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“El clima de terror” en las vísperas de la procesión de la Virgen del Valle del 8 de diciembre de 1974
Resumen: El 8 de diciembre de 1974 se realizó en la capital catamarqueña una procesión en honor a la Virgen del Valle. En horas de la tarde, la sagrada imagen era acompañada por miles de personas cuando se escuchó un potente ruido que indujo una repentina huida de los fieles al grito de “¡Se vienen los subversivos!”. El hecho no era para nada sorpresivo. Los que corrían creyeron que estaban ante la presencia de un atentado explosivo. En las semanas previas a la celebración habían circulado trascendidos, informaciones periodísticas y declaraciones que alertaban sobre una agresión “terrorista”. Según indican algunos testimonios, la mayoría de los fieles estaban inmersos en una “psicosis colectiva” inducida por una ola de rumores sobre la presencia de guerrilleros en la provincia. Casi medio siglo después, lo ocurrido sigue sin ser recuperado por las políticas de la memoria del Estado provincial o por los relatos de las organizaciones de derechos humanos, aun cuando este hecho, a priori, reunía todas las condiciones para ser evocado como un símbolo de la violencia política que se vivió en Catamarca. En este trabajo exponemos algunas posibles explicaciones para este “agujero” en los relatos testimoniales o académicos sobre nuestro pasado reciente local y, a partir del análisis de fuentes periodísticas y de testimonios orales, proponemos una narrativa sobre el episodio que, esperamos, contribuya a su adecuada contextualización histórica.
Palabras clave: Violencia, Memoria, Rumores, Terror, Virgen.
"The climate of terror" on the eve of the procession of the Virgen del Valle on December 8, 1974
Abstract: On December 8, 1974, a procession was held in the capital of Catamarca in honor of the Virgen del Valle. In the afternoon, the sacred image was accompanied by thousands of people when a loud noise was heard that caused the faithful to suddenly flee, shouting “The subversives are coming!”. The event was not at all surprising. Those who were running believed they were in the presence of an explosive attack. In the weeks prior to the celebration, rumors, press reports and statements had circulated that warned of a “terrorist” attack. According to some testimonies, most of the faithful were immersed in a “collective psychosis” induced by a wave of rumors about the presence of guerrillas in the province. Almost half a century later, what happened has still not been recovered by the provincial State's memory policies or by the accounts of human rights organizations, even though this event, a priori, met all the conditions to be evoked as a symbol of the political violence that took place in Catamarca. In this work we present some possible explanations for this "hole" in the testimonial or academic accounts of our recent local past and, based on the analysis of journalistic sources and oral testimonies, we propose a narrative about the episode that, we hope, will contribute to its adequate historical contextualization.
Keywords: Violence, Memory, Rumors, Terror, Virgin.
Presentación
Hace casi medio siglo, durante la procesión en honor a la Virgen del Valle de Catamarca del 8 de diciembre de 1974, se produjo una masiva estampida de fieles. Los que huyeron de la plaza creían que se había producido la explosión de una bomba ya que, según indican las fuentes orales,1 la mayoría de la población estaba inmersa en una psicosis colectiva inducida por una ola de rumores y trascendidos sobre un complot subversivo.
En este trabajo nos proponemos situar históricamente el acontecimiento y recuperar, para su análisis, algunos factores, discursos y prácticas que hicieron posible la progresiva conformación de un clima de terror en las vísperas de la celebración mariana. Para ello, primero describiremos una serie de episodios de violencia política en el ámbito local que tuvieron como punto de partida la Masacre de Capilla del Rosario (12 de agosto de 1974). También daremos cuenta de las medidas represivas que se dirigieron contra quienes eran acusados de participar en un plan guerrillero contra los catamarqueños. Además, a partir del cruce entre testimonios y la información periodística de la época, reconstruiremos algunos de los modos mediante los que la creencia sobre un inminente desastre contribuyó a determinar el pánico de quienes escaparon de la plaza ese 8 de diciembre. Finalmente, expondremos algunas razones que pueden ayudar a explicar la ausencia o el esfumado de este dramático suceso en la mayoría de las narrativas sobre el pasado reciente local.
Las fiestas de la Virgen del Valle: violencia política y rumores
Desde hace más de cuatro siglos, las fiestas en honor a la Virgen del Valle de Catamarca son vividas como un acontecimiento que permite el reencuentro de la feligresía católica del noroeste argentino con su devoción mariana (Bazán, 1996; Capurro, 2017). En diciembre de 1974, una de estas tradicionales procesiones —la que corresponde históricamente a “los pobres”—2 se realizó en el marco de un clima de pánico o terror de carácter colectivo que era descripto por las noticias periodísticas de la época y que, años después, sigue siendo rememorado por una importante cantidad de testimonios.
Este pavor era lo opuesto al esperable ánimo de paz y de gozo que se considera como propio de una festividad religiosa multitudinaria.
A partir de una primera aproximación a las fuentes escritas y orales, podemos sostener que en el transcurso del segundo semestre de 1974 circularon en la provincia de Catamarca insistentes rumores sobre la existencia de un plan guerrillero con el que se intentaba asesinar al gobernador y a sus funcionarios más cercanos. Según estas versiones anónimas, mediante un atentado, el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (en adelante, PRT-ERP) esperaba tomar revancha de la derrota sufrida el 12 de agosto de 1974 en su fracasado intento de copar una guarnición del ejército ubicada en San Fernando del Valle de Catamarca.3
Ese día, un grupo de 14 guerrilleros fue fusilado por militares que los habían perseguido durante varias horas. La masacre se produjo en las serranías cercanas a la Capilla del Rosario en el Departamento Piedra Blanca, y la mayoría de los medios de comunicación tomó como propia la versión oficial sobre lo ocurrido: las muertes eran consecuencia de un enfrentamiento armado (Pozzi, 2022; De Santis, 2011).
Sin embargo, a los pocos días los abogados de los guerrilleros sobrevivientes denunciaron en una improvisada conferencia de prensa que los integrantes de la columna se habían rendido antes de ser fusilados. Por lo tanto, los letrados calificaron el hecho de “crimen de guerra” y exigieron una investigación independiente por parte de la Justicia Federal (Perea, 2023).
Dos semanas después de la masacre, el PRT-ERP contó en una publicación partidaria “la verdad de lo ocurrido”. Según “información fidedigna (…) nuestros compañeros, tras débiles enfrentamientos, fueron detenidos y fríamente asesinados por el enemigo”.4 Como respuesta, la guerrilla anunció que iniciaba una campaña de represalias contra integrantes de las fuerzas armadas y de los organismos de seguridad (Pontoriero, 2022, p. 205).
