1959, que “la belleza, la única, la auténtica, siempre es revolucionaria”, y esa línea siguió luego El Escarabajo, su clara continuadora según Romano. El diálogo con Cortázar y la publicación de su producción literaria y de sus manifestaciones políticas fue otra de las características de las publicaciones de Castillo. Cortázar fue “escritor faro” para el grupo editor e interlocutor privilegiado sobre las cuestiones que animaron los debates de la época (Blanco, 2018).

La adhesión al “compromiso sartreano” y a la Revolución Cubana, el latinoamericanismo, la primacía de los valores estéticos por sobre la política partidaria, la relación literatura-intelectuales-política, la defensa de la libertad de expresión y la denuncia contra la censura y la autocensura fueron los temas centrales que pusieron en escena especialmente El Grillo de Papel y El Escarabajo. El Ornitorrinco se publicó durante la última dictadura y luego en los primeros años de la democracia, bajo condiciones de producción y circulación que la diferenciaron de las otras dos revistas (Iglesias, 2019).

Según Sylvia Saítta, las tres revistas constituyen un objeto raro y poco estudiado de la crítica académica, aun cuando forjaron un proyecto que duró 25 años, atravesó períodos significativos de la historia argentina y dio lugar a escritores, críticos y polémicas en una etapa rica en debates estéticos e ideológicos. Además de aventurar algunas hipótesis sobre este vacío y el desinterés en abordarlas, Saítta señala que El Escarabajo fue la revista más importante de Castillo, caja de resonancia de las principales polémicas sobre arte y política que atravesaron los años sesenta (2016). Precisamente, los trabajos reseñados arriba presentan análisis de las ediciones de esa década, pero casi no hay estudios referidos a la última etapa de la revista iniciada en 1970, luego de un año sin salir.

Este artículo propone analizar ese relanzamiento de El Escarabajo, atravesado por acontecimientos que convulsionaron el escenario político y social de la Argentina y dieron marco a su regreso con un impulso renovado, porque “si la realidad cambia, nosotros también” (Heker, El Escarabajo de Oro n° 41, 1970, p. 2). El número 41 que inauguró esa renovación apareció en noviembre de 1970, meses después del secuestro y ejecución de Aramburu que selló la presentación pública de Montoneros, y el número final salió en septiembre de 1974, cuando el equilibrio de poder dentro del gobierno de Isabel Perón y en el peronismo se inclinaba definitivamente hacia la derecha del movimiento.3 Si bien la revista volvía a proclamar en esta nueva etapa la importancia de los principios estéticos y la primacía del arte, se manifestó activamente sobre las cuestiones políticas centrales de aquellos años. Con sus editoriales, las figuras y los textos que publicaba, y los debates que no sólo no eludía, sino que convocaba y reproducía luego en sus páginas, El Escarabajo y su grupo editor establecieron sus posiciones políticas e ideológicas y analizaron las alternativas que se presentaban en el país en el contexto dinámico de un ciclo atravesado por los proyectos revolucionarios, el regreso del peronismo al poder y el posterior declive de las expectativas que unos y otro habían promovido.

Autoidentificados como “intelectuales de izquierda”, Castillo, Heker y otros integrantes de la revista definen y analizan el peronismo y sus corrientes internas. En los distintos tipos de textos de los ocho números editados entre 1970 y 1974 pueden encontrarse referencias a la “izquierda peronista”, a la “derecha” y a la posición que asumen o deberían asumir los intelectuales con relación a la posibilidad de un casi seguro triunfo peronista en las elecciones nacionales de 1973 y al proceso revolucionario abierto.

Al analizar las definiciones nativas y analíticas de “izquierda peronista”, Acha, Campos, Caruso y Vigo (2017) lo consideran como un concepto emergente durante el proceso de reformulación de las identidades políticas e ideológicas ocurrido durante los sesenta y setenta. Los autores invitan a estudiar sus usos y representaciones, y a identificar a quién designa y qué tensiones permite advertir al interior del peronismo. De acuerdo con Friedemann (2018), la definición de “izquierda peronista” remite a una articulación entre marxismo y peronismo, por lo cual un análisis sobre usos y sentidos constituye un objeto de estudio tanto de la historia de las izquierdas como de la historia del peronismo y requiere de una perspectiva historiográfica atenta a la relación entre fenómenos locales y procesos ideológicos transnacionales. En línea con estos análisis, el artículo trata no sólo de caracterizar la etapa renovada y última de El Escarabajo, sino que también propone, desde el cruce entre la historia reciente, el enfoque de la historia intelectual y los estudios sobre peronismo, un análisis sobre el uso de la expresión “izquierda peronista” por parte de actores que animaron una de las empresas culturales desde donde se irradiaron debates centrales del período. Para ello, se analizarán en los apartados siguientes las características textuales y materiales de la revista en su nueva etapa iniciada en 1970, los editoriales de Castillo y un debate realizado entre los integrantes del staff y colaboradores sobre la relación de los intelectuales con el peronismo.

Una nueva etapa para los años setenta

En el número 40 de El Escarabajo, de octubre de 1969, nada anunciaba una interrupción o discontinuidad en las ediciones. De acuerdo con los testimonios posteriores de sus responsables, el corte pudo deberse en gran parte a dificultades financieras que, ya desde 1965, impedían que se mantuviera la frecuencia de salida bimensual, tal como era el objetivo del grupo editor. Las únicas fuentes de sustento de la revista eran la suscripción de sus lectores y la venta de espacios publicitarios a editoriales (Heker, 2007; Calabrese, 2005 y 2006).

Respecto del regreso un año después, señala Saítta que el n° 41 de noviembre de 1970 dio inicio al último round, porque El Escarabajo volvía “para dar una pelea: la de proclamar que una revista literaria todavía era posible aun cuando la postura mayoritaria de los escritores sostenía que había que renunciar a la literatura para pasar a la acción” (2016, p. 8). La segunda etapa de El Escarabajo se desarrolló entre noviembre de 1970 y septiembre de 1974, período en el que publicó ocho números, del 41 al 48, con una frecuencia de aparición que oscilaba entre los cinco y seis meses, con un promedio de 25 páginas en cada edición y una tirada que llegó a los 5.000 ejemplares (Heker, 2007). El diseño de tapa del relanzamiento anunciaba la vuelta con una franja en el margen superior derecho, superpuesta al título, que destacaba: “Volvió”. Para los números siguientes se mantuvo el esquema general de portada de la etapa anterior: las mismas letras para su nombre, que iban variando de color con cada edición, acompañado de una foto o ilustración central y de las referencias a notas o figuras que incluían los artículos del interior. Si bien en el número del retorno el epígrafe bajo el nombre fue “Nada de lo que actualmente sucede tiene la menor importancia”, tomado de Oscar Wilde, a partir del número siguiente retomaron la consigna de Friedrich Nietzsche “Di tu palabra, y rómpete”, lema que aparecía impreso debajo del título desde el número 13, de mayo de 1962.

La propuesta de una revista puede ser analizada no sólo por lo que dicen sus textos sino también por su materialidad, plasmada en el diseño gráfico o en la distribución interior de sus notas, y por el vínculo que promueve con su exterior, reflejado en la inclusión de unas figuras y la denostación de otras o en los guiños y sobreentendidos con que interpela a sus lectores. Se trata de la política de una revista, entendida como la disposición de un conjunto de elementos que caracterizan y definen la identidad de la publicación.

