Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 22, nº 1, e160, Mayo - Octubre 2022. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Dosier: Entre el dinamismo y la pervivencia: agronegocio, actores y dinámicas
socio-productivas desde una mirada histórica

La otra cara de la transformación vitivinícola: los pequeños productores mendocinos

Juan Manuel Cerdá

CONICET, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina
Cita recomendada: Cerdá, J. M. (2022). La otra cara de la transformación vitivinícola: los pequeños productores mendocinos. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 22(1), e160. https://doi.org/10.24215/2314257Xe160

Resumen: El sector vitivinícola de la provincia de Mendoza estuvo asociado históricamente al trabajo de los inmigrantes europeos que llegaron a la región a finales del siglo XIX y comienzos del XX y que accedieron a pequeñas parcelas de tierra donde comenzaron a cultivar la vid. Esta asociación de la pequeña propiedad con el cultivo de la vid se ha visto reforzada aún más en comparación a las grandes extensiones de tierras de la pampa húmeda, lo que ha dado un sentido de identidad particular. Sin embargo, en las últimas décadas, esto a comenzado a cambiar a partir del proceso de reconversión vitivinícola, que tuvo como una de sus características la concentración de la tierra y la pérdida de los pequeños productores. Sin embargo, este segmento sigue siendo una parte central de la vitivinicultura mendocina. Este artículo analiza en detalle este proceso, los impactos sobre la configuración del espacio y las políticas públicas que han contribuido al sostenimiento de los pequeños viñateros en un contexto de fuertes transformaciones en el sector.

Palabras clave: Pequeños Productores, Vino, Vitivinicultura, Mendoza.

The other side of wine processing: small producers in Mendoza

Abstract: The wine sector of the province of Mendoza was historically associated with the work of European immigrants who arrived in the region in the late nineteenth and early twentieth centuries and who accessed small plots of land where they began to cultivate the vine. This association of small property with vine cultivation has been further forced compared to the large tracts of land in the humid pampas, which has given a particular sense of identity. However, in recent decades, this has begun to change from the process of wine conversion that had as one of its characteristics the concentration of land and the loss of small producers. However, this segment remains a central part of Mendoza viticulture. This article analyzes in detail this process, the impacts on the configuration of space and the public policies that have contributed to the sustenance of small winemakers in a context of strong transformations in the sector.

Keywords: Small Enterprises, Wine, Viticulture, Mendoza.

1. Introducción

Desde comienzos de la década de 1990 el sector vitivinícola de la Argentina comenzó un proceso de transformación orientado a la producción de vinos de calidad. Este implicó no solo la incorporación de nueva tecnología y de nuevos actores (nacionales como extranjeros) en el sector industrial sino también la transformación de parte de los viejos viñedos y del paisaje. Esta “reconversión vitivinícola” tiene su origen en varios factores. Por un lado, la crisis de sobreproducción de la década de 1980, que visibilizó el agotamiento del modelo centenario de producción de vino en la Argentina, basado en grandes volúmenes de producción (Richad-Jorba, 2008; Mateu, 2002; Mateu y Stein, 2008, Ferreyra, 2012, Fili y Hernández, 2018). En segundo lugar, está asociada al cambio en la preferencia de los consumidores que implicó la disminución del consumo de vinos y/o el reemplazo de este por otras bebidas, como la cerveza, los jugos o las gaseosas. Por último, en el marco local, la política de apertura y desregulación de la economía argentina comenzó a favorecer la entrada de capitales. Todo esto se dará en un contexto internacional de un incremento de los intercambios de bienes y servicios a nivel mundial. En este sentido, el vino no escapa a lo que le pasó al resto de los productos agroindustriales (Craviotti, 2008). El surgimiento de nuevos países productores de vino (Nueva Zelanda, Estados Unidos, Sudáfrica, Australia, entre otros), que comenzaron a impulsar una nueva “vitivinicultura de calidad”, impactó de forma directa sobre un mercado que estaba monopolizado por los países europeos (especialmente, Francia, Italia y España).

En este sentido, hay una amplia bibliografía que se ha ocupado de estudiar la reconversión vitivinícola con especial hincapié en la “nueva” vitivinicultura; sin embargo, se ha prestado una menor atención a que pasó –y está pasando– con los productores primarios vinculados al “viejo” modelo de desarrollo. Este modelo está asociado a los viñedos más pequeños, que, en general, están poco integrados, y donde predomina la producción de uvas “comunes” para abastecer al mercado de los denominados vinos básicos. Estos viñateros en general son empresas familiares que solo contratan trabajo temporario para cubrir las necesidades de algunas actividades culturales. A pesar de que estos productores vienen perdiendo peso dentro de la cadena vitivinícola, casi de forma ininterrumpida desde finales de la década de 1970 han logrado mantener su presencia en un mercado altamente competitivo. Por esto, lo que nos interesa en este trabajo es analizar la pervivencia de los pequeños productores y de sus viñedos en un contexto de concentración del capital y de la tierra en el sector vitivinícola de la provincia de Mendoza. Debemos aclarar que, si bien hablaremos a lo largo del texto indistintamente de productores y viñateros, las estadísticas disponibles solo distinguen la unidad de producción (viñedo) sin que esta tenga una relación directa y única con su dueño. Sin embargo, esta utilización se justifica en este trabajo, ya que hay estudios que han estimado que esta relación es de 1,2 viñedos por productor, lo que aproxima de forma significativa a dicha categoría (Mateu, 2012, p. 52). Por otro lado, como veremos, la reducción en el número de los pequeños viñedos ha sido sostenida durante los últimos 30 años –característica que comparte con otras producciones–, sin embargo, sigue siendo una parte significativa en términos económicos y culturales en la provincia de Mendoza.

En síntesis, este trabajo analiza las características del sector vitivinícola a escala mundial y su influencia en el ámbito local. En el siguiente apartado se describen los rasgos fundamentales de los dos modelos de desarrollo vitivinícolas que conviven en la actualidad en la provincia. En el apartado tres, se estudia la evolución de los viñedos y de su importancia dentro del eslabón primario de la cadena en la provincia de Mendoza. En cuarto lugar se describen una serie de medidas públicas y privadas que tendieron al sostenimiento de dichos productores y que explican en parte su pervivencia. Allí veremos cómo el Estado –tanto nacional como provincial– y diferentes organizaciones civiles han llevado adelante medidas de sostenimiento de los pequeños viñateros, ya que estos constituyen una parte fundamental de la cadena vitivinícola y de la cultura de la sociedad mendocina. Por último, se realizan algunas consideraciones finales.

