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Puertos latinoamericanos en la Gran Guerra y su vinculación con Europa: los casos de Valparaíso, Buenos Aires y Río de Janeiro
Resumen: Durante la Primera Guerra Mundial, el carácter de las ciudades portuarias como "articuladores privilegiados de la dimensión local y la llamada historia global" fue particularmente evidente en el Cono Sur de América. Fue en las ciudades portuarias donde primero se hicieron sentir las dislocaciones económicas y sociales desencadenadas por la guerra en Europa. ¿Cómo eran estas en detalle? ¿Existieron diferencias entre las ciudades del Atlántico y las del Pacífico? ¿Qué actores surgieron en el proceso? A partir de una evaluación de la prensa histórica, el artículo parte de la tesis de que, debido a la guerra, ciudades portuarias del Cono Sur como Valparaíso, Buenos Aires y Río de Janeiro se convirtieron en focos de cambios socioeconómicos y culturales. Aquí se formaron nuevas visiones del mundo que tenían como base una mayor autoconfianza de América Latina como componente independiente del sistema mundial.
Palabras clave: Primera Guerra Mundial, Puertos, Historia Global, Historia Internacional, Buenos Aires y Río de Janeiro.
Latin American Port Cities During the Great War and their relations with Europe: Valparaiso, Buenos Aires and Rio de Janeiro
Abstract: During the First World War, the character of port cities as "privileged articulators of the local dimension and the so-called global history" was particularly evident in the Southern Cone of America. It was in the port cities that the economic and social dislocations triggered by the war in Europe were first felt. What were they like in detail? Were there differences between the cities of the Atlantic and those of the Pacific? What actors emerged in the process? Based on an evaluation of the historical press, the article starts from the thesis that, due to the war, port cities of the Southern Cone such as Valparaíso, Buenos Aires and Rio de Janeiro became focal points of socioeconomic and cultural change. Here, new world views were formed that were based on a greater self-confidence in Latin America as an independent component of the world system.
Keywords: First World War, Port Cities, Global History, International History, Buenos Aires y Río de Janeiro.
Durante la Primera Guerra Mundial, el carácter de las ciudades portuarias como articuladores privilegiados de la dimensión local y la historia global fue particularmente evidente en el Cono Sur de América. Fue en estas donde primero se hicieron sentir las dislocaciones económicas y sociales desencadenadas por la guerra en Europa. El comentarista del diario La Nación de Buenos Aires, uno de los diarios más influyentes de Latinoamérica, puso esto en claro el 2 de agosto de 1914 representando a una mayoría:
Asistimos a uno de los más grandes episodios y a uno de los más grandes cataclismos de la historia humana. La guerra europea, inevitable ya, arroja al mundo en una inquietud como éste no la sintió jamás. En efecto, nuestra civilización, dominando las distancias y el tiempo, con beneficios tan indiscutibles para la capacidad productiva de la especie, paga rudamente en nervios, en su sensibilidad, las ventajas materiales de ese mismo dominio. De igual modo que la chispa, de un descubrimiento, de una creación, de un gesto nuevos del saber o del genio, ilumina hoy casi simultáneamente, desde el rincón donde se enciende, todos los ámbitos del pensamiento, así también el rayo que cae sobre un punto cualquiera del planeta, repercute, conmueve y trastorna, con mayor rapidez con mayor fuerza aun, en la totalidad de los espacios donde el hombre trabaja, siente y sufre. Esta vez el rayo fulmina el centro, la gran plataforma de la vida universal, que se estremece de angustia y de terror, como si llegara para ella la noche sin término. (…) Surge así, del estallido europeo, de la vibración que recorre y agita hoy los organismos sociales, un problema nunca planteado hasta ahora, cuya premisa es: no hay espectadores en este drama; más o menos directamente toda la humanidad es actora en él.1
La Primera Guerra Mundial nos enseña cuan difundida estaba en Latinoamérica, y especialmente en sus puertos, la conciencia global existente en este periodo y cómo se transformó a lo largo de los cuatro años de la hecatombe. En este contexto entiendo por conciencia global no a un pensamiento cosmopolita, sino más bien, a una noción acerca del significado de entrelazamientos globales y procesos de integración. Pese a lo distante de los campos de batalla, la Primera Guerra Mundial estuvo presente en muchos puertos, como no lo estuvo antes ningún otro acontecimiento, y estaba claro que sus repercusiones afectaban la propia realidad diaria (Conrad y Sachsenmaier, 2007). Los ciudadanos participaron de los debates por el fin del poderío occidental y por el hundimiento de Europa, que tuvo lugar entonces a nivel mundial y que caracterizarían al siglo XX. La percepción de la guerra ocurría a escala mundial, ya que debido a la nueva modalidad de la guerra propagandística y a través de las nuevas tecnologías comunicacionales, Latinoamérica estaba más directamente involucrada que nunca en los sucesos. Desde la perspectiva de los observadores, el conflicto armado fue para todo el mundo un suceso significativo que dejó atrás los contextos regionales de las guerras conocidas hasta entonces. A los latinoamericanos la Primera Guerra Mundial permitió experimentar el entrelazamiento del mundo y su lugar particular en este (Rinke, 2019).
En las casi tres décadas previas a la Primera Guerra Mundial todos los países de Latinoamérica experimentaron un fuerte crecimiento en el sector exportador. Por regla general eran los barcos y comerciantes europeos, establecidos en los puertos latinoamericanos, los que realizaban el comercio exterior. Estos comerciantes alcanzaron posiciones importantes a través del conocimiento del país y de su gente, así como de los buenos contactos logrados con los políticos y las clases altas nativas. Siempre mantuvieron el estrecho intercambio con las casas matrices de sus países de origen. Los europeos y norteamericanos no solo eran los compradores más importantes de las exportaciones latinoamericanas, sino que también eran las regiones centrales de proveniencia de las importaciones. La creciente integración a la economía mundial hizo indispensable la conexión a las redes de comunicación y al transporte de mercancías y personas (Rinke, 2016, pp. 110-111).
