Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 17, nº 2, e057, diciembre 2017. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

 

RESEÑAS / REVIEWS

 

Barral, María Elena (2016). Curas con los pies en la tierra. Una historia de la Iglesia en la Argentina contada desde abajo. Buenos Aires: Sudamericana


Virginia Dominella

CONICET. Universidad Nacional del Sur, Argentina
v_dominella@yahoo.com.ar



Cita sugerida:
Dominella, V. (2017). [Revisión del libro Curas con los pies en la tierra. Una historia de la Iglesia en la Argentina contada desde abajo por M. E. Barral]. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 17(2), e057. https://doi.org/10.24215/2314257Xe057

 

 


Curas con los pies en la tierra
se suma a la relevante y prolífera producción de María Elena Barral sobre distintos problemas de la historia de la Iglesia en Argentina. Aquí, aunque en continuidad con una forma de pensar esa historia desde las imbricaciones de la religión y la sociedad, la autora amplia el marco espacial y temporal de sus principales líneas de investigación, centradas en la diócesis de Buenos Aires en el período tardocolonial y primera mitad del siglo XIX.

Así, el nuevo libro aborda diversas formas de intervención social y política de la Iglesia entre las últimas décadas del siglo XVIII y la primera del presente siglo. En particular, se ocupa del segmento del mundo eclesiástico constituido por los sacerdotes. Para ello, reconstruye las historias de una decena de curas y de un militante laico que desarrollaron su acción pastoral en múltiples lugares del país (Gualeguay, Rosario, Faimallá, Monteros, Traslasierra, Pilar, Mercedes, Luján, Moreno, el barrio de Solano) y en contextos específicos como la época colonial, la Revolución de Mayo, los conflictos entre unitarios y federales, los gobiernos de la Confederación Argentina, la consolidación del Estado-Nación y las iniciativas “laicistas”, los gobiernos peronistas, la última dictadura militar, el retorno a la democracia, el desarrollo del neoliberalismo o la década kirchnerista. Pero el interés prioritario no se orienta a las figuras “ejemplares”/“principales”. Por el contrario, los protagonistas del relato han sido poco tenidos en cuenta por las reconstrucciones históricas; se trata de actores, en su mayoría, “invisibles”, incluso “anónimos”, que no fueron conocidos más allá de su parroquia y/o de momentos específicos. De allí que la elección de los casos se viera condicionada por las posibilidades de acceso a las fuentes y la disponibilidad de bibliografía.

Esta Historia de la Iglesia en la Argentina contada desde abajo se estructura en diez capítulos. El primero está dedicado a Fernando Quiroga y Taboada, cura español llegado del Alto Perú, que se desempeñó como párroco de Gualeguay entre 1781 y 1784. Desde ese lugar, intervino en los conflictos que enfrentaron a distintos grupos de pobladores, acaudillando uno de ellos, en la disputa por la autoridad y la obediencia. Esto lo llevó a tomar decisiones polémicas para la comunidad, tales como trasladar la capilla, cambiar el santo patrono, destituir al alcalde -que lideraba el otro grupo-, valiéndose de competencias, rituales e imágenes religiosas, o enfrentar al comandante militar venido a pacificar los ánimos, acusándolo de no ser “católico cristiano” y de entrometerse en los asuntos propios -argumento que también utilizaba el militar-. El trasfondo del conflicto estaba dado por la discusión política central de cómo debían de ser los vínculos entre el rey, el papa y Dios, y por la pérdida de fueros y competencias que sufrían los eclesiásticos desde mediados del siglo XVIII.

Las disputas entre autoridades civiles y religiosas por su capacidad para decidir sobre distintas cuestiones de la vida espiritual de los súbditos de la Corona también sirvieron de marco al capítulo 2. Éste se centra en la figura de Juan Francisco de Castro y Careaga, cura interino de la parroquia del Pilar, quien perdió el concurso para cubrir el cargo definitivo en 1784, a pesar de encabezar el “orden de méritos” propuesto por el obispo de Buenos Aires, ante la predilección del virrey por un sacerdote que era pariente las principales familias del lugar. La participación de los feligreses en la defensa organizada por Castro y Careaga, a través de sus declaraciones -algunas de crítica y otras de apoyo al sacerdote-, revela el papel de intermediarios principales que ocupaban los párrocos en las zonas rurales, como guardianes del orden público y moral, siendo, así, piezas claves del funcionamiento de la monarquía; el rol de las parroquias en la institucionalización de los pueblos; el lugar del templo en la formación del sentimiento de pertenencia a la localidad y como espacio de encuentro; la participación de cofradías que ofrecían a los vecinos herramientas para la construcción de poder local y eran un interlocutor fundamental para la consolidación de la autoridad del párroco.

