Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 16, nº 2, e031, octubre 2016. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

 

RESEÑAS/REVIEWS

 

Goebel, Michael: La Argentina partida: Nacionalismos y políticas de la historia. Buenos Aires: Prometeo Libros, 2013. 330 p. Traducido por Floriana Beneditto.

 

 

Juan Luis Besoky

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales-CONICET-Universidad Nacional de La Plata, Argentina
juanelebe@gmail.com

 

Cita sugerida: Besoky, J. L. (2016). [Revisión del libro La Argentina partida: Nacionalismos y políticas de la historia de M. Goebel]. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 16(2), e031. Recuperado de http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAe031

 

 

El libro de Goebel, es producto de su tesis doctoral empezada en 2002 en el University College London y publicada como libro en en el año 2011 bajo el título de Argentina´s Partisan Past. El autor refiere a la intensa relación entre nacionalismo e historia en la Argentina del siglo XX. En los cinco capítulos del libro, se describe la manera en que la escritura de la historia se ha mezclado con la política para volverse un componente esencial del discurso nacionalista. De esta manera el libro se centra en la “política de la historia”, entendida como “las formas en que en que se escribe y moviliza la historia con el objeto de afectar la distribución del poder político en una sociedad” (p. 11). Para esto Goebelbanaliza la forma en que intelectuales, actores políticos diversos y el Estado han producido y utilizado interpretaciones de la identidad nacional para construir narrativas históricas. En este sentido, se hace hincapié en el relato nacionalista autodenominado “revisionismo histórico” y en su disputa con el relato “oficial” o “liberal” promovido desde el Estado. Su trabajo recurre a una abundante y diversa cantidad de fuentes: artículos periodistas, antecedentes penales de militantes nacionalistas, documentos de instituciones educativas y culturales, correspondencia diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido y varias entrevistas a escritores, editores y activistas.

En el capítulo I Goebel narra el desarrollo de “los dos panteones” de la Argentina: el mitrismo y el revisionismo. Ambos ofrecían visiones diametralmente opuestas de lo nacional. El primero, con una perspectiva fundamentalmente liberal y universalista, promovía la política como el marco principal para el acceso a la nacionalidad; el segundo definía la argentinidad como enraizada en las tradiciones federales del interior y de los caudillos. Unos y otros tenía también sus propias instituciones: la Academia Nacional de la Historia, continuadora de la Junta de Mitre y por otro lado el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. De todas formas es importante destacar que la visión mitrista gozaba del apoyo estatal mientras que la segunda dependía del aporte privado. Goebel sostiene que el interés de los primeros grupos nacionalistas por la historia era un efecto secundario de su fracaso como políticos y funcionarios gubernamentales, luego de quedar relegados tras el fallecimiento de Uriburu. De hecho la mayoría de ellos eran abogados, no historiadores, que provenían de de familias de clase alta en decadencia. Para Goebel, lo novedoso en el revisionismo no era tanto la evaluación positiva de Rosas sino el carácter sistemático y maniqueo de crear un panteón alternativo como eje central de un ferviente nacionalismo antiliberal.

El capítulo 2, comprende los años 1943-1955 y se enfoca en la relación entre el peronismo y el nacionalismo sobre las políticas de la historia. Goebel advierte que la mayoría de los trabajos académicos se centran en la historia general del peronismo dejando las cuestiones en torno al nacionalismo en un segundo plano. En su análisis sostiene el autor que el nacionalismo de Perón se acercaba más al nacionalismo popular desplegado por FORJA (que destacaba a las clases populares como verdaderos portadores de la nacionalidad en lugar de la hispanidad y el catolicismo) que al de los viejos nacionalistas con su énfasis en la jerarquía y la disciplina. De hechos la presencia de nacionalistas dentro del gobierno peronista se limitó al ámbito cultural, fundamentalmente las universidades, y esto más por descarte que por designio del Gobierno ya que la mayoría de ellos habían sido nombrados por el régimen de 1943. Dice al respecto Goebel: “Tras cooptarlos otorgándoles puestos que no habían codiciado o bien marginarlos por completo, Perón procedió a apropiarse de muchas de las ideas que los nacionalistas y los forjistas habían propagado en la década anterior” (p 106). En este sentido Perón se empeñó en modelar una nueva versión de la identidad nacional más susceptible al consenso, donde el antisemitismo de los nacionalistas se encontraba ausente y el rescate del hispanismo era más bien tibio. De hecho tampoco aceptó Perón modificar el panteón liberal de héroes nacionales ni incluyó referencia alguna a Rosas o los caudillos del interior como precursores suyos. En resumidas cuentas, las relaciones de Perón con los nacionalistas fueron tensas, como lo demostró la subordinación de la Alianza Libertadora Nacionalista y posteriormente el conflicto con la Iglesia..