Debido a sus estrechos vínculos con Europa, las ciudades portuarias de Sudamérica se vieron especialmente afectadas por el estallido de la guerra. ¿Cómo eran los efectos en detalle? ¿Existieron diferencias entre las ciudades del Atlántico y las del Pacífico? ¿Qué actores surgieron en el proceso? A partir de una evaluación de la prensa histórica, el artículo parte de la tesis de que, debido a la guerra, ciudades portuarias del Cono Sur como Valparaíso, Buenos Aires y Río de Janeiro se convirtieron en focos de cambios socioeconómicos y culturales. Aquí se formaron nuevas visiones del mundo que tenían como base una mayor autoconfianza de América Latina como componente independiente del sistema mundial. A continuación, este artículo analiza primero el estallido de la guerra, luego indaga los problemas económicos y la propaganda, para concluir estudiando los cambios del año 1917 y las consecuencias hacia el final de la guerra. La atención se centra en Valparaíso, Buenos Aires y Río de Janeiro, comunidades que figuraban entre las ciudades portuarias más importantes de la época, y donde la guerra tuvo un impacto especialmente grave debido a la elevada proporción de inmigrantes.
El estallido de la Guerra
En Latinoamérica, como en otras regiones del mundo, también se hicieron patentes las difíciles crisis que agitaban al mundo en los años que precedieron a la Gran Guerra. La región experimentó el estallido de violencia de la revolución mexicana remeciendo la propia seguridad de las clases altas europeizadas de Latinoamérica. Cuando estalló la guerra en Europa en 1914, el espiral de violencia se expandió hacia una nueva dimensión globalizada. Los gobiernos latinoamericanos querían permanecer neutrales, hacerse a un lado y esperar a un rápido desenlace y fin del conflicto, como lo pregonaban en voz alta los estrategas de los frentes de batalla. Sin embargo, la guerra tomaría muy pronto un curso sin precedentes históricos. En efecto, no solo no tendría entonces un final inminente, sino que los latinoamericanos no serían capaces de mantenerse al margen de los acontecimientos. Por el contrario, desde el comienzo de la guerra las consecuencias de la conflagración se hicieron sentir en toda la región, debido a la guerra económica y a la propaganda de guerra.
Desde una perspectiva política, en agosto de 1914 no había necesidad alguna de sumarse a la conflagración ni a ninguno de sus dos bandos, pues en definitiva eran solo potencias europeas las que estaban enfrentándose directamente en el conflicto. Por ello todos los Estados soberanos de Latinoamérica declararon rápidamente su neutralidad (Rinke, 2019, p. 58). Seguían con su neutralidad el ejemplo de Estados Unidos, que también quería mantenerse al margen. Al igual que en Estados Unidos, la neutralidad servía a fines políticos internos, tendientes a prevenir conflictos étnicos en aquellos Estados latinoamericanos que contaban con una inmigración importante proveniente de Europa, como fueron Argentina, Brasil y Chile. De todos modos, ya tras el estallido de la guerra se habían desatado las pasiones sobre todo en las calles de los puertos de Buenos Aires, Valparaíso, y Río de Janeiro, donde la población se manifestó demostrativamente. Las manifestaciones de simpatía espontánea eran comunes para muchos latinoamericanos, como cuando entonaban la Marsellesa o el himno alemán en Buenos Aires. Aquello no sorprendía, pues en Argentina, país latinoamericano con mayor porcentaje de inmigrantes en relación a la población total, nueve de cada diez inmigrantes provenía de los países aliados (Otero, 2009, p. 23). El trabajo de Fátima Alvez ha mostrado cómo surgieron tensiones en el seno de las familias inmigrantes de Buenos Aires ante las exigencias de lealtad y las obligaciones materiales y afectivas con las naciones en guerra (Alvez, 2023).
Apenas se supo la noticia del estallido, los diplomáticos de los países europeos se preocuparon de llamar a sus países a aquellos emigrantes que estaban obligados a prestar el servicio militar. Desde los consulados fueron conminados a alistarse por medio de variados órganos de prensa extranjeros que se dirigieron a las comunidades forasteras in situ. El llamado al enrolamiento tuvo al comienzo una fuerte resonancia. En Buenos Aires, Valparaíso y Río de Janeiro, los reclutas acudieron en masa. La prensa informaba regularmente sobre fiestas de despedida que se les hacían a reservistas que deseaban regresar a Europa. Pero al mismo tiempo también se desataron controversias violentas;2 era en las ciudades portuarias donde los reclutas de los países hostiles se encontraban y se enfrentaban en duros combates callejeros.3
La situación se agravó a partir del ingreso de Italia a la guerra en el bando aliado, el 23 de mayo de 1915. La declaración de guerra generó mucho entusiasmo patriótico entre los numerosos inmigrantes italianos, especialmente en Buenos Aires y Río de Janeiro.4 Sobre todo al principio, y de manera particular, el gobierno italiano mantuvo oficinas de reclutamiento en Argentina, que cosecharon algún éxito (Bonow, 2011, p. 162; Tato, 2011). De todos modos, la excitación bajaría pronto de intensidad y los resultados esperados serían insatisfactorios, obligando a empresas e instalaciones italianas a tomar medidas coercitivas en contra de sus empleados, al punto de amenazar con despidos inmediatos a quienes se negasen a ser reclutados para el servicio militar (Devoto, 2006, pp. 318-321). El sector alemán también recurrió a medidas similares.
Las marchas patrióticas de los inmigrantes en días feriados, como por ejemplo para el cumpleaños de Bismark, o para el 14 de julio –día del aniversario de la toma de la Bastilla y señalado como aniversario de la Revolución Francesa– que se acompañaban de cantos públicos del himno nacional, el enarbolamiento de la bandera y el llamado a donaciones, llamaban a recordar la guerra, aun cuando las matanzas ocurrían lejos, al otro lado del Atlántico, en Europa. Sin embargo, después de la euforia inicial ello no contribuyó al logro de mayores movilizaciones. El espíritu de sacrificio se mantuvo en un umbral más bien bajo entre los inmigrantes y limitado, en primera instancia, a los miembros de la clase media (Cuenca, 2006, pp. 245-247).