Según los diarios El Sol y La Unión, la masacre desencadenó en la segunda mitad del año una estela de atentados explosivos en los domicilios particulares de conocidos dirigentes políticos de Catamarca. Entre los afectados estaban funcionarios del gobierno, dirigentes del Frente de Izquierda Popular (FIP) y sindicalistas. Aunque, por puro azar, nadie murió ni sufrió heridas de consideración, se decía que “cualquiera podía ser víctima de estas bombas”.5 Además, El Sol6 denunció que se habían multiplicado las denuncias anónimas, bromas telefónicas y amenazas de muerte contra militantes vinculados a la izquierda y al peronismo revolucionario, pero los llamados también habían afectado a personas sin compromiso partidario conocido. Así, el carácter supuestamente aleatorio de estas intimidaciones generó la sensación de que “nadie estaba a salvo”.7
Con la intención de tranquilizar a sus conciudadanos, el gobernador Hugo Mott (Partido Justicialista) condenó los “bombazos” que habían impactado profundamente “en la sensibilidad del pueblo catamarqueño”, y en un mensaje escrito consideró:
Agentes de perturbación prohijando la violencia, han turbado nuestra paz provinciana con abominables atentados que han tenido como destinatarios hogares de gente, que cualquiera sea su ideología, son considerados respetables en nuestro pueblo. Paralelamente a estos actos de abyecto terrorismo, los irresponsables que nunca faltan, entretienen sus ocios (sic) y su infecundidad cívica para atribuir los atentados a personas o instituciones respetables, o para ejecutar bromas de pésimo gusto, amenazando a personas y familias enteras. (El Sol, 9 de noviembre de 1974, p. 16)
En las dos primeras semanas de noviembre de 1974, con la supuesta intención de prevenir otros actos violentos, la policía provincial realizó una serie de allanamientos en los que se detuvo a ciudadanas y ciudadanos considerados “potencialmente peligrosos”.8 La mayoría eran militantes de la Juventud Peronista Regionales y simpatizantes inorgánicos de izquierda, que fueron puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (Perea, 2013). Sin embargo, estas medidas que se producían en los días previos a la procesión de la Virgen del Valle lejos estuvieron de generar calma, pues contribuyeron a crispar más los ánimos, y lo que antes eran rumores y chismes transmutó, para muchos, en información digna de crédito sobre una nueva tragedia que podía producirse en el territorio catamarqueño.
Como ya ha demostrado Georges Lefebvre (1986) en su estudio clásico sobre los factores que precipitaron “el gran pánico de 1789”, una vez que se instaló en el imaginario colectivo la certeza de que algo espantoso estaba por ocurrir, esta seguridad funcionó como justificación plausible para una multiplicidad de prácticas represivas que, a su vez, contribuyeron a reforzar la creencia en la existencia de un otro fantasmático que debía ser descubierto en la provincia.
Cazando fantasmas en el pueblo chico
El frustrado intento de copamiento del Regimiento de Infantería Aéreo Transportada 17 (en adelante, RIAT 17), con su trágico saldo de víctimas y los casi inmediatos rumores del fusilamiento sufrido por los integrantes de la guerrilla del PRT-ERP que se habían rendido en las cercanías de Capilla del Rosario, fue una de las noticias más importantes de 1974 y colocó, por unos pocos días, a la provincia en los titulares de los diarios nacionales. En esta cobertura periodística, el fracaso de los planes guerrilleros y la efectividad del ejército fueron destacados por gran parte de la prensa nacional, mientras que los medios gráficos comprometidos con posturas derechistas juzgaron el fatídico desenlace como una necesaria lección de sangre para los “apátridas subversivos”. Por su parte, las publicaciones del peronismo revolucionario y de la izquierda no peronista coincidieron en denunciar la masacre, mientras divergían agriamente sobre los sentidos de profundizar la lucha armada en el marco de un gobierno democrático.9
En el ámbito local los sucesos produjeron consternación. Hasta ese momento, para muchos, era improbable que una acción guerrillera ocurriera en la provincia. Sin embargo, la convivencia entre los diferentes sectores políticos distaba de ser pacífica. Ya durante la segunda mitad del año 1973, en los diarios catamarqueños se publicaron las denuncias de dirigentes ligados al Comando de Organización10 contra quienes eran estigmatizados como “enemigos del Gobierno Popular”. Estas expresiones despectivas distaban de ser marginales. Por ejemplo, el martes 5 de junio de 1973, un grupo autodenominado Juventud Revolucionaria Peronista (JRP), que en el plano nacional estaba vinculado a la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA) financiada por el ministro de Bienestar Social José López Rega, ocupó por la fuerza la sede de la Asociación de Trabajadores Públicos Provinciales (ATEP) para realizar
Un llamado al pueblo peronista para detectar las fuerzas antinacionales de la extrema izquierda trotskista y las vanguardias revolucionarias gremiales que dependen de ideologías extraterritoriales… [y] no se escatimará ninguna clase de medios para luchar y eliminar a los enemigos del justicialismo… [ya que] la JRP solicita a las autoridades del Partido Justicialista una clara definición sobre estos aspectos y su total coincidencia con el gobierno provincial [la JRP] promete su más profunda inflexibilidad contra los enemigos infiltrados dentro del Movimiento y los que acechan desde la conspiración oligárquica. (Diario El Sol de Catamarca, 5 de junio de 1973, p.16)
A este genérico llamado de alerta se sumaron trascendidos periodísticos sobre la posibilidad de que las fuerzas “antinacionales” se materializaran en forma de jóvenes imbuidos por ideas extrañas al tradicional estilo de vida catamarqueño.
Esta preocupación ya había estado presente en la campaña electoral de marzo de 1973, cuando se entremezclaron rencillas de añeja data con los conflictos entre las viejas y las nuevas generaciones del peronismo. En las semanas posteriores a la renuncia del presidente Héctor Cámpora,11 los sindicalistas y dirigentes “ortodoxos” catamarqueños redoblaron sus esfuerzos para “desenmascarar” a los supuestos “infiltrados” en el movimiento peronista. Estos eran, por regla, jóvenes trabajadores y estudiantes universitarios defensores del “socialismo nacional”. Así lo recuerda un integrante de la JP:
Nosotros, que éramos los que habíamos trabajado para que Perón vuelva al país, cuando Cámpora renuncia, sentimos que era una victoria del sindicalismo y de la derecha en el Movimiento. Pero igual fuimos a la Casa de Gobierno a festejar. Esa era la orden. Pero cuando nos estábamos juntando, pasa el “Cuchi”12 y nos dice “ahora van a ver lo que se les viene”. El “Cuchi” [Pedro Toloza] era un policía que había sido reincorporado al servicio activo por el Ministro de Gobierno.13
Estas exigencias de purga interna en el peronismo y la instalación de la idea de que para sostener el orden social se requerían mayores medidas represivas dentro y fuera del ámbito de la legalidad (Franco, 2012) se producían mientras en La Unión14y El Sol15se publicaban noticias sobre la cada vez más activa presencia de guerrilleros de origen marxista en la selva tucumana.
El frecuente tránsito de catamarqueños a San Miguel de Tucumán (por razones laborales y de estudio en la universidad) incentivó especulaciones ante cualquier pista que indicara la posible presencia del PRT-ERP en el ámbito local. Por ejemplo, el 10 de agosto de 1973, El Sol se interrogaba sobre la posible existencia de guerrilleros en Catamarca, luego del robo en la Ruta N° 38 de un camión cargado de leche en polvo con destino a la Dirección de Maternidad e Infancia.16
El perfil de los portadores de estas ideas revolucionarias que, se temía, destruirían la calma provinciana ya había sido anunciado y descripto estereotipadamente, un año antes, en Tribuna Democrática de Tucumán, un semanario ultraderechista que se distribuyó en el NOA durante casi toda una década (1971 a 1982).
En una unidad de la línea 11, frente al local central de la UNT, un bigotudo estudiante –de ideas avanzadas a juzgar por la suciedad y abandono de sus ropas y por el marcado exhibicionismo genital de su estrechísimo pantalón vaquero- tuvo la increíble desvergüenza de expresar que “estamos obligados a colaborar puesto que ellos luchaban por nosotros, arriesgando sus vidas y sus pellejos”.
Nosotros que trabajamos y pagamos impuestos para que estos señores estudien, les preguntamos si (sic) para qué creen que el pueblo costea la Universidad. (Tribuna Democrática, octubre de 1972)
Jóvenes… desvergonzados y bigotudos. Probablemente, Tribuna Democrática era una publicación de carácter marginal, pero hacía un recorte etario sobre los “revolucionarios/subversivos” que también permeó en los medios masivos de comunicación y en los discursos oficiales y oficiosos de la época. Los jóvenes debían ser protegidos del peligro, aunque también debían ser castigados cuando fuera necesario.
