Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 16, nº 2, e024, octubre 2016. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

 

DOSSIER
Claves para volver a pensar las culturas políticas en la Argentina (1900-1945). Perspectivas, diálogos y aportes


La cultura política comunista en la clase obrera argentina de entreguerras: prácticas, repertorios de organización y subjetividad militante



Hernán Camarero

Universidad de Buenos Aires -CONICET, Argentina
hercamarero@gmail.com

 

Cita sugerida: Camarero, H. (2016). La cultura política comunista en la clase obrera argentina de entreguerras: prácticas, repertorios de organización y subjetividad militante. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 16(2), e024. Recuperado de http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAe024


Resumen
En el artículo se examinan los rasgos de la cultura política expresada por el Partido Comunista en la Argentina durante las décadas de 1920-1930, en especial las prácticas de intervención de sus miembros entre los trabajadores y el modo como ello se relacionaba con el tipo de estructura interna partidaria. Se analiza la lógica del funcionamiento del PC, deteniéndose en las células obreras, un inédito repertorio organizacional entre las fuerzas políticas existentes en la época. Se sostiene que el comunismo fue expresión de una cultura política obrerista que fraguó una subjetividad militante de retórica revolucionaria, basada en una serie de rituales y discursividad de perfiles propios.

Palabras clave: Argentina; Período de entreguerras; Comunismo; Cultura política; Organización partidaria.



Political culture of the argentine communists in working class during interwar years: practices, organizational repertoires and militant subjectivity



Abstract
This paper presents an analysis about the political cultura of the Argentine Communist Party during the decades of 1920-1930, in particular the intervention practices of its members among workers. The article analyzes the logic of operation of the PC, in particular the new policy of cells (small and clandestine groups). They represented an unprecedented organizational repertoire in the context of the existing political forces in the period analyzed. It is argued that communism was expression of a workerist political culture that forged a militant subjectivity with revolutionary rhetoric, based on a series of rituals and a discourse with own profiles.

Keywords: Argentina; Interwar years; Communism; Political culture; Party organization.

 



A comienzos de la década de 1950, Maurice Duverger dio un nuevo impulso al estudio de los partidos políticos desde la teoría de las organizaciones (2002). En su libro ya clásico, el sociólogo y politólogo francés indagó, además de las peculiaridades de los distintos sistemas de partidos, en las características que asumía la estructuración interna de estas entidades. Esta última exploración se orientó a tres grandes aspectos. Por una parte, el de la armazón de dichas asociaciones, definido por su estructura directa e indirecta, sus diferentes elementos de base (comités, secciones, células o milicias) y su articulación general (expuesta en sus variantes débiles o fuertes, de enlaces verticales u horizontales, con centralización o descentralización). En segundo lugar, el de los miembros componentes de esas organizaciones, tanto en lo que hacía a su propia noción (de la cual podían derivar partidos de cuadros o de masas, con criterios de adhesión diferenciados y variada medición de sus integrantes), como en el grado de participación (atendiendo a las específicas realidades de electores, simpatizantes o militantes) y en la naturaleza de la participación de los adherentes. Por último, el nivel de la dirección partidaria: su proceso de selección (observando la existencia de tendencias autoritarias y de jefes aparentes y reales), su naturaleza oligárquica (con los fenómenos de formación, composición y renovación del circulo interior) y su grado de autoridad (tendencias al crecimiento y personalización del poder), así como la particularidad de la disputa entre dirigentes y parlamentarios.

A partir de esta línea de análisis, Duverger distinguió tres grandes tipos sociológicos de partidos políticos. El primero de ellos fue el de los partidos “burgueses” del siglo XIX, los cuales sobrevivían como fuerzas conservadoras y/o liberales, descansando en comités reducidos, independientes entre sí y descentralizados. No buscaban multiplicar sus miembros ni enmarcar grandes masas populares sino agrupar personalidades. Su actividad central eran las elecciones y las contiendas parlamentarias, por lo que adoptaban un carácter semiestacional, con una armazón administrativa embrionaria. El poder real dentro del partido se depositaba en tal o cual grupo formado alrededor de un líder del ámbito legislativo, por lo que la vida interna de la organización giraba en torno a las rivalidades de estos pequeños grupos. La doctrina y los problemas ideológicos eran secundarios, mientras que la adhesión al partido se sostenía en el interés o la costumbre. La segunda variante presentada por el autor es la de los partidos socialistas de Europa continental. El primer rasgo diferenciado respecto del modelo anterior es que la pretensión aquí era la de abarcar a las masas populares. De esa manera, se implanta un preciso sistema de afiliación, acompañado de un mecanismo de cotizaciones individuales, que logra sostener la base financiera del partido. Su base organizativa ya no eran los comités sino las secciones, grupos de trabajo más extensos y abiertos, en los que la educación política de los miembros era tan importante como la labor electoral. El tamaño y la complejidad de la organización exigían la existencia de una cierta cantidad de funcionarios permanentes, que podían derivar en la aparición de gérmenes de burocracia. Perdía peso el carácter personal de los dirigentes, dado el establecimiento de un sistema de instituciones complejas (congresos, comités nacionales, consejos, oficinas, secretarías), que garantizaban una cierta separación de poderes. La combinación de principios electivos y democráticos convivía junto a fuertes e inevitables procesos oligárquicos. El papel de la doctrina era importante y las rivalidades internas adoptaban el carácter de una lucha de tendencias.

La tercera alternativa era la representada por los partidos comunistas, que en cierto sentido Duverger emparentaba con los movimientos fascistas en algunos de sus rasgos. En su visión, en este caso nos encontraríamos con el tipo sociológico más original. Frente a la semicentralización de los partidos socialistas, los comunistas imponían una centralización muy acentuada, con un sistema de enlaces verticales que fijaba una rigurosa separación entre los elementos de base. Se pensaba que este criterio protegía al partido de las tendencias a la división y al cisma, asegurando una estricta disciplina. La dirección recurría a métodos autoritarios, apelando a la designación por la cima y por la cooptación, mientras que la influencia de los parlamentarios era casi inexistente. Las luchas electorales no tenían tanta relevancia, pues el centro del accionar estaba en la propaganda y la agitación permanentes, junto a la aplicación de métodos de acción directa. Podían funcionar en condiciones de lucha abierta o de combate clandestino, así como adaptarse a etapas de persecución y represión estatal. Se sostenían sobre una doctrina rígida (amparada en la confianza en las masas y el igualitarismo), que antes que un laxo compromiso político pretendían una entrega absoluta de todos sus militantes, sin distinción entre vida pública y vida privada. Según Duverger, buscaban que los miembros desplegaran una adhesión casi irracional, fundada en mitos y creencias de naturaleza emparentada con lo religioso, a la vez que resumiendo la fe de una Iglesia con la obediencia de un ejército. Un atributo bien peculiar de los partidos comunistas era su estructura basada en células obreras de empresa o taller, funcional a su objetivo de ser la expresión política de la clase obrera consciente, la avanzada del proletariado combatiente por su liberación.

La potencialidad y productividad de este enfoque ha sido muchas veces señalado: permitió hacer comprensible y generalizable el complejo y heterogéneo mundo de las experiencias partidarias. En verdad, esta indagación se había iniciado desde hacía varias décadas antes, con algunos ya clásicos trabajos, como el del ruso Moisei Ostrogorski, La democracia y los partidos políticos (en la que se impugnaba el inevitable carácter no democrático que asumirían estas entidades), o el del alemán Robert Michels, Los partidos políticos (en el que se formulaba la "ley de hierro de la oligarquía", que anticipaba la inevitabilidad del gobierno de la minoría y los modos a través de los cuales toda organización política pronto se convertía en un fin en sí mismo, dejando de ser un medio para alcanzar determinados objetivos socioeconómicos). El “enfoque de la organización” tuvo posteriormente un despliegue denso en la ciencia política y la sociología política, en las surgieron varios cuestionamientos, reformulaciones y complementaciones. En especial, se destacaron las visiones complejas y sofisticadas de dos autores italianos: Giovanni Sartori y, sobre todo, Angelo Panebianco, el cual observó los juegos de poder internos de los partidos, tanto los verticales entre dirigentes y dirigidos, como los horizontales entre los dirigidos, en los que se conjugan relaciones de reciprocidad y desigualdad (Sartori, 1987; Panebianco, 1992). Desde la disciplina histórica, no obstante, se identificó el riesgo de que estos modelos derivasen en esquemas rígidos y demasiado abstractos, pudiendo aplanar o velar los matices y especificidades de los emprendimientos reales tal como estos se expresaron en el plano histórico-concreto, al mismo tiempo que concibiendo los partidos como realidades inmutables, sin poder capturar los cambios y variaciones existentes en su desarrollo.

Lo cierto es que este método no ha sido utilizado en la Argentina con asiduidad para examinar el surgimiento y evolución de las fuerzas políticas, especialmente en el campo de la izquierda, a pesar de hallarse allí ante estructuras partidarias muy formales. Nuestra propuesta no es aplicar estrictamente el punto de vista habilitado por Duverger o por algunos de los otros autores señalados, sino inspirarnos en algunas de sus preocupaciones o caminos de indagación, con el objetivo de aportar algunas reflexiones acerca del problema de la organización y la estructura interna de los partidos de izquierda en el país durante las primeras décadas del siglo XX.

