Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 22, nº 2, e167, Noviembre 2022 - abril 2023. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Artículos

“Queremos ser como los indios”: las izquierdas y la cuestión indígena. Etnicidad, clase y política en Argentina a fines del siglo XIX

Lucas Glasman

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani / Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas / Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina
Cita recomendada: Glasman, L. (2022). “Queremos ser como los indios”: las izquierdas y la cuestión indígena. Etnicidad, clase y política en Argentina a fines del siglo XIX. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 22(2), e167. https://doi.org/10.24215/2314257Xe167

Resumen: En el presente artículo buscamos reconstruir los debates dentro del anarquismo y socialismo en torno a la cuestión indígena en Argentina a fines del siglo XIX. Para ello analizamos el desarrollo de las políticas de estas corrientes examinando sus concepciones sobre los pueblos originarios, las formas en que se abordó la problemática de la opresión de las comunidades indígenas y las interacciones entre la identidad étnica y de clase. A través del estudio del trabajo de intelectuales de izquierda –como Germán Avé-Lallemant, Juan B. Justo o José Ingenieros– y de las publicaciones El Perseguido, La Protesta Humana, La Vanguardia y El Sol establecimos las especificidades de las concepciones ácratas y socialistas, el desarrollo de tensiones internas, como así también sus estrategias para vincularse con los pueblos originarios para incorporarlos –o aislarlos– a la lucha social.

Palabras clave: Anarquismo, Socialismo, Cuestión indígena, Pueblos originarios.

“We want to be like the indians”: the left and the indigenous issue. Etnicity, class and politics in Argentina at the end of the 19th century

Abstract: In the paper we intended to reconstruct the debates within anarchism and socialism about the indigenous issue in Argentina at the end of the 19th century. To this end, the article analyzes the development of the policies of these ideologies, the ways in which the oppression of indigenous communities was addressed, and the interactions between ethnic and class identities. Through the study of the works of left-wing intellectuals –such as Germán Avé-Lallemant, Juan B. Justo or José Ingenieros– and the publications El Perseguido, La Protesta Humana, La Vanguardia and El Sol, we established the specificity of anarchist and socialist conceptions, the development of their internal tensions, as well as their strategies to link with the native people and to incorporate -or isolate- them to the social struggle.

Keywords: Anarchism, Socialism, Indigenous ossue, Indigenous people.

Introducción

Hacia fines del siglo XIX diferentes pensadores anarquistas y socialistas ponían en tela de juicio, o directamente repudiaban, el accionar del Estado y las patronales frente a los pueblos originarios. Los periódicos de estas corrientes publicaron notas que exclamaban “queremos ser salvajes como los indios”1 y condenaban los “vejámenes y crímenes de lesa humanidad, perpetrados por los civilizadores2 contra los indígenas. En paralelo, también sostenían que se trataba de poblaciones sin inteligencia, incivilizadas, y, en ocasiones, indeseables, que debían ser excluidas de la sociedad o eliminadas. La dificultad por establecer una línea política, la heterogeneidad de posiciones y el eclecticismo de las mismas eran fruto de las tensiones en el interior de las izquierdas en torno a cómo debían ser los vínculos –o siquiera si eran deseables– con los criollos, los mestizos y los indígenas.

Las posiciones de las organizaciones de izquierda en Argentina –y puntualmente de Buenos Aires–, sus modulaciones y tensiones en torno a la cuestión indígena son las problemáticas que nos abocaremos a reconstruir en el presente artículo a través del análisis de las políticas del anarquismo y el socialismo a fines del siglo XIX. Buscamos hacer un aporte a los estudios dedicados a los vínculos entre las izquierdas y los pueblos originarios, temática que pocas veces ha sido trabajada de forma específica y sistemática (De Lucía, 1997). En este sentido se nos plantean varios interrogantes que orientan nuestra investigación: ¿Cuáles fueron las concepciones sobre los pueblos originarios que tenían los anarquistas y socialistas? ¿Existían matices en el interior de esas expresiones político-ideológicas? ¿Qué vínculos buscaron establecer con las comunidades indígenas y cómo se fueron transformando? ¿Cómo se articuló la etnia y clase en los debates en torno a la cuestión indígena? ¿Qué estrategias desenvolvieron las izquierdas para impulsar o inhibir los nexos con los diversos grupos originarios?

A fin de responder estos interrogantes y reconstruir el desarrollo de las relaciones entre las izquierdas y la cuestión indígena proponemos entrecruzar un enfoque desde la historia social y política con las dimensiones étnicas y de clase que se encuentran en el centro del análisis. El artículo está estructurado bajo dos ejes centrales. En primer lugar, examinaremos el desarrollo de las concepciones de la cuestión indígena entre las corrientes de izquierdas. El segundo eje aborda la violencia y opresión hacia las comunidades originarias como problema particular y las formas en que el anarquismo y el socialismo interpretaron sus luchas. Para desarrollar estos ejes relevamos las producciones de algunos de los principales intelectuales y publicaciones en el ámbito de las izquierdas. Para examinar las modulaciones en el socialismo analizamos las obras de Germán Avé-Lallemant, pionero de esta corriente en el país, y de figuras vinculadas orgánicamente al Partido Socialista, como Juan B. Justo y Enrique Dickmann. También revisamos la producción de José Ingenieros, intelectual ligado tanto al socialismo como al anarquismo. Asimismo, analizamos la prensa socialista, La Vanguardia, para reconstruir los debates internos de esta corriente. Para el caso del anarquismo recurrimos, centralmente, a las publicaciones El Perseguido, La Protesta Humana y El Sol, que permiten observar las divergencias entre la corriente antiorganizadora y organizadora, y los matices al interior de esta última.3 El recorte temporal trazado –entre la década de 1870 y 1903– se corresponde con cambios acontecidos en el movimiento obrero y las izquierdas. El inicio de esta periodización está marcado por la aparición en el país de un socialismo ligado al marxismo,4 mientras que el final del periodo se vincula a la creación de las federaciones obreras, lo que inicia un nuevo momento. Al abordar las fuentes relevamos la forma en que se trató la cuestión indígena y todas las referencias a los pueblos originarios. Así pudimos identificar las posiciones y debates en el interior de cada corriente y sus modulaciones. A partir de este trabajo realizamos un análisis comparado con enfoque en las discusiones políticas y teóricas entre las fuerzas políticas.