Otro elemento que conmovió los puertos inmediatamente después del estallido de la guerra fue la guerra marítima. La escuadra alemana de Asia oriental huyó por el Pacífico hacia las aguas neutrales sudamericanas, a raíz de la declaración de guerra de los japoneses. Los alemanes se abastecían en Isla de Pascua y Más Afuera, ambas pertenecientes a Chile.5 A la misma región llegaría el acorazado ligero Dresden, que había estado estacionado hasta entonces en la costa del Caribe mexicano. Lo mismo ocurrió con el acorazado ligero Leipzig, que estaba originalmente estacionado en la costa del Pacífico. El 1.º de noviembre la escuadra alemana venció a los acorazados ingleses en la batalla naval de Coronel frente a las costas chilenas. Inmediatamente después, los barcos de guerra alemanes entraron al puerto de Valparaíso. Ello condujo a problemas con el gobierno chileno, ya que las unidades alemanas exigieron a los barcos comerciales de la línea naviera Kosmos, allí anclados, el aprovisionamiento de combustible y de noticias (Schönberg, 2004, pp. 133-174). Este tipo de comportamiento, tanto como abastecerse en las islas, chocaba contra las condiciones de la neutralidad por las que se prohibía el apoyo a beligerantes en puertos neutrales. Por lo mismo, en diciembre de 1914 el gobierno chileno prohibió la entrega de importantes cantidades de carbón a barcos cuyas compañías navieras desobedecían dichos acuerdos (Bravo Valdivieso, 2005, pp. 69-71). Poco después, la escuadra alemana continuó hacia el Atlántico, donde fue aplastada por unidades británicas en la batalla naval de las Malvinas (Leipold, 2012, pp. 449-484). Esta derrota obligó a los barcos comerciales alemanes en la región a internarse en los puertos argentinos, brasileros y chilenos para no ser apresados por los aliados.
Problemas económicos
La guerra provocó el colapso de la economía mundial liberal marcada por la fase de la globalización desde finales del siglo XIX. Esto tuvo repercusiones graves justamente para los países latinoamericanos exportadores de materias primas que dependían de los mercados mundiales. Desde luego los efectos en los puertos fueron catastróficos. La guerra derivó en una confrontación económica inédita hasta entonces, de dimensiones globales en cuanto a la movilización de todos los recursos latinoamericanos. Apenas comenzada la contienda, el miedo ante sus consecuencias económicas fue un motivo fundamental para las demostraciones masivas que se dieron en las grandes ciudades portuarias. Ante las novedades que se recibían desde Europa, se fue conformando un ambiente signado por el pánico. La caída de los precios de las materias primas y la carencia de combustibles provocaron el colapso de los negocios (Weinmann, 1994, pp. 39-41; Belini, 2014, pp. 21-26).
Por otra parte, el corte de los transportes, debido al bloqueo marítimo inglés, implicó una enorme restricción de las relaciones comerciales con Europa. Esto se hizo patente dolorosamente en la vida económica de los puertos. Los barcos destinados al comercio exterior, vital para la región, dejaron de aparecer (Albert, 1988, pp. 40-41). Inmediatamente después del estallido de la guerra pararon las líneas de buques a vapor alemanas, austríacas y francesas en el Río de la Plata. A partir de entonces reinó en el puerto de Buenos Aires una calma inusual.6 En Valparaíso, los barcos comerciales alemanes, que habían desarrollado hasta entonces una buena parte del comercio entre los estados vecinos con Europa, también huyeron hacia los puertos neutrales para no caer en manos de los ingleses. Hasta el final de la guerra constituyó un grave problema la escasez del espacio de carga (Silva Vildósola, 1916, p. 7).
En un primer momento fueron catastróficas las repercusiones que afectaron al comercio exterior. Los importes bajaron drásticamente debido a las restricciones de exportadores en Europa, a la falta de espacio de carga para el transporte y a la caída en la capacidad de importación en Latinoamérica. El comercio interior fue gravemente afectado en su totalidad. En las ciudades reinaba un ambiente de miedo e incertidumbre. Los políticos debatían en Buenos Aires ya el 2 de agosto con relación al estado de guerra.7 De repente se vieron amenazadas las necesidades cotidianas fundamentales, como el suministro de corriente eléctrica de la capital a cargo de una empresa eléctrica alemana-argentina. En Brasil se reunió el gabinete con representantes de los bancos para asesorar en cuanto a medidas de emergencia. Al final, aquí como en la mayoría de los países latinoamericanos no quedaba sino más que esperar. En todas partes se hacían esfuerzos por llevar calma a una población furiosa, incluso recurriendo a la fuerza policial en caso necesario. Los efectos directos de las medidas de emergencia se hicieron sentir de inmediato. Debido a que los empresarios ya no tenían dinero para pagar sueldos y mantener el negocio a flote, reaccionaron con despidos y se limitaron a esperar que llegasen tiempos mejores (Albert, 1988, p. 44). Todas las ramas vinculadas al sector exportador se vieron afectadas por estos desastrosos efectos.
Las consecuencias económicas del estallido de la guerra tuvieron diversas dimensiones y duraciones en las tres ciudades. Apenas fue posible, se reactivó la actividad de la banca. La reanudación de la concesión de créditos comerciales a corto plazo obedeció a la demanda de materias primas latinoamericanas y repercutió estimulando el comercio de la región (Albert, 1988, pp. 177-179). A partir de diciembre de 1914 se podía oír la reanimación en las calles de Buenos Aires.8 También en Río de Janeiro, donde la crisis había afectado más fuertemente la ciudad y el puerto, se reactivó nuevamente el comercio con Europa en noviembre de 1914, aunque a un nivel más bajo.9 Incluso el alza alarmante de los niveles de cesantía parecía tener solución, pues los comentaristas partían de la base de que, debido a la falta de inmigración, a mediano plazo debería haber falta de trabajadores.10
Sin embargo, para la mayor parte de la población urbana el problema más grande desencadenado por la guerra fue el alza desenfrenada de los precios y la explosión de los costos de vida. Las tendencias inflacionarias durarían hasta el fin de la década. Sobre todo, el alza continua de los precios de alimentos, junto a la baja de los sueldos reales, contribuyeron a empeorar dramáticamente la situación de los trabajadores y de la clase media (Suriano, 2017, pp. 97-99). El alza de los precios se debió a varios factores. Por una parte, se interrumpieron las importaciones desencadenando en muchas partes una desenfrenada especulación. Ello, a su vez, encareció los alimentos de primera necesidad que hasta entonces no habían sido catalogados como productos de importación, cuestión criticada duramente, aunque sin repercusiones, por la prensa diaria (Vinhosa, 1990, p. 136). La creciente demanda europea de trigo a Argentina, por ejemplo, desencadenó dificultades para el abastecimiento de la población del propio país.11 También subieron los precios de otras mercancías de primera necesidad, como fue el caso sobre todo de los combustibles (Compagnon, 2013, p. 124).