El capítulo 3 tiene como protagonista a Julián Navarro, quien se desempeñó como cura en Rosario en 1810, donde participó en la destitución del alcalde, para luego dedicarse de lleno a la política revolucionaria. En 1811, en Buenos Aires, integró el grupo que instaló el Primer Triunvirato y apartó a los saavedristas, movilizándose en la calle y actuando como elector y asesor del gobierno. En 1812-1813, en Rosario, bendijo el pabellón de Belgrano y suministró auxilios espirituales en la batalla de San Lorenzo. En 1815, estuvo preso en Patagones por sus críticas a Alvear, y fue rescatado por Pueyrredón, cerca del cual actuó en esos años. Desde el púlpito, dio una legitimación religiosa de los acontecimientos políticos. En 1817, se desempeñó junto a San Martín como capellán del Ejército de los Andes, al que estimuló a defender la “sagrada causa” de la independencia.

El capítulo 4 sigue la trayectoria del sacerdote unitario Julián Faramiñán en la Guardia de Luján en la década de 1820 y el proceso de profundización de la politización de los curas, en el marco de la pérdida de sus antiguas posiciones y privilegios frente a un Estado en construcción que los reubicaba en el mapa político institucional, y la consiguiente lucha por mantener su espacio de liderazgo. Así, el sacerdote participó de las rivalidades políticas entre diversos grupos de vecinos y, para ello, acudió a viejas y nuevas “armas”, desde el púlpito hasta las asonadas y la prensa. En 1825, intervino en la “cencerrada” que destituyó al juez de paz y en el sumario posterior como testigo -aunque se arrogó también el papel de fiscal-. En 1828, fue víctima de un tumulto que culminó con la orden del juez de paz de que abandonara el pueblo.

El capítulo 5 reconstruye la obra de José Gabriel Brochero en Traslasierra entre fines del siglo XIX y principios del XX, que incluyó gestiones para favorecer tanto a personas particulares (solicitar trabajo para gente sin recursos o reclamar por los sueldos atrasados del comisario) como al conjunto de las poblaciones de la región, como la creación de escuelas, las iniciativas para la construcción de acueductos o de un ramal ferroviario -proyecto que no se concretó-. Para ello, se constituyó en un mediador político capaz de movilizar a la población serrana frente a diferentes proyectos políticos, así como de desplegar vínculos con políticos importantes -entre ellos, Juárez Celman, y, posteriormente, los dirigentes del radicalismo- para conseguir el apoyo para sus emprendimientos, lo que lo llevó a “cabalgar” entre facciones eclesiales y políticas contrarias. Así, no dudó en apoyarse en sus amigos liberales y no confrontó a propósito de las “leyes laicas”, aunque tampoco desobedeció a sus obispos.

El capítulo 6 se adentra en la biografía del francés Jorge María Salvaire y su impulso a la escritura de la Historia de la Virgen de Luján (1885), la coronación pontificia de dicha Virgen y la construcción de la basílica en su honor -principalmente, una vez instalado como párroco, en 1889-, en el marco de la revitalización de los grandes cultos nacionales que formaban parte de las respuestas del catolicismo frente al avance del liberalismo y la política laicizante del Estado, además de colaborar en la construcción de una identidad nacional capaz de aglutinar a la población heterogénea y, en este sentido, -desde la perspectiva de Salvaire-, de contribuir a la perdurabilidad del orden social. Así, la erección del santuario, seguida pocos años después por la del colegio-seminario, contó entre sus benefactores con la mayoría de los referentes de la elite política y económica del momento.

El siguiente capítulo analiza el recorrido del laico belga Jules Steverlynck y su “experimento social”, Villa Flandria, que comenzó a formarse en Luján a mediados de la década de 1920, al calor del desarrollo de la empresa familiar -la Algodonera Sudamericana Flandria-, siguiendo los lineamientos de la encíclica Rerum Novarum y la Doctrina Social de la Iglesia. Los pueblos aledaños a la industria, habitados por sus obreros y en los que el patrón buscaba armonizar las obligaciones laborales y hogareñas, contaron con clubes, bibliotecas, banda de música, revistas, iglesias, asociaciones, colegios y noviciados católicos. Esta experiencia encontró un marco propicio en la consolidación del “catolicismo integral” (Mallimaci, 1988) como un modo hegemónico de concebir y vivir la religión caracterizado por el rechazo a su permanencia en el ámbito privado -como lo pretendía el liberalismo- y la búsqueda de protagonismo en la sociedad, la política y el Estado.

El capítulo 8 explora las tensiones entre peronismo y antiperonismo, que dividieron a la sociedad y la Iglesia argentinas, a partir de los casos de dos curas -Diez y Menéndez, y Lobo- que en los años 1950 trabajaron en Tucumán -en Faimallá y Monteros, respectivamente- y adoptaron posturas políticas opuestas -el primero, fue un acérrimo opositor al gobierno, y el segundo, un activo seguidor de Perón-. Estos posicionamientos, puestos de manifiesto incluso desde el púlpito y las clases de religión, impactaron en sus comunidades a la vez que trascendieron sus límites, forzando la intervención de la jerarquía. Por otra parte, el capítulo describe la experiencia del “templo justicialista” fundado en el barrio de Saavedra en 1949, a cargo de Hernán Benítez, mano derecha de “Evita”, y después de 1955, colaborador de la Resistencia.

