Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 16, nº 2, e026, octubre 2016. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

 

DOSSIER
Claves para volver a pensar las culturas políticas en la Argentina (1900-1945). Perspectivas, diálogos y aportes

 

Radicales y socialistas frente a la centralidad de la nación. Sobre rituales partidarios y culturas políticas en el momento del Centenario (1909-1912)1


Francisco J. Reyes

Universidad Nacional del Litoral - CONICET, Argentina
reyesfranciscoj@live.com

Cita sugerida: Reyes, F. (2016). Radicales y socialistas frente a la centralidad de la nación. Sobre rituales partidarios y culturas políticas en el momento del Centenario (1909-1912). Anuario del Instituto de Historia Argentina, 16(2), e026. Recuperado de http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAe026

 

Resumen
El Centenario de 1910 constituyó en la Argentina una coyuntura decisiva para el Estado que organizara las celebraciones y también para aquellas fuerzas instaladas en la oposición, como la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista. El trabajo indaga de forma comparativa en los rituales políticos desplegados por dichos actores hasta la reforma electoral de 1912, a través del análisis de las culturas políticas en las que ambos se inscribían. Las fuentes utilizadas fueron la prensa, documentos y discursos alusivos a dichos acontecimientos, a partir de lo cual se afirma que el nacionalismo del Centenario operó un cambio en las referencias simbólicas de radicales y socialistas, que ubicó en el centro de su prédica la cuestión de la nación en cruce con la incipiente democracia.

Palabras clave: Centenario; Nacionalismo; Radicalismo; Rituales políticos; Socialismo.


Radicals and socialists against the centrality of the nation. On partisan rituals and political cultures in the Centenary moment (1909-1912)


Abstract
The 1910 Argentinean Centenary established a critical juncture for the State, which ought to organize celebrations, and for those forces also installed in the opposition, such as the Unión Cívica Radical and the Socialist Party. The present work inquires in a comparative way the political rituals made ​​by them up until the electoral reform of 1912, through the analysis of political cultures in which both are inscribed. The sources used were the press, documents and allusive speeches regarding these events, through which it´s claimed that the nationalism of the Centennial operated a change in the symbolic references of Socialists and Radicals, placing at the centre of his preaching the question of the Nation in junction with a fledgling democracy.

Keywords:Centenary; Nationalism; Radicalism; Political rituals; Socialism.




Introducción

En un trabajo reciente, Darío Roldán ha planteado que el “momento del Centenario” implicó en la Argentina la voluntad de darle forma política a lo social. De acuerdo con ello, emergió en consecuencia un problema esencial, el de la representación o, más concretamente, el de la necesaria “figuración del pueblo” soberano. Si lo que se colocó en el centro de la escena y los debates públicos era la unidad de la nación, las distintas interpretaciones políticas de este fenómeno se volvieron fundamentales a la hora de establecer –o exacerbar– las diferencias con lo que quedaba fuera de aquella; exterioridad que, en los límites, se presentaba como un “otro” (Roldán, 2011: 201-204). La singularidad de dicho momento estribó, además, en que a esa centralidad de las celebraciones que tuvieron a Mayo de 1910 como hito fundamental se acopló el proyecto reformista de unas élites que encararían el proceso de democratización política de la República oligárquica.2 De esta manera, nación y democracia terminaron por combinarse como un par inescindible para aquellas fuerzas políticas dispuestas a ocupar un lugar relevante en el nuevo escenario.

En retrospectiva resulta comprensible que tanto las políticas simbólicas de los gobiernos del Centenario como las de los partidos que se habían constituido desde el espacio de la oposición se redimensionaran notablemente. Este es el caso de la Unión Cívica Radical (UCR) y del Partido Socialista (PS). Con distintos avatares, ambos dieron forma desde la década de 1890 a sendas identidades políticas que, hacia la segunda década del nuevo siglo, evidenciaban una densidad y hasta una potencia expresada recurrentemente en rituales político-conmemorativos de reconocida significación para la definición de sus respectivas causas políticas (Reyes, 2016a y 2016b).3

En este punto concreto, es posible indagar en aquella dimensión referida a la representación/figuración del “pueblo” –o de “un” pueblo– llevando a cabo un análisis de las conmemoraciones de radicales y socialistas: de las revoluciones reivindicadas por los primeros como origen de su misión histórica de regeneración patriótica y las del 1º de Mayo celebrado por los socialistas como una fecha en la cual el proletariado del país hermanaba esfuerzos con sus pares de todo el mundo en pos de su emancipación. Empresa de reconstrucción de unas tramas de sentido que no sólo tenían una historicidad propia, sino que también se manifestaban en otras instancias de la sociabilidad y la acción de los militantes de la UCR y del PS en la coyuntura crítica constituida por el momento del Centenario, comprendido entre los prolegómenos de las celebraciones oficiales de 1910 y las primeras elecciones celebradas con la puesta en vigencia de la llamada Ley Sáenz Peña, en 1912.

La perspectiva de este artículo tiene en cuenta las culturas políticas en cuyas coordenadas se instalaban las formaciones partidarias de la UCR y del PS. El planteo resulta pertinente por distintos motivos. En primer lugar, por el juego de temporalidades inherente a un análisis de tipo coyuntural, el cual da cuenta, a partir de un recorte de mediana duración, de un fenómeno de historicidad más extendida: el de la constitución de identidades político-partidarias en la Argentina del cambio de siglo. En segundo lugar, con el énfasis de una hipótesis de trabajo, porque si se comprende esta perspectiva como el desentrañamiento de “una especie de código y un conjunto de referentes (principalmente valores, creencias, memoria específica, vocabulario propio, sociabilidad particular, ritualizada o no) formalizados dentro de un partido o difundidos dentro de una familia o de una tradición política, y que la dotan de una identidad propia” (Sirinelli, 1999: 462), parece cuanto menos inapropiado asegurar para un determinado momento la existencia de una única cultura política en cada país, erigida con el monopolio de los sentidos y las referencias políticas del conjunto de los actores.

En cambio, de acuerdo con la pluralidad constitutiva propia de toda sociedad moderna, conviene adherir al principio teórico y metodológico según el cual siempre conviven diversas o múltiples culturas políticas. Ello no obsta para que alguna de ellas devenga temporariamente dominante, al instalarse con el valor de una tradición e influyendo así en la evolución de las otras, que pueden compartir o incorporar buena parte de sus presupuestos, aunque manteniendo niveles variables de tensión y de antagonismo.4 A continuación se desarrollará la forma en que la preponderancia que llegó a adquirir la cuestión de la nación hacia el momento del Centenario generó, por un lado, la exigencia de un posicionamiento de radicales y socialistas ante las celebraciones patrias organizadas por el gobierno, al mismo tiempo que se vislumbraba una reforma del régimen político. Por otro lado, la evolución de las conmemoraciones partidarias de ambas fuerzas opositoras, suscitada al calor de un clima de creciente conflictividad y fuerte carga ideológica, conllevó una tramitación tensionada de sus respectivas tradiciones políticas, en la clave propuesta por el proyecto de nacionalización de las masas sustentado por las élites político-culturales del Centenario.

Imbricado con el proceso de democratización, el nacionalismo pasará a ocupar entonces –si bien con matices, variantes y distintas entonaciones– un lugar más o menos central, cuando no dominante, en culturas políticas que poco antes parecían inevitablemente distanciadas. Por supuesto, este fenómeno operó de forma diferencial en relación con el conjunto de memorias, creencias y símbolos que habían configurado las originales identidades de radicales y socialistas antes de una coyuntura clave, de la que saldrán reivindicando, cada uno a su manera, buena parte de los mitos nacionales que el Centenario terminó por instalar.

Radicales y socialistas ante el Centenario

Se ha propuesto pensar el momento que pivotea en torno a las grandes celebraciones de 1910 como el cruce de una serie de tópicos, lo que es decir, una serie de cuestiones con las que debieron lidiar aquellas fuerzas políticas que se ubicaban frente al otoño del régimen oligárquico. En este sentido, el recorrido inmediatamente anterior transitado por la UCR y el PS prefiguraba una actitud distante de las exaltaciones oficiales, pero por distintos motivos.

En lo que respecta al radicalismo, hacia 1909 sus filas aún sufrían las consecuencias del fracasado alzamiento revolucionario cívico-militar encabezado por Hipólito Yrigoyen en febrero de 1905. Esto se reflejaba, por ejemplo, en una virtual inactividad del Comité Nacional que se había instalado con la última Convención Nacional del partido celebrada poco antes de aquel acontecimiento; pero también en el mantenimiento de una estrategia política de abstención electoral que alejaba a sus representantes de toda posición de influencia y protagonismo en la escena política nacional.5 Tal como lo expresó el presidente del Comité de la Capital Federal de la UCR en un acto conmemorativo de la revolución del Parque –que actuaba como mito fundante de la agrupación–, aquella no se podía presentar aún como “una fuerza política disciplinada con autoridades, con programa y con ideales, con bandera amplia y generosa para cobijar en su sombra todas las voluntades fuertes y todas las consagraciones patrióticas” (Gallo, 1908: 82-83). En efecto, la reorganización del partido era una tarea pendiente.

Por su parte, el socialismo encabezaba a inicios del siglo toda una trama político-cultural que giraba en torno al partido (bibliotecas, cooperativas de producción y consumo, periódicos y revistas, etc.) y de la que participaban hombres, mujeres y niños. Pero desde la escisión del grupo sindicalista revolucionario, fuerte en las sociedades gremiales, el partido había perdido peso en el seno del movimiento obrero. No obstante, esa situación era compensada con una ya consolidada organización permanente –de lo que carecía, por ejemplo, el radicalismo–, una regular concurrencia electoral que obligaba al funcionamiento de su aparato militante y le aportaba una presencia pública no desdeñable y una creciente apertura a sectores de una sociedad muy dinámica que excedían los límites de la clase obrera.6 Un hito al respecto lo constituyó la llegada a la Cámara de Diputados de Alfredo Palacios en 1904, luego de una reforma electoral rápidamente derogada, lo que confirmaba el perfil reformista de la agrupación. Ahora bien, si los socialistas no postulaban una detracción absolutamente antagónica al orden de cosas existente, al aceptar y bregar por una evolución de las formas de representación, las políticas gubernamentales y la evolución del clima ideológico acentuaron su perfil combativo. Confirmando a sus ojos la desconfianza que el PS arrastraba desde el conflicto limítrofe con Chile a fines del siglo XIX frente a las causas amparadas en un discurso nacionalista cada vez más extendido,7 Enrique Dickmann recordaba en sus Memorias cómo los años 1908 y 1909 estuvieron signados por la cuestión de la agresiva política armamentista preconizada por el excanciller de Figueroa Alcorta, Estanislao Zeballos, al reemerger la hipótesis de un conflicto con Brasil. Esta “campaña alarmista y patriotera” que caracterizaba –según el entonces miembro del Comité Ejecutivo del partido– al “patriotismo oficial” (Dickmann, 1949: 156-157) tendría pronto como correlato la ola de violencia nacionalista que se desataría casi sin distinciones frente a las distintas tendencias de izquierda dentro del movimiento obrero argentino.