La guerra de la propaganda
Pero no solo los debates domésticos sobre la situación económica enfrentaron a los habitantes de la ciudad portuaria con la guerra, prácticamente a diario, a partir de agosto de 1914. El conflicto bélico estaba constantemente presente en la prensa a través de la propaganda de los opositores a la guerra. Los comentaristas y periodistas querían quedar fuera de este conflicto y también mantener a sus medios fuera, del mismo modo como lo hacían los gobiernos en las luchas diplomáticas y las empresas en la guerra económica. Concluían, en un primer momento, que no era posible desearle el triunfo de manera justa a ninguna nación, pues ninguna era la representante única de la civilización. Debido a la forma de conducción de la guerra, y a la agresiva propaganda llevada a cabo, sería muy difícil mantener esa posición neutral (Couyoumdjian, 1977, p. 182).
Los efectos de la guerra de propaganda en Latinoamérica fueron más allá de las actividades de los alemanes y de los Aliados. Conocidas personalidades se comprometieron con una u otra parte y con el paso del tiempo aumentaron los controvertidos debates públicos. En parte se disputaban violentamente en público. Este tipo de sucesos se daban sobre todo en Buenos Aires y Río de Janeiro, cuyas sociedades se componían de un alto porcentaje de migrantes que recepcionaban noticias de la guerra en el espacio público, en demostraciones, protestas y en encuentros callejeros. Tal como lo manifestara un observador en Argentina en octubre de 1914, de pronto todo bullía tan solo en torno a “filos” (“amigos”) y “fobos” (“enemigos”), quienes seguían el espectáculo en Europa con un grado de tensión tal, que llegaban a confundir a los enemigos de guerra con los partidos políticos nacionales (Castellanos, 1914). Uno de los protagonistas en Argentina, el intelectual nacionalista y amigo de los aliados Ricardo Rojas, opinaba en retrospectiva que la guerra de opiniones había adoptado por fases formas similares a las guerras civiles (Rojas, 1924, p. 184).
No resultaba extraño entonces que la guerra de propaganda tuviera lugar permanentemente en los diarios. El escritor argentino Juan Más y Pi (1914, pp. 228-232) publicó en diciembre de 1914 en Nosotros un artículo, en el cual culpó en términos directos a los poderes centrales de la guerra y en el que exigió a los neutrales situarse del lado de la Entente. El artículo tuvo como repercusión directa un sondeo de opinión realizado a personalidades conocidas en torno a los impactos de la guerra en el futuro de la humanidad en general, y en especial en el de Latinoamérica. Como resultado confirmó de un modo impresionante el dominio de la francofilia argentina.12 Con ello no se dirimían de ninguna manera las controversias. Muy por el contrario, las crecientes actividades de propaganda encenderían los debates en los siguientes meses a tal punto, que el editor de la Revista Argentina de Ciencias Políticas prohibió a fines de 1915 tratar el tema en sus publicaciones.13
En este punto ya habían surgido en Buenos Aires y Río de Janeiro numerosos comités, ligas y sociedades para el apoyo de los Aliados, con integrantes que provenían de diversos grupos sociales, desde estudiantes hasta vendedores de diarios. En Argentina la organización central más importante fue, tal como lo investigó la historiadora María Inés Tato (2008, pp. 233-242), el Comité Nacional de la Juventud, fundado en 1915 con grupos locales situados en diversos barrios de la capital. Tanto los germanófilos, como aquellos partidarios de la neutralidad, los así llamados neutralistas, disponían igualmente de asociaciones, que eran de todos modos notoriamente más pequeñas (Tato, 2010, pp. 56-59).
La guerra estuvo siempre presente en las discusiones públicas en las ciudades portuarias a través de la propaganda con todas sus distorsiones y alteraciones que implicaba. Nunca antes un acontecimiento del extranjero había sacudido tanto y en tal forma la vida pública. El enorme efecto movilizador de la guerra quedó especialmente claro en la región por la alta participación en las controversias sostenidas entre los beligerantes. El acento estaba puesto claramente en las capitales y puertos. El hecho de que en este proceso las voces proaliados pudieran imponerse no es sorprendente ante un escenario de una enraizada francofilia y de la guerra ofensiva alemana. En general, se trataba en ambos casos de agrupaciones heterogéneas con diversos motivos, que solo se pueden comprender en su correspondiente contexto local. De todos modos, la guerra de propaganda dejaba una cosa clara: no era posible en esta guerra esperar pasivamente. La nueva guerra precisaba de una neutralidad activa. Pero era difícil transformar en acción dicho requerimiento.
El cambio de época: 1917
La guerra proveniente de Europa se había transformado ya antes de 1917 en una conflagración global que había afectado de diversas maneras, a través de la guerra económica y de propaganda, a Latinoamérica, la que contribuyó a la guerra con materias primas indispensables. De todos modos, el año 1917 también marcaría un hito en el subcontinente, pues en aquel año no solo entraría Estados Unidos oficialmente en el conflicto, sino que lo harían también de manera oficial muchos estados latinoamericanos, aunque el conflicto se jugaba fuera del propio hemisferio. Con ello rompieron un fundamento de toda la política exterior americana legitimado desde hacía más de 100 años. Dicha operación fortaleció aún más el vórtice de la guerra y su impacto en toda la región. Los problemas políticos y socioeconómicos reconocibles desde agosto de 1914 se agudizaron, y la emocionalidad de los debates públicos aumentó de manera importante. Sobre todo estaba en juego la difícil decisión entre una toma de posición a favor de los Aliados o de la neutralidad.
A principios de 1917, la situación en Estados Unidos llegó a un punto crítico debido a la reanudación de la guerra submarina sin restricciones por parte del Reich alemán y al asunto del telegrama Zimmermann. Los Estados Unidos se encaminaban claramente hacia la guerra. Al principio, los gobiernos de América Latina se mantuvieron prudentes y esperaban mantenerse al margen del conflicto. Cuando Estados Unidos entró en la guerra el 6 de abril de 1917, las reacciones estuvieron divididas. Aunque hubo manifestaciones de simpatía en las calles de las ciudades portuarias, parte de la opinión pública seguía desaconsejando seguir el ejemplo estadounidense.14 Las consecuencias económicas sobre todo daban para pensar en Latinoamérica, pues con el ingreso de Estados Unidos se quebraba el último mercado neutral de un país industrializado. Ello implicaba una importante limitación para muchos exportadores agrarios.15 Desde un punto de vista económico, la entrada en la guerra de Estados Unidos fue de todos modos especialmente significativa para Latinoamérica. La exportación de productos vitales para la guerra se restringió de inmediato. Debido a que muchos proyectos de infraestructura en la región dependían de importaciones, que ahora quedaban paralizadas, los trabajos pararon y se produjeron despidos. También la guerra de propaganda se intensificó y tuvo un papel central en la conducción bélica norteamericana. Todo ello contribuyó a un cambio de actitud de los gobiernos de la región en el transcurso de 1917 (Rinke, 2019, pp. 153-154).