Diversos trabajos que analizan El Escarabajo coinciden en señalar la propuesta de un pacto de lectura que incluía el humor, la ironía y el tono jocoso, tanto para abordar las cuestiones estrictamente literarias como para realizar comentarios políticos (de Llano, 2006; Gallone, 1999). Ese tono contestatario, como lo define Aymará de Llano, atravesaba la revista, pero se plasmaba especialmente en secciones fijas, como “Grillerías” y “Citas citables”, en las que, mediante referencias a frases o declaraciones, se ironizaba sobre temas de actualidad o se aludía a situaciones propias del mundillo literario.

Como ya mencionamos, en las páginas de la revista se dedicaron importantes espacios a los debates de los sesenta y primeros setenta: la Revolución Cubana, los proyectos políticos emancipatorios de América Latina, la emergencia de una “Nueva izquierda”, el rol de los intelectuales y la relación entre política, ideología y literatura. Asimismo, las notas, reportajes o publicación de textos literarios y cartas giraban en torno a las figuras de Sartre, Cortázar, Ernesto Guevara, Ernesto Sabato, David Viñas y las de la dupla directiva: Castillo y Heker. Ellos dos eran, además, los responsables de los editoriales de cada número, no escribiendo en conjunto sino alternando la autoría. El staff de la segunda etapa estaba integrado por los escritores Víctor García Robles, Bernardo Jobson, Amílcar Romero, Sylvia Iparraguirre y Felipe Lafforgue. También contaban con un grupo de colaboradores permanentes; entre ellos, Haroldo Conti, Beatriz Guido, Marta Lynch, Lautaro Murúa, Dalmiro Sáenz y Armando Tejada Gómez. A ellos se sumaban colaboradores latinoamericanos, como Nicanor Parra de Chile, el poeta cubano Roberto Fernández Retamar y Carlos Fuentes de México, junto a otros que remitían sus aportes desde diferentes países, como España, Israel, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Suecia.

La identidad de El Escarabajo estaba definida por el entrelazamiento de diversos elementos. Desde los tipos de géneros textuales, las figuras y obras mencionados y los procesos políticos analizados hasta el diseño gráfico, las ilustraciones y las publicidades respondían a una lógica que establecía un “nosotros”, literario y político, que identificaba al núcleo editor.4

Siguiendo a Pluet Despatin (1992), entendemos una revista como expresión de un grupo, como un espacio de confluencia de trayectorias. En un sentido similar lo planteó Heker en el editorial del número 41: “Una revista es el grupo de escritores que la hace”. En el caso de El Escarabajo todos sus integrantes y colaboradores eran escritores; algunos, además, mantenían un compromiso político público aunque no pertenecieran a un partido u organización de modo orgánico.5

El diseño gráfico y las ilustraciones eran elementos importantes que guiaban la lectura y anclaban ideas o referencias mencionadas en los artículos (Baez Damiano, 2019; Gallone, 1999). Entre los géneros más frecuentes sobresalían las entrevistas a escritores, junto a cuentos y poemas, y el editorial fue el espacio privilegiado para los análisis políticos sobre las urgencias del presente que escribía Castillo. Las publicidades estaban asociadas al mundo literario del grupo editor y su entorno: en todos los números aparecían avisos de editoriales como Ediciones de la Flor, Sudamericana, Losada, CEAL y Minotauro, que publicitaban libros de los miembros de la revista, de colaboradores o de otros escritores asiduamente mencionados, como Sabato y Cortázar. También salían avisos para adherir a la suscripción de otras publicaciones, como la cubana Casa de las Américas, o Hispamérica, publicada en Estados Unidos desde 1972 por Saúl Sosnowski y dedicada a la literatura del continente. Se sumaban, además, los anuncios de librerías porteñas como Lorreins (sic) y Norte, y el quiosco del Teatro San Martín, en donde se podían comprar El Escarabajo o adquirir números atrasados.

En el cruce de todos estos elementos se advierte un entramado discursivo que daba identidad a la revista. A través de ellos puede reconocerse una práctica editorial que privilegiaba la calidad literaria pero no eludía el análisis político sobre aquel presente convulsionado, que buscaba inscribirse en la comunidad intelectual latinoamericana y que se insertaba en un circuito de distribución y lectura mediante el vínculo con las editoriales y los espacios más representativos que animaban la vida cultural porteña de los primeros años setenta.

Los editoriales de Abelardo Castillo: literatura, revolución y peronismo

Desde El Grillo de Papel, entre 1959 y 1960, y a partir de 1961 en El Escarabajo, Castillo plasmó análisis sobre hechos y procesos de aquel presente en los editoriales. Rodrigo Montenegro afirma que por medio de esos textos construidos a modo de crónicas se constituyó como “escritor-testigo”, proponiendo un “diálogo con los acontecimientos de su escena política y cultural” marcado por un marxismo atravesado por el existencialismo sartreano y la impronta latinoamericana (2017). Además, como señala Tarcus (1999), en las interpretaciones políticas de Castillo adquiría un lugar preponderante la Revolución Cubana, tema central en El Escarabajo y acontecimiento político de referencia permanente para su director. “Con la Revolución Cubana no se simpatiza, a la Revolución Cubana se la defiende”, había escrito en el editorial del número 2, de julio-agosto de 1961.

De los ocho números del ciclo de la revista iniciado en 1970 y cerrado en 1974, Heker escribió dos editoriales, el del número 41 de noviembre de 1970 con el relanzamiento, y el del número siguiente, de abril de 1971. En el primero, titulado “Editorial para un número uno”, Heker planteaba las disyuntivas que se les habían presentado durante ese año sin salir y las dudas sobre la continuidad de la revista, pero confirmaba que “en una nueva circunstancia, volveremos a elegir lo que ya habíamos elegido: la literatura y nuestra responsabilidad en esta historia”. Así, presentaba los temas sobre los que discutirían en la etapa que se abría: la actualidad de la crítica literaria, su relación con cuestiones sociales, el lugar de El Escarabajo en relación con otras publicaciones y la nueva realidad política. Dejaba bien en claro que “No sabemos si nuestros cuentos, dramas o poemas, transforman de algún modo el mundo. Pero sí sabemos que la sociedad a que aspiramos no prescindirá de la literatura”.6 Junto a su editorial aparecía la mención “revista desaparecida” encabezando la columna en la que se presentaba al staff, que reemplazaba a “revista sospechosa”, frase con que la iniciaban en el ciclo anterior.

En el sumario de la edición siguiente se afirmaba que en ese número 42 comenzaba la “etapa polémica” de la revista: “El número anterior inauguró, aunque algo intempestivamente, la década del 70. Hoy entramos de lleno en esta especie de segunda época”. En la misma página, con el título “La literatura como poder”, Heker desplegaba argumentos alrededor de la pregunta sobre la “utilidad” de la literatura y de las posturas, para ella alarmantes, tomadas por varios escritores de su generación que llamaban a abandonar la escritura para hacer la revolución. “Elegir la literatura creyendo (o fingiendo) que se eligió un fusil, es una manera algo enredada de sentirse combatiente”, afirmaba. El texto continuaría en dos ediciones posteriores, de septiembre de 1971 y de agosto-noviembre de 1972.