2. Los “dos modelos” vitivinícolas y sus manifestaciones a nivel local

Hablar de vinos argentinos es hablar de la región de Cuyo en general y de Mendoza en particular. La producción de vino de la región de Cuyo representa alrededor del 90 % del total del país; de esta fracción, Mendoza históricamente contribuye con el 70 % y San Juan con el 20 %.1 Esta preeminencia de la región como área vitivinícola de la Argentina se refuerza con una construcción discursiva que ha colocado a Mendoza como la provincia más apta para la producción de vinos. Sin embargo, hablar de la provincia como una unidad homogénea no es del todo correcto, ya que la “actividad madre” (como se la denomina en la provincia) fue creando territorios vitivinícolas en los diferentes “oasis productivos” (Montaña, 2008) y generando diferentes “modelos de desarrollo” a lo largo de los años.

Mendoza tiene una extensión de 148.827 km2, de los cuales solo entre un 3 % y 3,5 % está irrigado, y, por lo tanto, tiene una “productividad” alta o intensiva.2 Estos espacios están distribuidos en torno a los ríos. Como se observa en el mapa, estos grandes oasis (Norte, Sur y Oeste –este último, más conocido como Valle de Uco–) se diferencian no solo por su desarrollo productivo, sino, también, por la importancia que han tenido a lo largo de la historia en la ocupación de su territorio y en la configuración del patrimonio paisajístico (Cerdá-Martín, 2021).

Mapa

Fuente: agradezco la colaboración del Dr. Facundo Rojas en la elaboración de este mapa.

A grandes rasgos, el sector vitivinícola de Mendoza podría ser caracterizado por dos modelos diferentes de desarrollo: uno de grandes volúmenes, y otro, más reciente, basado en lo que se ha denominado como “vinos de calidad”. Si bien no es posible establecer un corte taxativo debido a que los procesos se yuxtaponen unos con otros, la bibliografía ha llegado a establecer algunas características básicas para cada uno de estos modelos. El primer modelo, que surge a finales del siglo XIX –y que tiene como espacio geográfico el Oasis Norte y el Sur–, se basó en un producto poco diferenciado, con niveles de alcohol elevados y que buscaba grandes volúmenes para satisfacer una demanda de un mercado interno en crecimiento. A finales del siglo XIX, y durante buena parte del siglo XX, este mercado se sostuvo en dos pilares fundamentales: por un lado, por el consumo creciente de una sociedad compuesta por inmigrantes europeos que incluían en su dieta diaria el consumo de vino, y, por otro lado, por un mercado protegido con barreras arancelarias que dificultaba la importación (Girbal-Blacha, 1987; Mateu, 2007). En este contexto, el sector se preocupó más por los volúmenes de producción que por la calidad del vino. En cierta medida este modelo también estuvo asociado a los beneficios propiciados por el Estado (exenciones impositivas, entrega de tierras fiscales y créditos “blandos”), que hicieron que la producción de vino fuera algo accesible y rentable, aun para aquellos que tuviesen poco capital (Richard-Jorba et al., 2006; Lacoste, 2003; Mateu y Stein, 2008; entre otros). Este proceso, favorecido por las obras hidráulicas y la utilización de las aguas superficiales, llevó a una expansión muy rápida del área cultivada, y en cierta medida descontrolada, que se concentró en los Oasis Norte y Sur. Bajo esta dinámica, el sector debió afrontar diferentes crisis de sobreproducción a lo largo de la primera mitad del siglo pasado, pero que fueron superadas gracias a crisis climáticas o a la ayuda del Estado (Barrio de Villanueva, 2010). Este modelo comenzó a mostrar sus límites de forma acuciante a comienzos de la década de 1970, cuando el consumo comenzó a disminuir, los precios del vino cayeron y la ayuda del Estado comenzó a mermar.

El segundo modelo está asociado a los cambios ocurridos en el mercado de vino a nivel mundial. Hacia finales de la década de 1960 comenzó un proceso de internacionalización de la oferta de vino producto de la aparición de nuevas regiones productoras en todo el mundo. El surgimiento de nuevos países productores de vino, como Sudáfrica, Nueva Zelanda, Australia, Chile o Estados Unidos, no solo generó un significativo aumento de competencia en el mercado mundial, sino que marcó un nuevo rumbo en la forma de hacer vino. Estos países ampliaron las variedades de vinos –que comenzaron a competir con los tradicionales vinos europeos–, a la vez que introdujeron nuevos procesos de producción y comercialización (Pan Montojo, 2009)3. Estos vinos se caracterizan por tener un perfil diferente, más “refinado” en sus sabores y aromas, con una tipificación asociada a las características de las cepas, y, en menor medida, de su lugar de origen (terroire4), lo que dio como resultado vinos cada vez más diferenciados y diferenciables –aun para un consumidor “no experto”–, a partir de sus características organolépticas. Por tanto, desde finales de los años setenta se comenzó a experimentar una clara tendencia hacia una mayor oferta de vinos en el mercado internacional con características diferentes, más heterogéneo y más dinámico. Esto elevó la competitividad y los mercados comenzaron a segmentarse cada vez más, según su calidad, el país de origen, y según la percepción de los consumidores en los mercados de recepción.

En Argentina, fue recién a finales de la década de 1980 cuando un sector de la vitivinicultura comenzó a transitar este camino asociado a los cambios tecnológicos de los denominados vinos de “calidad” (Aspiazu y Basualdo, 2002; Pont y Thomas, 2009; Quaranta y Brignardello, 2019; Martín, 2009; entre muchos otros). Desde entonces, los vinos argentinos han experimentado una profunda reconversión que afectó a toda la cadena vitivinícola, y, especialmente, al sector primario. Esto se debe a que la nueva concepción de calidad depende directamente de las cualidades de la materia prima (uvas), y, en menor medida, del lugar de donde provienen. En esta concepción –a diferencia de la visión centenaria basada en un producto final sin diferenciación–, el vino debe trasmitir las características organolépticas de las cepas, las condiciones del suelo, el clima, y, si es posible, la cultura y las vivencias de sus pobladores. Es por esto que en gran parte de las publicidades de vino invitan al consumidor a experimentar un “viaje imaginario”, con el producto como mejor vehículo para concretarlo.