Después del hundimiento del barco brasilero comercial Paraná, provocado por un submarino alemán el 5 de abril de 1917, se desencadenó la crisis más difícil habida hasta entonces entre Alemania y Brasil. El político Rui Barbosa encendió los ánimos con charlas públicas en Río de Janeiro. El 8 y 9 de abril hubo manifestaciones masivas en la ciudad contra la política alemana y la presión ejercida al gobierno brasilero para el quiebre de relaciones aumentaba con el paso de las horas.16 El 10 de abril se dio a conocer oficialmente la ruptura de relaciones con Alemania y la opinión pública contempló esto apoyando unánimemente. Las manifestaciones de solidaridad reemplazaron las manifestaciones de protesta. Revistas como Fon-Fon traían series de fotos que mostraban a personas entusiasmadas por la guerra.17 Posteriormente, aumentó la presión pública sobre el gobierno para que entrara en la guerra junto a los Aliados. Esto se hizo evidente cuando una escuadra norteamericana visitó Río de Janeiro en julio y causó gran entusiasmo. En efecto, la entrada en la guerra ocurrió tras el hundimiento de otra embarcación brasilera por submarinos alemanes en octubre de 1917 (Vinhosa, 1990, pp. 91-128). La mayor parte de la población le daba la bienvenida al ingreso a la guerra; Río de Janeiro era parte de una ola de entusiasmo nacional.18
En Buenos Aires se produjeron escenas similares a las de Río de Janeiro a lo largo de 1917, aunque con un resultado diferente, ya que Argentina se mantuvo neutral. Al igual que en el caso de Brasil, un barco mercante argentino fue víctima de un ataque submarino alemán. Se trató del Monte Protegido. Cuando se publicó la noticia sobre el hundimiento, se desató una ola de protestas y violentos disturbios que registraron heridos, así como la destrucción de muchas instalaciones alemanas. Toda la atención estaba puesta en la reacción del nuevo gobierno del presidente Hipólito Yrigoyen. El “caso Monte Protegido” fue el primer desafío importante para su política exterior. El 22 de abril, las fuerzas proaliadas organizaron un gran encuentro en el Frontón en Buenos Aires que se transformó en una afluencia masiva. Los oyentes se amontonaron hasta la calle para escuchar atentamente a los oradores. Entre ellos se encontraban nombres conocidos como Alfredo L. Palacios, Francisco A. Barroetaveña y finalmente Ricardo Rojas. Todos exigían por fin la ruptura con el Reich alemán. Rojas calificó la neutralidad como a una “paz cobarde” (Rojas, 1924, pp. 8-10). Después del discurso de Rojas se desató una fuerte ola de demostraciones que culminaron en Plaza de Mayo cantando la Marsellesa y coreando “no queremos ninguna neutralidad”.19 La oposición por su parte no se quedó de manos cruzadas. La Liga Patriótica Argentina, bajo el liderazgo de Alberto J. Grassi, organizó un gran encuentro a favor de mantener la neutralidad, en el que Belisario Roldán, entre otros, participó de modo protagónico. Después de realizar discursos en diversas plazas públicas los manifestantes se dirigieron desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo con protección policial. Los opositores intentaron interferir la manifestación, pero sin éxito.20 En el período que siguió, los bandos de los llamados rupturistas, que exigían la entrada en la guerra, y los neutralistas, que luchaban por mantener la neutralidad de Argentina, estaban irreconciliablemente enfrentados. Argentina finalmente no entró en la guerra porque los alemanes hicieron concesiones y porque el interés nacional en mantener las oportunidades de exportación se lo impedía (Bagú, 1961, p. 78).
Aunque no tan agitadas como en Buenos Aires, las disputas sobre la postura ante la guerra en la capital chilena fueron pronunciadas. Así, la edición de agosto de 1917 de Zig-Zag versaba sobre la “manía por la guerra”, que ya explotaba en los tranvías temprano en la mañana entre los lectores de prensa en Santiago, como fue el caso de un alemán con fuerte acento que se peleó con un proaliado, provocando finalmente que todos llegasen tarde al trabajo.21 Esta pequeña sátira se basó en observaciones cotidianas escritas por un periodista atento que capturó la atmósfera que reinaba entonces en su país. En la prensa, el periódico más importante, El Mercurio de Santiago, abogó a favor del ingreso de Chile en el conflicto. Estas ideas se escuchaban sobre todo en las reuniones públicas, a propósito de las celebraciones de los días nacionales franceses y americanos.22 Sin embargo, aquellos positivos informes solo representaban un lado de la moneda; la otra cara contenía a quienes seguían teniendo muchas reservas, como los conservadores chilenos que no ocultaron su posición germanófila. Su periódico, El Diario Ilustrado, siguió siendo un importante contrapeso a la prensa proaliada. Sus autores se desafiaban regularmente con los proaliados, a través de artículos controversiales, y advertían del peligro que representaba llevar a un país a una guerra que no le incumbía, refiriéndose a los importantes aportes entregados por los migrantes alemanes en la construcción de la nación chilena.23
Finalmente, en Valparaíso, la opinión mayoritaria, incluso entre los círculos que simpatizaban con los Aliados, sostuvo que la neutralidad debía mantenerse mientras el país no se viese directamente involucrado en la guerra. Pese a la presión de la política exterior, el presidente Sanfuentes pudo mantener esta posición casi sin mayores molestias, debido a que el gobierno chileno, a diferencia del brasilero, no estaba bajo presión, dado su rol como proveedor de salitre y cobre, codiciados recursos naturales para la guerra. Tal como lo destacó el órgano de prensa afín al gobierno, La Nación, a mediados de abril de 1917, la neutralidad tenía sentido para una mayoría en Chile, independientemente de las inclinaciones de uno u otro partido por la guerra, y para América en general, pues esta abogaba por proteger en esta parte del mundo la civilización y la paz.24
El fin de la guerra
A fines de 1917 la guerra adquiría las dimensiones de una guerra mundial que parecía interminable. Latinoamérica se veía a sí misma cada vez más sujeta a sus efectos. En muchas partes hubo problemas de abastecimiento, y ello tuvo como consecuencia agitaciones sociales que se extendieron en las ciudades portuarias en 1918 (Suriano, 2017, p. 104). Las agitaciones no solo tuvieron consecuencias internas, pues en la región también se hizo cada vez más patente la ola revolucionaria proveniente de Rusia. La radicalización de los conflictos sociales influyó en la posición que los sudamericanos mostraron a lo largo y ancho de todos los países al final de la guerra, aquella que en su inicio celebraron con entusiasmo, pero cuyo desenlace, con la Paz de Versalles y la Sociedad de Naciones, provocó un fuerte desencanto.