Finalmente, es necesario aclarar que para abordar los vínculos entre los conceptos de clase, etnia e identidad nos apoyamos en los aportes de los Estudios Culturales y la Teoría de la Reproducción Social. Estas escuelas reconstruyen la complejidad del concepto de clase subrayando la importancia de la cultura, el género y la etnia como elementos constitutivos de la identidad proletaria y que permiten analizar históricamente y de forma específica a la clase obrera en cada momento (Hall, 1996; Bhattacharya, 2017). La relación entre etnia y clase fue una problemática fundamental para las organizaciones de izquierda en Argentina. De este modo, se vuelve necesario examinar esta temática de forma específica para tener una visión más acabada de la historia del movimiento obrero y las izquierdas.

Finalizada la Guerra del Paraguay, el Estado argentino reemprendió la conquista de los territorios indígenas –pospuesta desde 1867– y amplió sus fronteras mediante la Zanja de Alsina (Nagy, 2014). Este proceso de avance se aceleró con la derrota de las rebeliones federales y el establecimiento de una autoridad política común en todo el país. Como es sabido, a partir de 1878 y tras la sanción de la Ley 947 de distribución de tierras se buscó concretar la expansión hacia el norte y el sur de las “fronteras internas”. Esta ley, a diferencia de las anteriores, no dedicó ningún apartado a garantizar la vida del “indio sometido”, por el contrario, aclaraba que la expansión territorial se haría “previo sometimiento o desalojo de los indios bárbaros de la Pampa”.5 Para financiar esta empresa, el gobierno emitió una serie de títulos públicos que concedían el derecho de propiedad de la tierra y una renta hasta concretar la adquisición. Dichos títulos fueron adquiridos, principalmente, por los grandes estancieros y terratenientes bonaerenses, liderados por la Sociedad Rural Argentina, que se convirtieron en los principales inversionistas y beneficiarios de la campaña (Bayer, 2010).

La ofensiva estatal respondía a los intereses de consolidar el modelo agroexportador como estructura económica del país. Con este objetivo incorporaron, violentamente, nuevas tierras y fuerza de trabajo. Desposeyendo a los pueblos originarios, disolviendo sus formas comunitarias de propiedad y desestructurando las sociedades indígenas, el Estado argentino buscó establecerse como la única autoridad dentro del territorio. Aquellos pueblos que sobrevivieron a los embates militares fueron proletarizados por medio de los sistemas de repartimientos y sometidos a condiciones de explotación y opresión particularmente severas. Muchos fueron enviados a la isla Martín García donde permanecieron cautivos realizando trabajos forzados (Nagy y Papazian, 2011). Por su parte, varias instituciones de la sociedad civil, como la Sociedad de Beneficencia, articularon con la policía y las fuerzas armadas para la colocación de “indios” como personal de servicio (Allemandi, 2019). Asimismo, con el doble objetivo de quebrar las sociedades indígenas y satisfacer la demanda de la fuerza de trabajo de los ingenios, muchas personas fueron enviadas a las zafras azucareras del norte por intermediación de los gobiernos provinciales y nacionales (Lenton, 2010).

Este proceso de desestructuración de las comunidades indígenas y de su incorporación forzosa fue acompañado y justificado por medio de una serie de mecanismos que, inspirados en los discursos evolucionistas, racistas y positivistas de la época, deshumanizaban a los pueblos originarios negando sus propias identidades (Terán, 1998). Dichos discursos presentaban a la historia de la humanidad como un progreso constante y evolutivo entre diferentes estadios sociales (Terán, 2015). Bajo la matriz interpretativa de Joseph Gobineau, Cesare Lombroso y Ludwig Gumplowicz, la racialización hegemonizó las interpretaciones de las ciencias sociales, las cuales fueron rápidamente adoptadas por los intelectuales locales (Williams, 1985). Esta narrativa hegemónica con una fuerte impronta racial y cientificista también impulsó la musealización de personas de diferentes comunidades en instituciones y exposiciones locales e internacionales. Allí se realizaron exámenes antropométricos sobre los cuerpos de los indígenas con objetivo de vincular la raza y la inteligencia (Sosa, 2020).

En paralelo, por medio de herramientas formales e informales, se fue configurando la identidad nacional argentina como blanca y homogénea. La omisión deliberada en fuentes oficiales de las identidades “no blancas”, los desplazamientos poblacionales y la represión de sus prácticas identitarias fueron estableciendo una narrativa dominante blanca y un sistema social jerárquico donde las poblaciones indígenas y afro eran invisibilizadas (Maffia, 2014). Los pueblos originarios fueron retratados como salvajes, incivilizados e incompatibles con el desarrollo de la sociedad blanca; en consecuencia, debían ser tutelados o exterminados. La conformación de estas identidades le permitió al Estado y a sectores civiles generar un consenso respecto a la opresión y al genocidio indígena (Lenton, 2011). Las memorias militares expresaban que la única forma de aceptar a las poblaciones originarias era por medio de su incorporación a la clase trabajadora; transformarlos en “objetos de consumo y herramientas del vencedor, siendo su deshumanización una vía más para justificar su desaparición” (Lenton, 2010, p. 30). Empero, al tiempo que se configuraban las bases del Estado argentino también se alzaron voces disidentes. Desde la década de 1870 las corrientes de izquierda habían comenzado a desarrollarse en Buenos Aires estableciendo seccionales de la Asociación Internacional del Trabajo que se ocuparon de una embrionaria tarea de propaganda (Tarcus, 2007). A pesar de las dificultades organizativas, la influencia socialista y anarquista se reflejó en las esporádicas protestas entre 1878 y 1880, y continuó durante los grandes ciclos huelguísticos comenzados en 1888 (Poy, 2014). A lo largo de los años, trabajadores y trabajadoras de diferentes gremios y variadas etnicidades –italianos, españoles, judíos, afrodescendientes– construyeron una experiencia conjunta con estas corrientes para articular sus reclamos. Sin dejar de estar influidos por el clima de la época, socialistas y anarquistas forjaron sus propias miradas y estrategias al momento de relacionarse con las diferentes comunidades étnicas. Esto implicó una serie de debates en torno a los discursos y prácticas racistas de la época. Si bien la compleja relación entre la clase y la raza ha sido objeto de estudio en varios trabajos, aquí nos proponemos a examinar específicamente la relación entre el anarquismo, el socialismo y los indígenas.

Los anarquismos en torno a los pueblos originarios

La década de 1890 estuvo signada por un importante desarrollo de las izquierdas en Argentina. En el interior del anarquismo comenzó a cobrar protagonismo la tendencia organizadora enfrentada a los predominantes grupos antiorganizadores. Entre 1890 y 1897 se editó El Perseguido, uno de los principales órganos de difusión de la tendencia antiorganizadora (Falcón, 2011; Oved, 2013). En 1897 comenzó La Protesta Humana, periódico que se transformó en la principal publicación ácrata, lo que marcó la hegemonía organizadora dentro de la corriente. Al año siguiente, Alberto Ghiraldo dio inicio a la revista El Sol con una propuesta diferente. Buscaba incidir en el debate político a través de una mirada cultural que incluía intelectuales de un amplio espectro ideológico, a fin de expandir los debates y temáticas (Díaz, 1991).