En los editoriales de los años sesenta, Castillo había abordado diferentes cuestiones políticas, entre ellas la actuación del comunismo local, el Cordobazo o las sublevaciones en la Universidad de fines de la década. En la nueva etapa se ocupó de escribir cuatro editoriales (números 43, 44, 47 y 48), dos de ellos dedicados al peronismo. Calabrese señala que, en este período, el debate central de la revista giró claramente alrededor de la cuestión peronista (2005, 2006). Las vicisitudes del movimiento en los años previos al retorno de Perón y las dinámicas políticas una vez asumido el gobierno en 1973 fueron temas recurrentes en El Escarabajo. En el editorial del número 44, de enero-febrero de 1972, titulado “Peronismo y revolución. Aclarar hasta que desensillen”, con la volanta “Peronismo y revolución”, Castillo hacía un análisis sobre la “Revolución Argentina” y el cambio que había implicado la asunción de Alejandro Lanusse como nuevo presidente de facto, al que muchos identificaban como impulsor de una cierta “apertura” que quebraba la línea mantenida hasta entonces por los anteriores gobiernos de Onganía y de Levingston. En su análisis sobre aquel presente, Castillo vislumbraba que esa “divulgada apertura política” ponía en evidencia la encrucijada a la que se enfrentaba la “derecha”: aceptar a un “cierto peronismo”, “un peronismo más o menos inofensivo”, o verse derrotada por la “izquierda”. Describía, en su fundamentación, los hechos y procesos que definían ese giro a la izquierda marcado por diversas manifestaciones locales y regionales:

Los tupamaros en Uruguay, los golpes militares latinoamericanos de tendencia (o al menos clara fraseología) socialista, el rotundo triunfo del marxismo en Chile por el sorpresivo camino de las urnas, la no desaparición de la guerrilla pese a la muerte del Che y la presión que en nuestro país ya ejercen los grupos armados neo-peronistas e izquierdistas, todo esto, y el creciente malestar -que puede equivaler a esclarecimiento creciente- de la clase obrera, de los intelectuales jóvenes y los estudiantes [...] ha hecho que la alternativa se simplifique hasta la nitidez. O un peronismo conciliador, o el giro a la izquierda. Y escribo peronismo conciliador porque hay otro peronismo (y el gobierno lo sabe) que pertenece a un vasto movimiento nacional de izquierda, inarticulado aún, cuya doctrina esencial es el socialismo.7

Según Castillo, esa declamada apertura lanussista excluía no solo al “peronismo duro” representado para él por Agustín Tosco y Raimundo Ongaro,8 sino también al propio Perón, producto de la “fobia casi histérica” que el líder del movimiento despertaba en los sectores conservadores y las Fuerzas Armadas. Para fundamentar su análisis, Castillo ubicaba las disyuntivas del momento en perspectiva histórica al mismo tiempo que daba sus propias definiciones sobre los orígenes y las características del peronismo. Lejos de las interpretaciones de los intelectuales y la izquierda de los años cuarenta, el peronismo no había sido para él ni un invento del GOU9 para consolidar al ejército en el poder ni la versión local del fascismo. Por el contrario, Castillo postulaba otra línea de análisis, e incluso invertía la tradicional interpretación basada en ideas sobre el carácter verticalista o la manipulación del líder, al afirmar que “fue el pueblo, su necesidad de una transformación revolucionaria, quien llevó a Perón al poder. Perón, para el pueblo significó realmente Justicia social, hechos y no palabras”.10

Con las políticas impulsadas por el primer gobierno peronista, la clase trabajadora había descubierto que era una fuerza histórica decisiva. Precisamente por ese reconocimiento de su propio potencial, Castillo se preguntaba si treinta años después esos trabajadores seguirían sintiendo que Perón representaba sus intereses, en un momento en el que la conciencia social del movimiento obrero estaba “muy por encima de la que representó el peronismo tradicional”. Para Castillo, la situación de principios de los setenta demandaba un Perón que fuese él mismo y otro, “un Perón a la izquierda de Perón, una especie de Allende”. El líder debía cambiar porque también habían cambiado los actores que conformaban las bases de una transformación que aparecía como inminente e irreversible:

Porque esta clase obrera y este estudiantado y estas juventudes peronistas, aparte de la experiencia peronista han vivido, de algún modo, la experiencia de toda latinoamérica [sic], la de Cuba, la de Chile y Perú, la de Uruguay y Bolivia, han sentido la muerte del Che seguramente mucho más que la de Alonso o Vandor, saben que existen curas revolucionarios, y ya no se conformarán con obras sociales y pandulces en Navidad, porque lo que exigirán es asumir el poder real. (Destacado en el original)11

Castillo distinguía entre “peronistas revolucionarios”, que concebían el retorno de Perón como el eje de su lucha, y un peronismo al que el régimen lanussista consideraba aceptable, el “peronismo tradicional, que por definición es igualmente enemigo del liberalismo y del marxismo, como barrera contra el `peligro comunista´, peligro que hoy incluye también a los grupos neo-peronistas de izquierda a los que el peronismo oficial no prestará apoyo”.12 Ese peronismo aceptado, e incluso promovido por Lanusse, ya no sería según Castillo un movimiento popular representante de la clase obrera sino una mera fuerza electoral que permitiría a la burguesía seguir manejando los hilos del poder.