En torno a la guerra de propaganda los Aliados intentaron imponerse y reprimir las actividades alemanas. Esta propaganda debía fomentar el odio de los brasileños beligerantes hacia las potencias centrales, para así distraerlos de los estragos que la guerra traía consigo y hacerlos digeribles. En Buenos Aires y Valparaíso, donde los gobiernos sostenían aún la neutralidad, se trataba de propaganda para el ingreso a la guerra, pero aquí la propaganda alemana encontró durante el último año de la guerra una fuerte resistencia.
Por ejemplo, en Buenos Aires las grandes empresas alemanas garantizaban la ejecución de actividades. La Deutsche La Plata-Zeitung seguía operando con la fundación de su propia agencia de noticias, la Prensa Asociada, que desde 1917 creaba una estructura que difundía las noticias de los diarios alemanes extranjeros. Los alemanes se inspiraron estratégicamente en la Associated Press norteamericana para la elección del nombre, pues dejaba camuflar bien su propia propaganda. Las permanentes mejoras de las conexiones radiotelegráficas influyeron en general en la presencia de noticias provenientes del Imperio Alemán. De todos modos, el tráfico radiotelegráfico funcionaba con tanta eficacia como para, a partir de Buenos Aires, abastecer también de noticias a todo el interior.25
Junto a la difamación de los Aliados europeos y la de sus aliados americanos, la propaganda alemana se preocupó hasta el final de la guerra por conservar la creencia en la victoria de las potencias centrales. Así, todavía en 1918 se proyectaba en la sala Germania en Buenos Aires la cinta de propaganda Die große deutsche Offensive an der Westfront .La gran ofensiva alemana en el frente occidental), que causó gran sensación entre los espectadores, aunque en gran parte se tratase de alemanes y descendientes de estos. Además, los actores alemanes movilizaron a simpatizantes argentinos a luchar contra las listas negras, para lo cual se recurrió a una retórica antiimperialista (Badaloni, 2016, p. 58). En 1918 la Liga proLibertad de Comercio intentó elevar al Congreso el proyecto de ley en contra de las listas, lo que tuvo tan poco éxito como los llamados a realizar demostraciones masivas. En este año sin duda aumentó la presión al gobierno del radical Yrigoyen, sobre todo de la prensa argentina, para que se abandonase la neutralidad. Grupos influyentes, como la comunidad italiana, organizaron regularmente manifestaciones multitudinarias que en lo fundamental exigían el quiebre de relaciones con el Imperio Alemán (Devoto, 2006, pp. 325-326; Tato, 2017, pp. 136-138). De todos modos, los esfuerzos no rindieron frutos.
En el último año de la guerra, quedó más que claro que mientras que esta arrojaba enormes ganancias para una pequeña élite, la gran masa de población, sobre todo en las ciudades, sorteaba problemas graves para el logro de su abastecimiento básico. De modo correspondiente disminuyó sobre todo la disposición entre los trabajadores urbanos de acudir a defender la unión nacional ante la crisis bélica. Si durante 1917 había aumentado fuertemente la cantidad y dimensión de las manifestaciones, la misma tendencia se vio acelerada durante 1918 y 1919. Los desórdenes sociales nacían de razones profundas en las que jugaron un rol importante factores internos y transnacionales.
En el nivel transnacional cabe destacar en primer lugar un suceso, la Revolución Rusa que, si bien ocurría desde 1917, recién a partir de 1918 se apreció su importancia en cuanto a la dimensión mundial de su impacto en las ciudades portuarias. Para muchos espectadores, el movimiento bolchevique parecía una amenaza por su tarea misionera revolucionaria y su conexión con toda Europa y a nivel mundial, ante la cual el Estado y organizaciones paramilitares nacionalistas reaccionaron con medidas represivas especialmente brutales.26 Pese a la prensa negativa –o quizá gracias a ella– que circuló en medios burgueses, la revolución de octubre inspiró a la izquierda urbana (Geli, 2014, p. 203). Trabajadores, principalmente de las ciudades, adhirieron a una apreciación positiva de la Revolución Rusa. El 1 de mayo de 1918 hubo así manifestaciones en Río de Janeiro que exigían paz y revolución social, pese al estado de guerra vigente entonces y las restricciones puestas por el Estado (Bandeira, Melo y Andrade, 1967, pp. 115-120).
Estas influencias cobraron mayor impacto en Argentina (Camarero, 2017b, pp. 9-25). En un artículo para Nosotros acerca del “significado histórico” del maximalismo, José Ingenieros escribió que la guerra había implicado el suicidio de las autocracias feudales y que las revoluciones eran una señal de un cambio histórico mundial, que finalmente afectaría a toda Europa (Ingenieros, 1918, pp. 380-386); pues el cambio sería imposible de detener, también en su propio entorno. Aquí los inmigrantes rusos, entre ellos muchos militantes judíos, de diversas corrientes socialistas y anarquistas, fundaron la Federación Obrera Rusa de Sudamérica. En una manifestación masiva que tuvo lugar en Buenos Aires el día 24 de noviembre con motivo de la celebración del primer aniversario de la Revolución de Octubre, el programa de los comunistas rusos –los así llamados “maximalistas”– fue explicitado por oradores de dicha asociación. El ala internacionalista de los argentinos socialistas adhirió a esta corriente y recibió de hecho la invitación a participar en la fundación de la Tercera Internacional a fines de 1918, de parte de los detentores del poder en Moscú (Kersffeld, 2012, pp. 70-104; Camarero, 2017; Acha, 2017).