Tanto El Perseguido como La Protesta Humana mantuvieron estructuras similares. Contaban con una primera plana con noticias recientes y artículos teóricos o programáticos. Las páginas centrales estaban dedicadas a reflexiones generales, comunicados y noticias locales e internacionales. Por otra parte, había secciones de menor jerarquía con cartas de lectores, denuncias, debates, anuncios y notas diversas con canciones, reseñas de obras de teatro y diálogos ficcionalizados. Por su parte, El Sol se distinguía de los anteriores, pues, a pesar de revestir un carácter político, predominaba la presencia de poemas, fragmentos de libros, críticas literarias, ilustraciones, pinturas y ficciones. Asimismo, a pesar de las diferencias políticas y de estructura mencionadas, todas estas publicaciones prestaron especial atención a la cuestión étnica para dialogar con trabajadores inmigrantes y nativos.

Ya a principios de la década de 1890, la corriente antiorganizadora repudiaba la represión a los pueblos originarios. Por un lado, las denuncias manifestaban el accionar salvaje de las autoridades y ponían en tela de juicio el carácter “civilizado” con el que la sociedad capitalista moderna se presentaba. Así buscaban subvertir el binomio civilización y barbarie sostenido por las narrativas hegemónicas. Por el otro lado, los ácratas pudieron tender lazos con los pueblos originarios a través de reivindicaciones en común. El rechazo a la propiedad privada fue uno de los nexos que permitía hermanar la lucha anarquista con la de las comunidades indígenas. Este doble objetivo queda explícito en una denuncia a la policía de Chaco, que había degollado a un indígena por atentar contra la propiedad para después presentarlo al dueño del terreno como muestra de su intervención punitivista.6 Estos dos elementos dan cuenta de la voluntad ácrata por acercarse a los pueblos originarios, tanto al denunciar el avasallamiento de sus derechos como al establecer a la sociedad capitalista y la propiedad privada como enemigo común.

El nexo entre el anarquismo antiorganizador y los pueblos originarios aparece con mayor claridad en sus denuncias al militarismo de los Estados nacionales, al tiempo que reivindicaban la solidaridad en las tolderías durante los tiempos difíciles:

Los indios salvages (sic), cuando hay miseria en alguna toldería, acuden los demás a llevarles todo aquello de que pueden disponer para que se alimenten. Pues nosotros teniendo todo esto en vista queremos ser salvajes como los indios y gritamos mueran todos los gobiernos civilizados.7

En oposición a los discursos hegemónicos, que describían a las comunidades indígenas como bárbaras, los anarquistas vieron en ellas un modelo a seguir. Este deseo de identificarse con los “salvajes” muestra la originalidad de este discurso: su interés por vincularse con las diferentes etnias del país y cuestionar la cultura hegemónica y la sociedad capitalista. Así, los antiorganizadores vieron en los pueblos originarios un grupo subalterno para reivindicar y atraer a la lucha social.

En contraste, los grupos de la corriente organizadora, al tratar la situación en Argentina, se centraron en los problemas de los inmigrantes obreros recién llegados (Oved, 2013). Esta perspectiva se expresaba en un desinterés por las luchas y problemáticas de los pueblos originarios, criollos y mestizos. Asimismo, las referencias a los indígenas eran casi exclusivamente de carácter peyorativo, utilizadas como insultos contra las fuerzas represivas, a quienes llamaban “indios vestidos de policías”, o como expresión de “barbarie” y “salvajismo”.8 Las escasas menciones sobre la explotación y opresión eran indirectas, a través de la promoción de La mentira patriótica de José Ingenieros. No obstante, los intelectuales ácratas también se ocuparon de rebatir las miradas racistas y biologicistas del darwinismo social, denunciando que estas explicaciones buscaban esconder la desigualdad del capitalismo.9 En este mismo sentido apuntaba el pensamiento de Pietro Gori, quien desde la revista Criminología moderna discutió con las explicaciones racistas sobre el delito y la pobreza (Caimari, 2017). Por lo tanto, la crítica del anarquismo organizador al racismo tenía como principal objetivo defender a los trabajadores e inmigrantes europeos. En paralelo, las comunidades indígenas quedaban relegadas a un lugar marginal y aparecían como salvajes reproduciendo una concepción evolucionista de la historia. Esta concepción persistió durante varios años en publicaciones ácratas como La Batalla (Coiticher, 2016), pero, al igual que en el caso del socialismo –que veremos más adelante—, con el tiempo los grupos organizadores fueron cambiando sus posiciones. Para las décadas de 1910 y 1920, el anarquismo se hizo eco de las luchas de los pueblos originarios incluyéndolos como parte del proletariado y repudiando el discurso hegemónico que justificaba la explotación y la represión (Burgstaller, 2022).

Empero, esta no fue la única posición sostenida por los anarquistas organizadores. La propuesta cultural de Alberto Ghiraldo muestra los matices al interior de la corriente, al abordar la cuestión indígena como problemática específica a partir de las reflexiones de varios intelectuales que no siempre pertenecían al espectro ácrata. Reprodujeron obras como Atlántida: estudio de la historia americana de Diógenes Decoud, en la que las comunidades originarias aparecen como sujetos activos frente a la conquista. Así se destacaba la persistencia del lenguaje, los nombres y la pertenencia étnica como parte de la resistencia indígena tras su derrota militar.10 Por otro lado, la ficción también era utilizada como una herramienta para mostrar a los pueblos originarios bajo una óptica que cuestionaba la narrativa hegemónica. Mediante cuentos se retrataba a los indígenas como valerosos, inteligentes y hábiles obreros que garantizaban el bienestar de sus propias comunidades.11 Aparece así no solo una reivindicación de la vida comunitaria indígena sino también una primera ligazón entre la identidad étnica indígena y la identidad de clase obrera.