Nuestro análisis se concentra en el caso del Partido Comunista (PC). Hasta el golpe militar de 1943 y la emergencia del peronismo, el comunismo había ido obteniendo una ascendente presencia en el escenario de las fuerzas políticas argentinas. Logró agrupar a miles de activistas, montó una densa red de agitación y propaganda, constituyó múltiples instituciones socio-culturales en el seno de la clase trabajadora (bibliotecas, escuelas, clubes deportivos, asociaciones de inmigrantes), lideró importantes conflictos gremiales y se convirtió en la organización más dinámica en el proletariado industrial, tendencialmente superior a las otras corrientes con las que venía dirimiendo la dirección en el ámbito gremial (anarquistas, sindicalistas y socialistas). Sobre el tema, ya hemos avanzado en una consideración global (Camarero, 2007 y 2008). Aquí nos interesa profundizar en algunos aspectos específicos, entrelazando los ángulos más recorridos en el enfoque de la organización, decididamente los que atañen a la dimensión formal-institucional del partido, con una cuestión no ignorada pero sí mayormente desatendida en dicho abordaje, que es la influencia y la determinación del medio social sobre la configuración estructural de la entidad política. Para el caso de los comunistas, ese medio social estuvo claramente enunciado y delimitado: el mundo obrero. A partir de los años veinte aquellos dirigieron todos sus esfuerzos a la inserción en ese ámbito. El análisis de la armazón interna del PC adquiere sentido a partir de este elemento.

Aquí hacemos un recorte bien preciso de nuestra problemática. Priorizamos el examen de la constitución de los organismos de base del PC, así como sus prácticas de reclutamiento, lógica de funcionamiento y formas de financiación, como parte de su estrategia de implantación entre los trabajadores a partir de mediados de la década del veinte. El tema resulta clave para la comprensión del tipo de partido que construyeron los comunistas. En especial, nos detenemos en la novedad que esta fuerza política introdujo desde aquella época respecto al agrupamiento de sus afiliados: las células obreras. Se trataba de un organismo que funcionaba como la estructura primera y básica del partido: lograba asegurar el compromiso militante, facilitaba el disciplinamiento y regimentación de sus integrantes, se adaptaba a los imperativos de la acción clandestina e ilegal y, sobre todo, posibilitaba una eficaz proletarización de sus filas. Las células no sólo representaron la aparición de un inédito repertorio organizacional en el campo de la acción política en el país sino que también coadyuvaron a la germinación de un nuevo tipo de militante, totalmente entregado a su causa y dotado de una serie de atributos distinguibles en el escenario de la época.

Esta experiencia debe ser concebida como expresión de una organización que expresaba un cierto tipo de “cultura política” o una “subcultura política”, signada por un vanguardismo obrerista. Para lograr capturar sus rasgos, debe estudiarse un conjunto muy diverso de concepciones ideológicas, valores, creencias, prácticas socio-políticas, comportamientos, normas procedimentales, exigencias reglamentarias, rituales y subjetividad militante; es decir, un complejo de modos de pensar, actuar y hablar. Estos fueron pensados para operar como fuerza cohesionante dentro de un conglomerado político y para que sus integrantes lograsen coagular un sentimiento de pertenencia o identidad. Una precisa definición del concepto de cultura política fue propuesta por Jean-Francois Sirinelli en su obra conjunta con Jean-Pierre Rioux, Pour une histoire culturelle (1997). En la Argentina, Carlos Altamirano (2011) fue uno de los que más claramente la rescató para dar cuenta, en términos englobantes de una “cultura de izquierda”, encontrando una serie de significaciones que le confirieron a ésta una identidad como sector de la vida política e ideológica en el país durante el siglo XX. Ello implica reconocer una terminología y fórmulas más o menos codificadas (un lenguaje ideológico), cierta fundamentación doctrinaria, valores y rituales particulares, símbolos distintivos y una memoria histórica (una narrativa) más o menos específica.

Recuperamos estas dimensiones de análisis, pero bajo la hipótesis de que el comunismo se configuró como una suerte de “subcultura política” dentro de las izquierdas, es decir, con perfiles distintivos. Y también, como una variante dentro de la cultura de clase. Los investigadores germanos enrolados en la corriente de la “historia de la vida cotidiana”, quienes encararon diversos estudios sobre el mundo del trabajo en la Alemania prenazi, tendieron a concebir la historia de la clase trabajadora como la de un entramado de subculturas (Bologna, 1999, 59). Siguiendo esta senda interpretativa, entendemos que la comunista pudo haber representado, en los años veinte y los treinta, una variante dentro de la cultura obrera; es decir, una “subcultura” en el mundo proletario, inclinada a conformar sus propias normas y valores, proclive a recrear rasgos particulares y localizada en ámbitos específicos.1

Precisamente, abordaremos el examen de esta subcultura obrera y comunista a partir de los contextos espaciales y temporales que la determinaron. En este caso, se prioriza el de la ciudad de Buenos Aires y zonas aledañas durante las décadas de 1920 y 1930, que fueron el ámbito y el período en los cuales el PC desplegó la estructura celular de modo más clásico en el medio proletario. En esta investigación también realizamos algunos ensayos de comparación o correlato con otros partidos comunistas del mundo de la época, que afrontaron los mismos procesos aquí referidos.

El comunismo argentino en sus primeras dos décadas

El Partido Comunista argentino se originó de una corriente de izquierda expulsada del PS en el marco del cambio global que estaba experimentando el país, con la apertura del juego electoral y político ampliado a partir de la Ley Sáenz Peña, la llegada de la Unión Cívica Radical al poder y el inicio del proceso de ascenso en la movilización obrera y de radicalización político-ideológica vivido entre 1917-1921. Muchos de los cuadros que acabaron formando el comunismo local se fueron agrupando, en un proceso cambiante, heterogéneo y no lineal desde comienzos de la década de 1910, cuando algunos grupos juveniles comenzaron a impugnar la orientación reformista de la línea oficial del PS. Esto luego empalmó con la formación del Comité de Propaganda Gremial, que montaron activistas obreros del partido (dirigidos por el tipógrafo José F. Penelón), desde el que se cuestionó la tradicional concepción del líder socialista Juan B. Justo acerca de la autonomía entre lo sindical y lo político. Estas dos experiencias de oposición se fusionaron luego en torno a la postura de que el partido mantuviera la neutralidad e impugnación a la Primera Guerra Mundial, y, meses más tarde, apoyara la revolución soviética. Fue allí cuando comenzó a editarse La Internacional, que se convertirá en el periódico oficial del comunismo entre 1917 y 1936. Escindidos del PS, en un congreso de enero de 1918 los más de 700 militantes socialistas de izquierda constituyeron una nueva organización, el Partido Socialista Internacional (PSI), primer partido de orientación comunista con cierta significación en América Latina. Durante sus tres años de existencia, el PSI, bajo el liderazgo de Penelón, logró expansión militante e incluso algunos moderados éxitos electorales. En diciembre de 1920, aceptando las 21 condiciones de la Internacional Comunista (IC o Comintern), acordó renombrarse como “Partido Comunista. Sección Argentina de la IC”.

El partido afrontó un proceso de estancamiento numérico y en su inserción social (sobre todo, entre los trabajadores) durante el lustro siguiente, en comparación con el desarrollo más vigoroso del ciclo 1918-1921. El contexto político estaba cambiando. Hacia el fin del gobierno radical de Hipólito Yrigoyen y durante la mayor parte de la presidencia de Marcelo T. de Alvear se fue haciendo perceptible el cierre del ciclo de movilización y de radicalización obreras, y el inicio de una etapa de estabilidad social y política en el país. Por otra parte, la organización quedó sumergida en ciertas disputas internas, que la paralizaron parcialmente. En esos años, el comunismo aplicó la estrategia conocida como “frente único”; es decir, la línea que la IC recomendaba aplicar a sus secciones, consistente en propiciar acuerdos con otras corrientes obreras y de izquierda para objetivos definidos. Penelón mantuvo el lugar de principal figura pública del partido y gozó de prestigio en su dirección. Al mismo tiempo, se advertía el creciente peso que iban adquiriendo las figuras de Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi en el seno de la organización, de la mano de sus asiduos contactos con la Comintern.

Un período particular en la historia del comunismo argentino se desplegó entre 1925 y 1935. En un sentido, las caracterizaciones y acciones del PC durante esta década se “autonomizaron” de los avatares y abruptos cambios de la situación política, económica y social del país, definida, sucesivamente, por la consolidación del dominio gubernamental del radicalismo, la reelección yrigoyenista, la crisis económica y el golpe militar de 1930, la dictadura de José F. Uriburu y la imposición de un régimen conservador fraudulento encabezado por el general Agustín P. Justo. El PC debió responder y adaptarse a estas cambiantes realidades pero impulsó una estrategia común que acabó signando todo el ciclo. En gran medida, esta fue la de la proletarización y la “bolchevización” del partido; es decir, la inserción orgánica entre los trabajadores que se multiplicaban en los talleres y grandes fábricas emergentes al compás del desarrollo industrial y la adopción definitiva del criterio organizativo “leninista”, lo que se expresó en la rearticulación global del partido en torno a células obreras formadas por militantes entregados por completo a la causa. Entendemos que a partir de ese momento comenzó la verdadera implantación orgánica y multiforme del PC en el mundo de los trabajadores: con la creación de las células fabriles, las agrupaciones gremiales y los sindicatos, las asociaciones de obreros inmigrantes y las instituciones propias de una cultura proletaria que intentaba atender el tiempo libre de los trabajadores. Fue dentro de ese ámbito donde se articularon casi todas sus propuestas y sus prácticas.