En gran medida, fueron estas inercias arrastradas por un radicalismo que buscaba una nueva reorganización, así como la de un socialismo que enfrentaba un problema al posicionarse frente a una retórica que colocaba la nación como frontera político-ideológica, las que se conjugaron en una nueva clave al atravesar la ola nacionalista del Centenario. Para el primero, podría decirse que la candidatura presidencial de Roque Sáenz Peña –que sería electo el mismo año 1910– y su programa de una “reparación” que buscaba tanto “la verdad institucional” como “formar las fuerzas vivas de la opinión nacional” (Sáenz Peña, [1909] 2010: 62-63) guardaba, cuanto menos, un parecido de familia con su ya reconocida prédica. ¿En qué sentido es posible advertir esta afinidad de los radicales con una de las figuras fundamentales de la coyuntura? Antes que nada, el futuro promotor de la reforma electoral arribaba a la escena en que la UCR terminaría abandonando la abstención con la firme convicción de que era necesario combinar un tríptico de políticas estatales que ya permeaban el clima político de esos años: una enseñanza pública abocada a una pedagogía patriótica mediante el culto a la nación y sus símbolos; el reforzamiento de la defensa nacional y del Servicio Militar Obligatorio que se había instaurado en 1901, entre otros motivos, como forma de “argentinización” de una sociedad profundamente transformada por el proceso de inmigración de masas; y, finalmente, aquella reforma electoral que actuaba como piedra de toque de una largamente reclamada moralización del vínculo entre sociedad y política (Castro, 2012: 286).

Por otro lado, cabe aclarar que Sáenz Peña consideraba el abstencionismo de la UCR como una traba para el éxito mismo de la reforma. Pero existía además una coincidencia en torno a las concepciones del nuevo orden democrático que se abriría con ella. Una vez electo aquel, en septiembre de 1910 se produjo una célebre entrevista con Yrigoyen para que el radicalismo participara de las próximas elecciones, en la cual, luego de cerrar un acuerdo sobre el voto secreto y obligatorio, así como sobre la adopción del padrón militar, ambos dirigentes afirmaron que ante todo debía respetarse el “pensamiento constitutivo de la nación”, representado por dos “grandes fuerzas nacionales”.8 En la sensibilidad política de los conservadores reformistas como Sáenz Peña, al igual que en la de unos radicales que desde sus alzamientos armados afirmaban actuar en nombre de una “causa patriótica”, la democracia política vendría a demostrar la “verdad” del “alma nacional”.9

Como se verá más adelante, los rituales políticos de radicales y socialistas estuvieron fuertemente influidos por, y en cierta forma traducirán en su trama simbólica a, las novedades y los conflictos de la coyuntura. Para ello, es importante destacar primeramente que los rituales patrióticos del Centenario, que pretendían proyectar un tono ecuménico, operaron virtualmente con un afán homogeneizador cuando no excluyente, producto de un temor al conflicto social y político mayor que el optimismo de la autocelebración nacional. En este sentido, la respuesta de aquellos conllevó la incorporación de una tensión entre la prédica de la UCR y el PS. Si, por un lado, se vislumbra un intento de acoplamiento distante respecto de la situación más general, moderando los planteos más confrontativos que habían primado hasta entonces, por otro lado, ambas fuerzas no dejaron de destacar su singularidad, subrayando que la reevaluación de su estrategia previa no implicaba abandonar un sostenido carácter opositor. La cuestión estribaba, antes bien, en mostrarse fieles a la nación sin someterse a quienes la conducían. Ni radicalismo ni socialismo participarán, así, de los festejos organizados por el gobierno de Figueroa Alcorta y, de hecho, sufrirán las consecuencias de la conflictividad política y de los temores de la dirigencia conservadora.

La propia cultura política dentro de la cual los socialistas se constituyeron como partido organizado y dieron forma a su identidad anticipaba su posicionamiento, aunque ya en el cambio de siglo los posicionamientos antagónicos frente a las implicancias de actuar dentro de una determinada comunidad nacional se vieron matizados. Por ejemplo, en su célebre conferencia / folleto “El Socialismo”, Juan B. Justo había afirmado que los socialistas realizaban una obra de “buen nacionalismo” –de signo contrario al “nacionalismo agresivo” de los “patrioteros” que clamaban entonces por la ruptura de hostilidades con Chile– al propugnar por la naturalización de los inmigrantes y, así, por el engrandecimiento y el progreso del país (Justo, 1902: 71-72).10 Pero poco más de un lustro después, ante la resolución tomada a inicios de 1909 por el presidente del Consejo Nacional de Educación, José María Ramos Mejía, que instauraba el saludo a la bandera y la “oración patriótica” que la acompañaba con la frase “¡Dios sea loado!” al inaugurarse las clases diarias en las escuelas públicas, los miembros del PS interpretaron que se trataba de un disciplinamiento ideológico sobre las mentes vírgenes de los futuros ciudadanos. Haciendo gala de su tradicional discurso internacionalista, o al menos de una retórica opuesta a la sacralización de la entidad nacional, el periódico partidario La Vanguardia expresó:

El culto a la bandera nacional implica el odio a los demás pueblos, fomentando, además, el nacionalismo estrecho, el chauvinismo agresivo y la megalomanía zeballesca (…) Atrofiar el cerebro de los pequeñuelos con retrógradas lucubraciones imperialistas, mezclando una religión muerta un siglo hace con otra religión agonizante –religiones ambas, cultos ambos– (…) es también un crimen de lesa humanidad.11

Esta “educación patriótica” promovida por el autor de Las multitudes argentinas jugará un rol central en las celebraciones de un año después como dispositivo que pretendía promover la unidad de la nación.12 A ojos socialistas, esta liturgia nacionalista se ubicaba en las antípodas de su proyecto de educación progresiva de las masas. Téngase en cuenta que la crítica partidaria se encargaba de especificar que lo negativo era la exageración de este culto de nuevo tipo. No sólo al gestar un prejuicio de intolerancia frente a lo extranjero, sino también frente a quienes propugnaban por una concordia de los pueblos del mundo, como era el caso del PS y, más en general, de un movimiento socialista nucleado en la Segunda Internacional por ese entonces inmerso en una esforzada campaña pacifista frente a la exacerbación de los nacionalismos en Europa (Callahan, 2004). Juan B. Justo, probablemente la figura más destacada del partido y quien al año siguiente participaría del Congreso de la Internacional en Copenhague, postulaba por entonces en su obra más acabada, Teoría y práctica de la Historia:

Para excitar las masas a la guerra, se cultivan sus sentimientos colectivos más próximos a la animalidad, la superstición miedosa, el instinto de raza, el fanatismo patriótico y allá van ellas, como el toro contra el trapo rojo, ciegas y enfurecidas, tras la bandera o el símbolo religioso” (Justo, 1909: 114).13

De acuerdo con estos análisis, que provenían de un atento seguimiento de la liturgia nacionalista, es posible advertir en la propaganda y la pedagogía política socialista del Centenario una problematización de la cuestión de los símbolos. El himno y la bandera nacionales, instalados en el centro de la escena, proyectaban algo más que políticas de Estado. A partir del involucramiento de las masas en este clima fervoroso, en la forma de los textos escolares o corporizadas en los desfiles que se autodenominaban patrióticos, se ponía en cuestión el lugar que ocupaban los sentimientos y las adscripciones referenciados en la cultura política de las izquierdas, ya sea en sus variantes socialista, sindicalista revolucionaria o anarquista.14

Los sucesos de la “semana sangrienta” de 1909, luego de las represiones producidas en la Capital Federal a partir de la celebración del 1º de Mayo, contribuyeron a que el socialismo argentino se viera envuelto en una lógica excluyente de polarización que se extenderá a lo largo de toda la coyuntura analizada. En consonancia con lo expuesto, el que devendrá un lugar de la memoria del movimiento obrero confirmaba los temores esbozados por el PS. En un gesto calificado por La Vanguardia como de solidaridad y de protesta, los socialistas declararon el mismo 1º de Mayo la huelga general, una medida a la cual se habían resistido sostenidamente desde principios de siglo, uniendo fuerzas con la Federación Obrera Regional Argentina (FORA, anarquista) y la Unión General de Trabajadores (UGT, sindicalista revolucionaria). Para lo que aquí interesa, durante el tercer día de huelga general el PS emitió un Manifiesto en el que calificó la obra sanguinaria de la oligarquía gobernante como un procedimiento de argentinización. Se encuentra allí condensada la interpretación socialista del clima político-ideológico del Centenario, al expresar: “El movimiento obrero argentino es obra de hombres nacidos aquí y en otros países, como tiene que ser toda actividad colectiva en un país cosmopolita”. Se contraponía así el nacionalismo excluyente del gobierno a “la obra de argentinización” del movimiento obrero que libraba “a nativos y extranjeros de prejuicios de raza (…) en la elaboración de un más fuerte y más alto pueblo argentino” (citado en: Partido Socialista de Argentina, 1909: 82-83).

Algunos meses después, el diario El Tiempo, creado originariamente como órgano que respondía a la UCR e involucrado por ese entonces en los debates internos del partido, se plegaba a las críticas de ciertos sectores frente a la conducción de un radicalismo que encaraba una nueva reorganización. Sumaba, además, una temprana condena a la represión policial del movimiento obrero y a la actitud de muchos radicales capitalinos que habían felicitado públicamente a su responsable, el coronel Ramón Falcón, asesinado a fines de ese año por un atentado anarquista.15 La toma de posición de buena parte de la conducción del radicalismo frente a un estado de cosas agudizado ideológicamente remitía también a un sentimiento nacionalista mucho más extendido en las filas partidarias de lo que se ha asegurado hasta ahora. Actitud que es posible reconocer en los valores que ya habían sido explicitados durante la década de 1890 –por ejemplo, ante el conflicto limítrofe con Chile–,16 pero que ahora se reactualizaban en las intervenciones de ciertos referentes de la reorganización. Los clivajes derivados de las posiciones dentro de un determinado régimen político no constituyen así la única variable a tener en cuenta en la constitución de una identidad político-partidaria,17 ya que creencias y valores como la identificación con la nación también posicionan o hacen compartir una misma cultura política a actores que, de otra forma, aparecen como indefectiblemente antagónicos.

El punto puede visualizarse en la conferencia de inicios de 1909 mediante la cual se iniciaría la reorganización partidaria en la provincia de Salta. En ella, un dirigente importante de la década de 1890, el abogado y poeta Joaquín Castellanos, afirmó que la “idea radical” se proponía, junto a la restitución del sufragio libre, una “integral recomposición orgánica de la nacionalidad argentina”. El futuro gobernador radical de la provincia se acoplaba así al discurso organicista de buena parte de las élites político-culturales argentinas al entender que dicha tarea implicaba desde el “mejoramiento de la raza” hasta un sostenimiento de las políticas armamentistas de defensa propugnadas por la dirigencia conservadora (Castellanos, [1909] 1917: 59-60), con lo que demostraba una cierta sistematicidad en su nacionalismo. Pero ésta no era una opinión aislada dentro de las filas de la UCR. Incluso aquellos descontentos por algunas de las resoluciones de la Convención Nacional de fines de 1909, como las referidas al mantenimiento de la abstención electoral, podían expresar que si el radicalismo perseguía ante todo una “causa nacional”, el Centenario de la Revolución de Mayo imponía “patrióticas conjunciones”. Éstas eran las palabras del teniente del Ejército Lauro Lagos, que representaba la posición minoritaria en dichas asambleas partidarias al plantear la necesidad de formar una gran alianza opositora frente a las fuerzas del “régimen”. En una carta pública al nuevo presidente del Comité Nacional, José C. Crotto, Lagos aseguraba que, “tratándose de la salud de la patria”, sus símbolos debían servir como paraguas para la concreción de dicha causa y proponía que “fuéramos los argentinos, como tales a la lucha agrupados todos bajo los colores de la bandera nacional”.18 Al acercarse las celebraciones de 1910, para conservadores, radicales o socialistas, nacionalistas o internacionalistas de izquierdas, los símbolos se veían redimensionados al expresar los principales conflictos políticos e ideológicos del momento. Ahora bien, ¿qué hacer ante los ritos que colocaban como entidad suprema a la nación, exigiendo una homogeneización de las opiniones y los sentimientos?