El capítulo 3 refiere a la política de la historia entre 1955 y 1966, en un contexto de polarización y proscripción del peronismo. En la década de 1960 el nacionalismo formó parte de la ideología de grupos radicales tanto de derecha como de izquierda, mientras que el revisionismo histórico se iba generalizando. Resulta interesante el señalamiento de Goebel de que el peronismo termina incorporando el revisionismo histórico en un contexto de proscripción, convirtiendo, por ejemplo, el slogan “San Martín, Rosas, Perón” (antiguamente sostenido en soledad por la Alianza Libertadora Nacionalista) en uno de los más utilizados por el movimiento. En este contexto es que se produce el auge de un revisionismo de izquierda, impulsado por nacionalistas sin vínculos con los militares y poco afectos a remarcar el catolicismo y la hispanidad como datos fundamentales de la identidad nacional. En estas condiciones el nacionalismo no peronista se volvió cada vez más insignificante.

El capítulo 4 destaca el apogeo del revisionismo abarcando el período 1966-1976. Para estos años, según Goebel se va debilitando la resonancia que el hispanismo católico de la derecha peronista había tenido entre partes de las elites y las clases medias argentinas. Al mismo tiempo, la amplia difusión del revisionismo no estuvo exenta de conflictos, mucho de los cuales se vieron en el Instituto Rosas, donde solían ser frecuentes las polémicas entre adeptos al revisionismo de la izquierda peronista y algunos viejos nacionalistas que acusaban al Instituto de desviaciones marxistas y populistas. En el mismo movimiento peronista las repercusiones de la Guerra fría y la revolución cubana intensificaron la polarización entre la izquierda y derecha peronista.

Con el retorno del peronismo al gobierno hubo algunas medidas que alentaron el revisionismo histórico, como el cambio de nombre de algunas calles, el nombramiento de varios revisionistas en las Universidades, la aprobación de una ley para repatriar los restos de Rosas y la conmemoración de la Vuelta de Obligado como “día de la Soberanía Nacional”. Sin embargo, destaca Goebel, el gobierno nunca reemplazó del todo el panteón de héroes nacionales existentes. De hecho, en una reiteración de lo que había sido su primer gobierno, les ofreció a los revisionistas algunas embajadas y cargos en la esfera de la cultura pero sin darles nunca cargos políticamente influyentes.

El último capítulo, que es el más extenso, trata del devenir de la política de la historia desde 1976 hasta nuestros días. Señala Goebel que la llegada de la dictadura confiscó los escritos de los autores peronistas, ya sean de izquierda o de derecha, y anuló los cambios de calles hechos por el gobierno anterior. De esta forma, más allá del carácter nacionalista o autoritario de la dictadura, en su política de la historia era claramente liberal. Para el autor, aunque por distintas razones, ni la dictadura militar ni el gobierno de Alfonsín quisieron incorporar el revisionismo como visión oficial de la historia. Este último, integrado en la subcultura del peronismo, siguió siendo movilizado contra ambos gobiernos. Menem en cambio, utilizó el repertorio simbólico revisionista durante la campaña electoral y repatrió los restos de Rosas incorporándolo al panteón nacional, además de nacionalizar en 1997 el Instituto Rosas. Sin embargo, su política atenuó los matices partidistas del revisionismo asignándoles a Rosas un pedestal junto a Sarmiento. Para Goebel, la incorporación de aquél fue posible dado que en el nuevo clima político había disminuido el atractivo del revisionismo como arma política. Por último, el autor hace una breve mención a los gobiernos kirchneristas, los cuales “no adoptaron el panteón revisionista de lleno al tiempo que desecharon la tradición liberal-republicana en su totalidad” (p, 283).

Finalmente, en la conclusión Goebel recupera la distinción mencionada en la Introducción entre un nacionalismo cívico y otro étnico. El primero basado en la idea de una comunidad política de ciudadanos que se identifican con las normas y los símbolos de un Estado, mientras que el segundo se basa en la comunidad de descendencia, llena de costumbres, mitos y recuerdos compartidos. En este sentido, la historia Argentina podría ser vista a lo largo del siglo XX como un conflicto entre la rama cívica del nacionalismo y otra étnica, una con su panteón de próceres liberal y otra revisionista, o incluso al decir del especialista argentino Elías Palti: “dos formas básicas y opuestas de nacionalismo, una integradora y progresista, la otra excluyente y reaccionaria”.

Sin embargo, Goebel cuestiona estas visiones señalando que deben tomarse con pinzas, ya que el interrogante debe ser ¿a quién se incluye y a quién se excluye, y sobre qué base? Tanto la visión liberal como la revisionista tienen diferentes formas de pensar la inclusión y la exclusión. Como un ejemplo de esta cuestión Goebel sostiene que la construcción del gaucho como arquetipo de un nacionalismo más bien étnico estaría marcando la integración a la comunidad nacional de los sectores populares, mientras que la variante liberal con su republicanismo cívico se interpretaría de hecho en detrimento de los sectores marginales. En este sentido el autor prefiere interpretar el nacionalismo como una interacción permanente entre formas cívicas y étnico-culturales de definir la comunidad. Siguiendo con este razonamiento Goebel concluye: “En lugar de una separación clara entre un nacionalismo antiliberal y un liberalismo antinacionalista, estamos hablando de distintas interpretaciones de lo nacional cuya relación ha sido conflictiva pero también cambiante, complementaria y mutuamente constitutiva”. (p. 295).

En resumidas cuentas, el libro de Goebel resulta en un aporte original, significativo y bien fundamentado para pensar las intensas y diversas relaciones entre nación, historia y política a lo largo del siglo XX.

 

 

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