El 13 de octubre de 1973, el interventor normalizador de la UNCA, licenciado Armando Raúl Bazán, denunció en una conferencia de prensa radial que los conflictos con los estudiantes eran alentados por “elementos “marxitoides” (sic) que, probablemente, compartían rasgos estéticos con quienes eran descriptos despectivamente en Tribuna Democrática (Perea, 2023, p. 105). Bazán no era el único que abrigaba estas sospechas. En una reunión de padres de los alumnos de la Escuela Normal de Maestros Fray Mamerto Esquiú, la mayoría de ellos se negaron a la incorporación de esta institución a la casa de estudios superiores porque “la universidad volvió rebeldes a nuestros jóvenes”.17
Al parecer, existía un “enemigo interno” (Franco, 2012) que, cada vez más, corporizaba su presencia y ponía en riesgo la convivencia de los ciudadanos catamarqueños. No sólo actuaba desde de la clandestinidad o en las organizaciones de izquierda; también se había “infiltrado” en el peronismo. O, para decirlo con más precisión, en la Juventud Peronista Regionales18 de Catamarca.
Por eso, en un comunicado fechado el 8 de noviembre de 1973, el Consejo Provincial del Justicialismo desautorizó la presencia en los locales partidarios de las revistas Militancia, Ya y El Descamisado, a las que se calificaba como “publicaciones de la alianza liberal-marxista”. Para mayor salvaguarda de la normalidad y de la tradición, en el comunicado del Consejo Provincial también se indicaba que los ámbitos de militancia de mujeres y varones peronistas debían estar estrictamente separados.19
Sin embargo, este intento de disciplinar la actividad de la JP no evitó que las 62 Organizaciones tomaran la “drástica resolución” de pedir la renuncia del gobernador por su “catastrófico” desempeño al frente de la provincia.20 El 26 de noviembre, en una conferencia de prensa convocada para este fin, el diputado nacional Manuel Isauro Molina acotó que “si él se siente peronista no dudará en adoptar esa posición, en caso contrario (…) responde a la futura formación de un partido provincial o lo que es peor, a la Tendencia (cursiva nuestra)” (Mott, 2011, p. 191).
Este pedido de renuncia era una muestra más de las diferencias que Mott tenía con los principales referentes del sindicalismo catamarqueño. Sumado a ello, también se produjo un resquebrajamiento de la alianza de gobernabilidad pactada con el senador Vicente Leonides Saadi.
Como ocurría con otras provincias atravesadas por los conflictos internos del peronismo, Catamarca pareció “estar a tiro” de una intervención federal. En este difícil contexto, el gobernador prestó escasa atención a los reclamos de radicalización política de la JP Regionales y en el primer semestre de 1974, cuando el presidente Perón autorizó una purga interna contra referentes y espacios institucionales relacionados con la Tendencia Revolucionaria, Mott hizo todo lo posible para demostrar que su administración estaba muy lejos de ser copada por los Montoneros21 y cumplió a rajatabla con las órdenes de depuración ideológica.
La relación de Mott con la JP Regionales no se recompuso, y los más importantes referentes de este sector fueron encarcelados a fines de 197322 luego de la violenta represión policial sufrida por los estudiantes y auxiliares docentes que se movilizaban contra la intervención de Bazán (Perea, 2013).
En los primeros meses de 1974 los grupos parapoliciales de ultraderecha que actuaban bajo el nombre de la Triple A intensificaron sus ataques contra militantes de la izquierda peronista y marxista. Además, los gobernadores acusados de colaborar con los Montoneros fueron desplazados de sus cargos. Primero fue intervenida la provincia de Formosa (en noviembre de 1973), y luego siguieron este mismo destino Córdoba (febrero de 1974), Mendoza (agosto de 1974), Santa Cruz (octubre de 1974) y Salta (noviembre de 1974).
A comienzos de 1974, en el mes de enero, el gobernador de Buenos Aires Oscar Bidegain también dimitió a su cargo. Esta renuncia se produjo luego del asalto del PRT-ERP al cuartel militar de Azul y de las críticas del presidente Perón a la “desaprensión” supuestamente demostrada por Bidegain ante las agresiones de la guerrilla (Servetto, 2010).
En este contexto de debilitamiento de la presencia en los ámbitos institucionales de la Tendencia Revolucionaria, los ataques impunes de la Triple A demostraron que el uso de la represión ilegal por parte de grupos vinculados con el propio Estado no era una excepción, sino que comenzaba a convertirse en regla de la lucha antisubversiva.
En la madrugada del 6 de agosto fue asesinado en la ciudad de La Plata el periodista Luis Norberto Macor, un joven montonero catamarqueño y exfuncionario de la Secretaría de Prensa de la provincia de Buenos Aires. Su secuestro y fusilamiento formaba parte de un operativo planificado por la banda paramilitar Concentración Nacionalista Universitaria (CNU) para vengar la ejecución de su dirigente Martín Salas por parte de los Montoneros, apenas unos días antes. En este simbólico y sangriento “5 por 1” de la CNU, también fueron secuestrados y acribillados el sindicalista petrolero Ennio Pierini, el histórico dirigente peronista Horacio Chávez y su hijo Rolando.
Algunas de las escenas vividas en el velatorio y en el entierro de Macor, que se realizó el 10 de agosto en el Cementerio Municipal de Catamarca, permiten dimensionar cómo había impactado localmente la persecución iniciada en esos meses contra la antaño “juventud maravillosa”.
Los compañeros y compañeras de los distintos cuarteles de la JP capitalina,23 que habían compartido con Luis Macor las experiencias de una niñez y adolescencia pueblerina, despidieron sin estridencias al “militante heroico”. Según sus familiares y amigos, no hubo cánticos, coronas fúnebres ni banderas de la JP o de los Montoneros. No recuerdan, siquiera, la presencia de algún dedo en “V” en la despedida del féretro.24 El sepelio estuvo rodeado de un amplio dispositivo de seguridad ordenado por la jefatura de la policía provincial, en la intención de evitar posibles desmanes de los acongojados asistentes. Agregamos, por nuestra parte, que en las noticias locales de la época sólo es posible encontrar un aviso fúnebre familiar, en el que no se hace referencia a la historia militante de Macor.
La muerte de Macor, que generó movilizaciones y actos de protesta en los grandes centros urbanos, en la provincia de Catamarca fue una breve mención periodística. El posible interés por el asesinato de Macor fue frustrado (o silenciado) por los acontecimientos derivados del ataque guerrillero al Regimiento de Catamarca.
En los días posteriores a la masacre, se realizaron en el Valle Central una serie de allanamientos y de detenciones con el objetivo de descubrir los apoyos de la guerrilla, ya que se consideró inconcebible que el PRT-ERP pudiera actuar sin contar con información procedente de colaboradores en la guarnición militar y en la ciudad.
Para algunos, la situación era meridianamente clara: “Estamos en guerra y aquí van a caer jóvenes, mayores y niños”, dijo el jefe de la policía catamarqueña, el teniente coronel (R) Rolando Anello25 en una conversación informal con amigos y conocidos.
En el salón de actos de la universidad, una asamblea autoconvocada26 repudió la represión indiscriminada, y los abogados de los guerrilleros detenidos denunciaron en forma pública la masacre de Capilla del Rosario.