El fenómeno de la proletarización y el papel de las células

A partir de 1925 se produce un proceso de transformación sociológica en el comunismo, al priorizarse el reclutamiento de adherentes obreros en sus filas. Se cuenta con datos muy precisos sobre la incorporación de miembros al PC de la Capital Federal, la zona clave y más representativa, pues tendía a congregar por esa época algo menos de la mitad de los activos de todo el país. Hacia agosto de 1926, esa regional contaba con unos setecientos seguidores. Si se considera su fecha de ingreso, se comprueba que el 55% había sido reclutado en el año y medio anterior; es decir, a partir de la implantación de la estrategia de la “proletarización” y del establecimiento de la organización celular.2 Al examinar el origen social de los afiliados capitalinos, las cifras muestran el proceso de transformación que sufría el PC. Según los datos manejados en el Comité Ejecutivo Ampliado de junio de 1925, en ese momento el 55% de los militantes comunistas de la ciudad eran obreros; el 45% restante estaba constituido mayoritariamente por empleados, maestros, estudiantes, trabajadores independientes, comerciantes y cuentapropistas. Luego de esa fecha, la consigna del partido fue “Por una mayor proletarización” y se fijó una tarea urgente: “Debemos conquistar, antes del congreso del partido, mil obreros que trabajen en fábricas, empresas comerciales o explotaciones agrícolas”.3 Para agosto de 1926, cumplida la campaña de reclutamiento proletario y de implantación de la organización celular, las cifras habían variado ostensiblemente: el porcentaje de operarios era del 77,75% y el de los empleados era del 13%, lo que arrojaba un total de algo más de un 90% de trabajadores asalariados, frente a casi un 10% que no lo eran. Ese perfil proletario se mantendría con el paso de los años.

Indagando en los datos estadísticos sobre los atributos de los recién incorporados a la organización, podemos dar cuenta de este perfil. Por ejemplo, en marzo de 1929 puede observarse la notificación mensual sobre los ingresos a la regional porteña que habían sido aprobados por su dirección:

76 afiliados nuevos fueron aceptados en la Capital en el mes de marzo. Clasificados por oficio son: metalúrgicos 14, peones 13, obreros del mueble 8, albañiles 8, carpinteros 5, empleados 5, textiles 4, mozos 3, foguistas de a bordo 3, maestros 2, obreros en calzado 3, pintores 2, chauffeurs 1, lavadores de autos 1, curtidores 1, peleteros 1, mecánico dentista 1, niquelador 1. Por edades: nacidos desde 1875 hasta 1880 1, desde 1880 hasta 1885 ninguno, desde 1885 hasta 1890 5, desde 1890 hasta 1895 7, desde 1895 hasta 1900 15, desde 1900 hasta 1905 23, desde 1905 hasta 1910 25. Por sexo: mujeres 1, hombres 75.4

En esos tiempos, en términos generales, el PC reclutaba un prototipo de individuo, definido por una triple condición: obrero industrial, varón (cuya proporción numérica con las mujeres era casi de 5 a 1 en el conjunto del proletariado industrial del país) y con una edad que iba entre los 20 y los 35 años. A ello también puede agregarse otro atributo frecuente: el de ser extranjero, dadas las condiciones de subalternidad, explotación y opresión que sufrían los recién llegados al país y que asumían rápidamente una situación de asalariado.

También ocurrieron cambios en cuanto a la estructura de la dirección partidaria y a la orientación política global del comunismo durante esa segunda mitad de los años veinte. El PC fue homogeneizándose en torno a un nuevo núcleo dirigente. Hubo dos movimientos: primero, cuando en el VII Congreso partidario de 1925 se expulsó al grupo izquierdista que luego sería conocido con el nombre de “chispista”; luego, cuando a fines de 1927 se retiró un sector aún más numeroso, que rodeaba a Penelón. El partido pasó a ser conducido claramente por el tándem Codovilla-Ghioldi, que se presentó como polea de transmisión de las directivas cominternistas. Allí comenzó el proceso de estalinización del partido, que lo transformó en una de las primeras secciones latinoamericanas de la IC en alinearse con las posiciones del dictador soviético.5

Asimismo, a partir de 1928 el PC pasó de la estrategia del “frente único” a la de “clase contra clase”, según lo dispuesto en el VI Congreso de la IC. A partir de una visión catastrofista del capitalismo mundial, se auguraba su inminente caída final (poco después, la crisis y el inicio de la Gran Depresión parecían “confirmar” esos pronósticos). Desde este diagnóstico, el partido quedó orientado por una estrategia profundamente sectaria: se repudiaba todo compromiso con la socialdemocracia (la única posibilidad de frente único era “por abajo”; es decir, con los obreros socialistas que dieran la espalda a sus jefes), se planteaba la necesidad de escindir los sindicatos para crear organismos gremiales revolucionarios, se tendía a anular las diferencias entre dictaduras y democracias burguesas, y sólo se reconocía la existencia de dos campos políticos excluyentes: fascismo versus comunismo. Esto derivó en una línea confrontacionista y de notable combatividad en las organizaciones gremiales dirigidas o influenciadas por los militantes del PC, las cuales se agruparon en el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC), en oposición a la flamante CGT. El CUSC y sus distintos componentes protagonizaron violentas huelgas durante el segundo gobierno de Yrigoyen, la dictadura de José F. Uriburu y la presidencia de Agustín P. Justo.

El costo de esa resistencia no fue menor: durante los años treinta, el PC sufrió una sistemática persecución estatal por parte de la Sección Especial de Represión del Comunismo. Cientos de sus adeptos fueron encarcelados; entre ellos, buena parte de los miembros del Comité Central, muchas veces en lejanas prisiones del país. El partido fue declarado ilegal y hubo un proyecto en el Senado de la Nación para convertir esa persecución en ley. Asimismo, merced a la aplicación de la Ley de Residencia (Nº 4.144), varios de sus activistas extranjeros fueron deportados a sus países de origen, en los cuales había regímenes autoritarios. No pocos comunistas, sobre todo los que aparecían al frente de los conflictos, sufrieron sistemáticas torturas. De este modo, proletarización, “bolchevización”, homogeneización interna, nuevo elenco estable de dirigentes, giro a posiciones combativas y sectarias de izquierda y represión son los ejes que permiten reconstruir esta etapa del PC argentino.

La reorganización definitiva del partido en torno a las células obreras se produjo en ese marco. Analicemos en detalle este proceso. A medida que avanzaba la década del veinte, el PC impulsó una mutación en su armazón interna y una precisión mayor de las características que debía asumir su militancia. Todo se colocaba en sintonía con el objetivo de “bolchevizar” al partido; es decir, ponerlo bajo los cánones políticos y organizativos de la Comintern. La primera transformación que interesa analizar es la imposición de la estructura celular, consistente en el reagrupamiento de los afiliados activos en un organismo de base, denominado célula, que podía reunir un mínimo de tres individuos y un máximo de veinte.

Las células se articulaban con la aspiración más básica del PC: su penetración orgánica en las estructuras laborales; es decir, el reclutamiento de obreros, para convertirlos en militantes, en los mismos sitios de trabajo. La constitución de las células fue lograda progresivamente, mientras se iba abandonando la organización, que el PC había heredado de la tradición socialista, de reunir a sus seguidores exclusivamente en secciones, agrupaciones o centros barriales. Hasta 1925 se mantuvo aquella forma de organización, tal como se advierte en el informe que el dirigente obrero cordobés Miguel Contreras presentó como delegado al V Congreso de la IC hacia junio de 1924: “La unidad política de nuestro partido es el ‘Centro Comunista’, que se constituye hasta hoy en base de la división política-electoral del país […]. En cuanto a las ‘células de usina’, no existen…”.6 Un informe de Codovilla, semanas después, señala: “se está procediendo a la reorganización del Partido, sobre la base de células de fábrica, usinas, etc.”.7 Este proceso pudo efectivizarse a partir del año siguiente.

Lo cierto es que el proceso de transformación de centros o secciones a células fue llevado a cabo en toda la IC. El propio Duverger reflexiona:

Las secciones eran un invento socialista; las células son un invento comunista. Más precisamente, son el invento del Partido Comunista Ruso, cuya III Internacional impuso su adopción a todos los partidos comunistas del mundo, en su resolución del 21 de enero de 1924: ‘El centro de gravedad del trabajo político de organización debe ser transferido a la célula’ [...]. La selección de la célula como base de organización entraña una evolución profunda en la noción misma de partido político. En lugar de un órgano destinado a la conquista de sufragios, a relacionar a los elegidos y a mantener el contacto entre éstos y los electores, se convierte en instrumento de agitación, de propaganda, de organización, y eventualmente de acción clandestina, para quien las elecciones y los debates parlamentarios no son más que un medio de acción entre otros, e incluso un medio secundario. (Duverger, 2002, 60-61 y 65-66).