Esto hizo que algunos productores, en primer lugar, se volcaran a recuperar el malbec como cepa emblemática de los vinos argentinos –rescatando antiguos viñedos o implantando nuevos–, y que, recién en los últimos años, comenzaran a reconocer al terroir como uno de los factores determinantes en la calidad de los vinos (Urvieta et al., 2021). A estos dos pilares se les sumaron otros “artefactos tecnológicos”5 que minimizan la intervención durante la etapa industrial –tanto en el proceso de elaboración como en el añejamiento de los vinos–, y aumentan la calidad de la materia prima. De esta manera, una parte de los productores vitivinícolas se ha sumado al modelo tecnológico de los “países emergentes” y produce vinos con este nuevo paradigma de “calidad”.6

Estos factores son centrales, ya que, como veremos en este trabajo, dicho proceso está marginando a un sector importante que, en gran medida, se compone de pequeños viñateros, que son quienes dominan la base de la pirámide de productores de vid en la Argentina. Como han estudiado otros autores, este proceso de transformación socioproductivo fue acompañado de una transformación de los territorios en la provincia (Van den Bosch, 2015; Martí y Larsimont, 2016; Larsimont, 2019; entre otros). A partir de la década de 1990 el desarrollo del Valle de Uco es un hito en dicho proceso, ya que desplaza, en cierta medida, a las regiones productoras “tradicionales” de la provincia.

Como se ha dicho antes, estos procesos se solapan no solo en el tiempo sino en el espacio, lo que hace la reconstrucción de su historia mucho más compleja y difícil de comprender. En alguna medida estos dos modelos generaron cambios en las estructuras productivas, así como también en la dinámica del territorio provincial. Y, por lo tanto, como lo expresó Delaney (2008), el territorio, entendido como espacio apropiado, nos obliga a analizar las relaciones de poder que se reproducen en él, y, a su vez, este es un informante clave de los procesos sociales. En ese sentido, el proceso de territorialización, que analizaremos posteriormente, da cuenta de los cambios y de las persistencias en las prácticas e imaginarios sociales (Haesbaert, 2013). Por otro lado, y si bien excede los objetivos de este trabajo, los cambios ocurridos en la producción vitivinícola de Mendoza también se asocian al concepto de glocalización, por el que las condiciones y demandas del mercado mundial propician cambios a nivel local.7 En una economía cada vez más globalizada las relaciones entre los diferentes niveles de mercados (local, nacional, continental y mundial) afectan los espacios donde se producen los bienes y servicios. Por tanto, es difícil disociar la evolución del sector vitivinícola sin prestar atención a los cambios ocurridos en los consumidores, la internacionalización del mercado, el marketing y los efectos que las políticas públicas tienen sobre la producción local. En gran medida estas variables impactan en la toma de decisión y en la adopción (o no) de “ajustes” a las nuevas realidades por parte de los productores, y, de allí, desencadenan modificaciones en el aparato productivo y en la configuración espacial.

La mirada local permite, en el caso de Mendoza, analizar cómo la producción vitícola se “internacionalizó” acompañando los cambios de la economía global a partir de la década de 1970, pero, al mismo tiempo, manteniendo patrones económicos y socioculturales cuyas raíces se remontan a finales del siglo XIX. Esta pervivencia se sostiene en “estilos” de vino diferentes, en las posibilidades de los consumidores de elegir ciertos productos y en un modelo de desarrollo que se basa mayoritariamente en los pequeños productores vitícolas que llevan más de un siglo de existencia.

La “reconversión” del sector no incluyó a todos los productores, por lo que un porcentaje importante de los viñedos quedó asociado a estándares de calidad enológica “tradicionales” (Staricco, 2018; Rofman y Collado, 2006). No obstante, los denominados vinos genéricos (también, denominados comunes o no varietales)8 siguen ocupando un lugar importante en el mercado interno, a la vez que en las últimas décadas se han insertado en algunos nichos de exportación ubicados en países tan diversos como Rusia, Paraguay, Brasil, y, más recientemente, China y España.9 En paralelo, a partir de mediados de los años 90, las uvas destinadas a este segmento han encontrado en la producción de mosto10 una forma de diversificar y ampliar su destino. Así, el mosto ha servido como “regulador” de este segmento del mercado por la derivación de posibles excedentes a la producción de endulzantes naturales y la generación de nuevas oportunidades de negocio. Esta actividad derivada se ha convertido en una alternativa rentable no solo para las empresas concentradoras sino también para el sector de productores de uvas “comunes”, como veremos con mayor detalle en la sección siguiente.

3. Cambios y continuidades en el sector vitivinícola mendocino: el rol de los pequeños productores y el cambio en la configuración espacial

Los cambios producidos en la vitivinicultura mendocina –tanto en lo que refiere al proceso de producción, a sus actores y a la configuración del espacio– son más notorios si se apela a una mirada de largo plazo. Desde esta perspectiva, y bajo el modelo de producción tradicional, el área cultivada con vides no cesó de crecer a lo largo de casi un siglo (cc.1880- cc.1980), aun cuando atravesó diversas crisis cíclicas de sobreproducción y cada vez más prolongadas.11 Una vez superada la crisis de 1930, se verificó un crecimiento de la producción que se aceleró de manera significativa desde finales de la década de 1950. En estos años el mercado interno creció y sus posibilidades de expansión parecían ilimitadas. Esto llevo a que muchos productores12 comenzaran a reemplazar viñas de calidad (muchas de ellas eran malbec) por uvas criollas que permitían obtener mayores volúmenes de vinos comunes (Stein, 2008; Cernadas y Forcinito, 2004).