No todo fueron apoyos. Alarmados por el tono de las consignas lanzadas durante ese día, un grupo de profesores de la Sección Humanidades se retiró de la asamblea y luego difundió un comunicado que señalaba que “de ninguna manera los participantes de esta asamblea representaban a la universidad, eran en su mayoría, estudiantes que venían de [estudiar] de otras provincias”.27
No sorprendió que en la segunda mitad del año 1974 la represión estatal se ejerciera, una vez más, entre una larga lista de los sospechosos de siempre. Estos eran: estudiantes universitarios, jóvenes profesionales, gremialistas combativos y conocidos referentes del PCA y del FIP; dos partidos políticos que, irónicamente, caracterizaban la lucha guerrillera como un “infantilismo de izquierda”.
Las detenciones y los procedimientos policiales fueron justificados en la prensa catamarqueña con el uso recurrente de trascendidos sobre la “probada” existencia de vínculos locales con la guerrilla. Pronto hubo una ola de rumores sobre el inminente acto de venganza contra un pueblo “acostumbrado a vivir en paz y fraternidad, que brinda la convivencia solidaria de los hijos de esta tierra bendita”.28
Un policía retirado enumeró algunas de esas especulaciones discutidas y multiplicadas en las mesas de los bares capitalinos:
Una de las cosas que más se escuchaba era que ellos estaban dispuestos a envenenar el dique El Jumeal, por eso había guardia permanente en el lugar; [o que] los guerrilleros habían puesto morteros para bombardear la ciudad, [pero luego de] la denuncia del Gobernador lo que más se decía era que en la Fiesta de la Virgen andaba gente disfrazada y que iban a poner una bomba en el momento de la procesión. Como si eso fuera novedad, si justamente por la Fiesta venía un montón de gente de afuera.29
Un exconscripto del Regimiento recuerda, de este modo, los cambios vividos en la vida interna de la unidad militar y en la sociedad catamarqueña después de agosto de 1974.
Antes del intento de los guerrilleros vivíamos como en una nube. Sabíamos lo que pasaba en el país, pero no esperábamos nada aquí. Luego las cosas cambiaron mucho; estábamos en alerta permanente y hasta dormíamos vestidos, por miedo a un ataque. La gente, la familia comprendía lo que estábamos pasando. Si hasta en otros lugares del país habían aparecido panfletos con la frase “Haga Patria, mate a un catamarqueño”. Quizás por eso, nadie te preguntaba demasiado por lo del copamiento. Se sabía que sobre eso no teníamos que hablar.30
Cuando fue consultado sobre el origen de esta versión que circulaba en panfletos anónimos el ex conscripto señaló:
Eso se decía en el Regimiento; además, creo que lo leímos en los diarios que nos llegaban. Sí, estoy seguro: a los conscriptos que eran de Tucumán y de Santiago les advertían que no digan que venían de Catamarca, por las dudas.31
El informante cuenta su verdad: “eso se decía”. Para él, esos panfletos que amenazaban de muerte a todos los catamarqueños efectivamente se repartieron. Si bien él no estuvo con nadie que los haya visto, no demuestra ninguna duda sobre su existencia. Con esa información falsa, producto de un rumor que incluía el uso del trillado imperativo “Haga Patria, mate a un…” —circunstancialmente complementado con el “catamarqueño” como sujeto de odio y desprecio—, ha construido parte de su memoria.
A decir de Lefebvre (1986), determinar quién o quiénes son responsables del origen de un rumor es una tarea infructuosa ya que, la mayoría de las veces, el rumor no obedece a una estrategia de carácter conspirativa, aunque actúa como un principio explicativo de una multitud de prácticas que, a su vez, refuerzan la creencia en la potencia del motivo del temor. Así, el acontecimiento rememorado por el exconscripto puede ser valorado como fácticamente inexistente, pero se hace historiográficamente relevante por su eficacia simbólica. Esto es, por la imagen fantasmal que de él se hacían los individuos anónimos (Ginzburg, 1993, p. 21), ya que, en una coyuntura signada por la continua mención a planes terroristas, realmente había mucho miedo en los catamarqueños.
Un plan terrorista contra los catamarqueños
A comienzos del mes de diciembre de 1974, los matutinos locales anunciaron la detección de un “amplio plan subversivo” para atentar contra las vidas del jefe del RIAT 17 y de un teniente primero de esa guarnición militar. Los motivos no eran mencionados explícitamente, aunque, según la noticia, el asesinato selectivo de estos militares era el objetivo principal de “la organización desbaratada” en la provincia de Tucumán.
El allanamiento del domicilio de un ex soldado del Regimiento 17 (…) permitió frustrar un plan terrorista destinado a asesinar al jefe de dicha guarnición, Coronel Humberto Eduardo Cubas.32
El operativo se realizó en la capital tucumana y fue realizado (sic) por fuerzas conjuntas del ejército y de la Policía Federal y Provincial. En su casa, supuestamente, se habrían encontrado documentos comprometedores que contenían el esquema de un plan para atentar contra la vida de Cubas y del Teniente Acosta, jefe de la Compañía “B”. En la requisa se habrían encontrado armas de guerra, panfletos y libros de “la organización extremista declarada ilegal”.
Otro de los hallazgos sobresalientes sería una cantidad cercana al medio kilogramo de cocaína pura, envuelta en forma de ravioles, lo que probaría que los elementos insurgentes se drogan para darse coraje en sus actos de terrorismo. También se encontró explosivos, mechas y detonadores, granadas de guerra y pistolas 45. (Diario El Sol de Catamarca, 1º de diciembre de 1974)
El allanamiento era significativo para comprobar, otra vez, que la “subversión” se escondía en el lugar menos esperado. Esta noticia fue, para muchos, prueba de la veracidad de los dichos que advertían sobre nuevos atentados terroristas en Catamarca.
Un rumor persistente sobre los responsables de la masacre de Capilla del Rosario contribuyó a llenar los vacíos dejados en la información periodística. Para algunos,33 la posible “represalia” se debía a que el teniente coronel Cubas y el teniente primero Acosta habrían cumplido un rol protagónico en la ejecución de los guerrilleros luego de su rendición en las serranías de Fray Mamerto Esquiú. Por lo tanto, era plausible políticamente que la venganza se dirigiera contra ellos. Estos indicios de “otra verdad”, que se intentaba omitir en la noticia, surgían en las entrelineas del relato periodístico.
Al descubrimiento anunciado por El Sol de un plan para ejecutar a estos dos oficiales, que podía ser leído en clave de confrontación militar —un ejército ultimando a cuadros del mando enemigo—, le siguió una nueva versión periodística, que no impugnaba a la anterior, sino que la complementaba.
Con el “acto terrorista”, según esta versión que incitaba al pánico, el PRT-ERP buscaba mucho más. Su intención era hacer pagar a toda la comunidad por su responsabilidad en la derrota sufrida. El día elegido para ese magnicidio no era cualquier fecha, sino que simbolizaba al sentir religioso tradicional, y los autores del plan eran catamarqueños contaminados por ideas, valores y “vicios” que eran extraños a nuestro modo de vida. Así se infiere de la constitución del par relacional armas/drogas, que se vuelve recurrente en las noticias que describían a los integrantes de las organizaciones guerrilleras en este período.