A lo largo del apartado pudimos apreciar el amplio espectro de posiciones ácratas en torno a la cuestión indígena y las relaciones entre la identidad étnica y de clase. La corriente antiorganizadora, representada en El Perseguido, denunció los atropellos a los indígenas y expresaba su admiración por las comunidades originarias, lo que demostraba que tenían como interés común luchar contra la sociedad actual. Por su parte, las posturas de los anarquistas organizadores tuvieron contornos menos nítidos. Las posiciones esgrimidas desde La Protesta Humana tuvieron una fuerte impronta antirracista, que se centró en defender a los inmigrantes europeos. En cambio, la situación de los pueblos originarios, sus demandas y vínculos con la clase trabajadora eran temáticas invisibilizadas en su pensamiento. No obstante, también pudimos observar que los proyectos culturales de Ghiraldo mostraban que dentro del anarquismo organizador existían perspectivas que reivindicaban a los pueblos originarios y problematizaban la narrativa hegemónica. La presencia de un campo ideológico más amplio y la publicación de textos literarios e históricos –a diferencia del carácter más programático de La Protesta Humana– impulsaba a abordar temáticas como la cuestión indígena. Así, el grupo organizador de Ghiraldo sentó las bases para cuestionar la narrativa hegemónica sobre los pueblos originarios desde el anarquismo incorporando también el entrecruzamiento entre la dimensión de clase y étnica. Este tipo de análisis no era exclusivo del anarquismo, sino que, como veremos de inmediato, también figura en La Vanguardia, especialmente tras la fundación de Partido Socialista, lo que nos permite pensar periodizaciones en torno a la cuestión indígena y las izquierdas.

El socialismo y las fronteras entre obreros e indígenas

Hacia fines del siglo XIX, Germán Avé-Lallemant, emigrado europeo establecido en la provincia de San Luis como agrimensor, sostuvo una constante militancia política socialista dentro del Club Verein Vorwärts y participó de las publicaciones El Obrero, Die Neue Ziet y La Vanguardia. En todos estos proyectos Avé-Lallemant realizó numerosas reflexiones de carácter político y social sobre las condiciones de trabajo del proletariado argentino. En un principio, el agrimensor vio a los pueblos originarios como salvajes que dañaban la propiedad e impedían el progreso de la sociedad. Bajo esta perspectiva, anclada en las teorías evolucionistas de la época, la cuestión indígena era, principalmente, una problemática penal en la que el Estado aparecía como el garante del desarrollo social y económico a través de la represión a las comunidades indígenas:

Si Dios y el gobierno argentino persiguen a los salvajes hacia el sur de modo que por estos lares no haya más malones de indios y gauchos malos que puedan causar daños a la propiedad, el enorme comercio del ganado que se extiende desde Santa Fe a Chile se desarrollará.12

En consecuencia, el autor vedaba la posibilidad de diálogo con los pueblos originarios y proponía profundizar la represión y el exterminio, ya que: “solo producirá seguridad el plomo y la pólvora”.13 Empero, la incorporación de Avé-Lallemant al campo socialista marcó un cambio en aproximación a los pueblos originarios (Tarcus, 2004). En sus posteriores escritos destacó cómo los dueños de los obrajes norteños minimizaban los costos y aumentaban la tasa de explotación empleando peones mestizos e indígenas. Estos eran sometidos a jornadas de trabajo más extensas que otros obreros, lo que aumentaba la plusvalía absoluta. Sus remuneraciones eran pagadas en especie o salarios bajos que debían gastarse en las proveedoras y pulperías. Allí operaba un sistema de préstamos por el cual los trabajadores indígenas se endeudaban para comprar los productos básicos.14 Los empresarios empleaban a las comunidades indígenas, cuyos derechos podían vulnerar de forma más sencilla; esto les permitía obtener mayores beneficios al tiempo que mantenían cautiva a una fuerza de trabajo que escaseaba por las propias condiciones de trabajo y de vida de la región.

El recorrido de Avé-Lallemant daba lugar a la articulación entre un pensamiento positivista y evolucionista con una fuerte base racial junto a la preocupación por las condiciones de trabajo de los peones indígenas. Esta doble influencia estuvo en el centro de los nuevos debates que problematizaron el abordaje del ideario socialista inicial sobre la cuestión indígena.

En este sentido, Juan B. Justo se dedicó a criticar explícitamente a las teorías racistas del sociólogo Ludwig Gumplowicz, que habían cobrado fuerza en Europa.15 En sus conferencias, el líder socialista resaltaba como frente la lucha de clases: “desaparecen las distinciones de frontera, de lengua o de raza”.16 Justo vio en el concepto de raza un disfraz cientificista y biologicista para la dominación del capital sobre el proletariado.17 De esta forma mantuvo la oposición al racismo como uno de los pilares del pensamiento socialista. Empero, su posición cambiaba drásticamente al referirse a las comunidades originarias, a las que consideraba como: “pueblos salvajes y bárbaros”. El planteo justista sostenía un esquema evolutivo anclado en el desarrollo de las fuerzas productivas en lugar de diferencias biológicas.18 Bajo esta impronta justificaba el colonialismo europeo en África, y, también, el genocidio local:

¿Pero vamos a reprocharnos el haber quitado a los caciques indios el dominio de la Pampa? (…) Suprimidos o sometidos los pueblos salvajes y bárbaros, incorporados todos los hombres a lo que hoy llamamos civilización, el mundo se habrá acercado más a la unidad y a la paz, lo que ha de traducirse en mayor uniformidad del progreso.19

La influencia de líder socialista puede rastrearse en trabajos como “Inmigración y latifundio” de Enrique Dickmann. Allí el autor retomó la posición abiertamente antirracista hacia los inmigrantes europeos pero también mantuvo la división entre civilización y barbarie refiriéndose a la población indígena como “salvajes”.20 Esta jerarquía, en la que los inmigrantes europeos eran vistos como eslabones más avanzados que los pueblos indígenas, persistió entre los intelectuales de izquierda durante varias décadas. De esta forma, aunque se buscaba eludir los argumentos biologicistas, la raza se erigió como factor central en el pensamiento socialista que encontró varios puntos en común con la narrativa hegemónica blanca de la época.

Por su parte, la obra de José Ingenieros también ilustra las tensiones presentes en el socialismo y el anarquismo. En La mentira patriótica denunciaba cómo la formación de los Estados nacionales de Argentina y Chile significó que las poblaciones indígenas fueran sometidas a la esclavitud “para aumentar el número de sirvientes de las familias ricas”.21 Sin embargo, apenas tres años después de esta publicación, Ingenieros elabora otros planteos fuertemente influidos por el pensamiento positivista y biologicista. Así, el autor identificó en el concepto de raza uno de los factores determinantes para explicar la historia de las sociedades y postuló una supuesta “superioridad de la raza blanca” (Plotkin, 2021, pp. 144-145). Si bien en posteriores escritos la raza aparece más asociada a elementos culturales, Ingenieros continuó estableciendo jerarquías entre las etnias y dictaminó que el origen de los problemas argentinos se hallaba en un hipotético atraso de los pueblos indígenas.22 El eclecticismo de este autor es reflejo de las tensiones que atravesaban a las izquierdas en el momento, y, también, de la importancia del discurso hegemónico racista que permeaba en las distintas corrientes políticas. Estos debates que versaban alrededor de la oposición entre la civilización y la barbarie, las fronteras entre la clase y la etnia, y sobre cómo interpelar a las poblaciones originarias, podemos encontrarlos en las páginas del periódico La Vanguardia.

