Anuario del Instituto de Historia Argentina, nº 14, 2014. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

ARTÍCULO/ARTICLE

 

Las estrategias en el lugar de trabajo del Partido Comunista en Argentina desde sus orígenes hasta 1943: células, comités de fábricas y comisiones internas

 

Hernán Camarer

Universidad de Buenos Aires - CONICET
Argentina
hercamarero@gmail.com

Diego Ceruso

Universidad de Buenos Aires
Argentina
diegoceruso@gmail.com

 

Cita sugerida: Camarer, H.; Ceruso, D. (2014). Las estrategias en el lugar de trabajo del Partido Comunista en Argentina desde sus orígenes hasta 1943: células, comités de fábricas y comisiones internas. Anuario del Instituto de Historia Argentina, (14). Recuperado a partir de: http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAn14a03

 

Resumen
La intención de nuestro trabajo es recuperar la experiencia impulsada por el Partido Comunista (PC) a partir de su creación y hasta la irrupción del peronismo en la organización del movimiento obrero en los sitios de producción. Durante años la creencia extendida en la historiografía asociaba la militancia en los espacios de base con el modelo sindical peronista y la instalación de las comisiones internas. Recientes investigaciones demostraron el extenso entramado organizacional de base generado por el proletariado fabril en las décadas anteriores a 1943. En dicho proceso coadyuvaron las corrientes de izquierda y en particular el PC que enarboló una política específica para su inserción en las fábricas y empresas. Los ejes que guían nuestra pesquisa son variados: las formas que adquirió esta militancia de base, el impacto de las líneas estratégicas partidarias, entre otros.

Palabras claves: Partido Comunista; Período de entreguerras; Organización en el lugar de trabajo

 

The strategies at the shop-floor of the Communist Party in Argentina from its beginnings to 1943: cells, factory committees and comisiones internas

 

Abstract
The intention of this paper is to recover the experience driven by the Communist Party (PC) from its creation until the emergence of peronism in the organization of labor movement in the production sites. For years the widespread belief in the historiography was that militancy in the factories start with the peronist union model and installation of comisiones internas. Recent investigations showed extensive basic organizational framework generated by the factory proletariat in the decades prior to 1943. In this process were instrumental the left currents and in particular the PC that peaked a specific policy for insertion into the factories and enterprises. The axes that guide our research are: the forms acquired by this militancy, the productive sectors prioritized by the PC and the impact of the party strategies, among others.

Keywords: Communist Party; Interwar Period; Organization at the shop-floor

 

Durante el período de entreguerras el Partido Comunista (PC) tuvo una influencia creciente en el movimiento obrero de la Argentina. Su trascendencia se verificó entre la década de 1920 y el definitivo triunfo de la alternativa surgida en torno a la figura del coronel Juan D. Perón entre 1943 y 1945. Durante ese lapso de unos veinte años la militancia del PC se expandió en los talleres y fábricas, en los sindicatos y las confederaciones gremiales (en especial, las del sector industrial) y en un heterogéneo campo de entidades socio-culturales (bibliotecas, escuelas, clubes deportivos, agrupaciones femeninas, infantiles y juveniles, agrupaciones de extranjeros). Buena parte de la conflictividad obrera (desde las huelgas por rama a las generales), de las características del sindicalismo industrial y de los rasgos de la cultura proletaria del país en estos años resulta difícilmente comprensible sin analizar el lugar y el papel desempeñado por los afiliados y cuadros dirigentes del comunismo.

El aspecto que nos interesa abordar en este trabajo es el de las circunstancias y los modos mediante los cuales se produjo el fenómeno de la implantación de base del PC en el movimiento obrero, sobre todo, industrial. Nos interesa explorar: las razones que condujeron a la aplicación de diversas tácticas de desembarco de los comunistas en fábricas y talleres; el carácter que asumieron los distintos repertorios de inserción/organización en cada rama de la geografía laboral; las estrategias generales de esta fuerza política gracias a las cuales aquellos fueron favorecidos; y los caminos a través de los cuales los avances organizativos de los comunistas se imbricaron con los progresos en las formas de estructuración del trabajo de base de la propia clase obrera. Nos ocuparemos del período que se inicia desde la constitución de la estructura partidaria hasta el golpe de Estado de 1943 y enfocaremos como principal área de análisis la Capital Federal y sus alrededores.

Puede resultar oportuno realizar una sucinta reseña del itinerario seguido por el comunismo argentino desde sus primeros inicios, para señalar los difíciles senderos que antecedieron a su mayor inserción en la clase obrera. Esos comienzos son los de una corriente de izquierda en el seno del Partido Socialista (PS), que desde 1911-1912 venía impugnando el perfil reformista de dicha organización y reclamando un mayor acercamiento a la clase obrera y a sus luchas. Con ese objetivo, habían fundado en 1914 el Comité de Propaganda Gremial, que dos años después acabó siendo disuelto por la dirección encabezado por el líder Juan B. Justo. En 1917 esa tendencia adoptó un marcado carácter revolucionario e internacionalista, contrario a toda participación directa e indirecta del país en la guerra mundial, y a la capitulación que ellos entendían hacía el PS a la misma. Pronto, ello empalmó con el apoyo que el grupo le otorgó a la flamante Revolución de Octubre que se desplegaba en Rusia y desde allí a todo el planeta. Expulsados, los militantes fundaron el Partido Socialista Internacional (PSI) a comienzos de 1918 (Campione, 2005). El PSI tuvo una moderada expansión en los tres años siguientes, un período signado por la aguda conflictividad obrera y la radicalización político-ideológica, durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen. A fines de 1920, la aún joven agrupación sesionó en un Congreso extraordinario, cuya propuesta principal giró en torno a aceptar las 21 condiciones de la ‘Circular Zinoviev’ que establecía que los partidos que quisieran formar parte de la Internacional Comunista (IC) debían adoptar el ‘centralismo democrático’ y una firme estructura interna.1 Así, el PSI dejó su lugar a la aparición del Partido Comunista, Sección Argentina de la Internacional Comunista. La IC, fundada en marzo de 1919 bajo el impulso de los líderes Vladimir I. Lenin y León Trotsky, impulsó a partir de su III Congreso (junio de 1921) la estrategia del ‘frente único’. Esta línea habilitaba los acuerdos con las restantes fuerzas de izquierda con el objetivo último que las bases abandonaran a sus dirigencias que eran caracterizadas como reformistas y así acercarlas a los preceptos revolucionarios (Hájek, 1984). Pero las disputas y las divisiones en la Argentina no se hicieron esperar.