El atractivo ante las nuevas ideas provenientes de Rusia tuvo que ver con la situación social catastrófica existente. En el caso de Buenos Aires, los sueldos bajaron alrededor de un 38 % durante la guerra, mientras que los costos de vida se habían disparado a un 71 %. Si hasta 1917 habían explotado los precios de los alimentos y textiles, la situación social empeoró para muchos residentes urbanos en 1918 debido al precipitado aumento de los alquileres. Es por eso que los sueldos reales siguieron bajando en 1918, pese a que, para entonces, la coyuntura ya se había estabilizado gracias al negocio de exportación de trigo (Bilsky, 2011, p. 63). Una de sus consecuencias fue la fuerte movilización de los trabajadores que se plasmó en una creciente actividad callejera cuando, a partir de 1916, los trabajadores portuarios renunciaron a su trabajo. El número de huelgas y huelguistas subió, solamente en Buenos Aires, de 80 y 24.300 en 1916 a 367 y 309.000 en 1919. Las luchas laborales costaron nuevamente muertos y heridos, cuyas cifras se desconocen. A raíz de esta situación, también se organizaron los empleadores para sofocar las manifestaciones y luchar sistemáticamente contra los sindicatos, especialmente en el puerto (Caruso, 2008, p. 2).
Las tensiones se desataron en una escalada de violencia a partir del 7 de enero de 1919, durante la llamada Semana Trágica. En el transcurso de aquellos días se llegó a niveles de una guerra civil, no solo en la Capital, sino también en las ciudades de la provincia, que tuvo un alto costo de muertos y heridos. El presidente, que se encontraba bajo fuerte presión, delegó en los militares la represión contra los huelguistas, para así también neutralizar las tendencias golpistas contra él existentes al interior de las fuerzas armadas. Los sindicatos reaccionaron con el llamado a una huelga general. Los ataques contra inmigrantes rusos y judíos fueron especialmente brutales, a quienes se acusaba de instigadores de los desórdenes existentes (Bilsky, 2011, pp. 96-97).
La solución violenta de conflictos también ganó importancia en Valparaíso, mientras la situación social empeoraba debido a la guerra. La debilidad de los sindicatos había evitado luchas laborales mayores al momento de estallar la guerra. Las manifestaciones comenzaron aquí en 1916, al igual que en Argentina. En 1917 aumentaron debido al alza de los costos básicos de vida, que crecieron enormemente, alrededor de un 140 % entre 1913 y 1919. Sobre todo, la huelga de los trabajadores portuarios de Valparaíso, que se extendió en el mes de abril a lo largo de todo el país, así como la represión de trabajadores que tuvo lugar en la región del salitre en agosto de ese año, fueron un adelanto de lo que vendría en el futuro. Una vez que en 1917 los socialistas habían adoptado el liderazgo al interior de la federación sindical central Federación Obrera de Chile (FOCh), aumentó la dimensión de las luchas laborales en 1918, tanto como la intensidad de la crisis, debido al fin del boom del salitre tras el armisticio en Europa. El 22 de noviembre, la FOCh organizó la protesta masiva más grande conocida hasta entonces en el país. En ella participaron socialistas, católicos, mujeres y asociaciones juveniles. Incluso la prensa capitalina elogiaba el pacífico desarrollo de las manifestaciones, y en principio le daba la razón a las exigencias fundamentales de los trabajadores, pues un pueblo que pasaba hambre, así opinaba El Mercurio por ejemplo, no podía guardar ningún tipo de sentimiento patriótico ni menos de respeto hacia el gobierno.27
En Río de Janeiro, donde el costo de la vida se había triplicado desde el estallido de la guerra, la ola de huelgas había alcanzado su clímax en 1917; pero en el siguiente periodo el gobierno había impuesto el derecho de guerra, para destruir al movimiento de trabajadores supuestamente dirigido por agitadores extranjeros. El 18 de noviembre de 1918 se registraron nuevamente choques muy fuertes, luego de que la situación de las clases populares empeorara en gran medida, lo que se desencadenó debido a la exportación realizada a los Aliados, pese a los esfuerzos realizados por el gobierno de contrarrestar los efectos negativos con medidas estatales y de procurar una distribución más equitativa (Bandeira et al., 1967, pp. 128-129; Vinhosa, 1990, p. 154). Finalmente, la situación social en Río de Janeiro era parecida a la de Buenos Aires y Valparaíso al final de la guerra, aunque las tensiones se trasladaron en Brasil debido al positivo desenlace que tuvo aquí la guerra (Albert, 1988, p. 266).
El hecho de que las tensiones sociales no escalasen en todas partes de manera similar tuvo que ver, no en última instancia, con la expansión de la epidemia de gripe, que fue difundida como “gripe española”. La segunda ola de la peste, entre 1918 y 1919, arrasó a nivel mundial con un saldo de 15 millones de muertos, diseminándose también en Latinoamérica a partir del mes de septiembre de 1918. En diciembre ya se encontraban enfermas alrededor de dos tercios de la población de la capital brasilera, explotando la tasa de mortalidad. Debido a la falta de asistencia sanitaria estatal, se desmoronó la vida pública en Río de Janeiro (Goulart, 2005).
El armisticio en Europa pareció expulsar las preocupaciones y presentimientos, a la vez que concilió, al menos en el corto plazo, a los partidos en conflicto. Ya en los días previos al 11 de noviembre una fuerte expectativa dominaba los ánimos en las ciudades portuarias. La noticia acerca del armisticio desencadenó un gran entusiasmo. Muchos comentarios que circularon durante los días en que se celebraba el final de la guerra expresaron el sentimiento de unión con personas de todo el mundo. El 11 de noviembre, según la Revista do Brasil, fue un día excepcional que se marcaría en la memoria de toda la humanidad.28
Los medios de prensa informaron sobre los sucesos que se desencadenaron en las calles citadinas a propósito de la noticia del armisticio. Manifestaciones de alegría marcaron la jornada durante los días 11 y 12 de noviembre. El peligro que representaban las marchas masivas como focos de expansión de la epidemia de gripe no tuvo ningún peso ante la falta de información y la euforia general reinante (Bandeira et al., 1967, p. 122). En Buenos Aires los empresarios dieron el día libre a sus trabajadores, las calles reunieron a enormes masas de personas entusiasmadas, y muchas de ellas fueron vestidas festivamente. El arrebato de alegría por el fin de las batallas se mezclaba con la ovación por el triunfo de los Aliados. Se celebraba “el triunfo de la civilización”.29 Incluso en los Estados neutrales como en Argentina, el entusiasmo provenía de los vencedores, siendo a su vez las comunidades de inmigrantes inglesas, francesas e italianas las que se ocuparon de la organización de las festividades públicas y de las marchas triunfales.30 Sin embargo, las Conferencias de Paz y el Tratado de Versalles pronto conducirían a la desilusión. Las grandes esperanzas de un nuevo orden mundial no se hicieron realidad. La guerra, que terminó en 1918/19, también acarreó grandes sombras que nublaron el futuro de la región. La nueva era, que ya había llegado en ese momento para muchos comentaristas, estaba plagada de inseguridades.