En el caso del socialismo, su situación quedó rápidamente tensionada poco antes de mayo de ese año por el lanzamiento de la consigna de la “huelga general del Centenario”, de parte de la FORA anarquista con el apoyo de los sindicalistas revolucionarios de la Confederación Obrera Regional Argentina (CORA). Para el vocero de esta última tendencia se trataba de “conmemorar inversamente el Centenario” y demostrar la superioridad obrera frente a las celebraciones de la burguesía. A su entender, el reformismo del que venía haciendo gala el PS llevaría a que “los intelectuales que medran en los ambientes y sistemas democráticos [v. g., los dirigentes partidarios] estarán con la democracia, mientras que los obreros, que en los Estados democráticos se hallan en la abyección, estarán con su clase”.19 Los sindicalistas juzgaban inevitable una polarización de las opiniones y –acertadamente– vaticinaban que los socialistas esta vez no se plegarían en una muestra de solidaridad obrera, porque no se trataba como en 1909 de una reacción a la represión gubernamental sino de una pretendida acción revolucionaria del proletariado.

En una serie de artículos aparecidos desde principios de abril de 1910 en La Vanguardia, los socialistas navegarían las agitadas aguas entre el Escila de los festejos oficiales del Centenario y el Caribdis de la huelga general. Intentaban establecer su singularidad como una fuerza que aceptaba formar parte de una nación que se celebraba a sí misma, al mismo tiempo que denunciaba que las autoridades encargadas de aquellos negaban la existencia del “problema social y la miseria”. Para el PS debía ensayarse una prescindencia equidistante de ambos polos que se negaban mutuamente legitimidad. En particular, se destacaba como lo más nefasto de los actos patrios su vínculo con el militarismo, por lo omnipresente del desfile del Ejército, y con el ceremonial católico, condensado en la sanción eclesiástica del Te Deum oficial. En suma, se trataba del “patriotismo opresivo” que disciplinaba el cuerpo, la mente y los espíritus de los ciudadanos, que se veían obligados a participar de forma compulsiva en una constelación –según el juicio del periódico socialista– arcaizante y contraria a la pluralidad de una sociedad aluvial como la argentina.20

De todas formas, dejando entrever las tensiones inherentes al contexto celebratorio, en un artículo firmado por el propio Juan B. Justo, reproducido luego en el periódico La Argentina como la posición oficial del PS, las aristas de la cuestión aparecen más pulidas. La coincidencia en el mismo mes del Día del Trabajador y de la conmemoración de la Revolución de Mayo imponía un criterio propio: las manifestaciones obreras no debían sumarse ni por la positiva ni por la negativa al Centenario, ya que conducirían a “contribuir por contraste a darles importancia, subordinar a la tradición burguesa un acontecimiento de la vida obrera”. Sensible entonces a la importancia de la subjetivación política de los actores sociales, pese al férreo positivismo que se le endilgara, Justo se preocupaba por establecer filiaciones en tradiciones divergentes que no debían confluir: el papel del “pueblo trabajador consciente en las próximas fiestas (…) cualquiera sea el respeto y nuestra admiración por la obra de 1810” no podía ser el de “coro ni de marco de los advenedizos que nos gobiernan”. Estableciendo una tercera posición respecto de la huelga general, terminaba con un llamado a celebrar “el Centenario en nuestro fuero interno”.21

Frustrada por la lluvia la conmemoración socialista del 1º de Mayo, la conocida sucesión de acontecimientos que finalizó días antes del 25 de mayo en la sanción del estado de sitio en todo el país (el día 13 de ese mes) y el saqueo de los locales obreros y de las imprentas de los principales periódicos anarquista (La Protesta Humana) y socialista (La Vanguardia) demostró hasta qué punto, en el imaginario de las élites y los grupos identificados con un patriotismo excluyente, la amenaza era una sola: debía primar en su opinión unanimista un pueblo-esencia frente a un otro que amenazaba a la Patria. Como bien lo ha consignado Juan Suriano, si hasta entonces para la oligarquía gobernante el socialismo había sido lo más cercano a una expresión política deseable del movimiento obrero, incluso un interlocutor válido a la hora de plantear una legislación del trabajo, la represión gubernamental y para-policial del Centenario no distinguió grises al interior de la cultura de las izquierdas (Suriano, 2010: 22), cuya prensa permaneció inactiva durante los meses siguientes. Al recuerdo de los muertos de la semana sangrienta de 1909 se sumaría ahora la memoria de la ola de violencia nacionalista que tuvo su punto culminante en octubre de 1910 con la sanción de la Ley de Defensa Social.22 En palabras de Enrique Dickmann, se impuso “brutalmente a personas extrañas al país saludos y ceremonias que no comprendían, y se ha humillado la bandera argentina” (Dickmann, 1949: 187). Algunos meses después, reunido el Congreso de la Internacional en Copenhague con Justo como delegado, se expuso la situación vivida en el país y la asamblea condenó las “bandas negras” de los “estudiantes patriotas”, culpando por ello a la “oligarquía que, en Argentina, falsifica sistemáticamente la realización del sufragio universal” (Longuet, [1913] 1976: 621-622, traducción propia).

Marcadamente distinto será el perfil adoptado por los miembros de la UCR en los agitados meses de mediados de 1910. Los radicales mantuvieron una afinidad distante con los festejos del Centenario, aunque no dejaron de ver en la fecha una suerte de mojón fundamental para su propia misión histórica como fuerza que aseguraba representar los intereses de la nación. Agudizando una imbricación de la cultura política liberal-republicana –en la que se había instalado tempranamente al demandar por la libertad de sufragio y la realización del mandato constitucional– con los extendidos motivos nacionales de la hora, que también habían jugado un rol clave en su autodefinición originaria, la modalidad de intervención privilegiada en la coyuntura celebratoria fue conocida práctica de las “conferencias de instrucción cívica” para sus afiliados. Primeramente, por la todavía incipiente organización partidaria posterior a la Convención Nacional; luego, por la necesidad de cohesionar sus filas en un marco en el que la UCR claramente ocupaba un lugar no-protagónico, menor incluso que el de las formaciones de izquierdas.

Un ejemplo paradigmático del discurso del radicalismo por ese entonces está representado por la opinión de Vicente Gallo, figura clave de la UCR capitalina y profesor de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. A su entender, la cátedra universitaria constituía una tribuna adecuada para la pedagogía cívico-política que el partido se había propuesto como tarea militante. Efectuando el cruce de nación y democracia, aseguraba que el “gobierno libre” sólo se lograría si se apelaba a la “superioridad moral” del patriotismo, deber que a su vez era necesario promover mediante “el culto por los ideales de la democracia”. En su texto de tono doctrinario aparecido en la Revista Argentina de Ciencias Políticas, publicación en la que confluían distintas posiciones político-ideológicas en un amplio diagnóstico reformista, expresaba al respecto que “a las instituciones políticas no las promulga la palabra divina en las cumbres sagradas, porque son la forma lapidaria del sentimiento y de la idea de un pueblo, en un momento dado, sobre la organización de su gobierno, y que, tras de esa fórmula está la vida misma de la nación”.23

El pueblo del Centenario, mediante su patriotismo, debía así dar forma, en la opinión partidaria, a unas instituciones democráticas que expresarían la verdadera forma política de la nación, y la UCR se planteaba como el actor privilegiado para concretar esa misión. Esas conferencias que, entonces, debían poner a tono a los radicales con el marco del momento fueron organizadas por los distintos comités seccionales o por las activas agrupaciones de la Juventud Radical, que nucleaban en general a estudiantes universitarios. Como en Liniers, donde Juan Glelson se refirió a “la trascendencia de estos actos [del Centenario] para el partido”, mientras en la Capital Federal Juan Frugoni titulaba su disertación “La Revolución de Mayo” y en ella explicaba a los militantes el sentido actual del acontecimiento. En La Plata, el Comité de la Juventud local desarrollaría una velada en donde se interpelaba a las nuevas generaciones a partir del “ejemplo de las anteriores cruzadas ciudadanas”, y uniendo la causa partidaria con la de la nación se aseguraba que la “herencia de los padres de la democracia argentina” iniciada en 1810 tenía como hitos recientes “las figuras venerables de Alem y de Del Valle, y el sacrificio de los defensores del honor nacional en las jornadas del Parque, del 93 y del 4 de febrero”.24

Según se verá en el siguiente apartado, la alusión a las revoluciones finiseculares de la UCR como una instancia fundamental para la concreción de la verdad política y la realización nacional del Centenario se consolidará como el núcleo simbólico de la identidad radical. A diferencia de lo expresado por los socialistas, atrapados por la polarización político-ideológica que oponía la causa del proletariado internacional a la de la nación “burguesa”, para los radicales existía una coincidencia entre lo que consideraban su propia tradición con la que era exaltada en los festejos patrios. Sin embargo, la UCR tampoco escapará a la paranoia gubernamental que los rodeó. El hecho de que resurgieran con insistencia rumores de nuevos alzamientos cívico-militares encabezados por el partido en distintos puntos del país dio lugar al arresto de varios oficiales del Ejército y de importantes dirigentes radicales, como el presidente del Comité Nacional José C. Crotto,25 aunque todo indicaba que se trataba de falsas alarmas propagadas por el gobierno saliente para controlar la transición presidencial (Castro, 2012: 310). Si se confía además en las memorias del dirigente santafesino Ricardo Caballero, resulta nuevamente significativo que el mismo Yrigoyen concibiera que no debía entablarse una “lucha fratricida” en el mismo año del Centenario, deponiendo definitivamente las armas como “homenaje a los grandes recuerdos nacionales” (Caballero, 1975: 116-117). Las citadas conferencias con el nuevo presidente Sáenz Peña también parecen apuntar a la importancia de esta coincidencia de ideas en torno a una coyuntura que transformaría definitivamente el destino político de la UCR.

La transformación de los rituales partidarios en una coyuntura crítica

Los rituales partidarios de quienes habían comenzado a identificarse como radicales y socialistas, con su periodicidad y su entramado simbólico, jugaron un rol nodal en la constitución de sus respectivas solidaridades políticas militantes en la década de 1890. Desde las primeras conmemoraciones de fechas como el 26 de Julio o del 1º de Mayo, se dio forma a un conjunto de instancias de intervención que implicaban desde el despliegue de íconos en la prensa partidaria hasta desfiles que se encargaban de una puesta en escena en el espacio público urbano en las principales ciudades del país, pasando por la impartición de conferencias y la recitación de poemas alusivos en clubes, teatros y comités.

Pero, en general, estas prácticas también remitían a los sentidos políticos y a las memorias compartidas por colectivos más amplios; o, al menos, sustentaban la capacidad de interpelarlos, al apelar a un conjunto de mitos, símbolos y creencias que no eran privativos de la UCR o el PS, pero que sí éstos pretendían monopolizar. Por caso, al efectuarse la anterior reorganización radical de 1903, el recuerdo de la Revolución del Parque como una acción de sentido patriótico podía ser reivindicado por los mitristas del entonces Partido Republicano, que habían luchado en 1890 junto a quienes seguirían un año después a Alem, rompiendo la original Unión Cívica. Por otro lado, se ha expresado que una vez recobrado el vigor del movimiento libertario y con el aumento de la conflictividad social a inicios del siglo XX, la FORA anarquista y el sindicalismo revolucionario desprendido del riñón socialista comenzaron a disputar al PS el sentido del 1º de Mayo (Viguera, 1991). Se trataba, en la lectura común de una fecha que simbolizaba el mito de una movilización unísona a nivel mundial del proletariado, de connotar aquella como una fiesta obrera o como un día de luto y de lucha de clases en nombre de los mártires caídos en las jornadas del pasado. Es dentro de esos marcos más amplios de culturas políticas que habían tomado forma en el siglo XIX que el radicalismo y el socialismo emergieron como organizaciones partidarias cultivando ritos propios que les permitieron encontrar su singularidad y persistir como identidades políticas.