El 7 de abril de 1894 se publicó el primer número del periódico socialista, nacido de la unión de Agrupación Socialista Les Egaux y Fascio dei Lavoratori. Su propósito era establecer un programa político común y terminar así con la crisis socialista de los años previos (Poy, 2020). En contraposición al anarquismo, este semanario promovió la acción política de los trabajadores inmigrantes a través de sus derechos políticos (Buonuome, 2015). Las relaciones entre los obreros locales y europeos estuvieron fuertemente marcadas por una mirada evolucionista manifestada en la oposición Interior-Buenos Aires. Las provincias del interior del país eran vistas como resabios del atraso, mientras que Buenos Aires y el litoral representaban el progreso y modernidad (Guzmán, 2019). Esta dicotomía también guardaba una arista étnica. Al igual que en el caso de La Protesta Humana, el eje estaba puesto en apelar a los inmigrantes europeos para guiar a los criollos hacia el progreso.23 Coincidió así, entre el socialismo y el anarquismo, una mirada evolucionista y paternalista que asociaba a los criollos, mestizos e indígenas con el salvajismo y la incapacidad de la organización. Esto entorpecía la consolidación de vínculos significativos con estos sectores (De Lucía, 1997).

Empero, entre las filas socialistas notamos un temprano interés por la cuestión indígena y sus vínculos con el mundo del trabajo a través de las campañas contra las leyes de conchabo en Santiago del Estero, Salta y Tucumán. Asimismo, protestaban contra los castigos físicos, los bajos –o nulos– salarios y la falta de libertades. No obstante, a pesar de hacer campañas en defensa de los trabajadores indígenas, durante los primeros años del semanario predominó una mirada fuertemente influida por las ideas racistas. Para el periódico la severidad de la explotación en el Norte se debía a que los trabajadores eran “en su mayor parte indígenas o mestizos de poca inteligencia y energía”.24 Por lo tanto, se atribuía la explotación y falta de organización a una supuesta diferencia racial y biológica.25 Si bien predominaba esta visión racista y paternalista, observamos que el socialismo se propuso extender, de forma sistemática, vínculos entre los trabajadores inmigrantes de la capital con los criollos, mestizos e indígenas de las provincias. La universalidad de la identidad proletaria era el nexo que le facilitaba al semanario solidarizarse con los indígenas en el movimiento obrero.26 El socialismo se distinguió por integrar a los jornaleros indígenas y mestizos dentro de una clase obrera más amplia. La solidaridad tenía una impronta paternalista, pero también reconocían que era una estrategia necesaria mejorar el nivel de vida de toda la clase obrera y evitar la competencia entre trabajadores. Las campañas y denuncias contra el conchabo, la explotación patronal y la solidaridad extendida hacia los trabajadores del Norte dan cuenta del temprano interés del socialismo por vincularse con los trabajadores indígenas.

La fundación del Partido Socialista marcó un cambio de estrategia, concepción y discurso sobre la cuestión indígena. Las relaciones entre la identidad étnica y clasista no eran desconocidas para el socialismo, pero a partir de 1896 hubo una creciente voluntad por construir un sujeto trabajador más amplio. Las fronteras entre la etnia y la clase pasaron a ser cada vez más porosas y comenzaron a encontrarse puntos de contacto y luchas comunes que articulaban la pelea por el cambio social con las problemáticas propias de las comunidades indígenas. En este sentido, se trazó el objetivo de establecer vínculos más directos con los pueblos originarios, y, para ello, era necesario limitar –aunque sea parcialmente— el uso de categorías racistas (De Lucía, 1997). De esta manera, ya no encontramos menciones a la supuesta falta de “energía” o “inteligencia”, sino que las noticias se centraban en denunciar a los patrones y a los gobiernos por la explotación y desregulación del trabajo.27 Las referencias étnicas peyorativas pasaron a minimizarse, y, en cambio, los epítetos de “bárbaros” e “inferiores” se le atribuyeron a la burguesía y la aristocracia.28 Así, en este nuevo momento los pueblos originarios comenzaron a ser pensados como “obreros indígenas”. Esta categoría ponía de manifiesto la dualidad de la cuestión indígena para el socialismo argentino. Por un lado, había una voluntad de integrarlos a la clase obrera y sus luchas; por el otro, se los reconocía como parte de un “otro” étnico con particularidades propias. La concepción del “obrero indígena” sentó las bases para que surgiera un amplio espectro de posiciones en el interior del socialismo sobre cómo se relacionaban la raza, la etnia con la pertenencia a la clase.

Con el horizonte de incorporar a los obreros indígenas a sus filas, en 1896, el Partido Socialista llevó a cabo varios meetings –presididos por Adrián Patroni y José Ingenieros- en los que se denunciaban las leyes de conchabo e impulsaban la asociación sindical y la formación de agrupaciones socialistas. Sin embargo, estas reuniones marcaban una continuidad con la mirada paternalista desde el primer número de La Vanguardia. Eran los militantes de la ciudad de Buenos Aires quienes tenían la tarea de “despertar” a los proletarios de las provincias.29 La distinción entre "la capital" y el interior fue la base para que varias figuras, como Dickmann o Patroni, volvieran decepcionados de sus giras provinciales y reafirmaran sus miradas peyorativas sobre los criollos, mestizos e indígenas (De Lucía, 1997). La voluntad de vincularse con trabajadores criollos e indígenas implicó problematizar las fronteras entre la clase y la etnia. Este proceso trajo aparejado una serie de debates. Por un lado se encontraban aquellos que veían la necesidad de incorporar a las comunidades originarias a la lucha del proletariado; por el otro estaban quienes, con posturas positivistas, paternalistas y racistas, veían la tarea como perjudicial para el propio partido. Estos debates no solo se dieron en torno a las relaciones de trabajo, sino que las izquierdas interpretaron de diferentes formas las represiones sufridas por las poblaciones indígenas en tanto problemática puntual, y, por lo tanto, elaboraron varias posturas sobre cómo abordar el tema. En este sentido, en el siguiente apartado examinaremos cómo las campañas militares, el exterminio, la proletarización forzosa y la desestructuración de las comunidades indígenas fueron un campo de disputa dentro de las izquierdas, y, también, un espacio para elaborar concepciones y políticas para vincularse con los pueblos originarios.