Aun manteniendo la idea que siempre había proclamado El Escarabajo de no reducir el arte a la política, Castillo no escatimó espacio ni profundidad en los análisis que proponía en sus editoriales. Presentaba allí las que consideraba las principales disyuntivas políticas que desafiaban aquel presente, aventuraba hipótesis sobre eventuales posicionamientos de los diferentes actores y caracterizaba los distintos sectores que componían el peronismo. “Izquierda peronista”, “peronistas revolucionarios”, “neo-peronistas” formaban parte según él del gran conglomerado que dentro del movimiento sostenía ideas y luchas que podían ser ubicadas en la tradición socialista. Por otro lado, incluía en la derecha a sectores del sindicalismo, especialmente los vinculados a José Rucci,13 y a “integrantes reaccionarios del gobierno”, e identificaba a los radicales como liberales “en estado de alarma”.14 Este énfasis en la utilización de las categorías de derecha e izquierda para describir las orientaciones de los actores políticos de entonces se observa especialmente en el editorial del número 47, de diciembre de 1973 a febrero de 1974, que Castillo tituló “Algunas cuestiones del peronismo”. En este texto el análisis está centrado en la figura de Perón, a quien reconocía como “el líder indiscutido del movimiento de masas más importante que ha dado la historia de nuestro país”, el candidato más votado en las recientes elecciones, quien contaba con el apoyo no sólo de la clase obrera sino también de la Universidad, de los intelectuales y de la izquierda armada. Perón es, según Castillo, no sólo quien gobierna, sino también quien “manda”: “pudo o aún podría hacer casi lo que quiere. Hasta una revolución”.15 Castillo avizoraba en los meses finales de 1973 una situación crítica y se preguntaba hacia cuál de las orientaciones ideológicas que lo constituían se dirigiría el peronismo: si primaría finalmente “la extrema derecha o la extrema izquierda”. Estas dos categorías no eran para él definiciones abstractas, sino representaciones de las fuerzas en pugna: “derecha significa oligarquía, coloniaje cultural y económico, propiedad privada de los medios de producción y de cambio, estado (sic) policial. Vale decir, capitalismo. E izquierda significa revolución”.16 Para Castillo, la opción revolucionaria era la que demandaba la izquierda peronista, pero la orientación ideológica real sería la que se definiera desde las “altas jerarquías” del movimiento. La juventud había visto en Perón algo que él no era. Más que líder revolucionario, Perón era para Castillo un “ídolo” de la clase obrera, ideólogo del policlasismo y fiel a sus ideas de los años cuarenta; incluso, aclaraba, quizás menos extremista que entonces. La gran pregunta retórica que atraviesa el editorial es por qué pedirle que representara al “Socialismo nacional” si se advertía claramente que los objetivos de la izquierda, peronista y no peronista, no coincidían con los del Estado. En ese panorama que presentaba, Castillo identificaba actores y trazaba vínculos: Duhalde y Ortega Peña17 son definidos como “dos de los intelectuales más lúcidos y revulsivos del peronismo militante”, defendidos cuando fueron declarados “prescindibles” en la Universidad por estudiantes que se movilizaban y compartían luchas con la clase obrera organizada. De un lado, entonces, los actores y las experiencias de lucha que en un editorial anterior Castillo había ubicado en la tradición socialista y que mencionaba como “izquierda peronista”; del otro, la derecha, y, actuando como árbitro, Perón, a quien Castillo atribuía la exclusiva responsabilidad de definir si el peronismo, en esa hora acuciante, sería por fin revolucionario. Llegado a ese punto del editorial, Castillo introducía la palabra de Eva Perón, y recordaba que era ella quien había dicho que “el peronismo sería revolucionario o no sería nada”.

El editorial está ilustrado con tres fotos. La primera es una de Perón que acompaña el comienzo del texto y lo muestra con un gesto adusto. Las otras dos son ubicadas al final: una es un registro de una manifestación copada con banderas de Montoneros y la referencia a la cantata interpretada por Huerque Mapu (Sessa, 2010); la otra, colocada a la misma altura, es una imagen de Eva Perón, enérgica, dando un discurso frente a los clásicos micrófonos de los años cuarenta. En este caso, las fotografías reforzaban la representación de los actores y fuerzas en disputa que Castillo identificaba en el peronismo de los setenta y analizaba en su texto: la herencia revolucionaria de Evita, la fuerza de movilización de la izquierda peronista y la figura rectora de Perón ejerciendo su tercera presidencia y dirigiendo el movimiento.

Con un escenario marcado por el enfrentamiento entre derecha e izquierda, el editorial presentaba una semblanza de Perón y una crítica a su accionar en los meses finales de 1973, cuando llevaba poco más de dos meses del inicio de su tercera presidencia. Se advierte un tono diferente de lo planteado en el editorial de enero-febrero de 1972: si en aquel entonces todo parecía ir hacia la revolución, dos años después predominaba la impresión sobre el carácter conservador del líder.

“¿Intelectuales frente al peronismo o intelectuales peronistas?”. Debates dentro del debate

Además de ser analizado en los editoriales de Castillo, el peronismo fue tema preponderante en El Escarabajo número 46, de junio de 1973, cuando dedicó “a modo de editorial” un importante espacio a la transcripción de un debate que la propia revista había organizado en sus oficinas el 1° de abril y que ponía a disposición de sus lectores dos meses después, ya con Héctor Cámpora como presidente de la Nación. El debate se anunciaba en la tapa con un diseño gráfico que dirigía la lectura hacia el título ubicado en el centro, “El peronismo y los intelectuales”, con el subtítulo “¿Oposición, apoyo crítico, o militancia?”.

Antes de la transcripción íntegra, que incluía hasta los más mínimos detalles y permitía imaginar el clima intenso de discusión en el que se había desarrollado, un copete explicaba el objetivo de la propuesta: “La idea fue que intelectuales peronistas y no peronistas de distintas disciplinas y, sobre todo, distintas generaciones, expresaran su posición, esperanzas, críticas”. A continuación, se explicitaban las pautas que habían guiado el debate: “1) más de seis millones de compatriotas votaron al peronismo, esto es un hecho”; 2) “no ser peronista puede ser una actitud muy legítima; ser anti-peronista, en cambio, es una actitud reaccionaria, y quizá lo fue siempre”.18

Entre los participantes se encontraban el escritor Humberto Costantini, de 49 años, y su hijo Daniel, de 17, extremos del arco generacional que se había buscado convocar. Estuvieron, además, el psiquiatra Rubén Sirota y los escritores Bernardo Jobson, Ricardo Maneiro, Alicia Palacios, Daniel Freidemberg, Marcelo Cohen y Eduardo Romano, junto a Heker y Castillo, que oficiaba de moderador. A partir de las dos pautas lanzadas a modo de disparadores, el intercambio publicado permite reconocer los principales temas y problemas que preocupaban al grupo y cómo veían al peronismo en un momento que todos identificaban como una encrucijada histórica. El primero en exponer su posición fue Marcelo Cohen, un joven escritor de 21 años que junto a Freidemberg, otro de los participantes, formaba parte del taller literario “Mario Jorge de Lellis”,19 en el que a veces también participaban Castillo y Heker. Para Cohen, el 51 % de votos por Cámpora el 11 de marzo significaban un voto contra la dictadura, pero al mismo tiempo recordaba que en el Frente Justicialista para la Liberación (FREJULI) convivían grupos muy heterogéneos, desde fuerzas reaccionarias hasta sectores revolucionarios, y también estaba allí la masa obrera, “motor de todo proceso revolucionario”.20

Para Cohen, ese proceso podía sufrir la embestida de las fuerzas reaccionarias, entre las que ubicaba a la “derecha sindical” de Rucci y Taccone,21 a los “ideólogos del Imperialismo”, como Arturo Frondizi o Rogelio Frigerio, y a la “derecha tradicional” representada para él por “los Sánchez Sorondo o los Solano Lima”,22 que concebían el Justicialismo como dique de contención de la “extrema izquierda”, en la que incluían a todo tipo de idea socialista. Por su parte, Castillo agregaba “incluido el peronismo de izquierda, que, para la derecha peronista o no, ya forma parte de lo que en este país se llama `el peligro comunista´”.23

Del mismo modo que en los editoriales analizados, en el debate también aparecen constantes referencias a las categorías de derecha e izquierda y a los sectores o figuras concretas que los participantes definían como representantes de una u otra orientación, tanto dentro del peronismo como fuera de él. Esas categorizaciones atraviesan el intercambio, junto a otros ejes de análisis y a una pregunta central que fue planteada al comienzo por Liliana Heker: “¿Cuál es, hoy, la responsabilidad de un intelectual de izquierda, de nosotros?”.