El complot estaba dirigido contra el Gobernador Mott y formaba parte de “un amplio plan insurgente”. La Policía Federal y la Policía Provincial realizaron allanamientos en la ciudad capital y se descubre “documentación comprometedora” con la fecha planificada para el atentado: el último día de la Procesión de la Virgen del Valle. Son detenidos numerosos ciudadanos, entre ellos, los propietarios de “Harlem” que era un pub de moda, en ese local se incauta armas y drogas. (Diario El Sol de Catamarca, 6 de diciembre de 1974)
Según reveló la información oficial (replicada por la prensa sin una mínima consideración crítica), estos “subversivos” enmascarados en la comunidad catamarqueña pretendían actuar con un grado de espectacularidad cinematográfica:
En una conferencia de prensa conjunta, el comisario federal Norberto Sermo Galmarini y el comisario Juan Scaraviú (sic)34 ratificaron los “trascendidos” sobre la tentativa de asesinato de Mott. Según los comisarios para “distraer” a la policía, la intención era hacer volar y demoler el Hogar del Peregrino, la Gruta de la Virgen del Valle, el acceso a Tres Puentes y el Monumento de Felipe Varela. En los procedimientos se secuestraron de 50 a 60 kilos de explosivos y 2 kilos de cocaína de máxima pureza. (El Sol, 6 de diciembre de 1974, p. 1)
El “trascendido"35 periodístico, alimentado y resignificado durante meses, era ahora ratificado por la investigación policial. Que descubría, además, otra motivación de los guerrilleros: ellos intentaban dejar huellas de su paso salvaje en el paisaje urbano. Aparentemente, los objetivos a destruir habían sido seleccionados en función del valor que estos lugares tenían para la comunidad: el alojamiento por excelencia de los fieles católicos más humildes (el Hogar del Peregrino), el lugar que dio origen al culto mariano (La Gruta de la Virgen del Valle), un nexo de comunicación vital para el Valle Central (el acceso a Tres Puentes) y la rotonda en la que descansaban los restos de un hombre político local, recientemente convertido en prócer (el monumento al caudillo federal Felipe Varela).
Si el intento de copamiento del Regimiento había tomado por sorpresa a las fuerzas de seguridad, el plan subversivo supuestamente descubierto ofreció la oportunidad para mostrar que, en esta ocasión, se coordinarían en forma adecuada las tareas de vigilancia y de represión con el ejército.
En los primeros días de diciembre faltaba muy poco para el inicio de las Fiestas de la Virgen del Valle, y el flujo de visitantes ya resultaba considerable. En ese marco, se comenzó a prestar atención a un determinado perfil de “afueranos"36 que no tenían el fenotipo considerado como típico del NOA. Para facilitar las tareas de seguridad, se adelantó una hora la procesión, el gobernador únicamente asistió a la misa y se decidió que esperara a la imagen de la Virgen en el atrio de la catedral, junto a las otras autoridades relevantes de la provincia.
El 7 de diciembre, en un operativo conjunto del ejército y de la policía provincial, se detuvo en las márgenes del río Ongolí a dos colectivos procedentes de Mendoza y se trasladó a sus pasajeros a la Dirección Investigaciones. La alarma se produjo porque todos reunían los siguientes atributos de peligrosidad: eran varones jóvenes que hablaban con un acento “extraño”. Irónicamente, muy pronto se descubrió que los detenidos participaban en un viaje de fin de curso de la escuela de suboficiales de la policía mendocina.37
En el segundo semestre de 1974, los diarios catamarqueños titulaban sus primeras planas con noticias de los cada vez más frecuentes episodios de violencia política que ocurrían en todo el ámbito nacional. Asesinatos, enfrentamientos, copamientos y atentados: todo se integraba a una cotidianeidad en la que el “terror” atravesaba diariamente la existencia de los catamarqueños. “Iban a poner una bomba en la procesión. Eso decían todos, que los guerrilleros iban a poner una bomba. Pero la procesión no se suspendió. Se hizo igual. Aun con todas las advertencias. Sí, se hizo igual”, rememora L. T., de 76 años, jubilada.38
Un anciano, suboficial retirado de la policía, se sorprende por la pregunta sobre los motivos que impulsaron a la Iglesia católica y al Poder Ejecutivo provincial a no suspender la celebración religiosa de diciembre de 1974, ya que nunca consideró sus recuerdos como “importantes”. Duda unos momentos y dice:
La procesión de la Virgen no se podía suspender. Era como darles la razón a quienes buscaban cambiarnos el modo de vida. Ahora los presentan casi como héroes, pero eran anticristianos. No eran chicos buenos. Si llegaban a tomar el Regimiento, aquí había una masacre. La intención era copar toda la ciudad. Para que vea, tenían planificado hacer volar el dique El Jumeal. Eso no se cuenta ahora, pero mire que lo que pasó fue por culpa de ellos. La gente no le tenía miedo a la policía o al ejército. ¡No, eso es mentira! La gente tenía miedo de que los terroristas metieran una bomba. Ellos eran capaces de eso, no la policía o el ejército. Claro, eso no es lo que usted quiere escuchar.39
Así, con una mezcla de pánico e incertidumbre colectiva ante lo que probablemente ocurriría, comenzó la procesión del 8 de diciembre de 1974. Para quienes marchaban, la centenaria experiencia compartida de acudir al llamado de lo sagrado, en un trayecto de tregua a las pasiones políticas, que hermanaba a pobres y ricos, y que dotaba de un sentido pleno a la vida en comunidad, sólo podía ser mancillada por quienes se valían de la violencia para desestructurar los lazos que nos hacían parte de un mismo pueblo. Pues, según se recordaba:
La violencia se ha enseñoreado en muchos ambientes de la comunidad nacional y existe como una epidemia de la violencia y del miedo, que en determinados momentos hace presa a pequeños y grandes grupos en todo el territorio de la nación (…) Ningún extremismo es apto para la convivencia de una comunidad. Sea de izquierda o sea de derecha. Los extremismos se sitúan en un plano que lleva necesariamente a los enfrentamientos que desembocan en la violencia (…) Sabemos que varias personas están detenidas en la cárcel local y que nuevas detenciones han aumentado el número de quienes permanecen privados de su libertad. Pero los días pasan y esas personas no saben a ciencia cierta cuál será su suerte, pues no se les ha dado oportunidad de aclarar su situación (…) En un ambiente reducido como el nuestro, casi todos nos conocemos y siempre en Catamarca se ha impuesto como norma de convivencia cierto saber hogareño, que ha dado una característica especial a nuestra bonhomía provinciana. Por eso creemos que está demás cierto despliegue bélico tan ajeno a las costumbres provincianas. Cuando aquí se intentó un operativo de violencia, la gente había venido fuera de la provincia y los catamarqueños no habían participado en ese intento de copar la ciudad. (Diario La Unión, 7 de diciembre de 1974)
La minucia que generó la tragedia
El relato no puede ser abreviado, ni interrumpido. Es una explicación con precisión de relojería, que lo incluye todo, aun lo imponderable. A cada movimiento, un efecto. A cada hecho, su consecuencia. Cualquier contingencia o duda queda abolida en la argumentación que explica el todo a partir de una secuenciación perfecta de momentos, o fotogramas, si esto fuera una película. En términos literarios, se desarrolla una continuidad efecto “bola de nieve”, que también se utiliza frecuentemente en los dibujos animados y en las comedias de chascos. Pero aquí sucede la tragedia. El Comisario Anello, a las 20:00 de ese día, expresó la versión oficial de los hechos:
Todo se originó cuando efectivos policiales y público de circunstancia detectaron la presencia de un carterista sobre la calle Rivadavia, derivando de allí un forcejeo, en el curso del cual se le cayó al delincuente una botella que se rompió con cierto ruido. Simultáneamente a ello, en la esquina de San Martín y Sarmiento, a raíz del apretujamiento de los participantes de la procesión se cayó uno de los carteles indicadores del tránsito instalado en una esquina, ocasionando empellones dentro del que perdió el equilibrio un vendedor ambulante de globos que se encontraba cerca del lugar. En esa emergencia por las presiones reventaron algunos globos, lo que concurrió a producir la desgraciada confusión aparejando la aflicción del público que lamentablemente fue a mayores hasta convertirse en desordenada estampida. El pánico siguió ganando nuevos sectores de la gran aglomeración, cuando se fueron produciendo las sucesivas roturas de múltiples vidrieras de establecimientos existentes alrededor de la plaza. El primero que resultó afectado con todas sus vidrieras rotas fue el Cine Teatro Catamarca, al que siguieron en forma alternada, los del Bar Americano, el Richmond, Restaurant La Huella, que en esos momentos albergaba subida cantidad de personas. (Diario El Sol de Catamarca, 9 de diciembre de 1974)
Según Anello, la “multitud despavorida” escuchó, en el estallido de globos, “la bomba” y se desencadenó la “histeria colectiva” largamente contenida. El diario se convierte en observador y relator de una obra que había profetizado durante los días anteriores. Se omite mencionar, siquiera, la posible responsabilidad que le cabía al propio medio de comunicación en la existencia de terror, pues se estaba ante “Un confuso episodio (…) por causas que no pudieron determinarse con precisión, aunque a (sic) de estar de la mayoría de los testigos ubicados en el lugar donde se iniciara el desorden, todo fue fruto de la acción de un punguista”.40
Es el estado de “psicosis” lo que produce la tragedia, pero se evita recordar que el miedo fue alimentado por una sucesión ininterrumpida de titulares alarmistas y de trascendidos publicados como certezas por El Sol.