El PC argentino consideraba, tal como ocurrió en los diversos partidos comunistas del mundo, que esta nueva estructura permitiría una colaboración más estrecha entre la masa de afiliados y la dirección, aumentaría el compromiso de los militantes y se incrementarían la capacitación y el nivel político cultural de estos últimos, al organizar jornadas colectivas de lectura, estudio y reflexión, más fáciles de programar dado el pequeño número de integrantes. Finalmente, las células hacían posible una mayor eficiencia en el control, la represión y la digitación de las actividades de la militancia. Esta mayor regimentación organizativa corrió paralela a un proceso de homogeneización e intolerancia con las disidencias: a fines de aquel mismo año se produjo la expulsión de los chispistas.8

El primero en aplicar la organización celular en forma masiva desde mayo de 1925 fue el Comité Local, que luego adoptó el nombre de Comité Regional, de la Capital Federal, el más importante del PC. Aquella comenzó a regir más claramente a partir de las directivas adoptadas en ese sentido en el Comité Ejecutivo ampliado de junio de ese mismo año y fue sancionada definitivamente en el VII Congreso del partido, en diciembre, cuando se aprobó la “Carta orgánica de las células de fábrica”.9 Hecho el balance de los primeros meses de aplicación de la nueva forma de agrupación de los militantes, desde comienzos de 1926 se produjo una completa reorganización del funcionamiento celular. Se rehízo el fichero de afiliados (con los datos de ocupación y vivienda) y se dividieron los nuevos radios que ocuparía cada célula; luego, se reconstituyeron todas las células y los comités de barrio. ¿Cómo explicaba públicamente el PC la existencia y la función de estos organismos?:

En la célula comunista militan los trabajadores más conscientes y capaces, y por encima de su propia persona, ponen al servicio de todos los explotados, sus energías revolucionarias tendientes a conseguir un mundo más igual y más humano. La célula se preocupa de todos los acontecimientos de la fábrica, taller o empresa donde trabaja, sin perjuicio de encarar también asuntos nacionales e internacionales que puedan interesar a la clase trabajadora.10

En síntesis, la célula comunista fue entendida desde mediados de los años veinte como la unidad fundamental y reproductora del PC, la base de su funcionamiento y el puente entre el partido y la clase obrera, del mismo modo que, por ejemplo, el comité lo fue para la Unión Cívica Radical en relación con los sectores medios y el centro o casa del pueblo lo fue para el socialismo en sus vínculos con los trabajadores y la ciudadanía popular.11 En este sentido, puede entenderse la célula comunista como un peculiar “repertorio de organización”. Usamos este término en un sentido laxo y original, a partir de una inspiración en los debates de los estudios sobre la acción colectiva de tradición norteamericana que reflexionaron acerca de las variables fundamentales para entender la formación y el desarrollo de los movimientos sociales. En especial, teniendo en cuenta los aportes del sociólogo, cientista político e historiador norteamericano Charles Tilly cuando explora los repertorios de la acción colectiva (estrategias, tácticas y utensilios de la lucha) y cuando destaca la imprescindible función coordinadora y dirigente de una organización en todo movimiento social (Tilly, 1995 y 2006).

La dinámica del nuevo repertorio organizacional: avances, dificultades y resistencias

La creación de las llamadas “células obreras de empresa o taller”, es decir, conformadas por los que trabajaban en la misma planta, fue el objetivo principal trazado por el PC. Si en una empresa no existía una concentración de adeptos que lo permitiera, éstos se agrupaban mezclados en las “células mixtas”. Existían, además, las “células de calle”, conformadas por vecinos, a las que se les asignaba un radio de acción en función de las fábricas donde debían efectuar la agitación. Veamos las disposiciones:

a) Los miembros del partido que no trabajan en usinas (domésticos, artesanos, campesinos pobres, etc.), pueden ser reunidos en células de calle según su domicilio. b) Las células de calle discuten y deciden todas las cuestiones del partido, ejecutan todos los trabajos del partido en el barrio, realizan la agitación en las casas, distribuyen publicaciones, etc. Sin embargo, las células de calle, allí donde se crean, no deben obstaculizar a las células de fábrica, y no les son comparables en importancia. Sólo la célula de empresa es la base de organización del partido. c) Si el número de los comunistas en una fábrica no es suficiente para formar una célula (1 a 2 camaradas), ellos pueden, siempre como miembros del partido que no trabajan en una fábrica pero que viven en los alrededores de una fábrica que tiene célula, ser agregados a esta última [...]. Los comunistas que trabajan en una fábrica, deben siempre conservar una mayoría preponderante segura. Además, la célula debe esforzarse por reclutar nuevos miembros de la fábrica, de manera que la proporción de los agregados se reduzca lo más posible.12

Las células que se dedicaban a apoyar a otra de una empresa posteriormente fueron denominadas con un término que sugiere bien la idea de asedio y de conquista que sobrevolaba: eran las “de bloqueo”, constituidas por vecinos del barrio en el que se hallaba ubicado el establecimiento. Desde estas últimas células se intentaba fraternizar con los obreros, a quienes se los abordaba a la salida del trabajo y se los visitaba en sus domicilios. Cada célula tenía la obligación de tener un registro creciente y actualizado, con domicilios, de los simpatizantes del partido y de los lectores de los distintos materiales de la literatura comunista (periódicos, revistas, folletos, libros). A partir de la adopción de la política obrerista y revolucionarista de “clase contra clase”, algunas células de bloqueo acabaron derivando, especialmente en el ámbito juvenil, en las denominadas “brigadas de choque”, estructuradas sobre la base de un objetivo casi militar:

En las brigadas de choque debe reunirse un grupo de camaradas que ofrezcan en su conjunto las garantías que emplearán todos los medios necesarios para arribar a la creación de la célula en una empresa determinada […]. Se trata verdaderamente de un grupo “de choque” que se lanza a la empresa con un fin concreto que debe ser logrado a toda costa.13

Se observa cierta disociación entre los deseos y la realidad, respecto a la presencia de los organismos de base comunista en relación con la escala y la complejidad productiva de las empresas. El partido sostenía que las células podían prosperar con más eficacia en los establecimientos grandes y medianos, donde se hacía factible el anonimato y la acción clandestina de los militantes. Pero lo cierto es que existían muchos comunistas ocupados en las pequeñas producciones mercantiles y capitalistas, que trabajaban en minúsculos negocios y talleres de menos de 10 empleados (obviamente, allí nunca pudieron formarse células). De allí que fue el propio partido el que planteara, cada vez más insistentemente, que sus integrantes no se quedaran en estos reducidos sitios de trabajo. Imperaba la “línea de concentración”, es decir, la orientación a privilegiar la captación de obreros de las grandes fábricas y en las ramas industriales fundamentales.

Esta estrategia se hizo explícita luego de la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de junio de 1929:

Los comunistas deben trabajar en usinas; para hacer factible tal necesidad, debe producirse un proceso de emigración de comunistas de pequeños talleres a grandes establecimientos. El compañero que trabaja en la Chade, en Vasena o en la General Motors, tiene para el partido más valor que el otro que se ocupa en un taller donde las posibilidades de acción comunista son limitadas. El camarada que deja su profesión para ingresar a un frigorífico como peón, demuestra tener mayor espíritu revolucionario, mayor comprensión del trabajo de masas que el que permanece siempre en su pequeño taller, a resguardo de la reacción patronal y donde adquiere, fácilmente, una mentalidad que no es justamente la del proletariado industrial, que es la que conviene al partido. Trabajar en los grandes talleres, bloquear a las grandes fábricas, sobre todo de las industrias fundamentales, crear y extender la misión de los comités de fábrica. He ahí resumida las grandes tareas del partido en los momentos actuales.14

Sin embargo, los éxitos de esta táctica fueron más bien acotados en los primeros tiempos. La organización e inserción de las células comunistas en los medios obreros de la Capital fue encarada de manera metódica. Así se detallaba, en un informe interno, cómo se abordaba esta labor:

La mayoría de las células han hecho el censo industrial de su radio, es decir, especificar claramente las casas, negocios, industrias, talleres, etc., que tienen instalados sus lugares de trabajo en cada radio; saber la cantidad de obreros, obreras y menores que desempeñan sus funciones en cada una, y conocer la situación económica de los mismos. Averiguar el estado en que se encuentra el taller o la fábrica; si hay defectos en el trabajo, falta de condiciones de higiene, horario, salarios y muchos otros datos inherentes a la actividad de los obreros. Hecho esto se tomaba a la fábrica que estuviera en peores condiciones, buscando con preferencia donde trabajaran afiliados o simpatizantes que pudieran proporcionar los datos necesarios, y comenzar en forma la agitación dentro del establecimiento.15

La actividad de las células estaba recorrida por una serie de “formas rituales”. En este sentido, nos inspiramos en ciertas observaciones de Eric Hobsbawm, quien se refiere a los clásicos procedimientos y prácticas organizativas de las tendencias obreras, que, más allá del carácter utilitario que poseían, actuaban como formulismos que proporcionaban cierta satisfacción ritual (Hobsbawm, 1987, 93-116). La actividad de cada célula en la Capital era orientada y controlada por el Comité Local, que procuraba capacitar a los obreros para comportarse eficazmente en el organismo y acrecentar sus tareas y responsabilidades. Las cuestiones que las células debían abordar en su vinculación con los trabajadores estaban predeterminadas: “Abusos patronales, compadradas del capataz, poco salario, desocupación. Son temas que las células comunistas deben utilizar para correspondencias y conferencias a la salida del taller”.16