Las discusiones del III Congreso del PC local (1920) en torno a la definición sobre un programa de reivindicaciones mínimas se profundizaron en los Congresos IV (1922) y V (1923) y finalizaron con la obtención, por parte del grupo ‘izquierdista’ menos proclive a aceptar esta definición programática, de la mayoría de los cargos directivos en el VI Congreso (1924).2 En este marco de fricciones internas, la IC daba señales inequívocas de su avance en la imposición de políticas de acción y organización. El V Congreso de la Comintern que se desarrolló a mediados de 1924 selló la definitiva dirección hacia la ‘bolchevización’ y la ‘proletarización’. La primera implicaba un PC cada vez más sometido a la deriva de Moscú y la adopción de un ‘centralismo democrático’ reinterpretado como una pérdida de autonomía de las instancias inferiores partidarias. Además, significó modificaciones en la estructura interna, la aplicación de las células y un mayor compromiso militante, entre diversas cuestiones. Por su parte, la ‘proletarización’ buscaba definir un mayor perfil obrero al partido mediante el fomento y adopción de la estructura de células sobre las cuales se debía basar la reorganización. Estas decisiones comenzaron a desgajar el equilibrio entre ambas fracciones del comunismo argentino que alternaban estas disonantes mayorías y minorías en la estructura partidaria y en la dirección.

El grupo encabezado por Rodolfo Ghioldi, Victorio Codovilla y José Penelón, minoritario en los puestos directivos, proclive a dotar al PC de un programa de reivindicaciones inmediatas, finalmente consiguió la intervención en la disputa de la IC. Esto ocurrió en enero de 1925 con el envío de la Carta Abierta del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista al PC de la Argentina en donde se saldaba la reyerta en favor del sector opositor al ‘izquierdismo’. La misiva marcaba la necesidad de convertirse en “un partido de acción” con la imperiosa tarea de “ir a las masas” y “estudiar detalladamente sus más vitales e inmediatas aspiraciones”.3 Esto selló la disputa y colocó en retroceso al grupo derrotado, quienes intentaron vanamente recomponer posiciones dentro del partido. En la decisión de la Comintern no sólo influyeron los lazos personales que Penelón y Codovilla habían construido en Moscú sino también que en ese período se consolidó la burocratización del Estado soviético, el partido y la IC (Camarero, 2011: 205). Entre marzo y abril de 1925, el V Pleno del CE de la IC puso en marcha definitivamente las decisiones de su V Congreso en referencia a la composición y estructuración interna de los partidos comunistas de todo el mundo. La estocada final estuvo dada por la reunión del Comité Ejecutivo del PC argentino en junio del mismo año que aprobó la carta cominternista sin reparo alguno. El desenlace se vio a los pocos meses con la realización de un nuevo cónclave partidario. A fines de 1925, los bendecidos por las resoluciones de la IC lograron la mayoría en el VII Congreso del PC y se impusieron sobre el ‘ala izquierda’. La conducción real quedó en manos de Penelón, Ghioldi y Codovilla quienes expulsaron al grupo derrotado.4

Las organizaciones de base como método de implantación

En lo referente a las organizaciones de base, recordemos que el PC tuvo una firme voluntad de implementar una política entre los trabajadores y el ‘repertorio’ que utilizaron con la intención de obtener presencia duradera fue claro:

uno de ellos, el más elemental, fue la penetración en los sitios laborales, especialmente en un puñado de ramas industriales, como la metalúrgica, la textil, la del vestido, la de la madera, la de la carne y la de la construcción. (...) A partir de su imposición desde 1925, progresivamente, los afiliados debieron agruparse en alguna de las células constituidas, especialmente en las creadas por fábrica o taller. A su vez, las células promovieron la conformación de otros organismos de base, como el Comité de Fábrica, de Lucha o de Huelga, que proliferaron en diversos ámbitos fabriles, especialmente a partir de los años treinta. Gran parte de la labor partidaria giró alrededor, de la conformación, mantenimiento y extensión de esas células y comités, a los que nutrió de actividades e instrumentos específicos. El más relevante fue el periódico de empresa, original órgano de prensa que llevó la influencia del comunismo hasta la base misma de la experiencia obrera, la que germinaba en el ámbito de la producción (Camarero, 2007: 347-348).

La célula, principalmente fabril, aunque también las había ‘de bloqueo’ y ‘de calle’, era una estructura exclusivamente partidaria integrada por entre tres a veinte militantes, formaba parte orgánica del PC y, generalmente, permanecía en la clandestinidad.5

El trabajo de los comunistas constituyó un paso adelante por lo metódico y tenaz de su implementación que, aunque fue gradual, resultó exitosa. Esto principalmente ocurrió en los ámbitos industriales en donde la débil presencia de las otras corrientes políticas y las pésimas condiciones de trabajo coadyuvaron notablemente para componer un terreno fértil para la experiencia celular. Más infrecuentes y fragmentarios fueron los éxitos en las áreas de transportes y servicios como los ferrocarriles y tranviarios. Aunque ya fue estudiado, conviene mencionar de modo general los sectores y sitios donde su estrategia logró mayores grados de concreción. Entre los metalúrgicos, las células se desempeñaron en las fábricas TAMET (Sociedad Anónima Talleres Metalúrgicos San Martín), SIAM (Sociedad Industrial Americana de Maquinarias), el Taller de Cromo Hojalatería de Ernesto A. Bunge y Jorge Born y Establecimientos Klöckner, todas ellas empresas de las más grandes del rubro que junto a otros talleres de menor dimensión estructuraban un sólido trabajo.6 Entre los textiles, los comunistas lograron crear células en las tres fábricas más relevantes como eran las dos sedes de Campomar y Soulas, en Valentín Alsina y en el barrio de Belgrano, y en la Fábrica Argentina de Alpargatas, que en conjunto empleaban cerca de 5.500 obreros. El logro resalta aún más porque durante los años siguientes la presencia de estructuras de base en estos lugares fue prácticamente nula. También estaban en la Manufactura Algodonera Argentina, Establecimientos Americanos Gratry y en una decena de empresas en las que trabajaban entre 200 y 500 operarios.7 Los trabajadores de los cuatro frigoríficos ubicados en Avellaneda (el Wilson, La Blanca, La Negra y el Anglo) pudieron ser organizados por el PC junto a los de Berisso y en el complejo Zárate-Campana (Lobato, 2001: 155-191; Peter, 1968).8 En la construcción, lograron formar un sólido grupo de militantes que se destacaron luego, pero las células de empresa fueron más bien una rareza. Entre los madereros resalta la organización de tres de las fábricas más importantes como Sage, Nordiska y Thompson junto a otros talleres medios, aunque en este rubro la presencia sindicalista dificultó el proceder. Lo mismo ocurrió en la industria del calzado, en la cual el socialismo tenía posiciones ganadas de larga data y el PC tuvo serios escollos para expandir las células más allá de las fábricas pequeñas y medianas. En rubros como el vestido, la alimentación, la electricidad y el gas y la industria química, entre otros, tuvieron logros más discretos.9 De conjunto, tendencialmente el PC aumentó su incidencia en el movimiento obrero industrial en los siguientes años y el ‘repertorio organizacional’ de las células fue una de las causas para ello. Lo antedicho, incluso, fue replicado por algunas de las rupturas que tuvo el PC, como fue la del Partido Comunista Obrero, aunque de menor envergadura que la influencia de la estructura oficial.