Sin embargo, a partir de la década de 1970, el consumo de vino comenzó a experimentar una tendencia decreciente, lo que generó una nueva crisis de sobreproducción.13 En la Argentina se pasó de un consumo de 86 litros per cápita anual en 1968, a 60 litros en 1986, y a tan solo 21 litros en el 2020. Esta caída se explica por diversos factores, entre los que se encuentran el aumento significativo del consumo de cerveza, gaseosas y jugos naturales. Asociado a ello, los stocks excedentes de vinos comenzaron a crecer y a mediados de la década de 1970 estos representaban el equivalente a una cosecha; el doble de lo esperado como “ideal” (Cernadas y Forcinito, 2004, p. 14). Estos fueron los primeros indicios de la crisis, pero será recién a finales de esta década que comenzó un proceso de abandono de las tierras y de reducción de la producción y del área cultivada. Frente a la crisis del “viejo modelo” empieza a emerger el “nuevo modelo” de producción vitivinícola.

En el transcurso de algo más de diez años (1977-1990) se perdieron aproximadamente 24.000 viñedos y se produjo el abandono y/o eliminación de 140.000 ha de vides en todo el país, de las cuales el 51 % y el 75 %, respectivamente, correspondían a la provincia de Mendoza. Esta crisis ha sido la más profunda y prolongada que tuvo que soportar el sector en toda su historia, pero, también, el puntapié inicial del proceso de reconversión de la vitivinicultura nacional y provincial (Azpiazu y Basualdo, 2002; Bocco et al., 2007; Martín, 2009; Neiman, 2003; Richard-Jorba, 2007; Altschuler, 2016; entre otros).14

En este contexto, las bodegas más importantes del país comenzaron un proceso de transformación que tuvo como objetivo mejorar la calidad de su producto para incrementar su salida exportadora y a la vez posicionarlo en el segmento más alto de mercado interno.15 Para esto debieron adaptarse a nuevas preferencias de los consumidores y aplicar mejoras tecnológicas, tanto de procesos como de productos. En algunos casos, esto se dio a inicios de la década de 1980 (Cerdá y Hernández, 2013), pero el gran boom y su mayor difusión comenzó en la década de 1990 cuando las políticas de desregulación, el tipo de cambio atrasado y el bajo precio en dólares de la tierra favorecieron la entrada de capitales al sector, y, con ello, la llegada de actores importantes al mismo (Azpiazu y Basualdo, 2001; Cernadas y Forcinito, 2004; Bocco et al., 2007; Richard-Jorba, 2007; Chazarreta, 2013, Gennari et al., 2013; entre otros).16

En todo este proceso el sector primario tuvo un rol clave, ya que sobre él recayó la mayor presión del nuevo paradigma, que demandaba uvas de calidad para realizar vinos de características particulares.17 En esta dinámica, un número importante de productores –especialmente los no integrados y más pequeños– no pudieron asumir el costo de la reconversión y salieron del mercado. Sin embargo, otros perviven hasta el presente.

Si bien en las últimas tres décadas el total de hectáreas cultivadas con vid se ha ubicado en torno a las 150.000 ha en la provincia,18 es posible observar dos subperíodos bien marcados en el tiempo: el primero va desde 1988 a 2002 y el segundo se extiende desde esa fecha hasta el presente. En efecto, a partir de los datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) relevados para la provincia de Mendoza se puede verificar que durante la primera etapa (1988-2002) se produjo una reducción del 32 % de la cantidad de viñedos y del 22 % de la superficie cultivada. A partir del 2002, y hasta el último dato disponible (año 2020), se atraviesa una segunda etapa en la que el sector parecería haber encontrado cierta estabilidad, aunque con resultados divergentes. En cuanto a la superficie cultivada, se observan tendencias diferenciales a lo largo de las dos décadas del nuevo milenio: una tendencia decreciente durante la década del 2000 y una evolución creciente (del 2 %) durante el siguiente decenio. Este último crecimiento se dio en el marco de una disminución de un 6 % en la cantidad de viñedos con relación a la primera década del nuevo milenio (Ver Cuadro 1).

Cuadro 1
Evolución de la cantidad de viñedos y de la superficie plantada con vid en la provincia de Mendoza según tamaño del viñedo
Evolución  de la cantidad de viñedos y de la superficie plantada con vid en la provincia  de Mendoza según tamaño del viñedo
Fuente: elaboración propia en base a datos del INV

Cuando se analiza la evolución de la cantidad de viñedos y superficie plantada por estratos de producción, se observa que la heterogeneidad es mayor. Los pequeños viñedos (menores a 5 ha), que representaban en 1988 el 63 % (15.229), y controlaban el 19 % (35.634 ha) del total de la superficie cultivada con vid en la provincia, en el 2020 representaban el 55 % (8.360) de los viñedos, y controlaban solo el 14 % (20.726 ha) de la superficie cultivada.19 Esta disminución es mucho más marcada en la última década del siglo pasado (al igual que en el resto de los estratos), pero llama la atención un nuevo proceso de desaparición de viñedos entre los años 2011 y 2020. Si bien es prematuro para afirmar que esta sea una tendencia, es notoria la diferencia que se observa con el resto de los estratos analizados. A pesar de este matiz, los datos muestran que, en el marco de la denominada reconversión vitivinícola, los viñedos más chicos disminuyeron significativamente tanto en términos absolutos como en la proporción de tierras que controlaban.

Por el contrario, en la cúspide de la pirámide, los estratos de mayor tamaño (25.001 ha y más) representaban en el año 1988 el 4 % (1.180) de los viñedos, y controlaban el 36 % (66.966 ha) del total de la tierra cultivada, y pasaron en el 2020 a representar el 8 % (1.209) de los viñedos y controlar el 44 % (66.674 ha), respectivamente.20 Como puede observarse, el crecimiento en términos porcentuales se debe a una recuperación tanto de la cantidad de viñedos como del área que ocupaban con vides a partir del nuevo milenio.