Estas construcciones que arraigaban en el mediano plazo, como las conmemoraciones organizadas por ambas formaciones partidarias, reconocieron tiempos fríos y tiempos calientes. En concreto, arribando a la segunda década del nuevo siglo, ambas venían de experimentar un período de transición, luego de las grandes protestas obreras de 1902-1904 y de la fallida revolución radical de 1905, que también comenzó a ser homenajeada por la UCR a la par de la de 1890. A partir de ese período previo de relativa calma es posible advertir, entonces, el carácter performativo que adquirirán los rituales políticos en la coyuntura que pivotea en torno al Centenario, al ubicar lo simbólico en un lugar relevante de la construcción de la realidad política del momento,26 el cual tuvo en la reforma de 1912 una vía de canalización de lo que aparecía ante todos los actores como una crisis. Radicales y socialistas rearticularon las tradiciones en las que se reconocían con un presente conflictivo, en un juego de temporalidades en el que el tiempo corto del acontecimiento se cargó de densidad al sumarse las expectativas de un proceso de democratización que los terminaría integrando de forma definitiva en el nuevo orden.

Dentro de la coyuntura crítica analizada es posible distinguir a su vez dos sub-períodos con características comunes para los rituales de la UCR y del PS, a partir de la inflexión que produce 1910: entre 1909 y ese año todavía se experimentaba un reacomodamiento de ambas fuerzas, en cruce con el creciente auge nacionalista, las distintas reacciones por él generadas y la dicotomización del campo simbólico-político; desde 1911, en cambio, se vislumbra un nuevo marco que se reflejará en los rituales conmemorativos, notándose las secuelas dejadas por los hechos del Centenario y el horizonte promisorio de la reforma política que dará los primeros éxitos electorales al radicalismo y el socialismo. Si bien no exclusivamente, la ciudad de Buenos Aires constituirá sin lugar a dudas el escenario central de esta exhibición periódica, a tono con la tradición instituida por los dos partidos y por la centralidad adquirida allí tanto por las celebraciones oficiales como por producirse los hechos fundamentales de la coyuntura.

La situación particular de la UCR y del PS en 1909 se reflejará, efectivamente, en sus principales actos conmemorativos. En el caso de los homenajes organizados en Buenos Aires y Córdoba por la revolución del 4 de febrero de 1905, afloraron en un primer plano las tensiones de la nueva reorganización radical. En el primer caso, se destacó una incipiente división al no permitir los seguidores de Yrigoyen que un referente opositor subiera a la tribuna del teatro Buckingham Palace. Adornada con banderas argentinas y un gran retrato de Alem, dio lugar a los discursos de Francisco Riú, Juan Ferraroti y Delfor Del Valle, luego de entonarse las estrofas del himno nacional, en una secuencia que venía realizándose desde los mismos orígenes de la Unión Cívica. Lo importante es que tanto allí como en la capital cordobesa, Del Valle y Pedro Molina –el otro gran dirigente partidario junto a Yrigoyen– coincidieron en que la Argentina continuaba atravesando una crisis moral y en que la democracia no existía en el país: si para el primero la “integridad de la patria” se vería realizada con la llegada de un gobierno radical para el Centenario, para el segundo la misión histórica de la UCR era “constituir la patria que concibieron los próceres de Mayo”. Pero éste entendía que el partido debía dejar de mirar como modelo a sus “mártires-caídos” –que sí merecían su homenaje–, para proponer un programa de gobierno concreto, con lo que esbozaba una velada crítica a los rumbos adoptados por aquel luego de la revolución de 1905.

Finalizada la asamblea en la Capital Federal, aconteció algo que no ocurría desde 1903: algunos miles de manifestantes desfilaron con las banderas rojas y blancas del radicalismo hasta el Comité de la Capital, en el que la multitud pidió a Yrigoyen que bajara del balcón y encabezara la columna.27 El radicalismo, luego de varios años de letargo producto de su derrota militar, salía nuevamente a las calles; al mismo tiempo, se legitimaba públicamente un liderazgo que se dirimiría ese mismo año en una polémica con su principal contradictor, Pedro Molina, que terminó alejándose de la UCR.28

Figura 1. Desfile radical por la conmemoración de la revolución de 1905 frente al Comité de la Capital de la UCR.
Fuente: Caras y Caretas, 11/02/1909.


La celebración del 1º de Mayo de 1909 por parte de los socialistas, enlutada después por la represión gubernamental, presentó un sentido similar al que había tenido en los años inmediatamente anteriores. Demostraba, asimismo, una aceitada organización por parte de la comisión especial nombrada por el Comité Ejecutivo del PS. Esta había designado oradores oficiales para los actos que se llevarían a cabo en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires (Junín, Pergamino, Tres Arroyos, Baradero, Bragado, Morón, Mar del Plata, Las Flores), Mendoza, Tucumán, Santiago del Estero, Rosario, Corrientes y Entre Ríos. También coordinaba las actividades de los centros seccionales de la Capital que confluirían en la gran concentración del 1º, según el tradicional itinerario desde plaza Constitución hasta plaza Colón, así como la “fiesta infantil” encabezada por el Centro Socialista Femenino y la rica velada nocturna que venía ofreciéndose a los afiliados el 30 de abril por la noche, con un repertorio que iba desde los clásicos himnos obreros (Hijos del Pueblo, La Internacional) hasta monólogos, dramas, romanzas, conciertos para violín y juguetes cómicos dirigidos y actuados por hombres, mujeres y niños pertenecientes a las múltiples sociedades del partido, quienes cerraban la velada con un baile familiar.29 En cuanto a los sentidos propuestos, reiteraban la crítica al militarismo –simbolizado por el Servicio Militar Obligatorio, cuya abolición se demandaba– y al clericalismo, enfatizando la “solidaridad de clase” y la necesidad de una reforma política que incluyera la representación de las minorías. En una clave más genérica, pero siempre presente en la fecha-símbolo, Enrique Del Valle Iberlucea, director de la publicación teórica del PS, la Revista Socialista Internacional, confirmaba el internacionalismo y la sacralidad de la causa de los trabajadores: “Hombres de razas opuestas y de idiomas distintos, renuevan el fuego sagrado de la universal concordia en el altar común del Trabajo (…) Repiten, sí, las notas vibrantes de la canción de Pottier [La Internacional]: ‘es la lucha final, es la lucha final…´”. Como complemento de esta nota utópica y esperanzada, la revista publicó una célebre viñeta del artista socialista inglés Walter Crane, The Worker’s Maypole (El árbol de Mayo de los Trabajadores), la cual enfatizaba en su estética el carácter pacífico, la demanda de la jornada legal de 8 horas y el espíritu de solidaridad internacional del 1º de Mayo. El hecho de que el texto de Del Valle Iberlucea y la iconografía de Crane aparecieran también en primera plana en la edición del día del periódico El Tiempo –que en el cambio de siglo había recibido colaboraciones de dirigentes socialistas como Justo, Manuel Ugarte o Adrián Patroni, pese a considerarse un órgano que respondía al radicalismo– da cuenta de hasta qué punto estos sentidos expuestos por los socialistas estaban extendidos y hasta aceptados por buena parte de la opinión pública.30

Figura 2. “El Árbol de Mayo de los Trabajadores”.
Fuente: Revista Socialista Internacional, año I, t. I, nº 6, 1/05/1909.


La citada represión de la manifestación de la FORA –que dejó varios muertos el 1º de Mayo (una decena, con medio centenar de heridos), luego aumentados en los días siguientes– y la declaración de la huelga general por parte de los oradores socialistas una vez arribado el cortejo de unas 20.000 personas a plaza Colón, que trocaba la fiesta en una jornada “de solidaridad y de protesta”, acercaron el ritual socialista al carácter combativo que venía proponiendo el anarquismo desde principios de siglo. Durante varios días, todo un conjunto de memorias (los “mártires del proletariado” de la Comuna de París, de Chicago, de Foumies, etc.), de símbolos (las banderas rojas, los escudos de los centros socialistas enlutados con crespones negros), de discursos y de prácticas, como los desfiles hasta el cementerio o los mitines en plazas de la Capital Federal, en suma, lo que aparecía como una cultura política común a las izquierdas, unió al PS con la FORA y la UGT sindicalista.31


Figura 3. Desfile socialista por el 1º de Mayo poco antes de declarar la huelga general en plaza Colón, Capital Federal.
Fuente: Caras y Caretas, 15/01/1909.


Si de culturas políticas se trata, la realización de la mencionada Convención Nacional de la UCR en diciembre del mismo año marca contrastes notables con las referencias simbólicas e ideológicas de la “semana sangrienta” del 1º de Mayo, en la cual los socialistas denunciaron la barbarie de la “argentinización” violenta ensayada por las fuerzas gubernamentales. Si se obvian los motivos y las resoluciones ya mencionadas referidas a la consumación de la reorganización partidaria, se tiene allí un ejemplo patente de la confluencia que se produce en el momento del Centenario entre distintos actores, marcadamente antagónicos en otros escenarios. En otras palabras, el radicalismo no aparecía como un “otro” para la avanzada nacionalista presente en discursos y prácticas sino que contribuyó a ella. En la ocasión, el carácter ritual provenía de una escenificación que se proponía establecer una ilusión de continuidad con las experiencias previas de la agrupación, como la convención fundacional de 1892 que sancionó la Carta Orgánica o la de 1904 que reconstruyó una UCR por entonces virtualmente disuelta (al precio de echar un manto de olvido sobre la escandalosa Convención Nacional de 1897 que terminó en una duradera división de las filas partidarias).

Luego de las reuniones definitivas, se efectuó una “procesión cívica” –tal el nombre de los desfiles radicales– en Capital Federal, minuciosamente organizada por una comisión presidida por Adolfo Calvete, que recorrió en automóvil la formación de los 20 comités de circunscripción, los cuales desfilaron cada uno con sus estandartes y con las conocidas banderas rojas y blancas de la UCR. Al frente de la columna marcharon los delegados de las distintas provincias, conducidos en 35 automóviles y precedidos por varias bandas de música, encabezados a su vez por el mismo Hipólito Yrigoyen tomado de los brazos de José C. Crotto, elegido recientemente presidente del Comité Nacional, y de Horacio Oyhanarte. La imagen que se intentó proyectar era monolítica: la demostración daba cuenta de las bases populares en la capital del país y del arraigo del partido en los bastiones provinciales, pese a las disidencias y descontentos que afloraron por entonces. En cuanto a los símbolos de la liturgia radical, el comité de Balvanera Oeste (9º circunscripción), por ejemplo, sumó a los colores partidarios una “bandera de combate” utilizada durante la Revolución del Parque, que guardaba como una reliquia, custodiada por una guardia de honor de exconscriptos del Ejército. Otros manifestantes llevaban moños con los colores blanco, verde y rosado de dicha bandera, al tiempo que agitaban estampas con la efigie de Alem. La Convención Nacional remitía así tanto al mito fundacional de la UCR (el Parque) como a su primer líder muerto por la “causa” (Alem) y que ahora parecía tener definitivamente su sucesor en su sobrino Yrigoyen (una vez más, se apelaba al olvido de las viejas diferencias surgidas entre ellos). Como en la década de 1890, el itinerario del desfile evocaba una topografía de fuerte simbolismo, en este caso, de carácter patriótico. Desde la Avenida de Mayo –trayecto usual de las celebraciones oficiales del 25 de Mayo y del 9 de Julio, aunque también de los cortejos socialistas y anarquistas–, la manifestación cruzó frente al Comité de la Capital de la UCR, donde los comités de circunscripción se detuvieron para entonar por primera vez el himno nacional y –en palabras del diario La Nación– “todos los espectadores estallaron en aplausos”. A continuación, la columna marchó hasta la emblemática Plaza San Martín, donde las bandas de música comenzaron a interpretar dianas militares en homenaje al “padre de la patria”, entre ellas la llamada “diana del parque”. En este punto, las aclamaciones a Yrigoyen debieron ser contenidas para evitar que el acto se desbordara, momento en el que aparecieron, de forma nada casual, varias banderas celestes y blancas, y las bandas tocaron una vez más el himno:

Los manifestantes descubriéronse respetuosamente entonando la canción evocadora. Fue un momento intensamente conmovedor. El ¡oíd mortales! corría de extremo a extremo, electrizando todos los ánimos. Desde los balcones circundantes las damas aplaudieron frenéticamente con la muchedumbre (...) Algunos exaltados besaron las banderas con entusiasmo creciente y los más reanudaron los aplausos.32

Como ha destacado Esteban Buch en su estudio sobre los avatares del himno nacional, por esos años se vivía una verdadera crispación en torno de este (Buch, [1994] 2013: 135). Las expresiones de un culto patriótico entre los militantes de la UCR, desde la marcialidad de los desfiles hasta el homenaje a los “héroes de la Patria”, no eran extrañas a la misma constitución de su identidad partidaria. Pero ahora se sumaba a la ritualidad radical una cualidad dramática, exaltada, que generaba una respuesta emocional, bajo la forma de una creencia política que, por supuesto, no es posible asegurar para todos los asistentes.33 Si en términos políticos la actitud del radicalismo podía resultar equívoca ante el ocaso conservador y la promesa de una reforma electoral, pocas dudas podían caber con semejante demostración sobre la forma en la que se posicionaba ante la celebración de la nación durante el Centenario, aunque no se sumara a los actos oficiales. En otro orden de cosas, interno a la organización partidaria, Yrigoyen confirmaba su liderazgo al instalarse en el centro del dispositivo simbólico que definía la identidad radical, superando además la disputa con Molina e imponiendo su visión de lo que debía ser la UCR.34


Figura 4. Hipólito Yrigoyen encabeza la “procesión cívica” pro la Convención Nacional de la UCR.
Fuente: Caras y Caretas, 1/01/1910.


El carácter bisagra que tendrá el año mismo del Centenario también se reflejará, por la negativa, en los rituales conmemorativos de ambas fuerzas opositoras. Aquí entran a jugar, asimismo, la contingencia propia de los tiempos de la política, como el azar inherente a estas complejas prácticas de ocupación del espacio público, en donde además se dirimía una puja dentro de cierta relación de fuerzas.

Ya se ha expuesto la actitud del PS al intentar una difícil tercera posición entre la “huelga general del Centenario” y los festejos oficiales, pero el fracaso del mitín socialista del 1º de Mayo de 1910 por la lluvia no debe impedir captar el cambio de sentido operado en la fecha. Si bien el editorial aparecido en La Vanguardia destacaba la “jornada trágica de la clase obrera” del año anterior,35 remitiendo a la memoria corta, el Manifiesto partidario aparecido poco antes convocando al mitín demostraba cómo el socialismo se veía interpelado por una tradición nacional que le había sido hostil y que él mismo rechazara casi en todas sus dimensiones. El texto se refería a “la ardua tarea de arraigar en suelo argentino la celebración de esta fecha simbólica” y la coincidencia con el “centenario argentino”, por lo que la manifestación planeada debía reflejar –por su número, su orden y su conciencia, aclaraba– “el progreso del país en la cultura y la capacidad de su clase laboriosa (…) hoy el proletariado conmemora la fiesta del Trabajo y nuestro país un siglo de autonomía política”.36 De alguna manera, el socialismo argentino reconocía la juventud del movimiento al que pertenecía y planteaba, de forma patente, la necesidad de un vínculo simbólico con la nación homenajeada: la razón de ser del primero se justificaba como producto de los avances civilizatorios de la segunda, en una marcha de ascenso secular que coincidía con la perspectiva progresiva de la historia que sustentaba todo el movimiento socialista internacional. Los destinos de ambos colectivos, en suma, no se oponían, sino que eran presentados como parte de un mismo camino de la humanidad, cuyo agente fundamental debía ser la clase trabajadora.

De todas formas, la fallida trascendencia del 1º de Mayo en la capital tuvo como contraparte la realización de una serie de veladas y manifestaciones públicas en localidades de la provincia de Buenos Aires, que se confirmaba como un territorio de consolidación del socialismo: en Belgrano, Tres Arroyos, Lomas de Zamora o Morón, donde Justo dictó una conferencia en el teatro “Italia Una”, refiriéndose tanto a los “luctuosos sucesos que se desarrollaron el 1º de Mayo del año pasado” como a la diferencia de origen y significado que tenía la Fiesta del Trabajador respecto de las fiestas religiosas y patrióticas, con lo que resaltaba el tono disonante con el que aún cargaba la fecha respecto de las celebraciones nacionales. La principal manifestación socialista por el 1º de Mayo se produjo en la ciudad de Córdoba, plaza que desde fines del siglo XIX experimentaba un paulatino aumento de la militancia partidaria. Un Comité especial formado por el Centro Socialista, junto a las sociedades gremiales de la ciudad, organizó un cortejo de unas 2.000 personas desde la plaza General Paz hasta la de San Martín, que al pasar frente a las numerosas iglesias del trayecto bajó simbólicamente las banderas rojas “en señal de protesta contra el espíritu clerical”. Los discursos proferidos en esta última plaza repitieron primero los lugares comunes alusivos a la fecha, como la jornada de 8 horas, el antimilitarismo, el anticlericalismo y la necesidad de la “acción política” de los obreros, según el secretario del Centro Socialista, Julián Deanquín. Ante la intervención del delegado de una agrupación anarquista que se refirió a la inminencia de una “revolución social”, el orador designado por el Comité Ejecutivo del PS, Nicolás Repetto, respondió que se incurría en un infantilismo “cuando se pretende injertar la anarquía y la revolución social sobre el hermoso árbol proletario del 1º de Mayo”, para luego afirmar que las revoluciones “no resultaban de la acción desordenada y procaz de las masas turbulentas” sino del “esfuerzo sereno, inteligente y perseverante del pueblo organizado”, y terminó por denunciar a las “efusiones patrioteras” del momento. Una vez más, los socialistas pretendían distinguirse tanto de los que llamaban “anarquistas de abajo” (el movimiento libertario) como de los “anarquistas de arriba” (las masas patrióticas que se manifestaban por el Centenario).37

Para el radicalismo, 1910 también muestra una transición, tanto desde su propia posición como de los supuestos o potenciales peligros que podía encarnar para el gobierno conservador. En su caso, se trataba menos de una amenaza social, como ocurría con las izquierdas extremas o moderadas, que de la connotación políticamente subversiva de sus efemérides revolucionarias. Paradigmática de lo que se intenta ilustrar resultó la prohibición a inicios del año, luego de su primera función, de la obra de teatro titulada El Parque, ambientada en el “drama de 1890” y en la que aparecían los personajes de Alem y de combatientes cívicos tocados con la boina blanca, por parte de la municipalidad de la Capital Federal, aduciendo que efectuaba una apología de los alzamientos armados.38

Figura 5. Escena de la obra de teatro El Parque, prohibida en 1910 por la municipalidad de Buenos Aires.
Fuente: Archivo General de la Nación, número de Inventario 144.212.


Después de que se concretara una discreta celebración de la revolución de febrero de 1905, con las acostumbradas visitas a los cementerios de la Recoleta y la Chacarita, el Comité de la Capital Federal de la UCR se propuso homenajear el vigésimo aniversario de la Revolución del Parque con una gran manifestación pública, que debió ser suspendida al prolongarse el estado de sitio sancionado en mayo de 1910.39 Las posteriores entrevistas de Yrigoyen con Sáenz Peña darían inicio a un cambio de actitud de parte del radicalismo que, con la intervención federal de 1911 a la provincia de Santa Fe y el inicio de las discusiones para efectivizar la reforma política propugnada por el nuevo presidente, se materializó en un creciente protagonismo público de una UCR reorganizada y con intenciones de concurrir finalmente a la política electoral. En el desenlace de la coyuntura del Centenario, los rituales conmemorativos del radicalismo proyectaron la imagen de una profecía autocumplida, al presentarla como producto de su propia misión histórica de regeneración patriótica, política y moral. Los socialistas, a su vez, no fueron menos optimistas e insistieron con entusiasmo en que sus grandes manifestaciones corporizaban la marcha triunfal del pueblo argentino hacia un porvenir venturoso, a cuya cabeza debía ponerse el proletariado organizado por el PS.

Con todo, las situaciones de uno y otro se revelaban como desafíos disímiles. Frente a la organización de un nuevo 1º de Mayo, tanto en la ciudad de Buenos Aires como en puntos importantes del interior del país, caso de Rosario, el PS debió lidiar con las restrictivas disposiciones de la Ley de Defensa Social. Entre otras medidas más draconianas (prohibición de ingreso y expulsión de “ciertas categorías de extranjeros”, arbitraria penalización de la “apología del delito”, etc.), la ley prohibió lo más significativo de la simbología del movimiento obrero, que era un patrimonio común de la cultura política internacionalista de las izquierdas. De forma que ante una presentación del apoderado del PS Mario Bravo ante el juez federal competente, el jefe de policía de la Capital, Luis Dellepiane, contestó que no sólo estaban interdictos los carteles alusivos a la “revolución social” o con consignas como “Viva la anarquía” sino también “las banderas totalmente rojas o de este color con fajas negras”, ante lo cual los socialistas protestaron afirmando que la tradicional bandera no era “propiedad exclusiva de los anarquistas”.40 A raíz de ello, el gobierno nacional tampoco permitió que el mitín socialista de 1911 incluyera el acostumbrado desfile por las calles céntricas de la ciudad, restringiendo la concentración en la plaza del Congreso y sus alrededores. En la ciudad-puerto del sur de Santa Fe, el jefe de policía local sí aceptó el itinerario del desfile entre plaza Urquiza y plaza Santa Rosa. Se dieron entonces en la Capital Federal, luego de la velada nocturna socialista en la Casa Suiza, dos mitines: el anarquista en plaza San Martín y el del PS en la del Congreso, particularmente bien organizado, con el Centro Socialista Femenino a la cabeza y carteles de los centros seccionales, a falta de banderas rojas, tras haber fracasado las negociaciones para que la CORA sindicalista se sumara con sus sociedades gremiales.41

El motivo por el cual las máximas autoridades de la UCR decidieron que la conmemoración de la revolución del 30 de Julio de 1893 en Santa Fe constituyera la principal exhibición pública de fuerzas del partido tuvo menos que ver con los pormenores del clima represivo heredado del Centenario que con la auspiciosa situación electoral de dicha provincia, al garantizar Sáenz Peña los demandados “comicios libres”. Ante la organización de la gran demostración de masas en que se convirtió el que había sido en los años anteriores un rito de los radicales rosarinos, la prensa del país aseguró que se trataba de un “gran acontecimiento nacional” de “los verdaderos adalides de la campaña de regeneración”, según La Argentina, que envió corresponsales especiales a Rosario. Luego de una minuciosa preparación, la evocación del hecho de armas de fines del siglo anterior hacía patente el poder territorial de un radicalismo con importante arraigo en muchas provincias del país. Pero –y aquí residía la novedad– para ese diario lo más importante era que la fuerza que se pensaba como la principal opositora a un orden político que llevaba más de treinta años de vigencia pasaba “desde las reivindicaciones violentas” a la “propaganda incansable del sufragio”.42