Se expresaron posiciones políticas e ideológicas diferentes, y hasta divergentes, pero todos coincidieron al sostener la impresión de que estaban ante un momento definitorio, una situación vivida como “oportunidad histórica” que, para un grupo identificado en la tradición de izquierda, podía ser el inicio del camino que llevaría finalmente a una sociedad socialista. Las diferencias surgían al momento de caracterizar cómo y con qué actores se concretaría, y qué rol le cabía al peronismo en ese proceso revolucionario.

Cuando analiza las posiciones ideológicas del grupo responsable de El Escarabajo, Romano señala: “Desde su lugar de intelectuales de izquierda, el fenómeno peronista les presenta serias dificultades de análisis e interpretación, como ellos mismos lo admiten”. Pero a continuación reconoce los cambios que se sucedieron en el lapso de unos pocos años: si en 1965 habían proclamado que el peronismo reunía a una clase obrera sin conciencia revolucionaria, en 1972 su mirada era otra y afirmaban que “el peronismo constituye la primera irrupción consciente del proletariado en nuestra historia” (Romano, 1986). Estas afirmaciones de Romano se corroboran en la etapa renovada de la revista iniciada en 1970 que estamos analizando. El peronismo es uno de los temas más abordados y, como se advierte en el debate de abril de 1973, cada integrante del staff tenía su propia interpretación y desde allí analizaba si era fructífera la participación de los intelectuales y, si lo era, cómo y desde qué posiciones debían actuar.

El mismo Romano, que colaboró con poemas en algunos números de El Escarabajo y que por entonces era uno de los protagonistas del proyecto de reforma impulsado por la izquierda peronista en la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires durante 1973 y 1974 con sus materias en la carrera de Letras (Friedemann, 2021), fue un participante involuntario, aunque entusiasta, del debate. La transcripción indica que “Sorpresivamente llega Eduardo Romano [...] Se le explica el motivo de la reunión: ´La posición del intelectual frente al peronismo´. Romano cuestiona, de entrada, la palabra ´frente´. Dice: ´yo soy peronista, no estoy frente al peronismo´. ´Mejor´, se le contesta”.24

A partir de entonces, Romano expone una serie de definiciones sobre la relación intelectuales-peronismo marcada por la “colonización mental”. De acuerdo con su interpretación, el modelo productivo y comercial agroexportador argentino, dominante durante las primeras décadas del siglo XX bajo hegemonía de la ideología liberal, había generado la dependencia del mercado inglés y la ubicación inferior y postergada del país en el concierto económico mundial. Esa configuración iba acompañada de la imposición de un modelo cultural y educativo en las instituciones nacionales, especialmente a través del sistema escolar. Según Romano, a mayor escolarización, mayor era la colonización mental. “De ahí que la clase obrera haya estado menos colonizada. Todos mis amigos de barrio eran peronistas, y todos obreros; todos mis compañeros de secundario, antiperonistas, y ninguno de la clase obrera”.25

Esa “colonización mental” era la causa, para Romano, de la férrea oposición que había sostenido la mayoría de los intelectuales durante los primeros gobiernos de Perón. Sólo una minoría había entendido al peronismo; entre ellos, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui. Pero el mismo peronismo había propiciado la progresiva “descolonización” y eso explicaba por qué en los setenta una porción importante de la intelectualidad se había sumado al movimiento. Según Romano, luego del golpe de Estado de 1955, las luchas posteriores y la represión del Plan CONINTES26 habían promovido un proceso de revisión que llevó a muchos, entre los que se incluía, a cambiar y a poner el foco de atención en la realidad nacional:

Los intelectuales intentan pensar la realidad nacional con categorías propias, ajustadas a esa realidad nacional y no con mecanismos teóricos apriorísticos o importados. Aunque se sirvan de esos principios y categorías que se pueden llamar universales. Como por ejemplo, ciertos principios del marxismo que son fundamentales y que cualquier tipo que se reconoce revolucionario tiene que aceptarlos. Pero una cosa es partir de esos principios y otra cosa es tomar la teoría y tratar de encajarla mecánicamente como se ha hecho siempre.27

La intervención de Romano generó polémica y cuestionamientos, especialmente por parte de Humberto Costantini, quien mantuvo a lo largo del debate la posición más crítica con respecto a Perón y al rol del peronismo en aquella coyuntura, confirmando su autoidentificación: “Yo he sido antiperonista y soy antiperonista”.28 Costantini cuestionó la idea de intelectuales “colonizados” y mencionó a quienes habían estado cerca de él entre 1946 y 1955; entre ellos, Alfredo Varela, Bernardo Verbitsky, Leónidas Barletta y Álvaro Yunque, figuras vinculadas al mundo de las izquierdas, escritores y promotores de diversos emprendimientos culturales durante los años treinta y cuarenta y, algunos de ellos, cercanos al Partido Comunista. Al referirse a ellos, lanzaba como pregunta retórica: “¿Eran ´colonizados´ mentalmente y por eso estaban contra el peronismo?”.

Castillo se proponía como moderador, pero también tomaba posición y, en este caso, lo hizo apoyando el planteo de Romano. “Se puede ser un intelectual de izquierda y estar ´infiltrado´ de colonialismo” afirmó, y refirió su propia experiencia personal para confirmarlo:

[...] tuve que tragarme toda la mitología liberal de Mitre y de Roca, por un lado. Y por el otro, cuando me la saqué de encima, la teoría de la Revolución Democrático-Burguesa para explicar misterios como el apoyo a Tamborini y Mosca. El antiperonismo, de izquierda y de derecha, se manejó siempre trasplantando mecánicamente “modelos” ideológicos. Claro que la derecha lo hacía contra el pueblo y la izquierda por el pueblo. Pero todo el mundo perdió de vista un pequeño elefante: qué decidía el pueblo. Y, equivocado o no, el pueblo entró en bloque a la historia siguiéndolo a Perón.”29

Aquí se advierte la introducción de otra línea de análisis que remite a tópicos del revisionismo histórico, la corriente historiográfica que comenzó a gestarse en la década del treinta y que adquirió gran popularidad en los años sesenta. La referencia a una “historia liberal” construida sobre la base de las obras de Bartolomé Mitre, acusada de presentar una visión distorsionada del pasado argentino, es uno de los motivos centrales del revisionismo en sus diferentes versiones, un tópico planteado en uno de los trabajos pioneros de esta corriente: el libro La historia falsificada de Ernesto Palacio, publicado en 1939.30

Para Romano, la posición de los intelectuales argentinos ante la historia había estado marcada por dos mentalidades igualmente colonizadas. De un lado, por un liberalismo de izquierda, que apostaba por la revolución democrático-burguesa para luego llegar a la revolución proletaria, y, por otro, por una “mentalidad colonial de derecha”, que asumía la dependencia como una “situación natural”. Para ilustrar su razonamiento, aludió en el debate a la Segunda Guerra Mundial, entendiéndola como el conflicto que obligó a sentar posiciones: “¿Por qué la problemática de los intelectuales era si el fascismo o los países democráticos, y no, por ejemplo, el pacto Roca- Runciman?”.31 Nuevamente aparece un tópico frecuentemente abordado en las narrativas revisionistas. El Pacto Roca-Runciman, firmado en 1933 entre la Argentina y Gran Bretaña, había sido impulsado por el gobierno de Agustín P. Justo con el objetivo de recuperar los niveles de exportación de carnes, afectados como consecuencia de la crisis económica mundial de 1929. Según la interpretación de los autores nacionalistas, que entonces estaban iniciando la empresa historiográfica revisionista, ese acuerdo confirmaba la sumisión de la política y la economía argentinas a la corona británica, y sellaba un nuevo pacto colonial, debido a que imponía condiciones que claramente beneficiaban a los intereses ingleses. Los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta analizaban al mismo tiempo que denunciaban esta relación de dependencia en La Argentina y el imperialismo británico. Los eslabones de una cadena, 1806-1933, publicado en 1934 y convertido en otra de las obras representativas del revisionismo de la década del treinta.