Entre el ulular de las sirenas de las ambulancias, trasladando a las personas accidentadas, el ajetreo de las fuerzas de seguridad, tratando de controlar el desborde humano, el llanto desgarrante de la gente herida y de quienes habían perdido a sus familiares, la columna portadora de la imagen de la Virgen del Valle se rehízo y pudo terminar la vuelta a la plaza principal de Catamarca.
Pero esta máxima fiesta de la colectividad cristiana local, ya estaba ensombrecida por el dolor de decenas de fieles heridos y la psicosis de incertidumbre y miedo de miles de personas que encuentran injustificado el clima de tensión que vive la comunidad y que al final de cuentas resulta motivo desencadenante del suceso. (Diario El Sol de Catamarca, 9 de diciembre de 1974)
“Se rehízo”: esta expresión demuestra la victoria de lo sagrado sobre lo profano. La fuerza de la fe sobre lo laico. Enhiesta, a través de la violencia política que se ensañaba sobre cuerpos y espíritus, la imagen morena de la Virgen del Valle siguió su camino.
En los hospitales se contaron aproximadamente 48 heridos graves y dos de ellos quedaron comatosos; seis niños se extraviaron, y la primera muerte confirmada fue la de una humilde mujer de 70 años.41 En la División de Investigaciones de la policía provincial quedaron depositados cientos de objetos perdidos (zapatos, carteras, cintos, etc.) a la espera de ser reclamados por sus dueños.
En la confusión reinante, “un manto de terror eclipsó la fiesta magna de la Virgen, la fiesta de los humildes (…) Bastó una chispa para que detonara el temor con que nuestra comunidad vive este momento de nuestra historia (…)”. Alguien debía ser responsabilizado. No por el atentado explosivo inexistente, sino por la “psicosis colectiva”, pues era “el momento de reflexionar sobre cuánta culpa tienen de estos hechos quienes hacen apología de la violencia de la guerrilla y de la defensa de los seres inadaptados que siguen protegiendo a sus pares para que el caos sea total”.42
Cuando se está pidiendo paz, unión y consideración para salir de esta encrucijada en que nos encontramos, actos como los acontecidos ayer, nos colocan ante un verdadero sentimiento de congoja y meditación (…) Queda la duda si no era conveniente suspender la procesión como se pensaba con anticipación, ya que era indudable que el clima de temor estaba latente en los espíritus. (Diario El Sol de Catamarca, 9 de diciembre de 1974)
La versión oficial de los hechos, transmitida con distintos tonos en El Sol y La Unión, diagnosticó el episodio como un ejemplo de “psicosis colectiva” inducida por los enemigos de la sociedad. La imposibilidad demostrada por los catamarqueños para reflexionar mesuradamente sobre la veracidad de la ola de rumores que circulaban en los días previos a la procesión era atribuida a los “terroristas” (quienes protegían a los guerrilleros eran, también, “subversivos ideológicos”). Entonces, el esfuerzo de la justicia debía centrarse en castigar a los autores de esta escalada de caos y temor.
Raras coincidencias
Según algunos testimonios orales, otra versión, que no encontró el abrigo de los medios de comunicación en diciembre de 1974, comenzó a circular casi inmediatamente. En estos relatos, parcialmente discordantes con lo publicado en los diarios, se continuaba identificando una conspiración como la causa de lo acaecido en la procesión de la Virgen del Valle, pero se indicaba a funcionarios del propio gobierno provincial como los responsables del plan terrorista.
Un comisario retirado (que fue pasado a disponibilidad por insubordinación contra la superioridad en 1975) se negó a ser entrevistado personalmente, pero, aun así, en cada llamado telefónico no pudo evitar el impulso de rememorar.
Se aprovechó la situación de la interna en la misma policía de la provincia. Había bandos a favor y en contra del gobernador y de la plana mayor que estaba desde el 73. Todos querían descubrir a sus propios subversivos, le caen con el complot al gobernador, le sirve a él para sacarse de encima a los políticos y a gente que le molestaba. Si usted observa la lista de detenidos, encuentra de todo, pero sobre todo [sic] a zurdos reconocidos que le venían haciendo la vida imposible con sus denuncias.43
Una testigo in situ de lo sucedido (devota practicante católica y hermana de un abogado y dirigente político local que fue puesto a disposición del PEN en noviembre de 1974) decía, con un enojo que perdura en su testimonio:
Yo había ido a la procesión como todos los años, no tenía miedo, pero el gobernador había hecho correr la versión de que los subversivos preparaban un atentado. O sea que la gente esperaba que pase algo. A mí no me lo contaron, y lo vi. Al cartel lo tiraron a propósito, todo estaba planificado. Al lado mío, un policía que yo conocía se puso a gritar: “¡Se vienen los subversivos!”. Intenté hacerlo callar porque sabía lo que podía pasar, pero otro también… ahí, bien cerca, gritaba lo mismo: “¡Se vienen los subversivos!”, y por supuesto, se produjo una corrida colectiva de gente que intentaba salvarse.44
En este relato reaparece -continuidad entre las rupturas, que destacamos en las distintas versiones- la noción del mecanismo de precisión para explicar cómo sucedió la tragedia. Lo vivido no podía ser producto de la fatalidad. “Algo” y “alguien” diseñó un plan para crear terror e impulsar las acciones represivas que se sucedieron luego del atentado.
Quienes acusan al gobierno provincial recuerdan que la Masacre de Capilla del Rosario se produjo al mismo tiempo que una serie de conflictos del peronismo local ponían en crisis la gestión de Mott. En 1974, sectores internos identificados con el Senador Vicente L. Saadi, una parte significativa de la JP y de los gremios más importantes del sindicalismo catamarqueño, por motivos que a veces eran distintos, llegaron a reclamar en forma casi simultánea la renuncia al gobernador. Algunos sostenían que su gestión era “ineficaz” y otros adujeron que mantenía vínculos ocultos con la guerrilla.