Desde finales de 1927, con la definitiva supremacía de Stalin en las estructuras del comunismo soviético y de la IC se propició la caracterización sobre un cambio de etapa de la situación mundial. Superado el período de estabilidad, se iniciaba, según la IC, un ‘tercer período’ de crisis final del capitalismo. En este marco, la colaboración del comunismo con las fuerzas socialdemócratas era inviable y se impuso la estrategia de ‘clase contra clase’ que repudiaba todo acuerdo con las fuerzas políticas ‘burguesas’ y ‘reformistas’. Esta orientación inhibió el trabajo con otras corrientes de izquierda, y de allí su sectarismo (Camarero, 2011: 207). En consecuencia, la única posibilidad de construir el frente único era por la base y con los obreros que desconocieran a sus dirigencias ajenas a los preceptos revolucionarios. El PC argentino realizó su VIII Congreso en noviembre de 1928 y allí abrazó obedientemente la nueva estrategia. Consecuentemente, la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana realizada en Buenos Aires en 1929 condenó a todas las propuestas programáticas que se despegaran un ápice de la versión oficial.10 En paralelo, el PC solidificó su estructura pretendiendo clausurar el ciclo de rupturas.11 Estos eventos, además de cristalizar el tándem Codovilla-Ghioldi en la conducción y asegurar la definitiva homogeneización ideológica, política y organizativa, motivaron modificaciones en los peldaños directivos en los cuales se incorporaron numerosos cuadros obreros, entre ellos Miguel Contreras, Pedro Chiarante, José Peter, Gerónimo Arnedo Álvarez y Guido Fioravanti.

Bajo esta política los comunistas impulsaron una serie de huelgas: la de albañiles en 1929, la de la localidad cordobesa de San Francisco en 1929, la de obreros madereros en 1930, la de petroleros en la ciudad de Comodoro Rivadavia en 1932, la de los obreros frigoríficos del mismo año, entre otras.12 Se pregonaba, en consonancia con lo señalado por la ISR, la idea que en cada conflicto huelguístico se encontraba el embrión del proceso revolucionario (Lozovsky, 1932). La orientación sobre las huelgas les valió la crítica, entre otros, de Trotsky (Trotsky, 2010: 79). El saldo de los conflictos lanzados durante el período fue negativo. El PC no logró que las organizaciones sindicales no comunistas se sumaran a las huelgas. La preparación de los conflictos se realizó en un corto tiempo y con una escasa medición real de la capacidad de respuesta represiva de las empresas en asociación con el Estado. Estas características dotaron de una marcada violencia a los diferentes sucesos dentro de un marco general en el cual los comunistas, debido a su propia estrategia de ‘clase contra clase’, se encontraban aislados y parecieron encarar las luchas recalando más en el arrojo y compromiso de sus militantes que en la organización y preparación de los conflictos.

Desde su fundación, la ISR incentivaba el trabajo sindical desde la base pero las recomendaciones se acrecentaron a partir de su V Congreso en 1930 en donde se señaló que la táctica en el movimiento obrero debía ser trasladar el centro de operaciones al lugar de trabajo.13 Con el objetivo de articular las políticas sindicales comunistas en los diferentes países, se convocó en mayo de 1929 a un congreso en la ciudad de Montevideo (Uruguay), en el cual se conformó la Confederación Sindical Latinoamericana (CSLA). Allí se buscó que la CSLA encauzara la línea de acción impartida por la ISR.14 Asimismo, los diversos sindicatos argentinos dirigidos por comunistas se agruparon en el denominado Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC) que pretendía funcionar más como una instancia articuladora, que vagamente llamaba a la unidad, que como una central obrera nacional.

La consolidación en el lugar de trabajo: los comités de fábricas

Como ya mencionamos, la conformación de células le había otorgado al PC la posibilidad de insertarse y expandirse en el campo gremial. El camino de enfatizar el trabajo de base de los ‘sindicatos rojos’ resultaba prioritario y la metodología organizativa quedaba explicitada en el informe que presentó Codovilla en un Comité Central ampliado del partido, reunido en noviembre de 1929:

hay que crear los Comités de fábricas, reunir a esos trabajadores en conferencias de fábrica o empresa, discutir con ellos los pliegos de condiciones, constituir los Comités de huelga, y lanzarse a la lucha. Esa es la verdadera forma de realizar el frente único por la base: la de crear los comités de fábricas en los cuales participen obreros organizados y desorganizados, y donde se aplique la verdadera democracia sindical.15

En rigor, la creación de los comités de fábrica había sido planteada como un elemento decisivo en la estrategia sindical por la IC desde su II Congreso en 1920 pero en la Argentina su implementación se impulsó a partir de 1928.16

Las resoluciones de la CSLA se dirigieron a abogar por un sindicalismo que desechara la constitución por oficios y construyera sindicatos industriales con asiento en los grandes centros productivos. Esto significó reafirmar el trabajo con la base pero dotarlo de una nueva dinámica organizativa con un impulso a los comités de fábricas. Éstos debían desarrollarse en las grandes empresas aunque aclaraba que en los pequeños talleres podía mantenerse “en pie el viejo sistema, es decir, el delegado de taller, quien es, en última instancia, el embrión de los Comités de Fábrica”. Estaba claro el concepto que el delegado, como elemento individual, debía dejar espacio para formas grupales. Además, la relación institucional era con el sindicato y los integrantes, entre siete y once, eran elegidos por la asamblea de todos los obreros y tenían una representación proporcional de las secciones internas. Existía una división de tareas para priorizar áreas como propaganda, actividad cultural, publicación del periódico, organización de biblioteca, etc. Otro de los consejos era que “los sindicatos deben luchar por el reconocimiento de los Comités de Fábrica por parte de los patrones” aunque no era indispensable y podían funcionar ilegalmente. Por último, establecía: “y para tener una mayor ligazón con la masa obrera, el Comité de Fábrica podrá crear un órgano accesorio denominado ‘cuerpo de delegados’, que estará constituido por los delegados de las secciones de la fábrica, elegidos en asambleas seccionales”.17