Castillo sumó su apreciación sobre las disyuntivas locales que había planteado el conflicto bélico internacional: “[...] el triunfo de EE.UU. y de Inglaterra era también el triunfo de los países de que uno dependía”, señaló, acordando una vez más con Romano. Nuevamente surgieron las discrepancias y la discusión pareció desbordarse, según se consigna entre paréntesis en la transcripción: “Acá la discusión se torna babilónica. La cinta está a disposición de los criptólogos del futuro [...] A esta altura es imposible transcribir nada”.

Las intervenciones de Romano guiaban el debate en sus puntos más álgidos y cada uno de sus planteos generaba la réplica de Costantini. Junto a la importancia otorgada a la “descolonización” de los intelectuales, Romano introdujo otro eje de discusión, vinculado a la idea de la lucha de clases y su lugar en los procesos emancipatorios. Aquí surgía un tema que era clave en los debates iniciados durante los años cincuenta en la Argentina y en otras regiones, al calor de los procesos de liberación de los países del Tercer Mundo. ¿Cuál debía ser la prioridad: la lucha por la liberación nacional o la lucha de clases? ¿O debían realizarse ambas a la vez? Romano señaló al respecto: “la lucha de clases es un principio universal, pero la lucha de clases, en cada país, toma una forma particular [...] Cada revolucionario, en su momento y en su lugar, ha tenido que plantearlo de distintas maneras. El principio es universal, pero su validez concreta, particular.” Luego profundizó su planteo agregando que “toda la tradición de lucha contra la dependencia, en este momento pasa por el peronismo”.32 Nuevamente Costantini desafió esa afirmación con una pregunta: “¿Cómo entra en esa lucha anticolonial y antiimperialista, la lucha de clases?”, a la que consideraba base de todo gobierno socialista. En su contestación, Romano diferenció entre dos contradicciones, una fundamental y otra secundaria:

En cuanto a la lucha de clases, hay que entender que en primer momento está supeditada a la lucha por la independencia, es decir, todas las clases antagónicas que están perjudicadas por una situación dependiente están necesariamente enfrentadas con el imperialismo y hay que partir de esa contradicción.33

Aparecía así la discusión sobre la díada nación y clase, en un nuevo contrapunto protagonizado por dos representantes de las posturas extremas que se pueden reconocer en el debate: por un lado Romano, autoidentificado como “intelectual peronista”, y por otro Costantini, que ratificaba en cada una de sus intervenciones la identidad “antiperonista” con la que se había presentado.

Esta discusión alrededor del antiimperialismo introdujo otro de los temas centrales que animaron el debate: el rol de los sectores obreros argentinos. Ricardo Maneiro, un joven escritor que se definía “no peronista”, pero no por eso antiperonista, vinculó la lucha antiimperialista con la liberación de la clase trabajadora, porque las entendía como “una sola cosa”.34 En relación con ese punto, y del mismo modo que lo había señalado en sus editoriales de otros números de El Escarabajo, Castillo mencionaba en el debate algo que consideraba que ni la intelectualidad de derecha ni la de izquierda habían podido ver: “lo que el peronismo significó para la clase obrera”. Remarcaba que más allá de que Perón lo hubiera querido o no, con el peronismo “la clase trabajadora hacía su primera irrupción masiva y real en la historia argentina”.35 Para fundamentar su intervención, Castillo recurrió a un libro de Hernández Arregui que estaba en la oficina donde transcurría el encuentro, tal como describe la transcripción, y compartió con los demás algunos de los argumentos que, según él, explicaban por qué el peronismo era “un movimiento casi ´religioso´ más que político”. Eso se debía a que los desposeídos que, producto de las políticas peronistas, habían comido por primera vez o que gracias a la legislación laboral habían sentido que el trabajo diario dejaba de ser un castigo, habían encontrado en Perón “algo así como un apóstol”. Para Castillo, ese era el nudo central que debían comprender los intelectuales y que los obligaba, en ese momento crucial de 1973, a “apoyar esa parte del peronismo, lo que en el peronismo tiende al socialismo”, y aclaraba poco después, incluyendo en una identidad común a sus compañeros de debate, “nosotros que nos decimos socialistas, en el sentido estricto del término y no en el que le dan Américo Ghioldi y otras momias”, en alusión al dirigente del Partido Socialista que había participado del levantamiento contra el gobierno de Perón en 1951 y que luego había expresado su apoyo al bombardeo sobre Plaza de Mayo de 1955 y al posterior golpe de Estado a través de manifiestos publicados en el periódico La Vanguardia.

Liliana Heker coincidía con estas apreciaciones al reconocer las políticas de los primeros gobiernos peronistas: “del 45 al 55, su importancia fue darle un principio de conciencia al pueblo […] Ese peronismo, el peronismo del pueblo, es, justamente, el que cuenta en un proceso revolucionario”. Heker se refirió varias veces en sus intervenciones al poder de las bases peronistas, especialmente a su rol en aquel contexto de principios de los setenta y ante la inminencia de la asunción de Héctor Cámpora. De acuerdo con su análisis, había comenzado un proceso revolucionario y había que tener en cuenta que “el pueblo es peronista y no hay revolución sin apoyo popular”.36

También Heker se refirió a la diversidad de fuerzas que componían el movimiento, porque además de sus bases contestatarias había, según ella, un peronismo de derecha, un “peronismo tibio” y ciertos dirigentes del FREJULI que no eran precisamente revolucionarios. Sin embargo, apostaba al potencial que veía en ese “pueblo peronista” y aventuraba que serían los mismos trabajadores peronistas quienes presionarían y exigirían al gobierno de su partido para avanzar en el logro de las reivindicaciones sociales que demandaban.

La experiencia adquirida por la clase trabajadora desde el primer peronismo, marcada por las luchas ante la proscripción y las dictaduras, era, para varios de los participantes del debate, el factor central que podría orientar la lucha revolucionaria en ese momento definitorio. Para Costantini y Maneiro, en el futuro inminente cabían también otras posibilidades menos promisorias. “¿Ustedes descartan que se dé una leña masiva y total?”, lanzaba el primero; y Maneiro refería lo que decía haber escuchado en otras reuniones políticas: “[…] cosas como que vamos a ingresar en un período que desemboca en el socialismo, o que es posible que se llegue a una dictadura de corte nazi-fascista”.37 Lo que más le preocupaba era que consideraba verosímiles ambas alternativas.