En las células, debían elegirse cinco secretarios: el general (y de organización), el de asuntos sindicales, el de agitación y propaganda, el de deportes y cooperativas, y el de cuestiones femeninas, idiomáticas y juveniles. Los cinco cargos se repetían para cada Comité de Barrio y, a su vez, para el Comité Local.17 Semanal o quincenalmente, se editaban circulares desde este organismo, en las que se señalaban aciertos y errores, se daban recomendaciones y se informaban nuevas directivas para las células. Estaban obligadas a remitir a dicho Comité una copia de las actas levantadas en cada reunión, destinadas a ser controladas por la Secretaría de Organización. Se castigaba al afiliado que continuaba en la célula anterior a su cambio de trabajo. Incluso, en la propia carta orgánica sancionada en el VII Congreso del partido se prohibía que cambiaran de ocupación, oficio o domicilio sin previa comunicación al Comité Local. La imposición de estas formas rituales de procedimiento y de discurso acabó por cercenar seriamente la autonomía de estos organismos. Este proceso fue también analizado en el caso del PC francés:

La cellule du Parti ne devait avoir aucune autonomie, elle ne pouvait être qu’un morceau interchangeable du grand Tout [...]. Si la cellule cesse de traiter le discours stéréotypé venu du centre ou du sommet, si elle prétend élaborer son propre message, l’immense organisme est menacé de désagrégation. (George, 1992, 109-110).18

La constitución y funcionamiento de las células, sin embargo, estuvo lejos de establecerse rápidamente y fue más bien el desenlace de un proceso convulsivo, pleno de contradicciones y retrocesos. En los comienzos, parecía que la mayor parte de los adherentes al PC no alcanzaba a comprender o a aceptar la nueva forma de organización. Dicho fenómeno se expresó en todos los PC del mundo, como también podía observarse en el PC francés: “Las resistencias opuestas a la reorganización del Partido Comunista en 1924-25 parecen probar que los miembros del partido preferían el viejo marco de las secciones al nuevo sistema” (Duverger, 2002, 61-62). Hacia agosto de 1926 reconocía un informe del Comité Local:

Apenas el 20% de las células constituidas en mayo del año pasado, funcionaban, y por cierto, mal. Una cantidad apreciable de afiliados nuevos, desde el mes de diciembre a abril, no habían podido ser incorporados a sus respectivas células; existía además un buen porcentaje de compañeros que habían cambiado de lugar de trabajo y continuaban sin embargo en la célula anterior, si existía, o a la espera del cambio correspondiente.19

Una aspiración firme de los comunistas, junto a la reestructuración celular, era el reclutamiento permanente y selectivo de obreros. Desde septiembre de 1926, en todas las actas de reuniones del Comité Regional de la Capital Federal se incluía el acápite “Movimiento de afiliados”, en el que se informaba la aceptación o no de las fichas de nuevos adeptos y se indicaban los nombres completos de cada individuo y el lugar donde se produciría ese ingreso. El promedio de incorporaciones al PC capitalino durante 1925-1930 era de unas treinta por mes. Algunos de los que solicitaban la afiliación eran inmigrantes que presentaban sus carnets de pertenencia a los partidos comunistas de sus respectivos países: Italia, Rusia, Checoslovaquia, Polonia, Bulgaria, Hungría y Lituania eran los más comunes. A pesar de que la organización la consideraba una medida de excepción, una revisión de las actas de reunión de aquel Comité muestra que eran frecuentes las reubicaciones de integrantes de una regional, comité barrial o células. También era común la aceptación de pedidos de pase a los PC de otros países (Rusia, Italia, Francia, entre otros) por parte de los que retornaban a su nación de origen; todos debían cumplir con el requisito de tener dos años de antigüedad en el partido y eran enviados con un informe de este último acerca de su desempeño en la Argentina.

A partir de 1927, la estructura celular recibió un nuevo impulso. Hacia abril, un documento del CC del PC elevado a la Comintern aseguraba que la organización en células estaba completamente instaurada en la Capital Federal, parcialmente en la provincia de Buenos Aires, algo menos en las ciudades de Rosario, Córdoba y Tucumán, y en sus inicios en el resto del país. Lo que aparecía más retrasado era la creación de los órganos colectivos de dirección, los llamados “bureaux”, de las células. Se había avanzado, con las mismas desigualdades geográficas señaladas, en la reconstitución de los comités de barrio, los comités locales y los comités regionales.20 Para octubre de 1927, otro informe indica que, en el PC de la Capital Federal y en ciertos partidos del GBA, había noventa y cinco células, que agrupaban a casi ochocientos militantes.21 Cada célula poseía su correspondiente número, para identificarse dentro de la vida partidaria. En ese momento, existían 38 células de calle, en las que se agrupaban 286 miembros, y 33 células mixtas, con otros 357 integrantes. Las células de empresa eran 24, con 153 adherentes, que se organizaron con igual efectividad en talleres y plantas de diversos tamaños, nivel de concentración laboral y ramas de actividad. Dado que se conformaban en empresas de distinta cantidad de operarios, la dimensión de cada una variaba: en un extremo, había varias con sólo 3 militantes (el mínimo requerido para formarlas); en el otro, una reunía 20 militantes (en una empresa ferroviaria).

Asimismo, en sintonía con la línea movilizadora y radicalizada de “clase contra clase”, el PC comenzó a promover la creación de otros dos organismos de base en los que las células se comportarían como su embrión: en primer lugar, el “Comité de Fábrica”; luego, el “Comité de Lucha”. En realidad, ya estaban planteados como estratégicos por la IC desde su II Congreso (1920), para el objetivo de introducir el control obrero, pero fueron promovidos en la Argentina recién a partir de 1928.22 Aquí, ambos surgieron en empresas grandes y en algunas medianas; estaban constituidos por trabajadores comunistas e independientes o de facciones afines al PC. En ciertos casos, los comités de fábrica, impulsados por las células, sirvieron como plataforma para la conformación o consolidación de sindicatos. Así parece haber ocurrido en los frigoríficos de Berisso: de las células en el Swift y el Armour se constituyeron los comités de fábrica respectivos y, de allí, se pasó al Sindicato de la Industria de la Carne de Berisso. En la industria de la madera, especialmente a partir de la huelga de octubre de 1929, los comunistas también definieron estos organismos como “indispensables para ligar a los obreros entre sí y la base para las acciones futuras” y los usaron como ariete para romper con el sindicato existente y constituir el Comité Pro Unidad Clasista de los Obreros de la Madera, primero, el Sindicato Unitario de Obreros de la Madera, luego.23

A partir del vínculo directo con las situaciones de conflictividad surgió el “Comité de Lucha”. Hacia comienzos de 1931, el partido definía este organismo como un conjunto de delegados elegidos por los trabajadores de una fábrica,

[…] que coordina, unifica y dirige la acción de los obreros en la lucha por sus reivindicaciones. Para desempeñar su papel, el Comité debe constituirse sobre la base de las reivindicaciones discutidas por la masa capaces de movilizar a la mayoría de los obreros de la empresa, y estar compuesto por obreros que gocen de la confianza de sus camaradas.24

Un año después, se volvían a definir sus funciones:

[...] debe organizarse para pelear por la reivindicación más sentida de esa fábrica. En una será el salario, en otra la jornada, en otra el trato a los jóvenes y mujeres obreras, etc. Cada motivo de esos debe dar lugar a un comité, que abrace a todos los obreros de la fábrica, que prepara y conduce la huelga contra la prepotencia capitalista.25

El proceso de la conformación de los comités de fábrica y de lucha, y de las propias células obreras del PC, comenzó a ser favorecido también por una táctica interna del partido: los planes de “emulación revolucionaria”, a través de los cuales las diferentes secciones del partido se “desafiaban” a superar una serie de objetivos. Por ejemplo, en marzo de 1932 el Comité Regional de la Capital Federal de la Federación Juvenil Comunista (FJC) se comprometió a cumplir un plan de emulación durante los siguientes tres meses y desafió al Comité Regional Bonaerense a cumplir uno igual:

Reclutamiento de doscientos cuarenta nuevos afiliados. Creación de ocho células de empresa. Crear las secciones juveniles revolucionarias de los sindicatos Metalúrgico, Textil y del Calzado, con cincuenta jóvenes cada una. Formar dos Comités de Desocupados, uno de cien y otro de cincuenta. Consolidar cinco clubs de masas, con 150 socios cada uno y formación de la F. Deportiva Obrera con 1.200 afiliados. Reclutar cinco afiliados conscriptos y creación de una célula. Conseguir afiliar a 30 jóvenes socialistas y disgregar tres centros. Conseguir para Juventud Obrera quinientos suscriptores y doce corresponsales. Creación de la Federación de Pioners, con 100 afiliados. Formación de siete cursos de capacitación, uno para instructores y seis de radios. Formación de 30 compañeros para los cuadros de dirección. Conseguir afiliar 80 estudiantes a Insurrexit y 10 a la F. Juvenil Comunista. Asegurar la aparición de 12 periódicos de fábrica. Creación de ocho brigadas de choque. Aparición de seis boletines internos sobre la marcha del plan. Creación de la sección juvenil en el Frente Único de Obreros Marítimos y Portuarios, con 30 jóvenes. Finalizar la campaña de Emulación Revolucionaria con una gran fiesta en un lugar público, con entrega de premios a los Radios que se hayan destacado por su trabajo.26