Nos inclinamos a considerar que más nítidamente a partir de los últimos años de la década del veinte los comunistas capitalizaron el éxito de la implantación celular y ejercitaron la construcción del frente único por la base, consecuencia de la línea estratégica de ‘clase contra clase’, impulsando estructuras de trabajo en las fábricas y empresas que incluyeron la apertura a la participación al conjunto de los trabajadores. Entendemos que los comités de fábrica pudieron funcionar como el relevo organizativo de las células y abrir un paradójico surco hacia el trabajo con obreros de otras corrientes políticas o independientes. Estas instancias de representación comenzaron a debilitar su vinculación directa con el PC para establecer lazos dentro de la estructura sindical prioritariamente. Denominadas de diversas maneras (comités de fábricas, comités de empresas, grupos sindicales, secciones sindicales, entre otros), la mayoría de ellas cumplían la misma función y tenían similares características: estructuras en el lugar de trabajo que incluían a todos los obreros, ligadas orgánicamente al sindicato de industria, elegidas por los trabajadores, afincadas en las secciones internas de las fábricas, con énfasis en el control de las condiciones laborales (pero no solamente), entre otras.18 Aunque esto no implicó el abandono total del trabajo en células. En un período estratégico signado por el sectarismo, allí su aspecto paradojal, el PC priorizó gradualmente el trabajo de base en estructuras que incluyeron al conjunto de los obreros de la fábrica y con vinculación con el sindicato. El desarrollo más extendido de esta experiencia se produjo en el sector de la construcción pero también en textiles, metalúrgicos, frigoríficos, madera e industria del vestido.19

Los casos son muchos pero examinemos el ejemplo de una gran empresa del rubro metalúrgico como la fábrica Klöckner. En el año 1923 comenzó a desarrollar actividades en nuestro país Klöckner S.A., subsidiaria de la empresa alemana del mismo nombre. Desde sus inicios, se dedicó a la comercialización de productos siderúrgicos tales como chapas, hierros, caños y tubos. Luego se dedicó a la producción de artículos de ferretería industrial junto con la fabricación y venta de aberturas y muebles metálicos. Los talleres se ubicaban en el barrio porteño de Villa del Parque, en la calle Empedrado al 2400, esquina General Artigas. El PC tenía allí una célula en la que publicaba un periódico con el mismo nombre de la fábrica. Aquí podemos verificar el esfuerzo de las células por transformar las estructuras de base: “los obreros de la Klöckner se organizaron por obra de la célula comunista que había formado un comité de Fábrica”.20 Unos años más tarde explicaban este cambio estratégico en la base obrera de modo más nítido:

este número del periódico a diferencia de los anteriores que han sido publicados por la Célula Comunista, aparece a nombre de la organización sindical de la fábrica. Este hecho marca un nuevo rumbo dentro de la lucha por la unidad del personal y por la organización que se está llevando a cabo. Los que firmamos este artículo, nos complacemos en haber logrado esto, considerándolo un verdadero éxito para el desarrollo de la organización en la fábrica. Y en este caso nos toca decir lo siguiente: que a pesar de la labor que viene desarrollando la Célula Comunista por la organización del personal, el hecho que el periódico apareciera publicado por dicha célula, era mal visto por varios compañeros de la fábrica. Esos compañeros creían que ingresar en la organización sindical significaba hacerse comunista, y como en la fábrica hay obreros de distintas ideologías, era lógico que muchos de ellos al considerarlo así, no participasen en la organización, por lo que el desarrollo de los grupos sindicales se haya visto seriamente trabado.21

La cita extensa se justifica por la claridad con la que se explica el paso de la célula a la estructura más amplia del grupo sindical o el comité de fábrica.

En este mismo sentido podemos destacar el ejemplo de la industria frigorífica. En el corredor compuesto por Avellaneda y Dock Sud se ubicaban algunas de las empresas más importantes del país: el Anglo, La Negra, La Blanca y el Wilson. Los comunistas habían logrado una influencia inicial a mediados de la década de 1920 con la creación de células en las principales fábricas (Camarero, 2007: 78). Luego, en 1929 crearon el Grupo Rojo de Obreros de la Carne que al año siguiente impulsó la creación de la Federación Obrera de la Industria de la Carne (FOIC) pero el golpe de Estado de 1930 clausuró su local, detuvo y deportó a sus militantes e impidió su funcionamiento. La figura de José Peter fue la de mayor trascendencia a partir del inicio de los años treinta y, a mediados de 1931, fue apresado, torturado y encarcelado en Ushuaia de donde fue liberado en marzo de 1932. La FOIC, enrolada en el CUSC, se puso verdaderamente en acción en los primeros meses de 1932 con la liberación de Peter y de sus principales dirigentes. Allí, encararon la preparación de una huelga que que se llevó a cabo durante los meses de mayo y junio.22 Se percibía la trascendencia de la huelga en un sindicato que se iniciaba como estructura aglutinadora de lo que había sido hasta allí una débil organización gremial. En 1932, como parte del ‘plan de emulación’, la ISR impulsó los comités de empresa: “(...) todos los sindicatos revolucionarios deben ser rápidamente reorganizados sobre la base de las secciones sindicales de empresa”.23 Allí también se convino cómo conformar los grupos de fábricas, sus tareas, métodos para contrarrestar la represión, estrategias para ganar adeptos y formación de cuadros, técnicas para conectar los grupos de planta con organizaciones fuera del ámbito laboral, etc.24 El encargado de denunciar los despidos y las suspensiones fue el grupo sindical de sección. Algo similar sucedía en el resto de los frigoríficos en donde “la sección sindical del Frigorífico ‘La Negra’, recientemente constituida, denuncia a los trabajadores de todo el país los manejos criminales de esta empresa que no vacila ante nada en su afán de aumentar hasta un límite fabuloso sus ganancias”.25 También se avanzaba más tenuemente en La Blanca en donde por cada sección los obreros elegían una comisión, método que señalaban como novedoso.26

Las secciones sindicales parecieron incluir a todos los obreros y no solamente a los comunistas: “(...) el problema central para la preparación de la huelga ansiada por los esclavos de los mataderos humanos, es la de organizar en las secciones sindicales de la Federación a todos los obreros de frigorífico (…)”.27 Se remarcaba: “los obreros organizados en las fábricas mismas. Y en aquellos establecimientos en que hay muchas secciones, organizados por secciones. Ligados no solamente a las fábricas de la misma industria, sino también a todas las demás fábricas de otras ramas de la producción”.28 La particularidad de la división del trabajo al interior de los frigoríficos provocó que se optara por una forma de organización a través de las secciones. La creación de grupos sindicales en cada uno de las secciones se convirtió en un objetivo central de los comunistas y estos grupos unidos formaban la sección sindical como la instancia colectiva al nivel de planta aunque por momentos se hace referencia con ese nombre a la organización por sección y no por empresa. Asimismo, en algunos documentos aparecen referencias a comités de fábricas, comités de empresas y hasta comisiones internas. Existía una multiplicidad de estructuras. La mayoría de ellas cumplían la misma función y tenían similares características: eran estructuras al nivel del lugar de trabajo, que incluían a todos los obreros, relacionadas orgánicamente al sindicato y elegidas por los trabajadores. La labor pareció realizarse ligada al sindicato pero clandestinamente para evitar represalias. De modo nítido, al igual que el caso expuesto en la industria metalúrgica, en aquellos establecimientos en donde el PC había consolidado las células fabriles desde mediados de los años veinte, ahora procuraba generar nuevas estructuras que aglutinaran al conjunto de los trabajadores y estuvieran liadas al sindicato y no al partido.