En los estratos medios (viñedos con extensiones entre 5,001 ha y 25 ha), luego de un período de fuerte disminución en la década de 1990, se observa una tendencia a la estabilidad a partir del comienzo del siglo XXI, tanto en lo referido a la cantidad de viñedos como al área implantada. Este estrato, que representaba en 1988 el 32 % (7.814) del total de viñedos y ocupaba el 45 % (82.469 ha) del área cultivada con vides de la provincia, pasó a representar en el 2002 el 35 % (5.758) del total de viñedos con el 43 % (62.474 ha) del área cultivada, porcentajes que se mantienen relativamente estables hasta el presente. En gran medida, este proceso se aplica a los viñedos entre 10 a 25 ha, que fueron el único subgrupo que logró un incremento tanto en el número de viñedos como en el área cultivada en la primera década del siglo XXI. Como consecuencia de todo este complejo proceso de transformación de la estructura de los viñedos en la provincia se observa un incremento del tamaño promedio de los viñedos, que pasó de 7,6 ha a 9,9 ha por viñedo entre 1988 y el 2020, lo que da un crecimiento promedio del 1 % anual.

Como puede apreciarse en el Gráfico 1, desde el inicio del llamado proceso de reconversión se verifica una reducción de la base de la pirámide, tanto en términos absolutos como relativos. Por el contrario, en la cúspide se observa solo una disminución en términos absolutos, pero de menor magnitud que en el resto de los otros estratos, con un incremento de 3 puntos porcentuales en la participación total de los viñedos y en 8 puntos porcentuales con relación al total del área cultivada de Mendoza. En los estratos medios la evolución parece ser menos lineal, como se describió más arriba. Mientras que los productores medianos-chicos (de 5 ha a 10 ha) muestran una participación estable en cuanto a cantidad de viñedos, se observa una disminución del área ocupada, en cambio, en el estrato medio-grande (10,001 ha a 25 ha), si bien crece la cantidad de viñedos, la proporción se mantiene estable en términos relativos. Como puede apreciarse, y a pesar de su evolución descripta, los pequeños viñedos siguen siendo un segmento importante de la vitivinicultura de Mendoza.

Gráfico 1
Cambios en la estructura porcentual de la superficie cultivada y cantidad de viñedos entre 1988 y 2020 según tamaño del viñedo
Cambios  en la estructura porcentual de la superficie cultivada y cantidad de viñedos  entre 1988 y 2020 según tamaño del viñedo
Fuente: elaboración propia con base en datos del INV

Sin embargo, el proceso de reconversión productiva no tuvo impactos diferenciales solamente en los establecimientos según tamaño, sino que influyó de manera heterogénea a lo largo del territorio provincial. En esta dinámica, el Valle de Uco emerge como un claro exponente de la nueva vitivinicultura, en contraposición con otras regiones, como el Oasis Norte o el Sur, más asociadas al modelo tradicional. Si bien esta relación no es directa, en el discurso de los actores aparece como un hecho y esto se refuerza con la idea de la glocalización ya mencionada.

Tal como se observa en el Cuadro 2, mientras que el Valle de Uco no ha dejado de crecer, la mayoría de las restantes regiones perdieron participación, especialmente la Este y la Sur.21 A comienzos del nuevo milenio el Valle de Uco daba cuenta del 6 % del total de los viñedos con el 9 % del área cultivada; veinte años más tarde esos guarismos son del 12 % y del 19 %, respectivamente. En el extremo opuesto, durante este período, la región Sur pasa del 28 % al 23 % de los viñedos, y de ocupar el 16% al 11 % de la superficie plantada.

Cuadro 2
Evolución de la cantidad de viñedos y de la superficie cultivada con vid en la provincia de Mendoza por departamento (2000, 2011 y 2020)
Evolución  de la cantidad de viñedos y de la superficie cultivada con vid en la provincia  de Mendoza por departamento (2000, 2011 y 2020)
Fuente: elaboración propia con base en datos del INV

Los cambios relativos en la distribución espacial de la producción vitivinícola al interior de la provincia también han estado acompañados por –y en parte son consecuencia de ello– alteraciones en el tamaño medio de los viñedos. Por un lado, al considerar los datos de comienzos del siglo XXI hasta nuestros días, se observa que los viñedos más grandes se ubican en el Valle de Uco, seguida por la zona Centro, el Norte, el Este y finalmente, la zona Sur. Por otro lado, durante las últimas dos décadas se observa un proceso de crecimiento del tamaño medio en las regiones Centro (pasando de 10 a 14 ha/viñedo) y en el Valle de Uco (pasando de 13 a 16 ha/viñedo), mientras que en el resto de las regiones no se verifican cambios sustantivos. Por lo tanto, ambos efectos –efecto estructura y efecto concentración– dan cuenta del aumento en el tamaño medio de los viñedos a nivel provincial y un proceso de localización espacial diferencial. A lo largo de estos años se amplificó la brecha de tamaño entre las cinco regiones consideradas, y se podría sostener que los dos modelos han reconfigurado el espacio provincial.

A pesar de la reconversión vitivinícola y la tendencia a la disminución de los pequeños viñedos, estos siguen siendo un segmento muy significativo en la provincia de Mendoza en general y en las regiones históricas (Oasis Norte y Sur) en particular. Como fue mencionado, esto da cuenta de una convivencia de los dos modelos vitivinícolas que, además, se expresan a partir de las tensiones territoriales construidas dentro de la provincia. Sin lugar a duda, los viñedos más chicos son los que han tenido mayores dificultades para afrontar los procesos de reconversión, debido a un conjunto de factores entre los cuales se encuentran la escasa (o nula) capacidad para integrarse verticalmente y el menor acceso al financiamiento y a los mercados internacionales.

Asimismo, las condiciones desiguales de negociación de su producto también suelen ser una barrera importante para su crecimiento. En gran medida, los productores primarios y las bodegas establecen contratos “de palabra” y el precio que reciben por su producto depende de las condiciones del mercado, ya que este es determinado por las bodegas luego de la cosecha. En este sentido, diversos estudios han mostrado la persistencia de una estructura oligopsónica del sector que se concentra en su fase industrial.22 Según Bocco (2007), esta característica se acentúa en el mercado de los vinos comunes –donde tienen preeminencia los viñateros pequeños–, debido en gran medida a los escasos márgenes de ganancia unitaria que tienen y al poder concentrado que han logrado algunos grupos económicos y/o bodegas. Según Gordillo (2015, p. 10), en el año 2015 el sector estaba dominado por 3 grupos empresarios que concentraban más del 70 % de la comercialización en dicho segmento del mercado.