Las izquierdas frente a los campos de concentración, el exterminio y los trabajos forzados

La realización de la campaña militar y el sometimiento de las sociedades indígenas estuvo signado tanto por la violencia y el exterminio como también por la existencia de campos de concentración y trabajos forzados (Nagy y Papazian, 2011; Musante, Papazian y Pérez, 2014). Esta realidad no pasó desapercibida para las izquierdas de la época, que observaron las consecuencias del proceso de conquista. Como mencionamos anteriormente, El Perseguido fue una de las primeras publicaciones donde se denunció la represión a los pueblos originarios, el cautiverio y el exterminio sistemático de sus comunidades.30 En contraposición, la visión organizadora de La Protesta sobre las campañas militares al “desierto” se asemejaron más a las posturas de Juan B. Justo y Enrique Dickmann. La conquista en sí no era cuestionada y los indígenas aparecían como sujetos pasivos que simplemente fueron desplazados por soldados criollos, los que, a sus ojos, eran las verdaderas víctimas. Lejos de mencionar el exterminio, los desplazamientos y trabajos forzados, el cautiverio o el desmembramiento de las comunidades, el foco estaba puesto en cómo la propiedad de la tierra le había sido negada a los criollos e inmigrantes: “A los indios, les echaron los peones, los milicos, el paisano en una palabra, que peleó hasta que pudo vencerlos, y sin embargo esos campos se los repartieron entre unos cuantos”.31 La conquista no era cuestionada por los anarquistas organizadores que estaban más interesados en relacionarse con los inmigrantes y criollos perjudicados por el reparto de tierras. No obstante, en El Sol se alzaron voces disonantes que ilustraban los matices propios de la corriente organizadora. La revista cultural llamaba a establecer un sistema de reparto que permitiera: “ennoblecer al obrero indígena hasta que pueda contrastar al obrero inmigrado, que hoy no le podría hacer competencia. (…) De lo contrario siempre tendremos el malón”.32 Con eje en la figura del obrero indígena y su relación con la clase trabajadora, esta nota abordaba preocupaciones como el temor al malón o la situación de las tierras presentes desde los primeros escritos de Avé-Lallemant. Sin embargo, las soluciones ofrecidas por la publicación de Ghiraldo tenían como horizonte mejorar la situación de las comunidades, y, luego de haber oído sus reivindicaciones, planteaba la necesidad satisfacer el reclamo de tierras para los pueblos originarios.

Por su parte, el exterminio y la represión hacia los indígenas fueron una temática permanente dentro de La Vanguardia. Desde un primer momento, los socialistas se hicieron eco de las denuncias contra la explotación, los castigos físicos y la persecución a los trabajadores indígenas de diversas provincias. Buscaban poner en evidencia el accionar conjunto de las patronales, del gobierno y del ejército para garantizar la opresión y la explotación de los pueblos originarios. La complicidad quedaba explícita en el caso del ingenio azucarero de Julio Argentino Roca en Misiones. Frente al maltrato y la explotación, los peones indígenas del establecimiento optaron por fugarse como acto de rebelión. El gobernador de la provincia, Rudencino Roca, mandó al ejército para asesinar a quienes habían señalado como “indios sublevados”.33 De esta forma, los socialistas denunciaron los vínculos entre intereses privados y el gobierno, al tiempo que notaban que se trataba de una problemática en la que la dimensión étnica ocupaba un rol fundamental para explicar la explotación particular que sufrían los pueblos originarios.

No obstante, hacia finales de siglo dio inicio a una sistemática campaña de denuncias contra la persecución de los indígenas a raíz de la matanza de casi 200 miembros la tribu del cacique Caballero en Formosa a manos de las fuerzas represivas: “181 víctimas cuyo único delito es el de haber nacido, indios; cuya única falta la de haber sido pacíficos”.34 La novedad de esta campaña de denuncias es que ilustraba cómo el Partido Socialista comenzó a observar la particularidad de la opresión étnica. El “haber nacido indios” era la razón de la matanza, y, por lo tanto, la denuncia que hace el socialismo estaba arraigada en la identidad étnica indígena. Vemos así como, a pesar de las posturas de varias figuras y dirigentes, el Partido Socialista también retomó la cuestión racial como un elemento central para comprender la severidad de la represión y opresión dirigida a los indígenas. Finalmente, la nota hermanaba a estos pueblos con los trabajadores, identificándolos como parte del “pueblo” en oposición a los militares y al gobierno.35Esta fue la primera de una serie de textos en defensa de los pueblos originarios. Pocas semanas después la campaña continuó a través de un diálogo ficcional, entre un padre y su hijo, en el que se denunciaba el asesinato de los “verdaderos hijos de América” y se subvertían las nociones de civilización y barbarie: “¿Entonces, papá, somos también bárbaros, porque matamos, en plena civilización, en vísperas del siglo veinte a dos cientos indios pacíficos en Formosa?”.36 Este tipo de repudios se extendió a lo largo del año y se amplió a otras temáticas, como la apropiación de tierras en las campañas militares, los trabajos forzados y el desmembramiento de las familias con los repartos de indios: “no nos hemos contentado con arrebatarles sus tierras, robarles y prostituirles sus mujeres, repartirles sus hijos como bestias, sino que hemos permitido calculadamente tal vez, que mercaderes sin conciencia los envenenen con alcohol para envilecerlos hasta la impotencia”.37 En consecuencia, resulta evidente que allí comenzó a delinearse una política sobre la cuestión indígena, que, sin abandonar varias de las concepciones paternalistas, racistas y evolucionistas, disputaba con las posiciones de Patroni, Dickmann y el propio Justo. De esta manera, un sector el Partido Socialista no buscó borrar los marcadores étnicos de los pueblos originarios para disolverlos en la identidad de clase, sino que recuperaron los reclamos de las comunidades para hacerlos propios.

Entre este grupo se destacó Nicanor Sarmiento, miembro de la redacción de La Vanguardia, quien representó el sector más radicalizado en torno a las denuncias sobre el exterminio y la explotación a los pueblos originarios:

No debemos creer que la Argentina sea una excepción; todo lo contrario, aquí se llevan a cabo barbaridades parecidas (…) Los mercenarios oficiales, en los censos y demás publicaciones, se abstienen de mencionar los vejámenes y crímenes de lesa humanidad, perpetrados por los civilizadores.38

Bajo el sugerente rótulo de crimen de lesa humanidad, Sarmiento repudiaba la represión hacia los indígenas para poner nuevamente en duda lo “civilizado” de la sociedad capitalista. Asimismo, introdujo un elemento nuevo en su denuncia, al explicar cómo el Estado borraba cualquier evidencia del exterminio a través de sus herramientas oficiales. Así, Sarmiento entendía que era tarea del socialismo sacar a la luz las barbaridades cometidas por los gobiernos e incorporar a los indígenas a la lucha social. En este sentido es que, al año siguiente, este autor realizó una serie de notas tituladas “El trabajador argentino” referidas a la incorporación de los peones criollos, mestizos e indígenas a la masa trabajadora.39 Denunciaba entonces cómo, por su origen étnico, estos trabajadores estaban sometidos a severas condiciones de explotación. Asimismo, destacaba los repartos de indios y su colocación como sirvientes como problemática propia de las comunidades.40 De esta manera, Sarmiento repudiaba el entramado de instituciones –religiosas, militares y civiles– que funcionaron como intermediarios en la “colocación de indios” en las casas de familias adineradas. Así, el autor no solo menciona la desarticulación de las familias y comunidades indígenas, sino que relaciona este proceso directamente con el trabajo doméstico en casas de las familias ricas. Los escritos de Sarmiento ahondaban en los vínculos entre la identidad étnica y de clase para abordar la cuestión indígena, pero tenían como base considerarlos como parte del “trabajador argentino” con el que debían dialogar.