Los planes de “emulación revolucionaria” finalmente quedaban lejos de obtener sus tan ambiciosas metas. Por ejemplo, para junio de 1932 los que la FJC había lanzado en todo el país tenían un cumplimiento parcial: los distintos Comités Regionales habían reclutado unos setecientos jóvenes pero habían fracasado en otros varios puntos, en especial en la “línea de concentración”. Esto se había convertido en una obsesión para el PC: “A pesar de que el 95 por ciento de nuevos afiliados son obreros, hay un porcentaje muy pequeño de obreros en grandes fábricas, y mucho menos aún de las industrias fundamentales”, como los frigoríficos.27

Veamos otro caso. Desde 1931, en Córdoba, el objetivo era insertarse en la Fábrica Militar de Aviones, que estaba ubicada a unos quince kilómetros del centro de la ciudad, desde donde diariamente se trasladaba a los obreros en autobuses especiales. La tarea fue encargada a una brigada de choque. Uno de sus integrantes recordaba el modo en que, después de seis meses de actuación, se logró constituir un grupo comunista en la planta:

Imposibilitados de operar cerca del establecimiento, por razones de seguridad, nosotros localizábamos los lugares en la ciudad en que se guardaban los buses. A medianoche nos introducíamos en los garajes y les colocábamos los volantes o periódicos […]. La reacción no se hizo esperar: los choferes fueron sancionados y se les obligó a tener vigilancia especial. Frente al cierre de esta vía de comunicación nos ingeniamos creando otras. Los buses debían subir, al regreso y a veces bien temprano en la mañana a la ida, por la Alta Córdoba. El camino empinado les obligaba a disminuir la velocidad y nosotros aprovechábamos para subirnos y arrojarles los volantes a los trabajadores, dándoles en varias oportunidades una corta arenga. Eso también se interrumpió cuando el ejército dispuso que los vehículos fueran custodiados por soldados armados. (Levenson, 2000, 65-66).

Este testimonio vuelve a referir, asimismo, al tipo de subjetividad existente en la militancia comunista, adaptada a los requerimientos de la estrategia de “proletarización” y “bolchevización” imperante en esos años.

Una subjetividad militante de izquierda, entre el compromiso y la regimentación

La concepción implícita que se hallaba en la constitución de las células y organismos obreros de base comunistas era la de una infiltración en terreno enemigo, en este caso el de la patronal. La tarea era asumida con un contenido heroico. Lo mismo ha sido señalado para varias secciones de la IC: “La création en France de cellules d’usine se transforma en un combat plein d’héroïsme”, afirma Annie Kriegel (1968: 215). Existen múltiples referencias al selectivo y sistemático despido de los activistas sindicales comunistas. Para el PC, eso era un hecho habitual. Ya un informe interno de 1926 predicaba:

Uno de los defectos más o menos general de nuestro afiliados, es el de no comprender el trabajo ilegal. Hemos sufrido ya algunas expulsiones de compañeros de las fábricas donde trabajaban, por haberse hecho descubrir en su trabajo. Es imprescindiblemente necesario que los compañeros comprendan cómo debe desarrollarse la actividad. Para demostrarlo, basta citar un hecho sugerente: el patrón de un importante establecimiento [Droguería Americana S.A.] donde actuaba una célula comunista con bastante eficacia y que editaba su periódico mes a mes, se vio precisado a colocar durante tres meses un pesquisa pagado por la misma empresa, para poder catalogar a los compañeros comunistas, sin haberlo podido conseguir hasta la fecha.28

Para garantizar el funcionamiento furtivo de las células y preservar la seguridad de sus miembros se adoptaban distintas medidas, como la de prohibir que aquellas se reunieran en los locales públicos del PC: los encuentros debían realizarse en las casas de los afiliados, en la fábrica (si existían las condiciones para ello) o en el lugar que se creyera más conveniente, pues se quería evitar una exposición de los militantes al conocimiento público y a eventuales acciones represivas.29 Desde un marco de reflexión general, Duverger señalaba que la célula comunista era un organismo adecuado para la acción sociopolítica ilegal:

Puesto que los miembros se encuentran todos los días en el lugar de trabajo, es fácil establecer contacto con ellos en todo momento y casi nunca es necesario reunirlos en grupo. Pueden hacerse circular fácilmente consignas, organizarse pequeños conciliábulos a la entrada y a la salida de las empresas: basta con multiplicar las células, dando a cada una muy pequeñas dimensiones. Esta adaptación de la célula a la acción clandestina es completamente natural, ya que la célula ha sido creada precisamente para la acción clandestina. (Duverger, 2002, 60).

Incluso, la prensa anticomunista solía alertar acerca de la acción oculta de las células del PC y se consolaba, al menos, con la idea de que los obreros no las apoyaban: “Se sabe que, a pesar de la intensa organización de esas fuerzas, de la multiplicación de sus ‘células’, del sigilo con que actúan y desafían a veces la vigilancia, la clase trabajadora no se deja seducir fácilmente por las escondidas cuadrillas de agitadores”.30

Con el triunfo del golpe de Estado de septiembre de 1930 todo empeoró para el PC. Debió enfrentar duras condiciones de persecución, expresadas en centenares de cuadros detenidos, torturados o deportados, la creación de la Sección Especial de Represión del Comunismo por parte de la Policía Federal y el proyecto de ley de represión al comunismo elaborado hacia 1935-1936 por el senador conservador Marcelo Sánchez Sorondo. Por ello, se exacerbó la tendencia a volver clandestina la acción del PC. El partido procuró convertirse en un aparato vallado y sus organismos de base fueron blindados frente a toda amenaza externa. Después de sufrir cuatro años de represión bajo los gobiernos de Uriburu y Justo, hacia agosto de 1934 se pontificaba en la revista editada por el CC partidario:

El Partido Comunista argentino, en la Capital y en la mayoría de las provincias, está en la más completa ilegalidad. Sin embargo [...] la mayoría de los afiliados del partido no llevan a la práctica con toda la severidad necesaria las normas más elementales del trabajo conspirativo. [...] el Partido Comunista debe saber utilizar todas las posibilidades legales pero sin descuidar en lo más mínimo, bajo ningún punto de vista, el fortalecimiento y perfeccionamiento del trabajo ilegal [...]. La actual situación política [...] debe hallar al PC fuertemente organizado, sobre una base tal que los zarpazos de la reacción, que las torturas, persecuciones, estado de sitio o ley marcial, no sean nunca obstáculos serios al cumplimiento de la misión revolucionaria del partido.

Y a continuación, se proponía adoptar las reglas del PC alemán, reestructurado, en marzo de 1934, tras los golpes del régimen hitleriano y puesto en funcionamiento, decían los comunistas argentinos, con cien mil militantes clandestinos:

Ningún camarada debe conocer más de lo que es necesario para su trabajo. Hay que terminar con las ‘charlas’. No hablar nunca de otros camaradas, ni siquiera sobre asuntos personales. Cada compañero debe realizar un solo trabajo. Si un compañero, por razones de su trabajo anterior, sabe más de lo que corresponde, hay que llevarlo inmediatamente a otra rama [...]. Ningún camarada debe conocer el nombre verdadero y la dirección de los demás compañeros [...]. Las reuniones deben ser organizadas de tal modo que nuestros enemigos no se enteren.31

Lo cierto es que, desde la “bolchevización” impuesta a mediados de los años veinte, el PC ya se había convertido en una maquinaria que pautaba el funcionamiento de cada uno de sus engranajes y ejercía un control absoluto de todos sus integrantes. En este sentido, operaba la idea de castigo, como forma de alcanzar un proceso ejemplificador que educara a la militancia. Un ejemplo, entre muchos otros posibles:

Queremos saber de inmediato, si en esa célula hay algún compañero que haya trabajado el 1º de mayo, día de los trabajadores. En ese caso, debe comunicarse de inmediato también al CL exponiendo las causas porque ese afiliado no ha hecho abandono de sus tareas, y si es que ha solicitado autorización, el tesorero de la célula procederá a cobrarle el día de jornal íntegro, de cuyo importe hará entrega al Comité Local.32

Otro de los sacrificios era el sostenimiento financiero del partido a través del pago de contribuciones. La célula estaba obligada a exigirles a sus miembros que tuvieran el carnet con las cuotas al día. La variación en el monto de las cotizaciones que debía entregar el militante estaba en función de su situación económica; incluía una escala de valoraciones, en la que se penalizaba al no obrero o no sindicalizado, quienes debían abonar montos más elevados. Los documentos internos aluden a atrasos crónicos en el pago de las cotizaciones (la mitad de los militantes para diciembre de 1926) y registran las amenazas de expulsión a los morosos. Por otra parte, a estos aportes ordinarios se sumaban los extraordinarios. El PC solía reconocer con preocupación:

Además de la cuota elevada por sí, existen mil medios para hacer contribuir a los afiliados: listas de suscripción, fiestas, colectas, rifas, etc. Por otra parte, se hace contribuir para el diario, para las fracciones, para la juventud, para campañas especiales, para el Procor, Escuelas Obreras, Socorro Rojo, etc. Este saqueo en regla tiene la virtud de alejar de la actividad a algunos excelentes camaradas que no pueden soportar tal elevada contribución. Cuando algunos simpatizantes activos que desean ingresar al partido se enteran de lo elevado de las cuotas, no ingresan.33

¿Todos los afiliados podían cumplir con estos ritmos y exigencias de actividad o asimilar estos procedimientos rituales? Claramente, no. Por eso, la fluctuación de los inscriptos era muy alta y las pérdidas se compensaban con un reclutamiento igualmente permanente. Hay varias referencias a este ingreso y egreso perpetuo de adeptos. Cabría explorar si fue un fenómeno característico del comunismo o una situación que se manifestaba, en el país, en todas las tendencias ideológicas de izquierda o “programáticas”. Uno de los líderes del PS argentino sostenía: “Son más, numéricamente, los ciudadanos que pasaron por las filas del Partido y las abandonaron, que los que quedaron en ellas” (Dickmann, 1949, 241). Por otra parte, este reciclado de afiliados, con altas y bajas constantes, parece haber sido propio de todas las secciones de la IC. Como sostenía Eric Hobsbawm, en todo el mundo el comunismo pagó “un precio por su cohesión: la renovación constante de sus miembros, que alcanzó un volumen importante y a veces gigantesco. El dicho de que el mayor de los partidos existentes es el de los ex comunistas tiene un fundamento real” (Hobsbawm, 2000, 15).

El compromiso que asumía el afiliado, especialmente durante el período de “clase contra clase”, era tan fuerte e implicaba una ascesis tan densa, que era normal la existencia de un turn over; es decir, un recambio del staff militante. Lo mismo ha sido señalado respecto a varios partidos comunistas. Para el caso francés:

Todos los años, sobre todo en cada ‘crisis’, se producen dimisiones y adhesiones. La permanencia de los efectivos (cuando existe) no debe hacer olvidar que, excepto los permanentes, un núcleo duro de militantes, los comunistas del momento presente no coinciden con los de la víspera ni con los del día siguiente. (Vincent, 1989, 58).

Igual fenómeno ha sido analizado para los partidos español y mexicano (Cruz, 1987, 56-78; Carr, 1996, 29-59).34 En no pocas ocasiones, las propias emigraciones no eran voluntarias, pues el propio partido las fomentaba. La condición n.° 13 que debían cumplir todas las secciones de la IC establecía que “los partidos comunistas de los países donde los comunistas militan legalmente deben proceder a depuraciones periódicas de sus organizaciones con el objeto de separar a los elementos interesados o pequeñoburgueses”.35 A tono con ello, el PC realizaba una selección rigurosa, tamizaba el padrón de adherentes en forma permanente y no dudaba en excluir a los que incumplían los requisitos. Se separaba a los elementos pasivos o reacios a acatar la disciplina celular y partidaria. El capítulo de la “Disciplina” era frecuente en las reuniones de la dirección partidaria. Allí se documenta la expulsión o suspensión temporal de empadronados, por diversas causas: inactividad, inconsecuencia, irresponsabilidad, falta de conciencia, inconducta dentro de las organizaciones sindicales, morosidad en el pago de cuotas, ausentarse del país o de la región sin autorización, casarse por Iglesia, bautizar a los hijos.

Por ejemplo, sólo entre abril y julio de 1926, en la Capital el PC informó de la expulsión “higiénica y reparadora” de unos cien inscriptos:

Esta depuración de afiliados, que deberá continuar, ha tenido un saludable efecto en el partido. Elementos indeseables por su indisciplina, inactivos, etc., no deben permanecer en el mismo pues constituirían una rémora y una pesada carga que es completamente innecesaria.36

Desde 1929 aumentó la purga. El Comité Ejecutivo prohibió la condescendencia con los que se mostraran dubitativos a la hora del combate político. Los definía como “un factor perturbador” y aseguraba que “la pasividad es el enemigo principal del partido”, por lo cual era “indispensable establecer sanciones para los casos reveladores de ese espíritu”.37 Por ello, en los años siguientes, fueron separados otros cientos de afiliados, incluidos muchos dirigentes.

De este modo, ser miembro del PC en este contexto de adversidad, abnegación e intolerancia era una opción de vida que requería esfuerzo y dedicación casi completa. Es útil recordar la autobiografía del propio Hobsbawm, quien, desde el campo intelectual, adoptó la identidad comunista a comienzos de los años treinta y refería acera de la vida dentro del PC inglés: “Nuestra vida era el Partido. Le dábamos todo lo que teníamos. A cambio, obteníamos de él la seguridad de nuestra victoria y la experiencia de la fraternidad [...]. Sus exigencias tenían prioridad absoluta” (Hobsbawm, 2003, 131). Los límites entre el adentro y el afuera del partido resultaban rígidos e inconmovibles, como no ocurría en ninguna de las otras corrientes del movimiento obrero o del conjunto de las fuerzas políticas. En aquella época, en todo el mundo los partidos comunistas tendieron a conformarse como una “institución total”, en la que se sacralizaba el acto de adhesión e iniciación, se rendía culto a la posesión del carnet partidario, se sancionaba un tipo de comportamiento en todos los dominios de la vida social e individual y se inculcaba un espíritu de fraternidad de los camaradas (Pennetier y Pudal, 2000, 199-216). Claro está, abandonar ese ámbito constituía también un acto heroico, pues, como recordaba alguien que militó en él durante una década y media:

Irse del PC entre los años ’20 y ’60 era convertirse en una especie de muerto civil. Porque a su vez esos años de militancia conformaban una mentalidad, una forma de ser, de pensar, de relacionarse con el mundo, que se volvía muy difícil de mantener una vez fuera de la organización. (Aricó, 1988, 43).

Disposiciones y contextos para el despliegue de una cultura política obrerista

Por último, puede intentarse un ensayo global que resuma los rasgos y las razones de la emergencia y consolidación del comunismo como cultura política obrerista. Para ello, resulta útil establecer las cualidades fundamentales y los contextos de las técnicas de implantación y las formas de trabajo; en suma, las modalidades de intervención del PC en el movimiento obrero industrial, esas que le otorgaron una serie de ventajas decisivas a su accionar.

En todo su período formativo como corriente (primero, como fracción de izquierda del PS, luego, como partido socialista disidente y revolucionario, y, por último, como PC durante su primer lustro), el comunismo ocupó en el mundo de los trabajadores un espacio marginal. Se trataba de un partido que había logrado establecer ciertos vínculos con los obreros, sus luchas y sus organizaciones, pero de un modo asistemático y poco profundo, sin presencia orgánica en los sitios de trabajo, con escasa incidencia en las estructuras sindicales y sin experiencia alguna en la dirección de los conflictos y organismos nacionales del movimiento obrero. A partir de mediados de los años veinte la inserción obrera de los comunistas conoció un salto cualitativo. Ocurrió con la orientación de la “proletarización” y la “bolchevización”, que significó la transformación de la estructura del partido en clave jerárquica, centralizada, monolítica y mayormente burocratizada, en sintonía con los postulados de una Comintern cada vez más dominada por el estalinismo. Desde ese entonces y hasta 1943, se trató de una organización política integrada mayoritariamente por obreros industriales, que buscó afanosamente conservar ese carácter.

El PC se pudo insertar en el proletariado industrial, coadyuvando a su proceso de movilización y organización, al estar dotado con disposiciones subjetivas (ideología, decisión y escala de valores) y con innovadores repertorios organizacionales (células obreras y demás organismos de base), adecuados al caso. Contó con recursos infrecuentes: un firme compromiso y un temple único para la intervención en la lucha social, y una ideología redentora y finalista, que podía pertrechar a sus militantes con sólidas certezas doctrinales. Sus novedosos repertorios organizaciones resultaron aptos para ingresar en los ámbitos laborales de la industria y para la movilización de los trabajadores de dicho sector: sirvieron como embrión para la conformación de organismos sindicales o como ariete para la conquista de ellos. En no pocos territorios industriales, los comunistas se convirtieron en una de las primeras voces en convocar a los trabajadores a la lucha por sus reivindicaciones y a la pronta organización; en otros, debieron dirimir fuerzas con distintas tendencias. En ambos casos, la penetración fue posible gracias a esa estructura partidaria celular, clandestina y blindada, verdadera máquina de reclutamiento, acción y organización, que el PC pudo instalar en una parte del universo laboral.

