AIHA Anuario del Instituto de Historia Argentina, vol. 24, nº 2, e213, noviembre 2024 - mayo 2025. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Dosier

Los ritmos del puerto: culturas negras, danzas atlánticas y ciudadanía en Rio de Janeiro (1889-1913)

Leonardo Affonso de Miranda Pereira

Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro (PUC-Rio), Brasil
Cita recomendada: Pereira, L. A. M. (2024). Los ritmos del puerto: culturas negras, danzas atlánticas y ciudadanía en Rio de Janeiro (1889-1913). Anuario del Instituto de Historia Argentina, 24(2), e213. https://doi.org/10.24215/2314257Xe213

Resumen: Al largo de la segunda mitad del siglo XIX, la región portuaria de Rio de Janeiro se convirtió en uno de los espacios de vivienda privilegiados para los trabajadores de bajos ingresos de la ciudad. En un país marcado hasta 1888 por la esclavitud africana, esto significó que la región pasaría a caracterizarse por una gran concentración de trabajadores afrodescendientes, con sus propias prácticas culturales. Como resultado, en los primeros años del siglo XX, la zona portuaria fue descrita por la prensa como un espacio marginal de la ciudad, una área decadente y degradada, que quedaría al margen del esfuerzo de modernización urbana que marcó Rio de Janeiro en los primeros años del siglo XX –en un tipo de imagen reforzada por la historiografía sobre el mundo urbano de la ciudad, que a menudo ha tratado las prácticas culturales de estos sujetos como simples supervivencias o resistencias que se opondrían al proyecto de modernización urbana que se afirmaba–. En sentido inverso, este artículo pretende seguir las experiencias de los propios habitantes de la región, para mostrar cómo han sido sujetos activos de un proceso de modernización cultural de Rio de Janeiro del que se los suele considerar excluidos. Atentos a las nuevas modas del Atlántico, dieron forma a danzas modernas de fuerte base negra que, con el tiempo, transformarían la propia identidad nacional –en un proceso que tuvo su matriz principal en la zona portuaria de la ciudad–.

Palabras clave: Prácticas culturales, Comunidad portuaria, Afrodescendientes, Urbanización.

The rhythms of the port: Black cultures, Atlantic dances and citizenship in Rio de Janeiro (1889-1913)

Abstract: Throughout the second half of the 19th century, the port region of Rio de Janeiro became one of the privileged living spaces for the city's low-income workers. In a country marked until 1888 by African slavery, this meant that the region would come to be characterized by a large concentration of workers of African descent, with their own cultural practices. As a result, in the early years of the 20th century, the port area was described by the press as a marginal space of the city, a decadent and degraded area, which would remain on the margins of the urban modernization effort that marked Rio de Janeiro in the early years of the 20th century – in a kind of image often reinforced by historiography about the urban world of the city, which has often treated the cultural practices of these subjects as mere survivals or resistances that would oppose the urban modernization project that was asserting itself. Conversely, this article aims to show how the inhabitants of the region were active subjects in the process of Rio de Janeiro's cultural modernization from which they are often considered excluded. Attentive to the new Atlantic fashions, they gave shape to modern dances with a strong black base that would transform the national identity itself, in a process that had its main matrix in the city's port area.

Keywords: Cultural practices, Port community, Afro-descendants, Urbanization.

El 13 de noviembre de 1900, dos días antes del décimo primer aniversario de la proclamación de la República en Brasil y doce años después de la abolición de la esclavitud, un tal Joaquim Gomes Salgado, residente en la zona portuaria de Rio de Janeiro, tuvo problemas con la policía.1 Aunque era martes, decidió organizar ese día una fiesta, reuniendo a unos sesenta invitados en su pequeña residencia, situada en una posada en la subida del Morro da Providência. Aunque no hay constancia de la caracterización racial de los asistentes, una breve nota publicada al día siguiente en el periódico Cidade do Rio permite inferir que se trataba de una fiesta de trabajadores negros, definida por el reportero que la relató como “um samba”, término frecuentemente asociado a las celebraciones promovidas por afrodescendientes en la ciudad.2 Como consecuencia, la policía acabó acudiendo al lugar de los hechos para detener a Joaquim Salgado, mientras el resto de los presentes se dieron a la fuga.