No puedo decir que el gobernador tuviera que ver. Más bien lo pasaban por encima. Toro [el ministro de Gobierno] tal vez sí, él era capaz de cualquier cosa. Pero habían insistido tanto con que querían matar al gobernador, que algo tenía que pasar para que la gente dijera “¿Vieron? era cierto”. Todo estaba armado, pero quién iba a decir algo en esos días.45
En suma, rumores de distinta índole coincidieron en señalar los hechos trágicos de Capilla del Rosario como los causales de la tragedia en la procesión mariana. Lo apenas oculto en la falsedad de la versión oficial sobre las muertes de los guerrilleros volvía, como aparente castigo, a la sociedad toda. En ese contexto, muchos catamarqueños consideraron que el intento de copamiento no podía ser un acto aislado, sino que debía tener su necesaria continuidad violenta. Los temores y las ansiedades derivados de este análisis fueron utilizados por el Estado para fortalecer los mecanismos represivos y, al mismo tiempo, se posibilitó la estigmatización de quienes estaban ligados al peronismo revolucionario y a la izquierda orgánica e inorgánica local.
Según la investigación policial, la tragedia fue generada por un hecho accidental y, luego de los lamentos oficiales por las víctimas mortales y por los heridos, el hecho desapareció de las noticias. No tenemos constancia, tampoco, de la instrucción de una causa judicial en el fuero penal federal. Sin embargo, los comentarios contrastantes sobre quiénes habían sido los verdaderos responsables de lo ocurrido el 8 de diciembre de 1974 siguieron circulando en la comunidad.
En abril de 1975, pocos días antes de una nueva festividad mariana, La Unión advirtió sobre el posible inicio de otra campaña para crear temor. Esta vez, en la Fiesta de “los ricos”:
Cuando se realizaban las Festividades de la Virgen (…) en el mes de diciembre pasado, comenzó una especie de campaña de atemorización (sic) de la gente (…) La gente que piensa y reflexiona, que justamente es la mínima parte del pueblo, no creyó en este engendro que resultaba demasiado inverosímil justamente por las circunstancias que lo rodeaban. Pero la generalidad de las personas que sólo se dejan llevar por el instinto de conservación, sin reparar en otras motivaciones, entraron en una psicosis de temor colectivo que anula todo razonamiento (…) Y ahora que estamos nuevamente en las Fiestas Marianas, vuelven a ponerse en el tapete los atentados y los copamientos… Resulta algo sintomático este quehacer “guerrillero”, que a lo mejor lo ignoran por completo estos “comandos” de este movimiento declarado ilegal. Posiblemente hay otro “comando” que urde tales patrañas para sembrar la confusión y la intranquilidad entre los devotos de la Virgen del Valle, justamente ahora que llegan miles de peregrinos a cumplir con un imperativo de su gratitud (…) no deja de llamar la atención la manera como se “inflan” estas patrañas desde ciertos ángulos completamente ajenos al ser catamarqueño (…) Las consecuencias lamentables que provocó (sic) el miedo y el temor colectivos en la última procesión de la Virgen, parecen (sic) que quieren repetirlas estos intentos destinados a propagar el desconcierto. Pero ya nadie cree en estos atentados pre-fabricados, porque resultan demasiado infantiles e ingenuos (…)
No hay peor enemigo que la desconfianza mutua y entre los catamarqueños nos une algo que llevamos muy adentro, que es la devoción a la Virgen del Valle, pues con ello cumplimos una exigencia de nuestra conciencia de cristianos y un imperativo histórico que nos legara la tradición de tres centurias de vida Mariana (sic) (…) Junto a su trono nada nos podrá acontecer, porque pensar lo contrario sería ofender su nunca desmentida protección. (Diario La Unión, 17 de abril de 1975)
En esta ocasión, el diario católico no sólo daba por hecho que lo ocurrido en diciembre del 74 había sido inducido, sino que también advertía acerca de la posible repetición en el uso de “chismes” para generar pánico y terror.
El mensaje de la Iglesia católica, a través de su propio medio de comunicación, pretendía ser contundente en desacreditar cualquier versión sobre la existencia de un plan subversivo. “Patrañas” generadas, además, desde la propia comunidad catamarqueña.
Los destinatarios implícitos de esta advertencia de La Unión (y, por lo tanto, de la propia Iglesia católica) surgen del análisis del contexto histórico. No se temía a la acción de la minúscula izquierda catamarqueña, sino a lo que, posiblemente, podía ser pergeñado por hombres de la derecha católica y peronista: el empresario Tomás Álvarez Saavedra y el exministro de Gobierno Alberto del Valle Toro. A comienzos de 1975, la línea editorial de El Sol era de oposición sistemática al gobierno provincial, que había retirado la concesión del Casino al Grupo Álvarez Saavedra. Según se especulaba, los enemigos políticos de Mott podían generar otro episodio de violencia para justificar la intervención federal de Catamarca.
En diciembre de 1974, Alberto del Valle Toro presentó la renuncia a su cargo como ministro de Gobierno. Su alejamiento no fue en buenos términos, pues Mott le había solicitado que diera el paso al costado. Casi de inmediato, Toro creó su propia línea interna llamada Movimiento del 45 y no tardó en convertirse en uno de los opositores internos más activos y mordaces del gobierno provincial. Sus ostensibles buenos vínculos con López Rega (que fueron denunciados por la JP Regionales), los elogios que recibió desde El Sol a su “ortodoxia” ideológica y el aparente amparo que había concedido a las acciones del Comando de Organización catamarqueño durante su actuación al frente del ministerio pronto alimentaron los trascendidos sobre la existencia de algún plan conspirativo, pensado por sus seguidores, para crear zozobra en Catamarca.
En otra nota editorial, sin nombrarlos, La Unión advertía que el 8 de diciembre
Ya había un clima de desconfianza (…) No es difícil que a esta hora estén empeñados en el mismo propósito esas pocas personas, cuyo odio al culto a la Virgen María, se ha puesto de manifiesto (…) Se conocen algunos artículos que fácilmente pueden ocultarse, porque se trata de pequeños elementos que producen leves explosiones (…) Algo de esto se usó en aquella circunstancia y la gente que ya estaba con cierto temor por versiones que imprudentemente se hicieron correr y debido a la manía de las multitudes de ponerse a salvo, sin averiguarse de qué se trataba, se produjeron escenas que todos hemos lamentado. (…) cada devoto de la Virgen del Valle debe constituirse en un custodio celoso del orden y la tranquilidad en la procesión y no dejarse llevar del miedo y la inquietud (…) Ayer a la mañana estuvo frente al Santuario un ejército pacífico de jóvenes que llegaron para decirle su ¡Presente! a la Virgen del Valle (…) La valentía también es una virtud cristiana y sobre todo cuando se trata de defender el honor de la propia Madre.
Nunca nos debemos sentir más seguros y tranquilos como cuando nos refugiamos a la sombra del manto de María; y (…) jamás podemos permitir que se ofenda y se moleste una devoción que está encarnada con el mismo ser catamarqueño. (Diario La Unión, 19 de abril de 1975)
A pesar de las aprensiones del diario, la procesión de abril de 1975 se realizó sin ningún inconveniente. Los creyentes marcharon “seguros y tranquilos”, dando muestras de su fe y confianza en la Virgen María.
Con la repetición sin conflictos del rito centenario, la Iglesia católica obturó parcialmente la rememoración de la tragedia reciente, que sólo podía hacerse desde una reflexión política. Para La Unión, lo ocurrido en diciembre de 1974 era la consecuencia de una manipulación de los rumores, de una conspiración o de un clima de terror inducido. Por lo tanto, el hecho no podía ser incluido, sin costos, en la narración “providencialista"46 que daba cuenta de los milagros marianos en Catamarca.
La tragedia fue condenada al olvido. Sin instituciones, ni actores políticos que se propusieran activamente integrarla en sus memorias particulares, las posibilidades de incorporación a la memoria colectiva fueron canceladas.