El capítulo 9 considera la biografía de “Pepe” Piguillem, quien desde mediados de la década de 1960, se desempeñó como cura en la periferia de Moreno e integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). En esos espacios, en un escenario marcado por la consolidada matriz del catolicismo integral y el aggiornamento eclesial, “Pepe” maduró su compromiso con los pobres, su trabajo pastoral con los jóvenes, su inserción barrial a partir de la formación de una comunidad cristiana, y su “opción por el peronismo”, lo que le valió la persecución por parte de las Fuerzas Armadas bajo el terrorismo de Estado, que lo obligó a partir al exilio en 1978, dejando su parroquia en manos de los laicos y las religiosas insertas en aquel medio popular desde hacía unos años.

El último capítulo toma el derrotero en las últimas tres décadas de los Curas en la Opción por los Pobres (OPP), que en continuidad con el MSTM, parten de la sensibilidad frente a las injusticias sociales y se han posicionado frente a los diferentes gobiernos de turno, aunque se diferencian en la intensidad de su impacto mediático, el contexto político en el que han actuado, el modo en que se han organizado y la duración del grupo. Desde su búsqueda de una pastoral “liberadora”, los OPP acuerdan en la defensa de la democracia, la crítica al neoliberalismo o la reivindicación de los “mártires” Angelelli o Mugica como referentes del compromiso social y político “desde el Evangelio”.

Esta obra reúne varios méritos. Uno de ellos es el enfoque elegido. Si bien se ha optado por explorar las biografías de actores que por definición son “mediadores” entre los hombres y la divinidad, y, por lo tanto, ocupan un lugar central en el mundo eclesial, así como en el espacio social, la perspectiva “desde abajo” privilegia las figuras “al ras del suelo”. De este modo, se busca poner en primer plano las trayectorias de sacerdotes que han sido muy actuantes en su comunidad y en su momento histórico, pero a la vez desconocidos más allá de su propio ámbito de trabajo, e incluso, en algunos casos -como los integrantes del MSTM o los OPP- han ocupado lugares marginales en la institución, en sus comunidades o en relación al poder político -los primeros fueron víctimas del terrorismo de Estado-. Esta perspectiva resulta estimulante teniendo en cuenta que, como han señalado Di Stefano y Mallimaci, en la historiografía argentina el estudio de fenómenos religiosos se ha centrado en la jerarquía y en los sectores mayoritarios y hegemónicos del catolicismo, mientras que los protestantes, ortodoxos, grupos disidentes o críticos de la misma Iglesia Católica han sido desatendidos. Esto muestra la persistencia de una historiografía tradicional abocada a los “grandes acontecimientos” en detrimento de la vida concreta de los hombres y mujeres “de la calle” (2001). Por otra parte, el punto de vista elegido por la autora, que ubica las biografías de los curas en relación a sus comunidades, ofrece una imagen más compleja de los vínculos entre los sacerdotes y la política. Este aspecto relacional ha sido muchas veces descuidado en favor del ideológico en los estudios que abordan los cruces entre el mundo religioso y el político (Donatello, 2010).

En tercer lugar, la profundidad temporal del abordaje es fructífero y coherente con el propósito de dar cuenta de la presencia del catolicismo en el espacio público, y en particular, de la actuación social y política de los sacerdotes, como una constante a lo largo de la historia argentina, aunque con singularidades, matices e intensidades peculiares en función de los diversos contextos espaciales, temporales, ideológicos, políticos, culturales y sociales, lo que permite ponderar cambios y continuidades a lo largo de los últimos dos siglos. En cuarto lugar, la elección de una escala de análisis “micro”, local, su puesta en relación con realidades más amplias (lo nacional) y más pequeñas (la comunidad, el barrio), y la inclusión de casos de análisis que tuvieron como escenario espacios alejados de la capital, contribuye a complejizar la mirada sobre los procesos estudiados, descubriendo nuevas relaciones, así como especificidades y rasgos comunes (Levi, 1991; Del Pino y Jelin, 2003). Por último, sin renunciar a una reconstrucción pormenorizada y a la profundidad analítica, el texto presenta una escritura fluida, amena, clara, comprensible que anima a la lectura.


Bibliografía citada

Del Pino, P. y Jelin, E. (comps.). (2003). Luchas locales, comunidades e identidades. Madrid: SXXI.

Di Stefano, R. y Mallimaci, F. (2001). Los grupos religiosos frente a un mundo que se derrumba. Los imaginarios cristianos de la década del treinta. En Mallimaci, F. y Di Stefano, R. (comps.), Religión e imaginario social (pp. 9-17). Bs. As.: Manantial.

Donatello, L. (2010). Catolicismo y Montoneros. Religión, política y desencanto. Bs. As.: Manantial.

Levi, G. (1991). Sobre Microhistoria. En Burke, P., Formas de hacer Historia (pp.119-143). Madrid: Ed. Alianza.

Mallimaci, F. (1988). El catolicismo integral en la Argentina. Bs. As.: Biblos.

 

 

 

 

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