La heterogeneidad de posiciones que hemos examinado, acerca de cómo debía ser el vínculo con los pueblos originarios y sobre la cuestión indígena en sí, son reflejos de la tensión que atravesaban las filas del socialismo. Por un lado, se encontraban figuras como Enrique Dickmann, Adrián Patroni y el propio Juan B. Justo, quienes, a pesar de notar la severa explotación a la que eran sometidos los trabajadores indígenas, construyeron una línea política que retomaba los planteos racistas y evolucionistas presentes en los primeros escritos de Avé-Lallemant. Esta posición comprendía a la campaña militar como parte de un progreso evolutivo, pero que se había desviado del curso deseable. Con la mirada puesta en los casos de Estados Unidos y Australia, estos autores no cuestionaron la conquista, sino el reparto desigual de tierras, que derivó en la formación de grandes latifundios. Esta mirada, parcialmente compartida con sectores del anarquismo organizador, traía aparejada una concepción de los pueblos originarios como grupos indeseables. Muchos de estos autores vieron con recelo tender lazos con las comunidades originarias y concluyeron que había que alejarlas del proletariado europeo. Por otro lado, en el interior del Partido Socialista y de la redacción de La Vanguardia pudimos observar la presencia de posiciones que tuvieron como horizonte encauzar la identidad étnica y la de clase bajo un mismo estandarte. Estos autores tuvieron posiciones similares a las expresadas por los anarquistas antiorganizadores, y, principalmente, a las de El Sol de Alberto Ghiraldo. Haciéndose eco de las luchas de los pueblos originarios, reclamaban el cese de la represión y de las matanzas y mejorar las condiciones laborales de los indígenas, a la vez que denunciaban los trabajos forzados y los repartos de “indios”. Asimismo, en cuanto a la “Conquista del Desierto”, mantuvieron una postura que cuestionaba las concepciones de los principales dirigentes. No solamente vieron en la campaña militar un acto barbárico, al que llegaron a catalogar como crimen de lesa humanidad, sino que determinaban como necesario hacer un reparto de tierras que tuviera entre sus beneficiarios a los pueblos originarios.

La compleja relación entre identidad étnica y de clase expresada a través de la cuestión indígena atravesó de forma transversal a las corrientes de izquierda. En consecuencia, afloraron problemáticas sobre qué estrategias adoptar para vincularse con las comunidades originarias, cómo abordar sus reivindicaciones y de qué forma articularlas con la lucha del proletariado. Estos debates estuvieron tensionados por un trasfondo dominado por las ideas positivistas, evolucionistas y el racismo vigente en la época. Este proceso de discusiones no fue lineal; no arrojó resultados inmediatos ni unívocos sino que la cuestión indígena siguió siendo un espacio de disputa y tensiones en el anarquismo y socialismo.

Reflexiones finales

A lo largo de este artículo buscamos reconstruir la forma en que las izquierdas abordaron la cuestión indígena y cómo se relacionaron con los pueblos originarios. Esto nos permite trazar algunas periodizaciones y evaluar las modulaciones en la concepción que los socialistas y anarquistas tuvieron sobre los indígenas, como así también la manera en que abordaron la relación entre la identidad étnica y de clase. Para ello planteamos dos ejes estructurantes. El primero estaba referido a cuáles fueron las concepciones que elaboraron las corrientes de izquierda sobre los pueblos originarios, mientras que el segundo se centró en examinar cuál fue el lugar que tuvo la represión, el exterminio y los trabajos forzados en tanto problemática particular ligada a la pertenencia étnica indígena. A partir del enlazamiento de ambos ejes, abordamos las experiencias tensionantes acerca de la cuestión indígena que se esbozaron en el socialismo y el anarquismo, y, también, las estrategias que elaboraron para vincularse con las comunidades originarias.

En un primer momento notamos que en las producciones de importantes figuras del socialismo y anarquismo predominó una concepción evolucionista de la historia permeada por el positivismo, el biologicismo y el cientificismo. El resultado fue la configuración de un discurso que justificaba el desalojo y la represión de los pueblos originarios en pos del progreso. Estas concepciones tuvieron ciertas continuidades en los periódicos y revistas analizados, pero también surgieron nuevas perspectivas. En el anarquismo, los grupos antiorganizadores se propusieron tejer vínculos con los pueblos indígenas, a quienes entendían como parte del sujeto subalterno, al tiempo que cuestionaban el carácter “civilizado” de la naciente sociedad capitalista. Contrariamente, la corriente organizadora agrupada en La Protesta Humana desarrolló una lectura centrada, sobre todo, en los inmigrantes, mientras que las menciones a los pueblos originarios reproducían los estereotipos hegemónicos racistas de la época. No obstante, los proyectos culturales de Ghiraldo incorporaron nuevas temáticas y voces que ilustraban los matices dentro de esta corriente. De esta manera, se introdujo a las comunidades indígenas como sujetos activos que formaban parte de la clase obrera, y, también, se incluyó la necesidad de hacer una reforma que les diese tierras a los pueblos originarios. El socialismo experimentó una dinámica similar. En los primeros años de La Vanguardia predominó una perspectiva paternalista que mostraba a los trabajadores inmigrantes como los encargados de redimir a los indígenas, a quienes veían como una raza atrasada y débil. Empero, tras la fundación del Partido Socialista, esta postura mermó aunque sin desvanecerse por completo. Las fronteras aparentemente rígidas entre la clase obrera y la identidad indígena comenzaron a mostrarse más porosas a medida que el socialismo aspiraba a apelar a un sujeto trabajador más amplio. Fue en aquel momento cuando comenzaron a cobrar fuerza las notas que repudiaban la represión y la explotación hacia los pueblos originarios. Se denunció el desmembramiento de las comunidades, la apropiación de sus tierras y la complicidad del Estado para garantizar e invisibilizar la explotación y opresión. Aunque figuras como Patroni o Dickmann mantuvieron posturas discriminadoras hacia los trabajadores de las provincias, desde la formación del Partido Socialista las referencias raciales peyorativas disminuyeron.