Lucha de clases, antiimperialismo, izquierda y derecha peronista y no peronista, potencial revolucionario de la clase trabajadora argentina fueron algunos de los temas que surgieron en el debate propiciado por El Escarabajo, protagonizado por la dupla directiva junto a algunos de sus colaboradores permanentes y ocasionales. Atravesando esos ejes de discusión, flotaba la pregunta que lo había convocado: ¿cuál era el rol de los intelectuales que se definían de izquierda ante esa coyuntura histórica en la que la revolución aparecía como inminente? Si, como afirmaba Heker, en 1946 buena parte de los escritores, la Universidad, la izquierda “no entendieron nada”, el desafío en 1973 era qué papel podían asumir entre las alternativas que planteaba el título de tapa de la revista: oposición, apoyo crítico o militancia. La disyuntiva central era si había que “jugar” dentro del peronismo o fuera de él.

Para Cohen, había que colaborar en todo lo que se pudiera con la “parte revolucionaria del peronismo” para “frenar un golpe de la derecha” pero, al mismo tiempo, polemizar, no callarse ni “dejar pasar las cuestiones ideológicas profundas”. Rubén Sirota afirmó:

Me integré en cierto modo al peronismo antes del 11 de marzo, soy el que se comprometió más [...] La única salida de cuanto se viene desarrollando en el país, casi podríamos decir desde el año 55, era comprometer al peronismo y comprometerse dentro del peronismo [...] presionar desde dentro del peronismo.38

Su intervención generó otra polémica y algunas disquisiciones sobre qué significaba “asumir un compromiso”, una idea muy cara a las ediciones de los años sesenta de El Escarabajo y a la trayectoria de Castillo que, como mencionamos, tenía como referente a Sartre y a sus ideas sobre el vínculo entre intelectuales y compromiso político. Llegados a ese punto, Heker, confirmando su valoración de las bases peronistas, aseguraba:

La responsabilidad que cabe a los intelectuales no se mide por el hecho de colaborar o no con el gobierno peronista. La responsabilidad consiste en ver de qué manera apuntalar las exigencias del pueblo peronista para que de verdad este proceso que ha empezado sea un proceso revolucionario.” (Destacado en el original)39

La mayoría de los participantes del debate coincidía en la identificación de una izquierda peronista revolucionaria y acordaban también en la necesidad de apoyarla ante los embates de la derecha, peronista y no peronista. Hacia el final del encuentro, el joven poeta Daniel Freidemberg establecía los términos con los que, según él, debía darse la participación de los intelectuales de izquierda. En primer lugar, afirmaba que su primera responsabilidad era defender lo que había votado el pueblo, aunque sin dar un cheque en blanco al nuevo gobierno. “Los peronistas de izquierda son revolucionarios”, afirmó, y, por lo tanto, la izquierda tenía que luchar junto a los propios peronistas para defender el proceso revolucionario abierto. Para lograrlo, Freidemberg remarcaba que ambos sectores debían asumir un desafío: “hay que desterrar no sólo los prejuicios antiperonistas de la izquierda, sino los prejuicios anticomunistas, antimarxistas, antisocialistas, que existen en muchos peronistas”.40

Reflexiones finales

En el número 48, de julio-septiembre de 1974, tampoco nada anunciaba que esa sería la edición final de El Escarabajo. Los títulos de tapa presentaban una nota de Cortázar, la publicación de un cuento de Gabriel García Márquez, un texto de Mario Benedetti sobre “El escritor y la revolución posible” y otro de Castillo sobre “Las jornadas de Córdoba”, en alusión a un congreso nacional de escritores que se había desarrollado en agosto. Consultada acerca del final de la publicación, Liliana Heker respondió en una entrevista realizada en 2007: “Nosotros éramos totalmente insolventes y ya no alcanzábamos a pagar los gastos del papel de una revista a otra, de un número a otro [...] En 1974 ya no había posibilidad de financiar El Escarabajo de Oro, y de esa forma cierra”.

Identificada por los investigadores como parte de las revistas literarias de la izquierda intelectual de los sesenta, marcadas a nivel internacional por la desestalinización luego del XX Congreso del Partido Comunista soviético de 1956 y por los procesos políticos locales posteriores al golpe de Estado de 1955, El Escarabajo abordó temas comunes a otras empresas culturales del período con elementos que la caracterizaron y definieron un perfil propio. El compromiso e intervención pública de los intelectuales, el latinoamericanismo, la revolución, la crítica a los partidos de la izquierda tradicional y el énfasis en la producción literaria de calidad fueron los temas predominantes que atravesaron sus páginas durante los trece años en los que se publicó.

Como señala Eduardo Romano, las revistas de un período permiten conocer su clima cultural. “Su constitución, trayectoria y ocaso brindan información privilegiada acerca de grupos, formas de opinar, valoraciones y repudios dentro de una herencia cultural específica; una tendencia de matices ideológicos en el marco del campo intelectual completo” (1986, p. 165). La segunda etapa de El Escarabajo coincide, precisamente, con el ciclo de constitución, trayectoria y ocaso de un proceso revolucionario que tuvo como actor central al peronismo y que hacia fines de 1974 presentaba fisuras, en medio de un escenario de disputas internas y un difícil equilibrio de fuerzas que, luego de la muerte de Perón, se inclinó hacia la derecha del movimiento.

Romano también señaló que el grupo editor de El Escarabajo juzgaba el peronismo desde su pertenencia a una izquierda no ortodoxa, algo que también le había producido conflictos con otros grupos de izquierda. En un sentido similar, Saítta afirma que la defensa de la primacía del arte y la literatura por sobre la política y las banderas partidarias que caracterizó a los proyectos editoriales de Castillo les daba libertad para opinar sobre las líneas internas de los partidos de izquierda y del peronismo (Romano, 1986; Saítta, 2016).

Si el peronismo había sido tema de algunos de los editoriales de Castillo durante los años sesenta, en la etapa de los setenta ocupó un lugar central. No sólo analizaba su proyecto político y las alternativas que se dirimían en la escena política general, sino que también introducía señalamientos sobre las divergencias que advertía en el interior del movimiento, en el que identificaba nítidamente un ala derecha y otra izquierda. Él y Heker fueron quienes más se refirieron a la izquierda peronista, al mismo tiempo que le daban su apoyo. Para Castillo, formaba parte de lo que los sectores reaccionarios consideraban “el peligro comunista” y llamaba a apoyarla porque era la fracción del peronismo “que tendía al socialismo”. Heker, por su parte, reivindicó en varias oportunidades “el peronismo del pueblo”, porque en esas bases estaba para ella el germen de la revolución.