Lo mismo ocurrió en otras importantes empresas para la misma época como las textiles Manufactura Algodonera Argentina y Barlaro, Nordiska y Sage de la madera, el frigorífico Swift de Rosario o Grimoldi en la industria del calzado, por mencionar algunas.29 El éxito fue dispar pues la conjunción de la todavía distante presencia entre los obreros sumada a la represión desatada luego del golpe de Estado de 1930 configuraron un panorama de difícil resolución. Pero debe destacarse la intención de seguir propiciando esta militancia en los sitios de producción con un plan de reconfiguración para la aparición de nuevas estructuras más abarcativas, que excedieran lo partidario y fijaran su relación con el sindicato. Indudablemente, esta fue la línea impulsada por los comunistas a partir de fines de los años veinte y hasta mediados de 1935 y tuvo una de sus más importantes desarrollos en la huelga frigorífica de 1932 ocurrida en Avellaneda (Ceruso, 2012).

El PC y el impulso a las comisiones internas fabriles

El PC abandonó durante 1935 la estrategia de ‘clase contra clase’ y materializó las resoluciones del VII Congreso de la Comintern en referencia a la adopción del ‘frente popular’ que habilitó acuerdos con las fuerzas obreras ‘reformistas’, e incluso con los sectores ‘progresistas’ de la burguesía, que posibilitaron la construcción de alianzas bajo preceptos antiimperialistas y antifascistas. Esta decisión tomada en la III Conferencia Nacional partidaria, realizada en Avellaneda en octubre de 1935, se venía expresando con anterioridad en las instancias internacionales y preparándose desde marzo con los cambios en el Comité Central del PC. El impacto de este abrupto y polémico viraje no demoró en percibirse entre los trabajadores: se inició el proceso de disolución del CUSC, se planteó la posibilidad de incorporarse a la Confederación General del Trabajo (CGT) y se comenzó a discutir acuerdos con las otras corrientes con la intención de desandar el camino de los sindicatos exclusivamente comunistas y aunar fuerzas en estructuras gremiales (Matsushita, 1986: 66). Bajo la política ‘frentepopulista’ la influencia en el mundo industrial se acrecentó.

Este proceso fue impactado por los cambios cualitativos y cuantitativos en la década de 1930. Por un lado, el fenómeno de la presencia proletaria en los sitios de producción se potenció con la consolidación del desarrollo industrial. Además, y en relación a ello, los sindicatos por rama cobraron fuerza, situación que les permitió aumentar los niveles de organización del movimiento obrero. Los elementos que coadyuvaron para vigorizar este panorama fueron, por un lado, la condensación de los esfuerzos tras la unificación de varias estructuras gremiales tras la incorporación de los comunistas y, por el otro, la coyuntura abierta por la huelga de la construcción de fines de 1935 y la general de enero de 1936, que dotó de un fuerte impulso a la organización proletaria (Korzeniewicz, 1993: 351; Iñigo Carrera, 2000). Finalizadas estas huelgas, los diferentes sindicatos de la construcción se abocaron al aprovechamiento del impulso y orientaron sus esfuerzos a la organización interna y a la conformación de la primera federación nacional de industria de Argentina (Di Tella, 2003: 317-327). Este último hecho sucedió durante la segunda mitad de 1936 con la creación de la Federación Obrera Nacional de la Construcción (FONC).

La FONC se constituyó como una federación a nivel nacional en la cual se incorporaron algunos de los sindicatos de oficios dirigidos por los anarquistas y los de industria, dominados por los comunistas (Durruty, 1969). Paulatinamente, los primeros fueron reemplazados por los segundos, demostrando el avance de los comunistas y sus ideas en cuanto a la organización sindical:

los comunistas generalizaron (y en algunos casos, introdujeron), una serie de características novedosas en la organización de un sindicalismo único por rama industrial, que encontró en la FONC su máxima expresión. Una de ellas fue la creación y expansión de los Comités de Empresa, que irradiaron los tentáculos del sindicato hasta los sitios de trabajo y canalizaron las demandas de las bases obreras a través de una instancia de movilización y organización de base. Otra fue el creciente pragmatismo y flexibilidad táctica que comenzó a postular el partido con respecto a la negociación con el Estado, en particular, con un Departamento Nacional del Trabajo que expandía su voluntad intervencionista. Al mismo tiempo, los comunistas empezaron a orientarse hacia la constitución de un tipo de sindicato, que situaba su horizonte no sólo en la conformación de una ‘organización de masas’ sino también en su fortalecimiento sobre ‘sólidas bases orgánicas’. Se pretendía una entidad más ‘moderna’, abierta y compleja, en la que se combinaran diversas funciones, tanto las referidas a las de la lucha reivindicativa (mejores salarios y condiciones de trabajo, acortamiento de la jornada laboral, indemnizaciones por despido o enfermedad, vacaciones pagas, entre otras), como a las del mutualismo, la salud, la educación y la recreación. Como parte de estas nuevas misiones del sindicato, estuvo la negociación de detallados y ambiciosos convenios colectivos con las asociaciones patronales, a partir de comisiones paritarias reguladas bajo el marco del DNT. Todo esto implicó una mayor institucionalización y centralización de las estructuras gremiales, que condujo al intento de crear los sindicatos únicos por rama a nivel regional, los cuales debían aparecer subordinados a la federación nacional de industria, es decir, un esquema con estructuras de primero y segundo grado (Camarero, 2012: 114).