Como en febrero de 1909 o como en la Convención Nacional del mismo año, la columna de 1911 se compuso de decenas de miles de personas –si se confía en las crónicas– que combinaban banderas argentinas con estandartes radicales, boinas blancas y escarapelas coronadas con medallas de la efigie de Alem. Luego de visitar el cementerio de El Salvador, el mismo Yrigoyen, los delegados de la Capital Federal y los máximos dirigentes de Corrientes (Ángel Blanco), Entre Ríos (Miguel Laurencena) y, por supuesto, de Santa Fe (Rodolfo Lehmann, Ignacio Iturraspe y Domingo Frugoni Zavala) desfilaron desde la plaza de Mayo hasta la de San Martín, donde se instaló una tribuna para observar el paso regimentado de los nutridos clubes radicales de Rosario. Éstos se detuvieron ante la presencia de Yrigoyen y los delegados para saludarlo con sus banderas partidarias, pero uno de los datos más significativos del acto fue que no sólo se asociara la “causa radical” con la idea de democracia por venir sino también con la nación: durante todo el trayecto se entonó la marcha militar de San Lorenzo, que formaba ya parte del repertorio que cantaban los alumnos de las escuelas públicas en ocasión de las fiestas patrias.43 Si se tiene en cuenta el antecedente de los usos políticos del himno nacional por parte de la UCR, esta apropiación en tiempos del Centenario de otro símbolo que remitía al imaginario de las gestas de la nacionalidad –en este caso, la guerra de independencia y la figura de San Martín– sorprende poco. Antes bien, venía a confirmar una identificación más amplia que los miembros del radicalismo daban por supuesta, pero que adquiría otro cariz en un nuevo marco en el que dichos símbolos sobredimensionaron su significación, por ejemplo, al prohibirse la bandera roja y su referencia internacionalista, leída por las autoridades como anti-patriótica. Esta vez, el patriotismo que aparentaba impregnar a las bases militantes se proyectaba en el nuevo líder, identificado como sucesor del “profeta” Alem. Como expresaba el Manifiesto radical que convocaba a la conmemoración: “El 30 de julio, fecha memorable en los anales políticos argentinos, será conmemorado solemnemente con una gran manifestación cívica que presidirá el doctor Hipólito Yrigoyen; ciudadano noble y patriota”. La puesta en escena se completó con una comisión de mujeres que, operando la consagración del líder, ofreció a Yrigoyen varios ramos de flores en la tarima desde donde éste observaba el paso de los “batallones radicales” (la denominación es de la prensa).44

Finalmente, si algo tuvieron en común la conmemoración socialista del 1º de Mayo y la de los radicales por la Revolución del Parque en el crucial año 1912, eso estuvo dado antes por el tono y por los discursos que por las formas. En efecto, en ambos casos los recientes resultados de abril en las elecciones a diputados nacionales por la Capital Federal –en las que la UCR obtuvo los 2/3 de la mayoría y el PS, el tercio de la minoría– les imprimieron a los rituales partidarios un potente optimismo sobre las respectivas causas políticas por las que venían bregando; aunque, ciertamente, hasta entonces los socialistas albergaron ciertas dudas respecto de los alcances de la reforma política (Martínez Mazzola, 2015). En cuanto a las formas, los socialistas privilegiaron su manifestación callejera, pero con un cambio de itinerario (de plaza Constitución a plaza Lavalle), mientras que los radicales se concentraron en una velada en la Sociedad Cavour, organizada por el comité de la 3º circunscripción. La síntesis del Centenario entre nación y democracia estuvo presente en dos actos que se proponían como triunfales. De esta forma, se reinterpretaban ritos que difícilmente habían tenido antes un sentido similar, salvo excepciones, poniendo a su disposición un arsenal simbólico ya consolidado y capaz de transmitir un mensaje adaptado al nuevo contexto.

El desfile y la concentración del 1º de Mayo no pudo resultar mejor para el PS, aunque se arrastrara la prohibición de su bandera roja, lo que no constituyó un dato menor en vistas de lo que se verá. Ya sea de acuerdo con La Vanguardia, La Nación o La Argentina, existió un consenso en que el de 1912 fue el acto más numeroso organizado por el socialismo argentino (entre 25.000 y 50.000 personas). Para el órgano oficial del partido, la entonación del Himno de los Trabajadores de Filipo Turati, los carteles que vivaban el “triunfo socialista”, las escarapelas y botones rojos exhibidos por hombres y mujeres –según la sugerencia del comité organizador para suplantar la bandera–, los tranvías que llegaban con contingentes de las localidades cercanas a la Capital Federal y la marcha de más de 30 agrupaciones afiliadas con 7 bandas de música mostraban “una explosión de anhelos, de esperanza (…) una multitud imponente, ordenada y entusiasta (…) que será pronto avasalladora y dominante en nuestra vida política”. La metáfora del movimiento, tan típica de la prospectiva socialista, planteaba la “iniciación de una nueva era de actividad democrática”.45 No de carácter masivo, pero con una fuerte connotación emotiva e impregnada de la liturgia radical, la reunión de la UCR incluyó en pleno a los diputados partidarios electos por Capital Federal (Vicente Gallo, José Luis Cantilo, Delfor Del Valle, Luis Rocca, Fernando Saguier, Marcelo de Alvear, Ernesto Celesia y Antonio Arraga). En un escenario adornado con banderas argentinas y del Parque, y coronado por un gran retrato de Alem, se cantó primero el himno nacional y después la diana del Parque, evocando el hecho de armas que aparecía como el punto de partida de la regeneración radical, que había inaugurado una experiencia de gobierno en la provincia de Santa Fe.46


Figura 6. Manifestación del 1º de Mayo en plaza Lavalle.
Fuente: Caras y Caretas, 4/05/1912.

Los principales discursos de ambos rituales, que pretendían coronar el sentido propuesto por sus organizadores, revelan a todas luces la síntesis del Centenario, conjugándose en cada caso con aquellas que la UCR y el PS consideraban sus misiones históricas. Esto es, lo que justificaba su misma existencia como fuerzas políticas que hasta allí se habían expresado –con distintos énfasis, memorias, creencias y valores– como férreas opositoras al orden político existente. En el caso del 1º de Mayo de 1912, el diputado electo Juan B. Justo remarcaría que el PS constituía un “partido de ideas” y “la más genuina expresión de la democracia”, al que diferenciaba del radicalismo por conocer éste la forma pero no el fondo de la misma. Lo sorprendente, en vista de los sucesos de 1909 y 1910, fue que aquellos representantes de las posturas más abiertamente clasistas e internacionalistas dentro del partido celebraran el carácter nacional de la causa socialista. Así, el obrero Francisco Cúneo aclaró que “luchando por el mejoramiento intelectual, moral y material de la clase obrera, realizamos una obra de progreso para nuestro país, que lo elevábamos ante las demás naciones civilizadas”, ya que a su entender eran los trabajadores los que “anhelaban que de la inmensa pampa desierta surgiera una grande y gloriosa nación”, parafraseando una de las estrofas del himno nacional. En clave más internacionalista, pero no menos orgulloso del arraigo que aportaba el suceso electoral, Enrique Del Valle Iberlucea aseguró que “se inicia con nuestro triunfo una era de triunfos políticos, toda vez que el ejemplo del pueblo argentino (…) alentará a todos los proletarios de América a organizarse”. Más significativo todavía, Enrique Dickmann, inmigrante letón que se había nacionalizado para poder representar políticamente al PS, recordó primero que el 1º de Mayo era efectivamente una “manifestación internacional de solidaridad y de concordia entre los hombres de todas las razas, naciones y religiones”, pero luego indicó la necesidad de desmentir el mote de “planta exótica” que había pesado sobre el socialismo en la Argentina, ya que “exótico es aún el mismo pueblo argentino que funde en el crisol de su nueva raza, sobre el substractum indígena, a todas las razas de la tierra (sic)".47

La apelación a esta fórmula conciliatoria, que remitía a una cuestión central del discurso nacionalista y que había resultado particularmente conflictiva para las izquierdas y un movimiento obrero de fuerte impronta inmigratoria, era coherente entonces con la idea de un nacionalismo abierto que colocaba sus expectativas en el futuro antes que en una pretérita Edad de Oro. Como bien ha afirmado Anthony Smith, incluso en una visión instrumentalista de la etnicidad debe llegarse a un acuerdo con los mitos básicos y los símbolos que dotan las percepciones populares de las fronteras étnicas y las identidades con significados y sentimientos que mediatizan cambios en esas identidades (Smith, 1999: 57). La integración del PS al juego regular de las instituciones políticas nacionales transformará la incorporación de lo nacional en la identidad socialista en algo más que un elemento meramente coyuntural, al instalarlo como una convicción de sus miembros. En lo que respecta al orador central del radicalismo para conmemorar la Revolución del Parque, ese primer éxito electoral pasaba a significar mucho más que la marcha triunfal de un partido político. Para José Luis Cantilo, era un camino de redención nacional pavimentado por la obra de los próceres de la independencia y por el sacrificio y el martirio de los caídos de la UCR, como lo demostraban el “gran caudillo” Alem y su sucesor, que remitía a:

su acción en la historia política de la nación, diciéndole continuador de la obra emancipadora de Belgrano y San Martín, porque conquistó para el pueblo la dignidad cívica, poniendo sobre todas las cosas la voluntad del pueblo, reguladora de las verdaderas democracias (…) Actualmente, el partido radical, después de una lucha terrible, y contar con un nutrido y grande martirologio, de una actuación vigorosa y honesta de su jefe como Hipólito Yrigoyen, se halla triunfante, decidido a llevar adelante su programa hasta cumplir con él (…) El triunfo de abril es el comienzo de la victoria definitiva que sobrevendrá en cumplimiento del mandato supremo del pueblo y de la justicia.48

Para una fuerza política que se pensaba como una religión cívica de la patria, lo que antes se planteaba como promesa ahora se revelaba como un mandato porque el levantamiento de la abstención había demostrado “su” verdad: la UCR representaba a la mayoría del pueblo, expresado voluntariamente en las urnas. La regeneración iniciada por los mártires sólo los redimiría de su muerte si esa empresa era llevada a buen término por los vivos que les rendían culto, acaudillados por quien mejor podía interpretar al líder revolucionario de los orígenes muerto por la causa. Una causa, a la vez, pensada como nacional y democrática.

Para una interpretación del momento del Centenario de radicales y socialistas

El análisis de los posicionamientos y de los rituales políticos encarados por la UCR y el PS arroja una primera constatación: el momento del Centenario constituyó algo más que las celebraciones oficiales de 1910. Demostraciones como las de las conmemoraciones de las revoluciones finiseculares reivindicadas por los radicales y como el 1º de Mayo socialista, periféricas a los grandes fastos organizados por el gobierno y secundados por buena parte de la sociedad, revelaron su centralidad en la configuración y la evolución identitaria de ambos partidos opositores. Al mismo tiempo, esa más general exaltación de la nación, que devino ineludible para el conjunto del espectro político de esta coyuntura crítica, permite una segunda conclusión. Esto es, que desde el momento mismo de la fundación de la primera democracia argentina el nacionalismo o, mejor aún, alguna versión de él, jugó también un papel determinante para todas aquellas fuerzas que pretendían ocupar un lugar en el nuevo escenario.