Ahora bien, a pesar de todo esto, los viñedos –y por lo tanto los viticultores– más pequeños siguen siendo un segmento muy importante de esta actividad en la provincia. Entendemos que esto se debe a varios factores, entre los que están una cultura local asociada a una tradición que ha pasado de generación en generación, el desarrollo de lazos de solidaridad, y políticas públicas activas que, en cierta medida, han tendido a sostener a este sector. En el siguiente apartado resumiremos algunas de estas políticas que se han dado con relación a los pequeños productores vitivinícolas de la provincia de Mendoza.

4. El alcance de las políticas públicas en los pequeños productores

Finalmente, en esta sección se abordan las políticas públicas que han estado dirigidas a los pequeños productores vitivinícolas y que han contribuido a su sostenimiento durante el proceso de reconversión sectorial. Este recorrido, sin intensión de ser exhaustivo, permite introducir algunos matices sobre la idea generalizada de la retirada del Estado de la economía en el último cuarto del siglo pasado, y, en especial, a partir de la década de 1990.

Como marco general, podemos afirmar que el Instituto Nacional de Vitivinicultura –creado a partir de la Ley 14.878 de 1959– sigue siendo el órgano rector de las políticas de regulación del sector (Hernández, 2014, 2020). Como afirma también Hernández (2014), este organismo, más allá de que ha perdido uno de sus objetivos iniciales, que era la promoción (Art. 10) y ordenamiento del sector, mantiene bajo su órbita el control de los productos, la recolección de información continua de las existencias –a partir de la cual se estiman los precios base de los diferentes productos del sector–, y, en cierta medida, establece algunos lineamientos generales sobre el desarrollo del sector impulsando medidas puntuales. En este sentido, en los últimos años, ha propiciado políticas directas con relación al desarrollo de vinos “enlatados”, o, más recientemente, vinos sin alcohol, con el fin de captar a los consumidores más jóvenes. En líneas generales, ha sido un actor relevante en el proceso de promoción de las exportaciones de vinos, la diversificación de la producción y la modernización del sector.

Además de las acciones del INV, se pueden identificar políticas por parte del Estado nacional y provincial que han tenido impacto directo en los pequeños productores. La primera de ellas es el traspaso de la Bodega y Viñedos Giol (empresa estatal) a la Federación de Cooperativas Vitivinícolas de Argentina (FeCoVitA) en 1987.23 Más allá de las controversias en el proceso de privatización (Paladino y Morales, 1994a, 1994b; Olguín y Mellado, 2010; Paladino y Piazzardi, 2018; Palazzolo, 2016 y 2017), dicha adquisición permitió dar continuidad a la producción de una de las bodegas más grandes de la Argentina, que producía los vinos “básicos” más consumidos en el mercado interno. FeCoVitA se hizo cargo de una empresa estatal deficitaria y sobredimensionada, pero, a la vez, insignia del sector y sostén fundamental de los pequeños productores durante más de 30 años. FeCoVitA se convirtió rápidamente en una de las empresas más exitosas del sector. En la actualidad FeCoVitA integra a 29 cooperativas de primer grado que reúnen a unos 5.000 productores (Cerdá, 2021). Estos productores tienen 7,5 ha en promedio, lo que estaría marcando la preeminencia de viñedos pequeños y medianos.24 Las cooperativas y los productores que participan están ubicadas en gran medida en el Oasis Norte, donde, como fue señalado, los pequeños productores tradicionales aún perviven. A comienzos del siglo XXI FeCoVitA concentraba el 10 % del mercado interno, mientras que en 2020 ocupa el 27 % del mismo y el 6 % de las exportaciones totales de vino (información brindada por FeCoVitA). Por otro lado, FeCoVitA ha servido como garante para la reconversión de las cooperativas, así como también para los productores integrados al sistema. Adicionalmente, ha actuado como canalizador de los préstamos. Finalmente, FeCoVitA ha tenido una política de incentivo a sus productores, a quienes pagaba un precio mayor por la uva respecto del precio de mercado. En este sentido, el traspaso de Giol a FeCoVitA ha contribuido a dar continuidad a los pequeños productores del sector en el segmento más competitivo y con reducidos márgenes de ganancias por unidad, al tiempo que les ha dado la posibilidad de integrarse verticalmente y reconvertirse en el marco de un modelo de empresa cooperativa altamente competitiva (entrevista a dirigente de FeCoVitA, 2021).

Una segunda política que influyó en alguna medida en el sostenimiento de los pequeños viñateros ha sido el acuerdo firmado entre las dos provincias productoras más importantes –San Juan y Mendoza–, que establece la obligatoriedad de las bodegas de destinar un porcentaje de su producción a la elaboración de mosto. El convenio se firmó por primera vez en 1994 (Ley 6.216) con el fin de establecer la creación de un fondo vitivinícola que propicie la diversificación, promueva la exportación, y equilibre los stocks vínicos a partir del retiro de mosto. Este acuerdo ha sido ratificado cada año hasta el presente y el porcentaje se establece anualmente al comienzo de la vendimia con base en las estimaciones de cosecha del INV. El propósito de la iniciativa era sostener el precio de la uva, pero, con el correr de los años y el aumento de la demanda internacional de mosto, se convirtió en un producto derivado que aporta importantes ingresos al sector. En los últimos años la Argentina es una de las cinco naciones más importantes en la producción de mosto y es el segundo exportador del mundo.25 En este sentido, es posible presumir que ha tenido un efecto positivo en el sector, en la medida en que permite derivar un porcentaje de las uvas de baja calidad enológica para la producción de mosto, lo que ofrece a los pequeños viñateros mayores oportunidades de diversificación de su producción.