Las comisiones internas ocuparon un lugar central dentro de ese proyecto pues resultaba un aporte fundamental en la consolidación y fortalecimiento de este nuevo modelo sindical (Ceruso, 2010: 57-74).30

Por su dimensión y el grado de concreción, la construcción fue el sector emblemático en donde los comunistas hicieron eje en el campo gremial. El proceso de mayor envergadura en el sindicalismo industrial fue el de la FONC que configuró una experiencia cabal y eficaz en varias áreas y que muy destacadamente cimentó parte de su poderío en la capacidad de irradiar su influencia hasta los sitios de trabajo. En un lugar destacado se encuentra también el caso de la Unión Obrera Textil, de menor dimensión que la construcción pero quizá de mayor búsqueda de reglamentación y definición del trabajo de base, que habilitó que un importante porcentaje de obreros ejerciera la representación en el sitio laboral (Ceruso, 2011).31 También entre los metalúrgicos existió un crecimiento de sus estructuras de planta.32

Los comités de obras y empresas para el caso de la construcción y las comisiones internas textiles y metalúrgicas tenían diversas funciones. Ejercieron la representación de los obreros frente a las empresas y patrones; ante un conflicto los comités obreros de base ejercían su función de representación ya sea frente a la patronal como frente al sindicato de la rama; también estas comisiones internas eran designadas por la asamblea del personal y, en muchas ocasiones, ejecutaban el mandato de dicha asamblea; el control y la vigilancia de las condiciones laborales y de los convenios colectivos firmados con la patronal eran otras de sus funciones. En el mismo sentido, pudimos comprobar el modo en que estos comités obreros elevaron demandas por incumplimiento de condiciones firmadas o nuevos reclamos tendientes a obtener mejoraras. Otro elemento común fue la búsqueda de reconocimiento pues las comisiones internas recurrieron al pedido de legalización por parte de la patronal y, en algunas ocasiones, vimos la intención de reconocer su existencia y regular sus tareas en los convenios colectivos. Los pedidos obreros también fueron recurrentes en solicitar al Estado el reconocimiento legal para las comisiones internas aunque vale mencionar que las políticas represivas e intimidatorias, estatales y empresariales, no cesaron. El aspecto importante a señalar es que el estudio de la experiencia comunista en el período abordado indica que las comisiones internas y sus funciones no fueron introducidas en el mundo laboral por el modelo sindical peronista, tal como podría interpretarse a partir de ciertos autores (Doyon, 2006; Basualdo, 2008). En verdad, el concepto de comisión interna fue anticipado y prefigurado como modelo organizacional por parte de los sindicatos influenciados por los comunistas.

Reflexiones finales

Una vez concluido este recorrido por los modos en que el PC argentino desplegó su militancia de base en células, comités de fábrica y comisiones internas, vale interrogarse acerca de los factores y determinaciones que posibilitaron este proceso. ¿Cuáles fueron las características principales de las técnicas de implantación y las formas de trabajo, en suma, de las modalidades de intervención del PC en el movimiento obrero industrial, que le otorgaron una serie de ventajas decisivas? ¿En qué contextos se desplegaron? En las respuestas a estos interrogantes se podrán resumir algunos de los rasgos y de las razones de la emergencia y consolidación del comunismo como fuerza política obrerista, inserta en la base del mundo del trabajo industrial.

Como hemos señalado, el PC, en todo su período formativo como corriente (primero, como fracción de izquierda del PS, luego, como partido socialista disidente y revolucionario, y, por último, como partido comunista durante su primer lustro), ocupó en el universo laboral un espacio más bien marginal. Se trataba de un partido que había logrado establecer ciertos vínculos con los obreros, sus luchas y sus organizaciones, pero de un modo asistemático y poco profundo, sin presencia orgánica en los sitios de trabajo, con escasa incidencia en las estructuras sindicales y sin experiencia alguna en la dirección de los conflictos y organismos nacionales del movimiento obrero. Fue a partir de mediados de los años veinte cuando la inserción obrera de los comunistas conoció un salto cualitativo. La causa: la orientación de la “proletarización” y la “bolchevización”, que significó la transformación de la estructura del partido en clave jerárquica, centralizada, monolítica y mayormente burocratizada, en sintonía con los postulados de una Comintern cada vez más dominada por el estalinismo. Lo cierto es que desde ese entonces y hasta 1943, se trató de una organización política integrada mayoritariamente por obreros industriales, que buscó afanosamente conservar ese carácter. Si el PC se convirtió en un partido apto para insertarse en el proletariado industrial, coadyuvando a su proceso de movilización y organización, fue porque se mostró como un actor bien dotado en disposiciones subjetivas (ideología, decisión y escala de valores) y en innovadores repertorios organizacionales (células obreras y demás organismos de base). En el primer caso, contó con recursos no tan frecuentes o no de tan de profundo alcance en otras corrientes del movimiento obrero, sobre todo en el ámbito industrial: un tipo de compromiso para la intervención en la lucha social y una ideología redentora y finalista (en parte sostenida por el enorme impacto generado por la existencia de la Unión Soviética), que podía pertrechar a sus militantes con sólidas certezas doctrinales. Este rasgo ha sido muy estudiado en la historiografía obrera internacional (Hobsbawm, 2000: 17). En el caso local, nos referimos a los elementos subjetivos que permiten explicar la continuidad y nivel de abnegación que parecían ofrecer los militantes del PC para afrontar la labor de organización y lucha en los escenarios fabriles (y fuera de ellos), en condiciones elevadas de adversidad (bajo las amenazas del despido, la persecución, el encarcelamiento y la tortura). En segundo lugar, aquellos novedosos repertorios organizaciones resultaron adecuados para la penetración en los ámbitos laborales de la industria y para la movilización de los trabajadores de dicho sector: sirvieron como embrión para la conformación de organismos sindicales o como ariete para la conquista de ellos. En no pocos territorios industriales, los comunistas actuaron sobre un terreno poco transitado y se convirtieron en una de las escasas voces que convocaban a los trabajadores a la lucha por sus reivindicaciones y a la pronta organización; en otros, debieron dirimir fuerzas con distintas tendencias. En ambos casos, la penetración fue posible gracias a esa estructura partidaria celular, clandestina y blindada, verdadera máquina de reclutamiento, acción y organización, que el PC pudo instalar en una parte del universo laboral y luego expandir a través de los comités de fábricas y comisiones internas, entre otros mecanismos.

El despliegue de esta estructura y cultura político-organizacional obrerista no puede analizarse en el vacío. Hubo espacios y condiciones sociales que las hicieron posible, en el contexto de la Argentina de entreguerras. En aquella época, como producto de los avances de la industrialización sustitutiva, se verificó una presencia cada vez más gravitante de obreros en los grandes centros urbanos (especialmente, la Capital Federal y el conurbano bonaerense), con un gran monto de reivindicaciones insatisfechas. El crecimiento de un proletariado industrial más moderno y concentrado (en el rubro de la construcción, de la carne, de la metalurgia, de la madera, del vestido y textil), mayoritariamente semi-calificado o sin calificación, en donde la situación laboral era ostensiblemente más precaria, configuraba un escenario tendiente a la representación, organización y socialización. En particular, las tareas de movilización y organización de los obreros en esos nuevos espacios de la vida industrial se presentaban plagadas de dificultades, originadas en la hostilidad de los empresarios y del Estado. Esos trabajadores se enfrentaron a formidables escollos para agremiarse y hacer avanzar sus demandas en territorios hasta entonces muy poco explorados por la militancia política y sindical. Para abrirse paso a través de esos obstáculos, se requerían cualidades que no podían exhibir muchas de las corrientes del movimiento obrero. Allí había disponibilidad y oportunidad para el despliegue de una empresa política. En este escenario, estaba casi todo por hacer y los comunistas demostraron mayor iniciativa, habilidad y capacidad para acometer los desafíos. Usando una imagen metafórica: el PC se concebía a sí mismo capaz de abrir senderos o “picadas” en una selva, es decir, para habilitar caminos no pavimentados y alternativos a los reconocidos.