Los rituales políticos que habían configurado los núcleos simbólicos de esas potentes identidades partidarias se presentaron como una manifestación particularmente ilustrativa de ese diálogo tensionado que la UCR y el PS efectuaron con sus respectivas tradiciones, al atravesar el tamiz ideológico y hasta emocional de la interpelación nacionalista. Una pregunta que puede surgir acerca de ello es si la nación que terminaron rescatando radicales y socialistas a inicios de la década de 1910 era la misma para ambos, y en este punto surgen claras diferencias. Para los primeros, existía algo así como un “alma de la nación” que esperaba la realización de ciertas condiciones –v. g., las garantías de la libertad de sufragio– para expresarse políticamente en la UCR, considerada depositaria de todo un legado patriótico que tenía un hito fundamental en la Revolución del Parque pero que podía prolongarse hasta los mismos orígenes del país. Con matices, esta postura los acercaba a un Sáenz Peña particularmente preocupado por el mantenimiento de cierta integridad nacional en el proceso político que le tocaba dirigir. Paradójicamente en relación con la actitud que había asumido el radicalismo hasta entonces, la fuerza liderada por Yrigoyen pudo operar un diálogo menos conflictivo en la coyuntura. Aquí se destaca la virtud de un análisis en términos de culturas políticas, atento por ejemplo a la trama simbólica desplegada en los rituales partidarios, en tanto puede afirmarse que la UCR construyó su identidad dentro de un arco definido como “nacional”, en tanto buena parte de sus referencias remitían sí a una arraigada cultura liberal-republicana pero asimismo a distintas expresiones de un nacionalismo en ascenso todavía no reñido con aquella.49

En cambio, para los socialistas la nación se revelaba, por un lado, como el espacio necesario de su acción política como partido de clase, algo que ya se encontraba aceptado en la misma composición de la Segunda Internacional mediante delegaciones nacionales. Por otro lado, en el caso argentino el PS entendía también que la nacionalidad, en tanto principio de identificación con dicha nación, era producto de un proceso secular de construcción societal y civilizatoria, y encontraba su singularidad en él como el agente encargado de organizar al proletariado como punta de lanza de esa obra progresiva. Oponía así un “buen nacionalismo” socialista, que miraba hacia el futuro promisorio de un país cosmopolita abierto al mundo, a un “nacionalismo agresivo”, tradicionalista, violento y, en última instancia, regresivo en sus costumbres y en sus objetivos. Esta distinción resultaba necesaria, antes que nada, para entroncarse con ciertos aspectos que podían considerarse positivos de un patriotismo que, en sus manifestaciones del Centenario, llegó a plantear como un “otro” inconciliable al conjunto de las izquierdas, juzgadas a partir de su internacionalismo, como lo expresaba el ritual compartido del 1º de Mayo y todo su arsenal simbólico de banderas rojas y cantos obreros. La derrota ideológica de la variante más extrema de este internacionalismo, en su versión de la revolución social libertaria, impuso un cambio de actitud en el PS, que ya venía debatiendo la cuestión en su interior, como había ocurrido luego de la misma “semana sangrienta” de 1909 al organizarse una conferencia por el 25 de Mayo de 1810, en la que Alfredo Palacios polemizó con Nicolás Repetto al pedir el primero “que la bandera roja no excluya a la bandera argentina” y declarar a los socialistas como patriotas “continuadores de la obra de los hombres de Mayo”.50 Por lo demás, esta tensión podía estar presente incluso en la cultura política de un socialismo como el de Francia, mucho más apegado al patriotismo heredado de la tradición revolucionaria de ese país, pero que también se vio impugnado al emerger un nacionalismo agresivo y reaccionario en el cambio del siglo XIX al XX (Winock, 1999: 190-202).

Por último, desde un marco de mediana duración histórica, los rituales partidarios del radicalismo y del socialismo proyectan una continuidad y una reformulación de aquellas prácticas y concepciones de fuerte contenido simbólico que se ubicaban en el corazón de sus respectivas identidades políticas. Identidades que, para la coyuntura del Centenario, revelaban una potencia que los distinguirá del resto de las fuerzas políticas que participaron de la primera experiencia democrática inaugurada con la Ley Sáenz Peña. En particular, de aquellas agrupaciones conservadoras que no lograron coagular en un partido con la tradición de la que sí podían alardear la UCR y el PS. El tiempo corto se instala así en una secuencia temporal más amplia en la que ambos demostraron su capacidad de adaptación a un nuevo clima ideológico en el que el nacionalismo, en sus distintas versiones, se conjugó con esas tradiciones particulares. ¿Ello significa que la combinación de democracia y nación dio forma a una cultura política dominante durante las décadas de 1910 y 1920? Probablemente esta afirmación sea demasiado aventurada, sobre todo en vistas de que los contenidos liberal-republicanos y la heterogeneidad propia del campo de las izquierdas todavía gozarán de cierta salud, al menos como matices. Ejemplo de ello serán los embates sufridos en 1912 por Juan B. Justo y en 1913 por Enrique Del Valle Iberlucea, al ser cruzados en las Cámaras de Diputados y de Senadores, respectivamente, en torno a la supuesta incompatibilidad de su adhesión simultánea a la bandera roja y a la bandera argentina, en invectivas a cargo tanto de conservadores como de los “patriotas” radicales. En cambio, lo que sí puede establecerse con relativa seguridad es que los rituales políticos de radicales y socialistas en tiempos del Centenario prefiguraron, en la misma transición al nuevo régimen democrático, algunos aspectos fundamentales de lo que se conocerá como la política de masas, en la que el nacionalismo resultará efectivamente un componente fundamental, en la Argentina y en buena parte del mundo occidental.

Notas

1 El autor agradece especialmente a Fernando Suárez sus intercambios sobre las tradiciones políticas del socialismo, así como a los evaluadores del Anuario por sus pertinentes sugerencias, aunque las opiniones y conclusiones aquí vertidas son de su exclusiva responsabilidad.

2 Celebraciones de la nación que, como se ha expuesto recientemente, no sólo exaltaban las fechas patrias heredadas de las décadas de formación de un Estado unificado (como el 25 de Mayo o el 9 de Julio) sino que en la coyuntura del Centenario también se ocuparon de la construcción de “grandes hombres” y nuevos “héroes” del panteón nacional mediante rituales como los funerales de Estado (Gayol, 2010).

3 Actor protagónico de esta coyuntura, instalándose en el extremo de la oposición no ya al régimen político sino impugnando frontalmente la forma adoptada por el conjunto de las instituciones existentes, el movimiento anarquista ha sido objeto de recientes trabajos sobre su posicionamiento frente a los festejos del Centenario, del cual aparece también como su principal víctima (sobre todo, Suriano, 2010; desde una perspectiva general, Devoto, 2005). La actitud asumida por el radicalismo y el socialismo, extrañamente, prácticamente no ha reconocido investigaciones para la misma coyuntura.

4 Sobre las temporalidades, el carácter siempre evolutivo y cambiante, así como la pluralidad constitutiva de las culturas políticas, ver: Sirinelli (1999) y Berstein (1999).

5 Esta afirmación no es absoluta. Un caso generaría ciertas tensiones en las desorganizadas dirigencias radicales: la llegada al gobierno de la provincia de San Luis del miembro de la UCR Esteban Adaro en 1908, de la mano de una alianza con fracciones conservadoras y en el marco de una intervención federal decretada por el presidente Figueroa Alcorta. Adaro contaba además con la aprobación de la máxima figura nacional del partido, Hipólito Yrigoyen.

6 Esto último podía considerarse una virtud en vistas del crecimiento electoral del PS, pero era concebido como una falta por sectores de su propia militancia y por las críticas del sindicalismo revolucionario, al alejarlo del objetivo de constituir ante todo un “partido de clase”. Sobre este proceso, ver Martínez Mazzola (2011).

7 Prácticamente no existen trabajos referidos al impacto que tuvo el contexto de una posible guerra entre Argentina y Chile de 1894 a 1902, precisamente en los orígenes de la construcción identitaria del PS. Lo cierto es que entonces el joven socialismo argentino desarrolló una incipiente campaña antimilitarista en su prensa militante, en mitines, y conferencias públicas, problematizando tempranamente la cuestión de la nación, al esbozar un diagnóstico negativo sobre las efusiones nacionalistas que tendría larga pervivencia en el imaginario socialista local.

8 El contenido del acuerdo producto de la entrevista se basa en un texto que Yrigoyen leyó en el Comité Nacional de la UCR, reproducido años más tarde por uno de los secretarios del Comité, el dirigente santafesino Ricardo Caballero (Caballero, 1975: 120).

9 Precisamente en su primer discurso ante las Cámaras del Parlamento, el nuevo presidente afirmó en octubre de 1910 que el “pueblo de Mayo” había celebrado su primera centuria y demostrado las “vibraciones sensibles del alma nacional” a todo el mundo; mientras percibía –refiriéndose a la UCR– “en los partidos la voluntad de ejercitar sus derechos, presiento los movimientos reparadores de la inercia”, ya que si “la democracia es renovación, movimiento (…) sólo la nación es inmutable” (Roque Sáenz Peña, “Discurso del presidente al tomar posesión del cargo”, en: Revista Argentina de Ciencias Políticas, t. I, 1910, p. 275).

10 Por lo demás, este texto de Justo actuaría como una suerte de canon teórico-intelectual para los socialistas argentinos a partir de entonces, pero puede asegurarse que las posiciones político-ideológicas internas al PS en torno a la cuestión de la Nación resultaban algo más diversas en su aceptación o no del principio nacional. Es el caso, entre otros, del sector sindicalista revolucionario emergente en el seno del partido en esa primera década del siglo XX y que sostenía un antipatriotismo radical contrastante con el planteo de Justo. Sobre la evolución de las ideas de este último referidas a la díada nacionalismo / internacionalismo, ver Da Orden (1994).

11 “El culto a la bandera”, La Vanguardia, 13/02/1909. Se ve allí tanto la referencia al excanciller Zeballos, quien personificaba el nacionalismo más agresivo de los círculos conservadores, como la tipificación del discurso nacionalista en el sentido de una religión secular que venía a sustituir y a operar en forma similar a la religión católica tradicional.

12 Sobre la “educación patriótica” y las concepciones voluntaristas de Ramos Mejía en torno a la eficacia simbólica promovida desde el ámbito estatal, abandonando su previo determinismo positivista, ver Terán (2001: 130-133).

13 Exceso de símbolos que no era denunciado únicamente por las izquierdas. El diario El Nacional, por ese entonces opositor al gobierno de Figueroa Alcorta, entendía que la “campaña nacionalista” llevada adelante por aquel no hacía sino fomentar un “sentimiento antiextranjero” muy extendido en esos meses previos y posteriores al Centenario de 1910. En conclusión, el clima reinante era el de una “exageración patriótica” que expresaba un chauvinismo que “está reñido con la democracia”, según el juicio del periódico que miraba con simpatía las acciones socialistas, de forma que “nuestro nacionalismo” -finalizaba- debía ser el “llevar a la práctica nuestra teoría institucional” corrompida por los gobiernos fraudulentos (“El nacionalismo”, El Nacional, 26/01/1910).

14 Al respecto, el clásico trabajo de Ricardo Falcón sobre las izquierdas del cambio de siglo continúa siendo de consulta imprescindible, aunque en él el análisis del socialismo en el momento del Centenario ocupa un lugar menor (Falcón, [1986-1987] 2011). Ver también los agudos comentarios sobre el socialismo en Suriano (2010).

15 La condena de El Tiempo a la represión policial de la “semana sangrienta” apareció en: “Camino de Sangre”, El Tiempo, 3/05/1909; las críticas a los radicales yrigoyenistas que felicitaron a Falcón por ella, en: “Disidencias radicales”, El Tiempo, 16/07/1909.

16 Sobre el posicionamiento de la UCR ante el conflicto argentino-chileno de fines del siglo XIX, en un momento en que comenzaba además el declive de la primera experiencia partidaria, ver: Reyes (2013).