A su vez, es importante mencionar que el sector también se ha visto beneficiado por la conformación de la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR), que fue creada en el 2004 (Ley 25.849) como un ente público-privado encargado de delinear y promover el desarrollo del sector. Esto llevó a la puesta en marcha de dos planes estratégicos: el Plan Estratégico Vitivinícola 2020 (PEVI 2020), renovado por el Plan estratégico Vitivinícola 2030 (PEVI 2030). Entre sus objetivos está el desarrollo y apoyo para la reconversión de los pequeños productores, y la promoción de la integración e innovación en la organización del sector (Art. 3 de la ley 25.849). Además, la COVIAR es un canal de comunicación clave entre las entidades crediticias (internacionales y nacionales) y el sector productivo (Mateu et al., 2012). Esta entidad, también, ha establecido acuerdo con FeCoVitA y la Asociación de Cooperativas Vitivinícolas Argentinas (ACOVI), lo que amplía el poder de sinergias entre las entidades del sector privado con estrategias asociativas. En este sentido la COVIAR se ha convertido en los últimos años en un actor central en el sostenimiento de los pequeños productores. Si bien su impacto en el desarrollo territorial en general, y sobre los viticultores más pequeños en particular, no puede ser medido de forma directa (Mateu et al., 2012), sin lugar a duda esta institución los ha visibilizado como actores relevantes en el diseño e implementación de las políticas públicas para el sector.

5. Conclusiones

Como se ha podido mostrar, el proceso de reconversión ha sido heterogéneo tanto en relación con su impacto productivo como en términos regionales. Por su parte, esto ha provocado cambios sustanciales en el paisaje, potenciando el crecimiento económico en general de una región históricamente marginal de la provincia de Mendoza, y en particular de la vitivinicultura en el Valle de Uco. A pesar de ello, todavía se mantienen algunos de los actores tradicionales. La evolución de los territorios mendocinos es una muestra a escala local de la diversidad de realidades por las cuales están pasando los pequeños productores en el marco de la glocalización que se produjo en los últimos 40 años. Esto ocurre particularmente en relación con un producto específico como el vino, que tiene –y obtiene en el proceso de producción– características especiales, las cuales luego deben ser avaladas en el mercado. Así, este producto (y sus diferentes actores dentro de la cadena) ha respondido al proceso de globalización a partir de su historia, las condiciones ambientales y el poder asociativo que ha tenido (glocalización). En este sentido, no parece haber un solo modelo de desarrollo sino una lógica que tiende a internacionalizar su comercialización, pero que en la fase primaria aún sostiene un número importante de pequeños productores. Sin lugar a duda, esto está asociado a la historia del sector en general y de la provincia de Mendoza en particular. No es posible saber cómo será el futuro del sector de viticultores más pequeños, pero sí es posible pensar que su desaparición completa no parece ser algo que se produzca en el corto plazo. Su historia, las resistencias internas y, también, el poder asociativo ha permitido que sigan presentes sus demandas en la agenda de la política sectorial y provincial. En este marco, un número importante de pequeños viñateros se sostiene produciendo uvas comunes (no diferenciables) destinadas a la elaboración de vinos comunes o mosto.

En este escenario de mercados globalizados y un entorno altamente competitivo hay aún algunos intersticios por donde los sectores marginados perviven y pueden sostener sus producciones. En este sentido, en la viticultura argentina, y en particular la mendocina por sus características heterogéneas, se observa un impacto mayor de los influjos de la globalización. Si bien se ha verificado una pérdida importante de pequeños productores –principalmente los menores a 5 ha–, su presencia sigue siendo importante especialmente en los territorios donde se desarrolló primero la vitivinicultura a comienzos del siglo XX.

Por otro lado, la reconversión vitivinícola no ha terminado con los “vinos comunes”, y, por lo tanto, tampoco con los productores tradicionales, que han encontrado cómo sobrevivir en un mercado altamente competitivo. Esto nos pone en la obligación de comenzar a explicar cuáles son las estrategias que tienen estos productores, sobre qué base de racionalidad empresaria toman las decisiones y cuáles serían los mecanismos necesarios para fortalecerlos en un marco en el que las grandes empresas y los grandes viñateros aparecen como el modelo a seguir. Por último, este no es un problema solo de la vitivinicultura argentina, sino que también lo encontramos en los países vitivinícolas tradicionales de Europa, donde los pequeños productores conforman la base de la cadena vitivinícola. En este sentido, podemos afirmar que estamos frente a un proceso global que debe ser estudiado de forma integral.