Erigiéndose como una alternativa proletaria radicalizada, el PC recreó en esos años, en parte, una experiencia confrontacionista como la que anteriormente habían sostenido los anarquistas, quienes habían logrado un fuerte ascendiente en el período embrionario del movimiento obrero, pero ya estaban en declive. La penetración comunista fue mucho más limitada en otra importante sección del mundo laboral. Entre los trabajadores del transporte, los servicios y algunos pocos manufactureros tradicionalmente organizados, con muchos trabajadores calificados, la hegemonía era disputada por socialistas y sindicalistas, tendencias que desde mucho tiempo antes venían negociando con los poderes públicos y ya habían obtenido (o estaban en vísperas de hacerlo) conquistas efectivas para los trabajadores. Los sindicalistas confiaban en sus acercamientos directos con el Estado; los socialistas apostaban a potenciar su fuerza con la utilización de su bancada parlamentaria, desde la cual apoyaron los reclamos laborales. En ambos casos, se privilegiaba la administración de las organizaciones existentes, que gozaban de considerable poder de presión y estaban en proceso de jerarquización, complejización e institucionalización. En suma, aquellos eran territorios ocupados, en donde los comunistas no encontraron modos ni oportunidades para insertarse e incidir, y en donde aquella experiencia obrerista y revolucionarista no tuvo tantas posibilidades de prosperar.

Por último, puede advertirse que la supervivencia de la influencia del PC en el movimiento obrero existió más allá de los abruptos cambios de orientación política que el partido experimentó durante estos años. En verdad, la presencia comunista entre los trabajadores creció y se desenvolvió mientras la organización actuó bajo diversas estrategias, sucesivamente: la de “frente único”, la de “clase contra clase” y la de “frente popular”. En oposición a ciertos consensos historiográficos, ni el inicio de la conquista de las masas obreras por el PC se produjo hacia principios de los años treinta, con la imposición de la línea de clase contra clase (pues era preexistente a ella), ni la aplicación del frente popular antifascista, desde mediados de los años treinta y sobre todo a partir de 1941, provocó la caída de la influencia comunista en el movimiento obrero. La inserción siguió una curva ascendente más allá de estos virajes. Para entender la implantación del comunismo en la clase obrera preperonista, y los progresos del trabajo de base en células, comités de fábrica y comisiones internas, resulta más relevante detenerse en la continuidad de sus prácticas de intervención militante y en los rasgos de su cultura política obrerista. En esos años, los militantes comunistas pudieron disponer de una suerte de capital político acumulado que les otorgó cierta inmunidad para poder resistir las dificultades y los problemas originados en las modificaciones de la línea partidaria. Las estrategias cambiaban e imponían nuevas prioridades y caracterizaciones políticas, así como cambios en el marco de alianzas del partido, pero sus militantes siguieron desarrollando una serie de concepciones y prácticas de movilización y organización de la clase obrera que permanecían inalterables. Allí, en el seguimiento de la trayectoria de tantas células, comités y comisiones internas es donde puede verificarse el sentido de esta experiencia.

 
Notas

1 La IC o Tercera Internacional también era conocida por su abreviatura en inglés Comintern.

2 Partido Comunista (Comisión del Comité Central), Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argentina (Origen y desarrollo del Partido Comunista y del movimiento obrero y popular argentino), Buenos Aires, Anteo, 1947. p. 54.

3 CE de la IC, Carta abierta al CE del PC de la Argentina, Moscú, enero de 1925, Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política (RGASPI).

4 Entre los raleados se encontraban importantes militantes que habían participado en la organización del PSI y encabezado numerosas luchas: Angélica Mendoza, Cayetano Oriolo, Miguel Contreras, Mateo Fossa, Rafael Greco, Romeo Gentile y Teófilo González, por mencionar a los más reconocidos. A ellos se sumó un reducido grupo organizado en torno a la revista universitaria Insurrexit, integrado por Héctor Raurich, Luis Hipólito Etchebéhère y Micaela Feldman. Todos juntos constituyeron el Parido Comunista Obrero en enero de 1926 y editaron el periódico La Chispa, de allí que serían conocidos como ‘chispistas’.

5 “Carta orgánica de las células de fábrica”, en PC de la Argentina: “Informe del Comité Ejecutivo al VII Congreso a realizarse los días 26, 27 y 28 de diciembre de 1925, en Buenos Aires”, pp. 14-17, RGASPI.

6 Una radiografía del despliegue puede observarse en Defensa Metalúrgica (“Órgano oficial del Comité Metalúrgica de Defensa Sindical”), I, 1, julio de 1927; “La voz del obrero”, Vasena (“Órgano de la Célula Comunista de los Talleres Metalúrgicos Vasena & Cia-San Martín”), I, 1, mayo de 1927, p. 1: Comité Local del PC de la Capital Federal. Circular N° 24, 8/10/1926.

7 “La organización”, Nuestra Palabra (“Órgano defensor de los obreros y obreras de la Fábrica de tejidos Campomar y Soulas-Valentín Alsina), I, 11, mayo de 1927, p. 2; “Progresos de la prensa proletaria. La misión de los periódicos de fábrica”, La Internacional, (“Órgano del Partido Comunista de la Argentina”), IX, 1306, 26/6/1926, p. 1; “Fedreación de la Industria Textil”, Bandera proletaria (“Órgano de Unión Sindical Argentina”), VII, 375, 23/8/1928, p. 4.

8 Entre otros: Informe sobre la situación del PCA a la reunión del Secretariado Latinoamericano de la IC, octubre de 1927; “Cómo se explota, maltrata y roba en el Frigorífico Anglo de Zárate”, La Internacional, (“Órgano del Partido Comunista de la Argentina”), VIII, 1028, 14/5/1925, p. 2.

9 La información de este párrafo con más detalle en Camarero, 2007: 22-53.

10 SSA de la IC, El movimiento revolucionario latinoamericano. Versiones de la Primera Conferencia Comunista Latino Americana. Junio de 1929, Buenos Aires, La Correspondencia Sudamericana, 1930.

11 Además del ya mencionado Partido Comunista Obrero, se produjo a partir de 1927 una escisión encabezada por Penelón que conformó el efímero Partido Comunista de la Región/República Argentina que luego se llamaría Partido Concentración Obrera.