Para el anarquismo y el socialismo, la cuestión indígena fue un catalizador de profundos debates sobre la relación entre la clase y la etnia. Si bien la historiografía ha tratado esta temática como una cuestión marginal, la relación con los pueblos originarios –junto con los criollos y mestizos— se vinculó con la voluntad de las corrientes de izquierda de dialogar con sectores trabajadores más amplios. Las múltiples luchas de las comunidades originarias y su creciente inserción dentro de la fuerza de trabajo conllevaron transformaciones en el anarquismo y el socialismo. Las iniciales posiciones positivistas y racistas fueron matizadas, y, si bien las discusiones no se resolvieron de inmediato y tuvieron marcados límites, comenzaron a cuestionarse las posturas racistas y evolucionistas hegemónicas. En su lugar fueron delimitándose perspectivas originales que articulaban la identidad de clase y la étnica, en las que se los reconocía como trabajadores indígenas con reivindicaciones propias, lo que nos plantea nuevos interrogantes para abordar en posteriores investigaciones: ¿Cuáles fueron los derroteros de los sectores que propusieron estrechar vínculos con los pueblos originarios? ¿Fueron efectivas sus estrategias? ¿Cómo fue la recepción de las ideologías de izquierda entre las comunidades indígenas? ¿Cómo interpretaron los nexos entre la identidad étnica, de clase y la pertenencia política? La heterogeneidad de posiciones con las que abrimos este artículo ilustra no solo el eclecticismo de las corrientes, sino también la importancia de esta temática, que, por sus derivaciones teóricas y prácticas, mantuvo su vigencia hasta entrado el siglo XX. En este trabajo hemos comprobado cómo sectores socialistas y ácratas se interesaron no solo en los obreros inmigrados, sino que, a pesar de la pervivencia de nociones paternalistas y evolucionistas, también demostraron un temprano interés en las poblaciones indígenas. Varios grupos de izquierda cuestionaron la narrativa blanca y europeísta instrumentada desde el Estado con el horizonte de desarrollar una concepción que incluyese a los pueblos originarios. Si bien los debates sobre cómo abordar la cuestión indígena perdurarían por varios años, socialistas y anarquistas sentaron las bases para establecer una política que buscaba articular las reivindicaciones de los pueblos originarios con aquellas de la clase obrera.

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Notas

1 El Perseguido, “Rebencazos”, 20 de marzo de 1892.
2 La Vanguardia, “La esclavitud en los países sudamericanos”, N° 23. 10 de junio de 1899.
3 Este trabajo forma parte de la investigación en el actual proyecto de tesis doctoral.
4 Debe notarse que existían otras expresiones socialistas en la Argentina como el socialismo romántico analizado por Tarcus en El Socialismo Romántico en el Río de la Plata (2016) o publicaciones afrodescendientes con cierta impronta marxista como menciona Reid Andrews en Los Afroargentinos de Buenos Aires (1989).
5 Ley Nacional 947 - 1878/31, Artículo 1.
6 El Perseguido, “Rebencazos”, 23 de agosto de 1891.
7 El Perseguido, “Rebencazos”, 20 de marzo de 1892, cursivas en el original.
8 La Protesta Humana, “La quincena burguesa”, 18 de diciembre de 1898; La Protesta Humana, “Movimiento social internacional”, 28 de marzo de 1899.
9 La Protesta Humana. “Legitimación de los actos de rebelión”. 10 de Julio de 1898.
10 El Sol, “Atlántida: Colonialismo y coloniaje”, 24 de diciembre de 1901.
11 El Sol, “Cuentos indios”, 16 de Julio de 1901.
12 La Plata Monatsschrift, 1873 en Avé-Lallemant, G. (2008) Antología 1835-1910. Buenos Aires: Biblioteca Nacional, pp. 123-124.
13 Ídem, p. 126.
14 Ie Neue Zeit, 1895-1896 en Avé-Lallemant, G. y Paso, L. (1974). La clase obrera y el nacimiento del marxismo en la Argentina: selección de artículos de Germán Avé Lallemant. Buenos Aires, Editorial Anteo, pp. 153-156.
15 Justo, J.B. (1915). Teoría y Práctica de la Historia. La Vanguardia, p. 41.
16 La Vanguardia, “Socialismo y Patriotismo”, 9 de enero de 1897.
17 Justo, J. B. (1915). Teoría y Práctica de la Historia. La Vanguardia, p. 26.
18 Ídem, p. 134.
19 Ídem, p.136.
20 Dickmann, E. (1916). Inmigración y latifundio. Imprenta French, p.12-19.
21 Ingenieros, J. (1898). La mentira patriótica. Librería Obrera, pp. 17-18.
22 Ingenieros, J. (1915). Las ideas sociológicas de Sarmiento. En Sarmiento, D. F. (1915). Conflicto y armonías de las razas en América. La Cultura Argentina, p. 34.
23 La Vanguardia. “Nuestro programa”, 7 de abril de 1894.
24 La Vanguardia, “Los siervos de las provincias del norte”, 2 de junio de 1894.
25 La Vanguardia, “El Estado y la clase obrera en la República Argentina”, 16 de junio de 1894.
26 La Vanguardia, “Los siervos de las provincias del norte”, 2 de junio de 1894.
27 La Vanguardia, “La trata de peones en las provincias del norte”, 1 de febrero de 1896.
28 La Vanguardia, “Los aristócratas son bárbaros”, 9 de enero de 1897.
29 La Vanguardia, “Los trabajadores en la campaña (del interior)”, 19 de febrero de 1898.
30 El Perseguido, “Revolución en bien de la humanidad!”, 15 de diciembre de 1892.
31 La Protesta Humana, “A los paisanos”, 28 de mayo de 1899.
32 El Sol, “Resurgimiento”, 24 de agosto de 1899. Itálica en el original.
33 La Vanguardia, “Los esclavos de los yerbales misioneros”, 27 de octubre de 1894.
34 La Vanguardia, “Bellezas del militarismo”, 11 de marzo de 1899. Destacado en el original.
35 Ídem.
36 La Vanguardia, “Misceláneas”, 25 de marzo de 1899.
37 La Vanguardia, “Las razas parias”, 8 de abril de 1899.
38 La Vanguardia, “La esclavitud en los países sudamericanos”, 10 de junio de 1899.
39 La Vanguardia, “El trabajador argentino IV”, 9 de junio de 1900.
40 Ídem.

Recepción: 06 Junio 2022

Aprobación: 31 Agosto 2022

Publicación: 01 Diciembre 2022

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