Lejos de ser un caso aislado, el episodio atestiguó un fenómeno bien conocido por la historiografía sobre el mundo urbano de Rio de Janeiro: la gran presencia de las culturas negras en la zona portuaria de la ciudad, cuyos contornos aparecen en este mapa de 1900 (Figura 1):

Figura 1
“Planta da cidade do Rio de Janeiro”, 1900
“Planta da cidade do Rio de Janeiro”, 1900
Fuente: Biblioteca Nacional, ARC.002,15,003).

Separada de la región central de la capital federal brasileña por un grupo de colinas como el Morro da Conceição y Morro da Providência, que se conocería como la primera favela de la ciudad (Valladares, 2005, pp. 22-73), la zona portuaria incluía los barrios de Saúde y Gamboa, que juntos formaban la parroquia de Santa Rita. Aunque estaban geográficamente próximos a una valorada región central que empezaba a recibir importantes inversiones públicas, debido a una reforma urbana que intentaba deliberadamente acercar la realidad de la ciudad a la de las capitales europeas (Rocha, 1995), estos barrios que rodeaban el puerto no fueron atendidos por este esfuerzo de remodelación urbana, el cual únicamente se focalizó en las zonas centrales más lujosas y en el propio puerto, que se modernizó. En gran medida, esto se debió a la historia de la región, que en las primeras décadas del siglo XIX se construyó en torno al muelle de Valongo, que hasta la década de 1840 fue el principal puerto de recepción de africanos esclavizados enviados al sudeste de Brasil (con más de 800.000 esclavizados desembarcados en la primera mitad del siglo XIX). Como resultado, estos barrios portuarios se consolidaron a lo largo del imperio como la puerta de entrada a la ciudad de estos africanos y sus descendientes, que fueron una presencia constante en el paisaje portuario carioca a lo largo del siglo XIX (Rodrigues, 2005; Fonseca, 2019). A partir de entonces, esta marca negra en la localidad, unida al hecho de que aún albergaba una infraestructura portuaria en aquel entonces en decadencia –con edificaciones precarias, que servían de vivienda a muchos que no tenían otro lugar donde vivir–, contribuyó a profundizar su abandono por parte del gobierno. Así, estos barrios fueron marginados del creciente impulso modernizador que caracterizó a la administración municipal a partir de la década de 1870 (Honorato, 2016; Neves, 2023).

Frente a este abandono, la región portuaria de Rio de Janeiro –que, en términos sociales, también incluía el barrio de Cidade Nova, situado a orillas del otro lado del Morro da Providência– se convirtió en uno de los espacios de vivienda privilegiados para los trabajadores de bajos ingresos de la ciudad. En el caso de un país marcado hasta 1888 por la esclavitud africana, esto significó que la región pasara a caracterizarse por una gran concentración de trabajadores afrodescendientes –lo que trajo como consecuencia que en 1890 la parroquia portuaria de Santa Rita albergase cerca del 34 % de residentes identificados como negros, mientras que en el resto de la ciudad las parroquias solo albergaban al 28,9 % de estos residentes (Fonseca, 2019, p. 173). También contribuyó a que esta presencia negra fuera más intensa en la región el hecho de que era necesario un gran número de estibadores, una categoría de trabajadores con bajos requisitos de cualificación en la que los trabajadores afrodescendientes tenían una clara primacía. A pesar de la afluencia masiva de inmigrantes europeos a la ciudad desde las últimas décadas del siglo XIX, el puerto seguía congregando mayoritariamente a trabajadores nacionales, lo que significaba que existía lo que Maria Cecília Velasco e Cruz definiría como “una fuerte línea de continuidad entre los esclavos y libertos de los viejos tiempos imperiales y los proletarios de la Primera República” (2000, p. 274).3

No era casualidad, por lo tanto, que fuera en este barrio donde las noticias sobre la práctica de batuques y candomblés aparecieran con más frecuencia a lo largo del siglo XIX. Tampoco era casual que esta región fuera el principal baluarte de la creencia en la religión de los orixás, aunque esta creencia distaba mucho de estar restringida a un barrio concreto. Ya en 1886, Mãe Aninha, una de las primeras religiosas negras que dejó Bahía para instalarse en Rio de Janeiro, había fundado su terreiro4 en el barrio, iniciando una proliferación de casas de santo en la región (Rocha, 2000, p. 25). En una crónica publicada en 1904 en la Gazeta de Notícias sobre las prácticas religiosas en la ciudad, João do Rio, escritor que se estaba haciendo famoso en aquellos años por sus descripciones del mundo urbano carioca (O´Donnell, 2008), nombra otros innumerables terreiros que tenían allí su sede.5 Por más que la zona portuaria también estuviera habitada por otros diversos grupos de inmigrantes y blancos pobres, en un proceso alimentado a partir de las últimas décadas del siglo XIX por la gran afluencia de trabajadores europeos que empezaron a instalarse en la ciudad, la intensa presencia allí de este tipo de manifestaciones de costumbres y prácticas de matriz africanas fue una de sus principales señales de identidad.