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Notas

1 Las provincias que le siguen en importancia según el informe anual de superficie de viñedos de 2020 son: La Rioja (3,6 %), Salta (1,7 %); Catamarca (1,3 %), Neuquén (0,8 %) y Río Negro (0,8 %) (INV, 2021).
2 El porcentaje irrigado del territorio varía dentro de este rango según la fuente y/o la metodología de relevamiento.
3 Una particularidad de estos países es que no tenían una cultura de vino como los países europeos, lo que les permitió que gran parte de su producción sea destinada al mercado mundial.
4 El concepto de terroire que utilizamos aquí implica no solo las condiciones de la naturaleza (suelo, clima y seres humanos), sino también el contexto sociocultural que hizo posible la producción de vino en un determinado lugar.
5 En este sentido, compartimos la definición y el marco general desarrollado por Van Zwanenberg y Arza (2014), así como, también, los aportes de Pont y Thomas (2009) y Quaranta y Brignardello (2019), que aplican este concepto a las transformaciones sociotécnicas en el ámbito de la vitivinicultura argentina.
6 En las dos últimas décadas también se ha comenzado a explotar las Denominaciones de Origen Controladas (DOC), la Identificaciones Geográfica (IG) y las Indicaciones de Procedencias (IP) como otras variantes de la especialización de los vinos que se definen y regulan por la Ley 25.163/99 (Molina, 2020).
7 “La glocalización se refiere básicamente al proceso en donde los fenómenos se propagan, fluyen o se difunden de un ‘lugar’ a otro y se adaptan a la nueva localidad donde llegar. De hecho, el proceso de adaptación constituye un motivo central de la idea misma de glocalización. Se encuentra en una tradición que se refiere a la difusión como idea antropológica, uno que se desarrolló particularmente en el campo de la sociología rural. En este último, la difusión estaba íntimamente relacionado con el tema de la innovación” (Robertson, 2018, p. 3, traducción propia).
8 Estas denominaciones están asociadas a la construcción discursiva de los modelos de desarrollo productivo recientes que, en cierta medida, utilizan términos opuestos al nuevo estereotipo de “calidad” como descalificándolos, y que, en cierta medida, se correlacionan con su precio y su destino. Sin embargo, en los últimos años, este segmento del mercado también ha comenzado a utilizar la denominación de varietal como una forma de aproximarse a los estándares del marketing y del mercado. En este artículo, y aun sabiendo las implicancias diferentes que tiene cada uno de estos conceptos, los utilizaremos como sinónimos.
9 Como se verá más adelante, una de las empresas líderes del mercado, que produce estos vinos, en los últimos años ha llegado a exportar el 6 % del total de vinos de la Argentina.
10 Se denomina mosto al exprimido de uva antes de la fermentación alcohólica. En general se destina a convertirse en endulzante natural (mosto natural) o a la producción de vinos (mosto sulfitado).
11 La vitivinicultura ha tenido, a lo largo del siglo XX, cuatro grandes crisis: 1901-1903, 1914-1917, 1927-1935 y 1978-1990. Solo en las dos últimas crisis la reducción del área implantada fue significativa. La primera fue producto de la intervención de la Junta Reguladora de Vinos, que entre 1936-1938 erradicó aproximadamente 17.000 ha de vides. Luego, entre 1978-1990, producto de la crisis más importante que tuvo que soportar el sector, se dejaron de producir alrededor de 106.000 ha.
12 Rodríguez (1986) también asocia este incremento a acciones especulativas llevadas adelante por el Grupo Greco en la década de 1960 y 1970.
13 Este proceso también se observa en otros países del mundo
14 Esto se refleja en que dejó de ser la actividad que generaba los mayores ingresos en la provincia, aunque siguió siendo la actividad agrícola más importante (Mathey y Van den Bosch, 2021, p. 22), el motor de otros sectores –como el turismo o las industrias derivadas–, así como también parte fundamental de la identidad provincial.
15 Si bien escapa a los objetivos de este trabajo, podemos afirmar que una parte de los vinos, denominados de exportación o premium, son comercializados en el mercado interno.
16 Este proceso impulsó las exportaciones de vinos desde mediados de la década de 1990, lo que inició un derrotero similar al experimentado por el resto del sector a nivel mundial (Anderson y Nelgen 2011, Anderson, Nelgen y Pinilla, 2017; Medina Albaladejo y Martínez Carrión, 2019). Sin embargo, como se ha demostrado en otros trabajos, el caso argentino tiene algunas particularidades asociadas a su larga historia como gran productor y consumidor de vino (Cernadas, y Forcinito, 2004; Bocco, Dubbini, Rotondo y Yoguel, 2007; Richard-Jorba, 2007, Dulcich, 2016; entre otros). En este sentido, la búsqueda del mercado externo parecería, al menos en parte, explicarse como parte de una estrategia de supervivencia de algunos actores importantes del sector (Chazarreta, 2013). Esto se asemeja a lo que sucede en países como Francia, España o Italia, donde el consumo de vino está más generalizado y el mercado interno es mucho más heterogéneo.
17 Procesos similares se han dado en otros países productores Europeos (Alonso Gil, 1994; Green, Rodríguez-Zuniga y Seabra-Pinto, 2003; Pan-Montojo, 2009; Torre, 2014; entre otros).
18 Esto ha sostenido el área cultivada alrededor de las 210.000ha en todo el país.
19 Hay una amplia bibliografía que da cuenta del proceso de expulsión, abandono o reconversión de tierras cultivables en áreas urbanizadas o de “transición” ciudad-rural (Rojas, F.; Rubio, C., Rizzo, M., Bernabeu, M., Akil, N., y Martín, F. , 2020; Olmedo, Navarro y Pérez, 2016; Van den Bosch, 2015, 2021; Larsimont, 2019).
20 Las escalas establecidas se han definido a partir de una decisión que se basa en el tamaño medio de los viñedos, ya que el tamaño de los establecimientos vitícolas es muy diferente al observado en otras producciones. Entre otras cosas, esto impide la utilización de los Censos Agropecuarios, donde los estratos están basados, en gran medida, en las producciones de la región pampeana. Por otro lado, debe tenerse en cuenta que la puesta en producción de una hectárea de vid tiene un costo aproximado de entre 20.000 y 25.000 dólares y que la inversión recién comienza a tener retorno a partir de los 3 o 4 años de plantada la vid (Zalazar, 2013).
21 Se han identificado cinco subregiones vitícolas: (1) región Centro, compuesta por los departamentos de Godoy Cruz, Guaymallén, Luján de Cuyo y Maipú; (2) región Este, compuesta por Junín, La Paz, Rivadavia, San Martín y Santa Rosa; (3) región Norte, compuesta por Lavalle y Las Heras; (4) región Sur, compuesta por San Rafael, General Alvear y Malargüe, y, finalmente, (5) Valle de Uco, formada por Tupungato, Tunuyán y San Carlos.
22 La bibliografía sobre este tema es muy abundante. Los trabajos más recientes y actualizados son: para comienzos del siglo XX. Mateu y Stein (2008); Richard-Jorba (2007) y Cerdá (2011); para períodos más contemporáneos, Aspiazu y Basualdo (2001); Bocco (2007) y Neiman y Bocco (2005); entre otros.
23 FeCoVitA produce las marcas más reconocidas del segmento de vinos “básicos” o comunes como son Resero y Toro. A partir de 2006 incorpora el segmento medio de vinos con Estancia Mendoza y también es un actor importante en el segmento de mosto con la línea Concentrados FeCoVitA Coop Ltda. Para una reconstrucción completa del proceso de privatización de Giol y la evolución de FeCoVitA véase http://www.FeCoVitA.com/unidades.html. Para una historia de FeCoVitA ver: Olguín y Mellado, 2010; Paladino y Morales, 1994a, 1994b; Palazzo, 2017; Paladino y Piazzardi, 2018, Palazzolo, 2017; Olguín, 2021, Cerdá, 2021.
24 Estos datos fueron provistos por informantes claves de FeCoVitA.
25 La producción de mosto se exporta en su gran mayoría como endulzante natural y bases de jugos, y tiene como principal destino los Estados Unidos.

Recepción: 12 Noviembre 2021

Aprobación: 05 Febrero 2022

Publicación: 02 Mayo 2022

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