Los trabajos mencionados que se dedican al tema señalan que “izquierda peronista” no constituyó una categoría nativa, no fue utilizada por los militantes de entonces que, al momento de definir su adscripción, se identificaban con el “peronismo revolucionario” o la “tendencia revolucionaria”. Aunque no fue parte de la autoidentificación militante, el binomio izquierda-derecha sí estaba presente en los usos de la época, tanto en la política como en el periodismo (Acha, Campos, Caruso y Vigo, 2017, p. 73). Los textos analizados en El Escarabajo confirman esos usos en editoriales, debates u otros géneros del periodismo cultural en los que se categorizaban conductas, figuras o sectores ubicándolos en posiciones de derecha o izquierda. El análisis permitió reconocer que el grupo editor, cuyos integrantes se autoidentificaban como “intelectuales de izquierda”, sí nombraba y reconocía claramente a una “izquierda peronista”, la que, además, inscribía en la tradición socialista revolucionaria. Esa caracterización les permitía establecer las diferencias con la derecha, peronista y no peronista, y ubicarse a ellos mismos en una posición relativamente cercana a esa izquierda del peronismo a la que, aunque sin dar un “cheque en blanco”, coincidían en apoyar ante el peligro de una embestida de los sectores conservadores y reaccionarios. La dinámica interna del peronismo, sus tensiones y divisiones, se constituyó en tema preponderante en el ciclo de la revista iniciado en 1970 y finalizado en 1974, cuando se produjo su cierre definitivo. Como señala Claudia Gilman (2003), la politización cultural constituyó el período y tanto la producción textual como las intervenciones públicas de los escritores estuvieron atravesadas por los debates de la época y el ánimo de generar acciones políticas a través de la palabra.

Fuentes documentales

El Escarabajo de Oro

N° 41, noviembre 1970

N° 42, abril 1971

N° 43, septiembre 1971

N° 44, enero/febrero 1972

N° 45, agosto/noviembre 1972

N° 46, julio 1973

N° 47, diciembre 1973/febrero 1974

N° 48, julio/septiembre 1974

Referencias

Acha, O. (2009). Historia crítica de la historiografía argentina. Volumen 1: Las izquierdas en el siglo XX. Buenos Aires: Prometeo Libros.

Acha, O., Campos, E., Caruso, V. y Vigo, M. (2017). Izquierda peronista. Una categoría útil para el análisis histórico. Historiografías, 14, 68-90.

Baez Damiano, F. (2019). Lecturas estimuladas y representaciones sobre el leer en la revista El Escarabajo de Oro. Revista de Estudios Literarios latinoamericanos Chuy, 6, 244-260.

Beigel, F. (2003). Las revistas culturales como documentos de la historia latinoamericana. Utopía y Praxis Latinoamericana, 8(20), 105-115.

Besoky, J. L. (2013). La derecha peronista en perspectiva. Nuevo Mundo Mundos Nuevos. https://doi.org/10.4000/nuevomundo.65374

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Notas

1 En el número 3 de Los Libros (septiembre 1969), Rivera publica un artículo en el que valora la edición del libro de Lafleur, Provenzano y Alonso. Allí plantea, además, que “La historia de las revistas literarias [...] es una zona prácticamente vacante”, un descuido que considera lamentable por la importancia cultural de las revistas literarias, tanto por su valor como vehículos de expresión como por ser representativas de una época. Toda la obra de Jorge B. Rivera en el CEAL puede consultarse en www.jorgebrivera.rehime.com.ar
2 El Escarabajo de Oro. N° 45, agosto-noviembre 1972.
3 Para un análisis sobre el uso de la categoría “derecha peronista”, véase Besoky (2013). En este trabajo nos remitimos a la identificación de la “derecha peronista” con organizaciones y figuras que, leales a Juan D. Perón y a María Estela Martínez, “se enfrentaron política e ideológicamente a la Tendencia Revolucionaria del peronismo y a la izquierda en general”, tal como sostiene el autor.
4 Sobre definiciones acerca de ese “nosotros”, ver Grande Cobián (2004b).
5 En diversas entrevistas, Abelardo Castillo se identificó con la cultura política de izquierda. En 1959 fundó la revista El Grillo de Papel junto a otros escritores provenientes de La Gaceta Literaria, publicación cercana al Partido Comunista, pero siempre sostuvo posiciones críticas hacia el partido y su conducción (Grande Cobián, 2004b). En este sentido, Liliana Heker manifestó una postura similar cuando definió El Escarabajo de Oro como un proyecto con “ideales de izquierda” que, a la vez, “era absolutamente independiente” (2007).
6 El Escarabajo de Oro. N° 41, noviembre 1970, p. 2.
7 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 6.
8 Agustín Tosco fue dirigente sindical marxista, secretario general del gremio de Luz y Fuerza durante los años sesenta. Formó parte de la CGT de los Argentinos creada en 1968 y al año siguiente fue uno de los principales actores del Cordobazo. Raimundo Ongaro fue secretario general del Sindicato de Trabajadores Gráficos entre 1966 y 1976 e impulsor de la CGT de los Argentinos, en la que se desempeñó como secretario general.
9 La sigla designaba al “Grupo de Oficiales Unidos”, organización conformada por miembros del Ejército argentino en los primeros años de la década del cuarenta, entre los que se encontraba el coronel Perón. 10 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 7. 11 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 7. 12 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 10.
10 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 7.
11 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 7.
12 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 10.
13 José Ignacio Rucci fue dirigente sindical de la Unión Obrera Metalúrgica y Secretario de la Confederación General del Trabajo entre 1970 y 1973.
14 El Escarabajo de Oro. N° 44, enero/febrero 1972, p. 10.
15 El Escarabajo de Oro. N° 47, diciembre 1973/ febrero 1974, p. 3.
16 El Escarabajo de Oro. N° 47, diciembre 1973/ febrero 1974, p. 4.
17 Eduardo Luis Duhalde y Luis Ortega Peña actuaron como abogados defensores de presos políticos durante la dictadura autodenominada “Revolución Argentina” y fueron militantes de la Tendencia Revolucionaria del peronismo.
18 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 3.
19 Fue uno de los primeros talleres literarios que se desarrollaron en la ciudad de Buenos Aires. Las reuniones se organizaban en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y, tiempo después, en la Galería Meridiana. Liliana Heker, Abelardo Castillo y Haroldo Conti concurrieron como invitados en algunas ocasiones. Se pueden encontrar referencias en www.elmundoincompleto.blogspot.com/2014/11/acerca-del-taller-mario-jorge-de-lellis.html
20 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 4.
21 Juan José Taccone fue secretario general del Sindicato de Luz y Fuerza de la capital entre 1964 y 1970. Había sido, además, uno de los referentes de la “Nueva Corriente de Opinión”, el nucleamiento sindical más cercano al gobierno de facto del Gral. Onganía. En 1973 fue nombrado presidente de la empresa pública Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA).
22 Se refiere a Marcelo Sánchez Sorondo, dirigente del nacionalismo argentino y candidato a senador para la ciudad de Buenos Aires por el justicialismo en 1973, y a Vicente Solano Lima, militante del conservadurismo popular y vicepresidente durante la presidencia de Héctor Cámpora.
23 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 4.
24 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 6.
25 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 8.
26 Política represiva implementada por el gobierno de Arturo Frondizi (1958-1962), denominado Plan CONINTES “Conmoción Interna del Estado”, que disponía la intervención de las Fuerzas Armadas para actuar ante la conflictividad social y las protestas obreras.
27 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 6.
28 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 7.
29 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 6.
30 Para ampliar sobre la corriente historiográfica del revisionismo, véase Acha (2009).
31 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 8.
32 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 8.
33 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 8.
34 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 10.
35 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 10.
36 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 5.
37 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 9.
38 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 4.
39 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 5.
40 El Escarabajo de Oro. N° 46, junio 1973, p. 11.

Recepción: 07 Junio 2022

Aprobación: 15 Septiembre 2022

Publicación: 02 Mayo 2023

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