Conclusión
Los tratados firmados en París pusieron fin formalmente a la Guerra Mundial, pero en 1919 casi no se podía hablar de paz a nivel mundial. Los testigos latinoamericanos que vivenciaron el paso de una guerra “caliente” hacia una guerra “fría” observaron aquellos desarrollos con atención. El fin de la lucha sangrienta llevó a mucha gente a mirar atrás, y lo que vieron fue un corte profundo en el campo de las experiencias de habitantes de ciudades portuarias de diferentes naciones, clases, géneros y generaciones. El estallido de la Guerra Mundial ocasionó una crisis de dimensiones dramáticas, ante la cual se encontraban indefensas las ciudades, sus puertos y sus gentes, pues con el fin de la economía liberal decimonónica sucumbieron los fundamentos del desarrollo económico. El sector de exportación, de vital importancia, pasó por una fase de desarrollos extremadamente volátiles, lo que perduraría mucho tiempo después de que la guerra terminara. Más importantes fueron los efectos sociales de la guerra. La cesantía creciente y vertiginosa, la inflación sin límites, y a través de ello el estado cada vez más precario de la población trabajadora, además condujo a constelaciones altamente explosivas en las ciudades portuarias. Esto desembocó, a partir de 1917, en disturbios en amplios sectores de graves consecuencias que fueron influenciados por los sucesos revolucionarios en México y Rusia, y que solo fueron sofocados por las élites a través de un masivo empleo de la violencia, estatal y paraestatal, pero sin llegar a solucionar los problemas de fondo. La Primera Guerra Mundial no creaba por primera vez estos problemas, pero sin embargo contribuyó a su fuerte agudización.
En general, se aprecia una fuerte movilización y politización en la esfera pública. Los actores que se toparon con estos procesos eran, por regla general, jóvenes que provenían de la nueva clase media, de la clase obrera urbana, reclutada en los márgenes de la sociedad. Pese a que los huelguistas, los estudiantes que protestaban y las demás fuerzas que presionaban por cambios sociales entre 1917 y 1919 no pudieron imponerse entonces, el espíritu de la revolución seguiría constituyendo un factor central en protesta y movilización urbana del siglo XX. En las ciudades portuarias aquí estudiadas, las personas no fueron afectadas de igual manera, directa o indirectamente por la guerra. Hubo grandes diferencias en grados, vínculos y formas. En Buenos Aires y Río de Janeiro las disputas cotidianas en los espacios públicos fueron más violentas que en Valparaíso. En general, ciudades orientadas hacia el Atlántico estuvieron claramente más fuertemente vinculadas a los sucesos de la guerra que la vecina a orillas del Pacífico, Valparaíso. El grado de participación y afectación de la Guerra Mundial varió de un lugar a otro. Aun así, la lógica del vínculo en el acontecer mundial no se limitó a las fronteras nacionales pues la necesidad de vincularse con la guerra se instaló en y abarcó a toda la región.
Durante el transcurso de la guerra, las disputas críticas con el centro del sistema mundial, como se le consideraba entonces, y con el imperialismo en todas sus facetas, alcanzaron una calidad nueva, sobre todo porque se desplazó desde los bares de estudiantes, o de las publicaciones de un pequeño círculo de intelectuales, hacia las calles. Diversos actores las llevaron a las más amplias esferas públicas urbanas y lucharon allí por sus convicciones. Desde la perspectiva de las ciudades portuarias, la guerra fue una gran fuerza descentralizadora, poniendo en cuestión el orden urbano, presentando así un vacío del cual podían surgir nuevas ideas de lo global, pero también del cambio local (Abbenhuis y Tames, 2022, pp. 7-8).
El carácter transformador de la Primera Guerra Mundial quedó claramente reflejado con el cambio de la conciencia global. A partir del hundimiento del centro civilizatorio en Europa, algunos comentadores observaban a su continente ya en 1914 como modelo de la verdadera paz. La nueva civilización mundial de posguerra tuvo que encontrar su nuevo centro en el doble continente americano. La Guerra Mundial quebró la meta-narrativa de la unidad de Europa con la civilización y la cultura. La propaganda, de por si contradictoria, de los beligerantes, posibilitó la percepción del lado oscuro de Europa exigiendo, por una parte, un partidismo, y al mismo tiempo abrió un nuevo espacio para lo propio. El horizonte mundial, que se mostró como una experiencia de guerra mediatizada en las sociedades urbanas, se situó una y otra vez en relación con las experiencias locales. A partir de ahí, se abrió un horizonte de nuevas expectativas junto con la idea de que América pasaba de ser un ente observador impresionado pero pasivo, que, pese a ser parte afectada se limitaba más bien a reaccionar ante los sucesos mundiales, a convertirse en un actor independiente y autoconsciente. A partir de las dimensiones globales de la guerra se redujeron la distancias espaciales y temporales entre los continentes, y el reconocimiento de estar vinculados entre sí se relacionó con la experiencia del suceso inédito.
Prensa y publicaciones periódicas
Argentina:
Diario La Nación, Buenos Aires
La Prensa, Buenos Aires
Nosotros, Buenos Aires
Revista Argentina de Ciencias Políticas, Buenos Aires
Revista Caras y Caretas, Buenos Aires
Brasil:
Correio da Manhã, Rio de Janeiro
Fon-Fon, Rio de Janeiro
Jornal do Commercio, Rio de Janeiro
O Estado de São Paulo, San Pablo
O Imparcial, Rio de Janeiro
Revista do Brasil, Rio de Janeiro
Revista da Semana. Rio de Janeiro
Chile:
El Diario Ilustrado, Santiago
El Mercurio, Santiago
La Nación, Santiago
La Unión, Santiago
Zig-Zag, Santiago
Referencias
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Notas
Recepción: 25 Abril 2024
Aprobación: 16 Mayo 2024
Publicación: 01 Diciembre 2024