17 En el caso del radicalismo, la dicotomía fundamental que la historiografía se ha encargado de destacar hasta aquí es la de “causa-régimen”, privilegiando este clivaje por sobre otros aspectos de la identidad radical. Ver, por ejemplo, Persello (2007). Para una perspectiva de la construcción identitaria de la UCR centrada en la figura de Yrigoyen y la corriente fundada por éste dentro de aquella, en la que se extreman algunos planteos preexistentes en esa dicotomía y se introduce la cuestión de la nación, ver Delamata & Aboy Carlés (2001).

18 La carta de Lagos, que por lo demás contenía cuestionamientos al manejo de la Convención Nacional por parte del grupo que terminó imponiéndose, fue transcripta en: “El Partido Radical. Nota del Sr. Lauro Lagos”, El Diario, 19/01/1910.

19 “La revancha” y “La preocupación burguesa”, La Acción Socialista, 9 y 16/04/1910.

20 Los artículos se titulaban “El pueblo y el Centenario”, “El Centenario y el proletariado”, “El Centenario militar” y “El centenario católico”, aparecidos en La Vanguardia los días 1, 2, 4-5 y 13/04/1910.

21 Juan B. Justo, “En Mayo”, La Vanguardia, 4-5/04/1910; “Opiniones y pronósticos sobre la huelga general”, La Argentina, 29/04/1910. Sobre la importancia asignada por el autor de Teoría y práctica de la Historia a la parafernalia ritual en las propias celebraciones obreras como el 1º de Mayo, en las encabezadas por el Ejército, la Iglesia Católica o los Estados en las fiestas patrias, ver Reyes (2016a).

22 Resulta por demás significativo que la necesidad de sancionar el estado de sitio fuese justificada por el diputado Manuel Carlés y por el ministro del Interior José Gálvez en vista de que se pudieran “producir desórdenes de mayor o menor importancia durante las fiestas del Centenario”, el cual sería “acompañado por el sentimiento patriótico de este pueblo”. Sus palabras se transcriben en: “La declaración del estado de sitio”, La Vanguardia, 14/05/1910.

23 Vicente Gallo, “Los estudios político-sociales. Desde la cátedra”, Revista Argentina de Ciencias Políticas, t. I., 1910.

24 Las crónicas de las conferencias radicales en: “Unión Cívica Radical”, La Argentina, 10/05/1910.

25 “Las alarmas revolucionarias. Prisión de radicales”, El Diario, 25 y 26/08/1910.

26 Tal como advierten los principales exponentes de la antropología política dedicada al tema, la efectividad de los rituales políticos estriba en la conjugación de la potencia de los símbolos a los que se remite con el contexto en que se desarrollan (Kertzer, 1988: 179), en tanto los comportamientos y discursos que emanan de dichas puestas en escena son interpretados por los protagonistas y por sus espectadores, por un lado, en referencia a la memoria y, por otro, en relación con esos elementos contextuales inmediatos que hacen del espacio público un conjunto de relaciones –antagónicas o no– entre grupos (Abélès, 1991: 258).

27 La crónica de los actos y la transcripción de los discursos conmemorativos en Capital Federal y en Córdoba, en: “Bajó” y “El Partido Radical. El aniversario de ayer en el Buckingham Palace”, El Tiempo, 5/02/1909; “Los radicales. Un partido que vive de recuerdos”, La Vanguardia, 5/02/1909; “Partido Radical. Organización deficiente, necesidad de tribunas y programas. La palabra de Pedro C. Molina”, El Tiempo, 11/02/1909.

28 Aunque aquí no hay espacio para un desarrollo extendido de la polémica, esta se produjo mediante un intercambio de cartas públicas entre Molina e Yrigoyen, con origen en una crítica del primero respecto del liderazgo informal impreso por el segundo a la UCR, para luego pasar a una serie de consideraciones de tipo doctrinario defendidas por el dirigente cordobés; en particular, la necesidad de la consecución de un programa coherentemente liberal. Yrigoyen replicaría en una clave más bien emotiva, recorriendo los tópicos sagrados de la identidad radical (la memoria de los mártires, la causa revolucionaria iniciada en 1890) y su vínculo con el destino de grandeza de la nación. Las interpretaciones más recientes, que sin embargo obvian el contexto más general del Centenario, han enfatizado sobre todo la primera de estas dimensiones, puntualizando los diferendos ideológicos (liberalismo vs. organicismo) de Molina e Yrigoyen. Cfr. Botana & Gallo (1997); Delamata & Aboy Carlés (2001) y Persello (2007).

29 La información proviene de “Fiesta del trabajo. 1º de Mayo y “1º de Mayo. La función del sábado por la noche”, La Vanguardia, 17 y 28/04/1909.

30 La viñeta de Crane y el texto de Del Valle titulado “Primero de Mayo”, aparecieron en: Revista Socialista Internacional, año I, t. I, nº 6, 1/05/1909; y El Tiempo, 1/05/1909. Sobre la iconografía del 1º de Mayo de Walter Crane, referenciada en la primavera del hemisferio norte, ver Hobsbawm ([1998] 2013). En cuanto a las colaboraciones de referentes del socialismo en El Tiempo, en particular, y en periódicos, “militantes” o que comenzaban a adquirir las características y formatos de la llamada “gran prensa” o “prensa burguesa”, en general, ver el notable trabajo de Juan Buonuome (2016).

31 Así, el segundo día de la huelga general Del Valle Iberlucea dio un discurso en la plaza Constitución en el que se refirió a que “la memoria de los mártires caídos el primero de Mayo pide venganza”. Dos días después, Mario Bravo, secretario general del PS, ofreció otro discurso en un nuevo mitín en la misma plaza y aseguraba ante 10.000 personas que “el 1º de Mayo, cuando el proletariado solemnizaba la fiesta de la solidaridad internacional y la demostración de su fuerza” cambió “instantáneamente el desfile de júbilo en un desfile de duelo y la demostración pacífica en la acción concordante, unánime y grandiosa del pueblo obrero, lanzado a la huelga general”. Los discursos se transcriben en: “Los mítines socialistas de hoy. En plaza Constitución” y “En plaza Constitución. Grandiosa asamblea”, La Vanguardia, 4 y 6/05/1909.

32 Los preparativos de la procesión cívica por la Convención Nacional y la crónica del acto en: “Partido Radical” y “La manifestación de ayer. Hermosa demostración cívica”, La Nación, 26 y 27/12/1909. En cuanto a la “diana del Parque”, existen escasas referencias a ella, pero una caracterización como “marcha patriótica” puede verse en: Speroni (2002).

33 Sobre las cualidades dramáticas de los rituales de masas, al proponer mediante el uso de ciertos símbolos una interpelación de la subjetividad individual a partir de una experiencia colectiva, ver Kertzer (1988: 11). La exacerbación de las pasiones nacionalistas en tiempos del Centenario ha sido destacada como un rasgo distintivo del momento por Devoto (2005).

34 Por ejemplo, en las semanas previas a la Convención Nacional los comités radicales de la Capital federal llegaron a imprimir como folleto la primera carta de Yrigoyen a Molina como un documento partidario que debía ser propagado en las asambleas preparativas del acontecimiento junto al testamento político de Alem de 1896 (“Partido Radical”, La Argentina, 23/10/1909).

35 “Hace un año”, La Vanguardia, 1/05/1910.

36 “1º de Mayo”, La Vanguardia, 29/04/1910.

37 La reseña de los actos y la transcripción de los discursos por el 1º de Mayo en Córdoba y en las localidades bonaerenses, en: “La Fiesta Internacional del Trabajo” y “Ecos del 1º de Mayo en el interior”, La Vanguardia, 2 y 4/05/1910. La referencia a los dos anarquismos, el de los “patriotas del gobierno” y el de los “antipatriotas ácratas”, será formulada al levantarse el estado de sitio luego de la destrucción de los locales obreros y los festejos del Centenario (“Los anarquistas de arriba y los de abajo”, La Vanguardia, 3-04/09/1910).

38 “El Parque”, El Nacional, 3/01/1910. La obra era autoría de los dramaturgos Vicente Martínez Cuitiño y José González Castillo. En la opinión de este periódico, la “cruzada cívica” de 1890 trascendía en su significado “la causa de tal o cual partido político” y pertenecía ya “por completo a la historia nacional”.

39 “26 de Julio”, El Diario, 26/07/1910.

40 La nota de Bravo al juez federal, la respuesta de Dellepiane y la protesta del PS, en: “La bandera roja y la defensa social”, La Vanguardia, 11/11/1910.

41 Las disposiciones de la policía en Capital Federal y Rosario, en: “Movimiento obrero. El mitin del 1º de Mayo”, “Partido Socialista. La celebración del 1º de Mayo”, “La manifestación del 1º de Mayo y la nota del general Dellepiane” y “Celebración del 1º de Mayo. Partido Socialista”, El Municipio, 16, 19, 21 y 28/04/1911. Imágenes de las nutridas concentraciones en ambas ciudades aparecen en: “El 1º de Mayo en Buenos Aires” y “El 1º de Mayo en el Rosario”, Caras y Caretas, 6/05/1911.

42 “El Radicalismo en el Rosario”, La Argentina, 30/07/1911. Por lo demás, la fecha del 30 de Julio había sido integrada tempranamente en la historia del radicalismo como parte de una misma narrativa que establecía un puente entre la Revolución del Parque de 1890 (organizada por la Unión Cívica) y los alzamientos provinciales de 1893 en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y San Luis (llevados a cabo por la UCR), uniendo la causa de los radicales del interior con el mito fundacional del partido. Al respecto, ver Reyes (2016b).

43 Sobre la marcha de San Lorenzo y su conjugación en tiempos del Centenario con el Himno Nacional, ver lo planteado por Buch ([1994] 2013: 134). No obstante ello, como es el caso por otro lado de la historiografía dedicada al estudio del radicalismo, este autor no menciona los usos políticos ni del Himno ni de la marcha de San Lorenzo por parte de la UCR, salvo algunas referencias para el período posterior.

44 Una pormenorizada crónica del acto, con fotografías de la manifestación y de los dirigentes radicales, y en la que se transcribe el Manifiesto, en: “La ciudad del Rosario asistió ayer a un gran acto cívico ofrecido por la manifestación que organizara el Partido Radical” y “Ecos de la grandiosa manifestación radical realizada el 30 en Rosario”, La Argentina, 31/07 y 2/08/1911 (destacado propio).

45 Los detalles de la gran manifestación del PS, en: “El día del trabajo. El grandioso mitin de la capital”, La Vanguardia, 2-3/05/1912; “El 1º de Mayo. La manifestación socialista”, La Nación, 2/05/1912; y “La conmemoración de ayer”, La Argentina, 2/05/1912.

46 La descripción en: “La velada radical de anoche en la circunscripción tercera”, La Argentina, 28/07/1912.

47 Los discursos de los dirigentes socialistas, en: “El día del trabajo. El grandioso mitin de la capital”, La Vanguardia, 2-3/05/1912

48 La transcripción del discurso de Cantilo, en: “La velada radical de anoche en la circunscripción tercera”, La Argentina, 28/07/1912 (destacado propio).

49 Según se ha afirmado, para entonces tanto el republicanismo como el liberalismo y el cosmopolitismo de herencia decimonónica comenzaban a evidenciar signos de agotamiento, erosión o debilidad (Devoto, 2005: 187).

50 Las intervenciones en la conferencia se transcriben en: “Partido Socialista. La conferencia del domingo. La revolución de 1810. Los discursos”, La Vanguardia, 24-25/05/1909.

 
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Fecha de Recibido: 15 de agosto de 2016
Fecha de Aceptado: 10 de octubre de 2016
Fecha de Publicado: 14 de octubre de 2016

 

 

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