Conclusiones
En diciembre de 1975, a un año justo de la tragedia, los diarios catamarqueños decidieron omitir cualquier nota en relación con este hecho. Tampoco se hizo una mención, siquiera, a las víctimas en la homilía del obispo Pedro Alfonso Torres Farías. Desde entonces, y hasta la realización de esta investigación, no he localizado ningún informe periodístico, crónica personal o investigación histórica que recupere para el conocimiento y la discusión colectiva lo ocurrido en la procesión del 8 de diciembre de 1974. El hecho fue prácticamente “borrado” de las diversas narrativas sobre el pasado local. Aún ahora, en un clima social y político que continúa siendo atravesado por los debates en relación con la violencia política de los años 70.
En 2015, durante una pausa de clase en ámbitos universitarios, se consulta informalmente a un grupo de 35 alumnos (de no más de 23 años) sobre la “historia” de la procesión de la Virgen del Valle en 1974. Miran extrañados; a medida que escuchan el relato abreviado de los hechos parecen cada vez más perplejos. “No puedo creerlo”, “Pero de eso nunca se habla”, “No puede ser” son algunas de las expresiones que acompañan la narración. Les proponemos que consulten a sus familiares más viejos sobre qué recuerdan de este hecho. Luego, algunos de ellos cuentan:
Mi mamá no me contó nunca de eso. Pero siempre hablaba de la cantidad de zapatos que quedaron abandonados, que estaban puestos en fila en la plaza, para que la gente los reconozca, luego de una vez que se produjo una tragedia. Eso era la imagen que siempre repetía de la procesión, los cientos de zapatos sueltos tirados, uno al lado del otro, sin su dueño. No sé por qué, pero siempre creí que murió mucha gente. Por eso de los zapatos acomodados como cuerpos.47
No sé, creo que era de la época de los guerrilleros que… ¿Pusieron una bomba en la Procesión de la Virgen? Murió mucha gente ¿no?48
Siempre mis padres le escapaban a la aglomeración de la procesión. Se quedaban en la parte más para afuera, como evitando quedar muy adentro de la gente. Esa era la costumbre, “para evitar problemas”, me decían cuando yo quería ver a la Virgencita de cerquita. Las pocas veces que yo he ido con mis hijos cuando chiquitos, hice lo mismo. Recién ahora que me preguntás, pienso que podía ser por eso.49
Nos preguntamos lo siguiente. ¿Por qué este hecho dramático no encuentra su lugar en el relato providencial de la Iglesia católica? ¿Qué parte de lo ocurrido no puede ser expuesto como demostración de la intervención milagrosa de la Virgen para evitar daños mayores? ¿Acaso será que es demasiado político, demasiado reciente, para ser incluido en la historia popular de la Virgen del Valle? Una institución que muestra en el hecho más nimio la presencia de lo divino no menciona la procesión de 1974. Apenas un año después, por medio de La Unión, transmitió su opinión respecto de lo ocurrido en diciembre del 74 y colocó el acontecimiento en el ámbito político, estrictamente terrenal, al que ella misma se incorporó como contendiente, para proteger su mayor poder: la fe en la Virgen del Valle que, casualmente, en 1974 había sido declarada Patrona Nacional del Turismo.
Nadie ha reclamado todavía como propio lo sufrido en la procesión. Ni los grupos que son considerados como afectados “directos” por el terrorismo de Estado, ni la historiografía “revisionista” perteneciente a la derecha que podría, quizás, mostrar lo acontecido como prueba del temor que la comunidad vivía en “los tiempos de la subversión”. Tampoco lo hacen las organizaciones políticas que se identifican como herederas de las agrupaciones que fueron estigmatizadas y perseguidas en los años 70. Reconvocar la memoria de este hecho, en un contexto demarcado, principalmente, por el uso de los testimonios como prueba de delitos de lesa humanidad, resulta, aparentemente, de escasa utilidad.
El episodio aparece “enterrado” y extremadamente fragmentado en una sucesión de voces silenciadas, que se sorprenden al ser consultadas sobre el hecho.
Lo desean olvidado o minimizado la Iglesia católica, la prensa local y los políticos que manipularon los rumores para justificar los actos de represión contra los supuestos colaboradores de la guerrilla.
El silencio sobre los hechos de diciembre de 1974 y la procesión trágica responde seguramente a intereses sectoriales. En muchos casos, están emparentados con los que silenciaron la masacre de Capilla del Rosario, o con los que desde las instituciones públicas evitaron, durante décadas, recordar que hubo catamarqueños desaparecidos, o con los que callaron la existencia de presos políticos en la cárcel provincial durante el gobierno constitucional de 1973-1976. Algunos de los motivos e intereses forman parte de lo silenciado recurrentemente -cuanto menos se hable, es mejor- y emergen como una persistencia fantasmática de lo irresuelto en los testimonios que des-acomodan la superficie aparentemente estable de la territorialidad catamarqueña.
La trágica procesión no puede incluirse entre los milagros realizados por la Virgen del Valle si, desde el mismo 9 de diciembre de ese año, quedó evidenciada en la consideración de la comunidad como una burda maniobra política de catamarqueños contra catamarqueños. No puede ser bandera política de ningún grupo o partido político un hecho que, a la luz de las fuentes consultadas, no es una anécdota sino un hito de la historia reciente local.
Sí, historia en la medida en que deja de ser sólo “pasado/pisado” y sólo memoria en un sentido anticuario. Esta narrativa se integra -o pretende hacerlo- en el conjunto de explicaciones que pueden hacer inteligibles los años 70 en Catamarca. Es local, en el sentido de dar cuenta de un escenario que tiene conexiones con lo nacional y, sin ser su reflejo, resiste la mera aplicación mecánica de categorías como los conflictos intrapartidarios del partido gobernante, la violencia política y la construcción de un enemigo sin reconocer sus particularidades en la territorialidad vital catamarqueña. Y, finalmente, es historia reciente no por el tiempo transcurrido; lo es porque se inscribe en lo negado, en el grupo de experiencias traumáticas y posiblemente indecibles a las que se pudo acceder por la vía de los testimonios, de lo recordado, y por otras fuentes, necesarias para dialogar revisando evocaciones y olvidos.
Han pasado cincuenta años de la procesión y en la plaza no existe ninguna marca memorial que dote de sentido o ayude a vincular el hecho con otras capas de violencias ocurridas en este lugar (Jelin, 2017, p. 141). Por ejemplo, allí, según cuenta la tradición, fue decapitado el gobernador José Cubas luego de la derrota de la Coalición del Norte contra Rosas. En noviembre de 1970, durante la insurrección y movilización popular conocida como “el Catamarcazo”,50 fue asesinada por las balas policiales, mientras estaba sentada en uno de sus bancos, la estudiante María Dolores Pacheco. En tiempos más cercanos, la plaza fue el ámbito de la represión a los participantes de las Marchas del Silencio, circunstancia que precipitó la última intervención federal, en 1991.
La placa que rinde memoria a los desaparecidos catamarqueños fue instalada en el año 2012 y está ubicada en un espacio secundario, para que “no moleste los pasos de los peatones”.51 Hoy, las parejas jóvenes que miran jugar a sus hijos y los adolescentes que se presumen cariños en la plaza desconocen la existencia de los rumores que generaron el clima de pánico colectivo que justificó una interpretación hegemónica del 8 de diciembre de 1974 y que propició la búsqueda de un determinado perfil de culpables que debían ser castigados por su supuesta responsabilidad en estos acontecimientos.
Fuentes documentales
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Diario La Unión. Años 1973, 1974, 1975. Hemeroteca Municipal de la Capital.
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Revista Tribuna Democrática. Año 1972. Colección personal del autor.
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Notas
Recepción: 29 noviembre 2023
Aprobación: 13 mayo 2024
Publicación: 01 diciembre 2024