Hubo espacios y condiciones sociales que hicieron posible el despliegue de esta estructura y cultura político-organizacional obrerista en el contexto de la Argentina de entreguerras. En aquella época, como producto de los avances de la industrialización sustitutiva se verificó una presencia cada vez más gravitante de obreros en los grandes centros urbanos (especialmente, la Capital Federal y el conurbano bonaerense), con un gran monto de reivindicaciones insatisfechas. El crecimiento de un proletariado industrial más moderno y concentrado (en el rubro de la construcción, de la carne, de la metalurgia, de la madera, del vestido y textil), mayoritariamente semicalificado o sin calificación, en el que la situación laboral era ostensiblemente más precaria, dejaba un espacio vacío de representación, organización y socialización. En particular, las tareas de movilización y organización de los obreros en esos nuevos espacios de la vida industrial se presentaban plagadas de dificultades, originadas en la hostilidad de los empresarios y del Estado. Esos trabajadores se enfrentaron a formidables escollos para agremiarse y hacer avanzar sus demandas en territorios hasta entonces muy poco explorados por la militancia política y sindical. Para abrirse paso a través de esos obstáculos, se requerían cualidades que no podían exhibir muchas de las corrientes del movimiento obrero. Allí había disponibilidad y oportunidad para el despliegue de una empresa política. En este escenario, estaba casi todo por hacer y los comunistas demostraron mayor iniciativa, habilidad y capacidad para acometer los desafíos. Usando una imagen metafórica: el PC se concebía a sí mismo capaz de abrir senderos o “picadas” en una selva; es decir, para habilitar caminos no pavimentados y alternativos a los reconocidos. Erigiéndose como una alternativa proletaria radicalizada, el PC recreó en esos años, en parte, una experiencia confrontacionista como la que anteriormente habían sostenido los anarquistas, quienes habían logrado un fuerte ascendiente en el período embrionario del movimiento obrero pero ya estaban en declive.

La implantación comunista fue mucho más limitada en otra importante sección del mundo del trabajo. Entre los trabajadores del transporte, los servicios y algunos pocos manufactureros tradicionalmente organizados, con muchos trabajadores calificados, la hegemonía era disputada por socialistas y sindicalistas, tendencias que desde mucho tiempo antes venían negociando con los poderes públicos y ya habían obtenido (o estaban en vísperas de hacerlo) conquistas efectivas para los trabajadores. Los sindicalistas confiaban en sus acercamientos directos con el Estado; los socialistas apostaban a potenciar su fuerza con la utilización de su bancada parlamentaria, desde la cual apoyaron los reclamos laborales. En ambos casos, se privilegiaba la administración de las organizaciones existentes, que gozaban de considerable poder de presión y estaban en proceso de jerarquización, complejización e institucionalización. En suma, aquellos eran territorios ocupados, en los que aquella experiencia obrerista y revolucionarista no tuvo tantas posibilidades de prosperar; es decir, en los que los comunistas no encontraron modos ni oportunidades para insertarse e incidir.

En definitiva, son estas y otras consideraciones en clave de sociología histórica las que permitirían contextualizar, complejizar y abrir más el modelo de partido y el tipo de cultura política por él expresada que se dibuja en torno a la experiencia del comunismo argentino. La clave parece ser la de atender a sus múltiples determinaciones y no limitarse a la pura enunciación de sus rasgos organizacionales y formales sino atender al contenido social más profundo que se descubre en sus prácticas.

 

Notas

1 Sobre el concepto de “subcultura”: Pizzorno (1993, 120-124).

2 Datos y porcentajes extraídos de: Mallo López, Israel. “Informe de organización del Comité Local a la segunda conferencia de la Capital”, agosto de 1926. Allí se establece que hacia esa fecha el 10,67% de los militantes pertenecían a la camada fundadora del PC (1917-1918), el 2,16% a los ingresados en 1919, el 2,50% a los de 1920, el 13,50% a los de 1921, el 3,17% a los de 1922, el 6,33% a los de 1923 y el 6,83% a los de 1924. El 33,84% se había incorporado en 1925 y el 21,00% en 1926 (aún en curso), lo que da la cifra global de casi el 55%.

3 “Resolución del CE ampliado”, en La Internacional (“Órgano del Partido Comunista de la Argentina - Sección de la Internacional Comunista”), (en adelante LI), Año VIII, N° 1077, 8/7/25, p. 1.

4 Recuadro informativo sin título, LI, Año XI, N° 3281, 16/3/29, p. 1.

5 La “estalinización” de los partidos comunistas fue un proceso ocurrido gradualmente desde la segunda mitad de la década de 1920. Significó la progresiva supeditación de dichos partidos a los planteos y el aparato burocrático montados por Stalin y el grupo de poder que se fue articulando en torno a su figura dentro del Estado y el partido soviéticos, así como también dentro de la Comintern. Implicó la fuerte regimentación de las diferentes secciones de la IC, la imposición de un clima cada vez más hostil a las discusiones internas y la entronización de una serie de equipos dirigentes en cada partido, que acabaron anulando los principios de lo que anteriormente se concebía como “democracia obrera”.

6 Informe de Contreras al V Congreso de la IC, 17 de junio al 8 de julio de 1924.

7 Informe del delegado del PCA, Victorio Codovilla, al Presidium del Comintern, 1924.

8 Así llamados por el periódico que editaban, La Chispa.

9 “Carta orgánica de las células de fábrica”, en PC de la Argentina: “Informe del Comité Ejecutivo al VII Congreso a realizarse los días 26, 27 y 28 de diciembre de 1925, en Buenos Aires”, pp. 14-17.

10 “La célula comunista”, en El Cromo Hojalatero (“Órgano de los obreros del taller de Cromo-Hojalatería de Bunge & Born”), Año I, N° 2, mayo de 1927, pp. 1-2.

11 Como se ha sostenido: “El centro socialista y el comité radical son espacios político-partidarios que organizan sectores de la sociedad civil a partir de su inserción y acción en niveles microsociales” (Ansaldi, 1993, 54). Ver también: Rock, 1977, pp. 126-127.

12 “Estructura y bolchevización del partido”, LI, Año VIII, N° 1087, 21/7/25, p. 3.

13 “Hagamos de las células de empresas la base de nuestras federaciones”, Internacional Juvenil, Año I, N° 2, mayo de 1931, pp. 6-8.

14 “La aplicación de la táctica del Frente Único”, LI, Año XI, N° 3299, 29/6/29, p. 6.

15 Mallo López, Israel. “Informe de organización del Comité Local a la segunda conferencia de la Capital”, agosto de 1926, p. 1.

16 ¡Alerta! (“Comité de Barrio de Avellaneda”), Año I, N° 1, noviembre de 1927, p. 2.

17 “Cargos en las células”, Comité Local del PC de la Capital Federal. Circular Nº 11, 1/7/26.

18 "La célula del partido no debía tener ninguna autonomía, no podía ser más que una pieza intercambiable dentro del gran todo [...] Si la célula deja de usar el discurso estereotipado originado en el centro o en la cima, si pretende elaborar su propio mensaje, el inmenso organismo queda en peligro de desintegración".

19 Mallo López, Israel. “Informe de organización del Comité Local a la segunda conferencia de la Capital”, agosto de 1926, p. 1.

20 CC del PC de la Argentina: “Al CE del Komintern”, Buenos Aires, 28/4/27.

21 “Informe sobre la situación del PCA a la reunión del Secretariado Latinoamericano de la IC”, octubre de 1927.

22 Ver: “El movimiento sindical, los comités de fábrica y de empresas”, en Varios (1981), Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (pp. 146-149).

23 Hernández, Aurelio A. “Lo que nos enseña la lucha”, en El obrero del mueble. Órgano del Grupo Rojo de la Madera, Año I, N° 5, noviembre de 1929, p. 3. El reciente estudio de Diego Ceruso (2015) analiza en detalle el vínculo entre las células comunistas y los comités obreros de base.

24 “¿Qué es un Comité de Lucha?”, en LI, Año XIII, N° 3370, 24/1/31, p. 4.

25 “En cada fábrica un Comité de Lucha”, en LI, Año XIV, N° 3387, 27/2/32, p. 3.

26 “Campaña de emulación revolucionaria. 15 de marzo-15 de junio”, en Juventud Obrera, Año I, N° 2, 9/4/32, p. 4.

27 “Peligra el cumplimiento del plan de emulación”, en Juventud Obrera, Año I, N° 5, 4/6/32, p. 4.

28 Mallo López, Israel. “Informe de organización del Comité Local a la segunda conferencia de la Capital”, agosto de 1926, pp. 1-2.

29 “Reuniones de las células”, Comité Local del PC de la Capital Federal. Circular Nº 3, 29/5/26.

30 “La agitación comunista”, en La Nación, LXIV, 19/12/34.

31 “El trabajo ilegal”, en Soviet, Año II, N° 8, agosto de 1934, pp. 22-23.

32 “1º de mayo”, Comité Local del PC de la Capital Federal. Circular Nº 3, 29/5/26.

33 “A todas las células, comités de barrio y delegados a la segunda conferencia de la Capital”, Comité Local del PC de la Capital Federal, 17/8/26.

34 Esta característica propia del comunismo internacional es algo que no puede comprenderse con Rodolfo Puiggrós (1973: 120), quien presenta el turn over como un fenómeno específico del PCA.

35 “Condiciones de admisión de los partidos en la Internacional Comunista”, en Varios (1981), Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (p. 113).

36 Mallo López, Israel. “Informe de organización del Comité Local a la segunda conferencia de la Capital”, agosto de 1926, p. 2.

37 “Resoluciones del CE sobre depuración del partido”, en LI, Año XI, N° 3318, 7/11/29, p. 8.

 

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Fecha de Recibido: 13 de agosto de 2016
Fecha de Aceptado: 21 de septiembre de 2016
Fecha de Publicado: 14 de octubre de 2016

 

 

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