12 Un desarrollo general de estas huelgas en Camarero, 2007: 133-215.

13 “Problemas de organización del movimiento sindical revolucionario”, El Trabajador Latino Americano, (“Órgano oficial del Comité pro Confederación Sindical Latino Americana”), III, 36-37, diciembre de 1930, p. 26.

14 Inicialmente, la CSLA habilitaba acuerdos con otras fuerzas políticas pues todavía primaba la línea de ‘frente único’ y esto se plasmó incluso en el proyecto de estatutos. Ver “Proyecto de Estatutos de la Confederación Sindical Latino Americana”, El Trabajador Latino Americano, (“Órgano oficial del Comité pro Confederación Sindical Latino Americana”), II, 10-11, 31/1/1929 a 15/2/1929, p. 33.

15 Partido Comunista (Comisión del Comité Central), Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argentina, op. cit., p. 68.

16 “La lucha económica y las tareas de los comunistas”, La Correspondencia Sudamericana, (“Revista quincenal editada por el Secretariado Sudamericano de la IC”), segunda época, 23, 31/12/1929, pp. 11 y ss. Aquí se plantea una nítida distinción entre la composición y funciones de los comités de fábrica y los de lucha. Para las resoluciones del Segundo Congreso de la Internacional consultamos “Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista”, en Aricó, 1973: 141-150.

17 Todas las citas de este párrafo: “Sobre los comités de fábrica y los sindicatos de industria”, El Trabajador Latinoamericano, (Órgano oficial de la Confederación Sindical Latino Americana), I, 8, 31/12/1928, pp. 19-24.

18 “Al CC del PC de la Argentina”, Moscú, 4/10/1933, RGASPI.

19 Por ejemplo: El obrero del mueble, (“Órgano del grupo rojo de la madera”), I, 5, noviembre de 1929.

20 “Los ‘chispistas’ hacen el juego a los patrones”, La Internacional, (“Órgano del Partido Comunista de la Argentina”), XI, 3315, 19/10/1929, p. 3.

21 “Aclaración”, Klöckner, (“Órgano de los obreros del establecimiento metalúrgico Klöckner S.A.”), 9, abril de 1934, p. 3. La existencia de este grupo puede verse también en “Hoy se reunirá el personal de la casa Klöckner”, La Vanguardia, XLI, 9724, 23/4/1934, p. 4.

22 Para un desarrollo minucioso de la huelga ver Ceruso, 2012.

23 “La VIII reunión del Consejo Central de la Internacional S. Roja lanzó la consigna: ¡Hacia las fábricas!”, El Trabajador Latino Americano, (“Órgano oficial del Comité pro Confederación Sindical Latino Americana”), IV, 46-47, enero-febrero de 1932, p. 20.

24 “Las tareas de las Organizaciones Sindicales Revolucionarias y su trabajo en las fábricas. Resolución adoptada por la VIII sesión del Consejo Central de la I.S.R.”, El Trabajador Latino Americano, (“Órgano oficial del Comité pro Confederación Sindical Latino Americana”), V, 48-50, mayo de 1932, p. 55.

25 “Cómo se envenena al pueblo trabajador en ‘La Negra’”, Bandera Roja. Diario obrero de la mañana, I, 1, 1/4/1932, p. 3.

26 “Carta obrera del frigorífico ‘La Blanca’”, Bandera Roja. Diario obrero de la mañana, I, 13, 13/4/1932, p. 4.

27 “Los obreros de la carne se preparan para la lucha”, Bandera Roja. Diario obrero de la mañana, I, 5, 5/4/1932, p. 3.

28 “El ejemplo de Avellaneda”, La Internacional, (“Órgano del Partido Comunista de la Argentina”), XIV, 3393, 20/5/1932, p. 3.

29 Se puede consultar todo el año 1929 del periódico La Internacional para observar los distintos casos mencionados.

30 Entre otros: “Prosigue la F.O.S.C. la tarea de organizar los comités mixtos de obra”, La Vanguardia, XLIII, 10968, 28/9/37, p. 5; “Los obreros de la construcción deben vigorizar su organización por intermedio de los C. de obra”, La Vanguardia, XLIII, 10887, 8/7/37, p. 5; “Los Obreros Pintores Están Dispuestos a Conquistar Mejoras”, CGT, (“Periódico de la Confederación General del Trabajo”), IV, 188, 19/11/37, p. 9; Antonio Cabrera, “El S. Único de la construcción debe responder a las necesidades de liberación de nuestra clase”, Avance, semanario de los trabajadores, I, 33, 26/2/38, p. 2; “Los contratos colectivos y el bienestar de la clase obrera”, Orientación, IV, 198, 10/4/1941, p. 4; “Informe mensual de organización”, El Obrero de la Construcción, (“Órgano de la Federación de la Construcción”), I, 27, 1/9/39, p. 6.

31 Entre otros: “La reforma de los estatutos”, El Obrero Textil, (“Órgano oficial de la Unión Obrera Textil. Adherida a la Confederación General del Trabajo”), IV, 11, 1/5/1936, p. 10; Conferencia Comunista Textil en: “Resoluciones de la Conferencia Textil”, Cuadernos, (“Editados por el Comité de la Capital del Partido Comunista”), I, 5, Agosto de 1937, p. 10; “Los Obreros Textiles Están Empeñados en una Campaña Por la Conquista de Mejoras”, La Vanguardia, XLII, 10644, 3/11/36, p. 5; “Reunión de comisiones internas, delegados y activistas de la U.O. Textil”, CGT, (“Periódico de la Confederación General del Trabajo”), V, 235, 21/10/1938, p. 5; “Qué son y cómo deben funcionar las comisiones internas”, El Obrero Textil, (“Órgano oficial de la Unión Obrera Textil. Adherida a la Confederación General del Trabajo”), IX, 62, 1/7/1943, p. 7.

32 “Señalan tareas de carácter insalubre los O. metalúrgicos”, La Vanguardia, XLIII, 10989, 19/10/37, p. 5; “Se entregó al P. E. el memorial sobre la empresa C.A.T.I.T.A.”, Orientación, II, 46, Mayo de 1938, p. 2; “Sindicato Obrero de la I. metalúrgica”, CGT, (“Periódico de la Confederación General del Trabajo”), IV, 216, 10/6/1938, p. 9; “Unánimes pararon los obreros metalúrgicos”, La Hora, (“Diario de los trabajadores”), III, 856, 29/5/1942, pp. 1 y 3; “En la asamblea del P. Romano considerarán hoy los obreros metalúrgicos la respuesta de la patronal”, La Hora, (“Diario de los trabajadores”), III, 823, 24/4/42, p. 4.

 
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