Como resultado, en los primeros años del siglo XX, la zona portuaria fue descrita como un área decadente y degradada, lugar privilegiado para el crimen y el vicio. Así lo mostró el propio João do Rio en 1906, en una crónica sobre un crimen ocurrido en el barrio portuario de Saúde, en el que un niño de 13 años había asesinado a otro de 9. En el relato del cronista, el crimen se presentaba como resultado directo de la degradada composición social de la región, constituyendo “un ejemplo común de la influencia del barrio, de este barrio rojo, cuya oscura historia pasa a través de los años bañada en sangre”.6 Para demostrar su punto de vista, lleva a su interlocutor a recorrer la zona, describiendo sus miserias al lector. “El barrio rojo no es un distrito, una parroquia”, explica, sino “un conjunto de calles pertenecientes a varios barrios, pero que misteriosamente, más allá de las fuerzas humanas, ha logrado crear la red oscura, la lúgubre cadena de la miseria y el crimen, insaciables”. Más social que administrativo, este territorio se extendía en torno a “la calle Saúde, con todos los callejones, callejuelas y pequeños muelles que salen de ella”:

Toda esta parte de la ciudad, una de las más antiguas, todavía llena de recuerdos coloniales, tiene, a cada paso, un rastro de historia lúgubre. La calle Gamboa es oscura, llena de polvo, con un cementerio entre las casas; la de Harmonia se llamaba antes del Cementerio, porque era la necrópolis de los esclavos que venían de la costa de África; la calle Saúde, llena de muelles, callecitas y callejones irradiantes, trepando por la colina con sus tentáculos, es el camino de la desesperación; la calle Prainha, aún hoy abierta, con edificios nuevos, causa una impresión aterradora por la noche.7

Con sus calles oscuras, estrechas y sucias, habitadas intensamente por una población afrodescendiente, la zona portuaria era presentada por el cronista como un lugar donde “el asesinato es natural”, en una perspectiva que afirmaba la fuerza del racismo científico entre las élites de la ciudad en los primeros años del siglo XX. Al mismo tiempo, sin embargo, su relato dejaba al descubierto la gran ignorancia de los lectores habituales de los periódicos de la ciudad sobre la vida en la región y las costumbres de sus residentes, que para el cronista no eran más que una expresión de la “vulgaridad del populacho”. “¿Qué eran aquellos lugares? ¡El otro mundo! ¡La otra ciudad!”, decía João do Rio, afirmando la distancia simbólica y cultural que separaba la zona portuaria de la imagen de una capital federal que en aquellos años era objeto de reformas urbanas que buscaban afirmar su marca moderna y cosmopolita (Rocha, 1995; Neves, 2003). Concluía que se encontraba en un “mundo nuevo” que resultaría extraño a sus lectores habituales, mostrando que la zona constituía un universo singular poco conocido o frecuentado por las élites de la ciudad.

La afirmación del supuesto aislamiento de la región, sin embargo, no se limitó a sus críticos contemporáneos. Décadas más tarde, esas imágenes de aislamiento fueron resignificadas por estudiosos que se dedicaron a repensar el perfil de la zona portuaria, viendo en ella, en esa misma clave, el territorio de una auténtica y esencial cultura negra, que no habría sido tocada por la ola modernizadora que habría transformado la joven capital de la república brasileña. En un libro publicado originalmente en 1983, el cineasta Roberto Moura caracterizó esa parte de la ciudad como una “Pequeña África”, supuestamente a partir del testimonio de Heitor dos Prazeres, un músico negro de la región, hijo de una de las tías bahianas con cierto liderazgo entre los bahianos recién llegados a Rio de Janeiro que se asentaban en la zona portuaria y sus alrededores. Según Moura, este territorio se extendía “desde la zona del muelle del puerto hasta Cidade Nova, con PraçaOnze como capital”, y abarcaba un territorio contiguo que se extendía desde la zona portuaria, manteniendo sus características (Moura, 1995, p. 92). A partir de entrevistas y testimonios sobre la región, el autor construye una imagen suya original y única, basada en gran medida en las fiestas negras que allí se celebraban, a través de las cuales se habría afirmado y consolidado la africanidad de la región, encarnada por la propia figura de la bahiana Hilaria Pereira Ernesto da Silva, conocida como Tia Ciata.

A partir de lo propuesto por Moura, muchos autores posteriores tomaron esta idea como una realidad tangible, atribuyendo en diversos grados la singularidad cultural de la región a un vínculo esencial con esta ancestral cultura africana (Soihet, 1998; Valença, 2000). Supuestamente situada al margen del desarrollo del resto de la ciudad, la zona portuaria era vista como un espacio donde los trabajadores negros, ante la represión que sufrían bajo los sucesivos gobiernos republicanos, “se escondían de la policía para no ser molestados en sus sambas y rituales” (Arantes, 2009, p. 148). Aunque reconocen que en la región también vivían muchos trabajadores de otros orígenes y nacionalidades, estos estudios señalan “el proceso de cristalización territorial” de una “comunidad portuaria” que se caracterizó por la “fuerte participación de los negros en su composición” (Honorato, 2016, p. 13). En consecuencia, la región se habría afirmado como el espacio singular de una cultura negra primitiva y original, en la que los afrodescendientes supuestamente conservaban intactas sus tradiciones.

Episodios como el “samba” organizado en 1900 por Joaquim Gomes Salgado en su casa parecen, a primera vista, reforzar estas impresiones. Sin embargo, además de atestiguar la fuerza de las culturas negras en la zona portuaria, la fiesta promovida por el animado residente de la posada del Morro da Providência apunta a un tipo de experiencia que guardaba poca relación con las imágenes de autenticidad y pureza negras afirmadas por los análisis que trataban de la fuerza de la tradición negra en la zona portuaria. De hecho, la misma nota que trataba sobre la llegada de la policía a la fiesta reconocía que la casa solía acoger “grandes forrobodós”, nombre con el que se conocían localmente los bailes modernos que se extendían por el mundo atlántico (Pereira, 2020). Caracterizadas por danzas y ritmos que los contemporáneos valoraban como cosmopolitas, dada su evidente conexión con los ritmos que empezaban a animar los bailes en otras capitales como Buenos Aires, La Habana o Nueva Orleans, estas fiestas expresaban la afirmación de una marca moderna y dinámica para la zona portuaria. Al tratarse de una zona que se situó al margen del esfuerzo de modernización urbana de la capital, cuyo principal objetivo había sido precisamente ocultar el pasado negro de una ciudad que había recibido el mayor número de africanos esclavizados a lo largo de la historia (Rocha, 1995; Neves, 2003), el significado y la forma de esta modernidad proyectada por los grupos negros de la región debe, por tanto, analizarse con más detenimiento. En lugar de reiterar el esencialismo de muchos de los análisis que definen como negra la región portuaria, se trata de investigar el proceso de construcción social y racial de ese espacio, siguiendo la perspectiva de los trabajadores que lo habitaron.8

Se pretende, pues, demostrar cómo estos trabajadores de la región portuaria hicieron de las llamadas danzas modernas un medio de resignificar ciertas imágenes y prejuicios que generalmente se asociaban a estos espacios y a sus habitantes. Frente a una historiografía de la Primera República brasileña (1889-1930) que suele caracterizarla como un período de completa exclusión de los trabajadores, especialmente de afrodescendientes como los que vivían alrededor del puerto (Carvalho, 2003), la propuesta es comprender las formas de inserción forjadas por esos propios sujetos, tanto en el mundo urbano de Rio de Janeiro como en la nación por él representada. Para ello, se analizará tanto la prensa comercial como los registros policiales que intentaban controlar las actividades de estos pequeños clubes de baile, para comprender cómo los trabajadores de la zona portuaria se esforzaron por incorporar, a su manera, la marca moderna estaba adquiriendo la ciudad. En este sentido, analizaremos en primer lugar cómo este proceso se vio alimentado por conexiones translocales y transnacionales de las que estos trabajadores fueron sujetos privilegiados, dada su proximidad a los intercambios culturales posibilitados por la cercanía del puerto. A continuación, se trata de reflexionar sobre cómo estos trabajadores hicieron de estos bailes un medio para organizar sus propias redes de solidaridad y diferencia. Por último, se pretende demostrar cómo este proceso les permitió afirmarse como partes constitutivas de la nueva nación republicana que estaba emergiendo. Esto hace de la zona portuaria de la cuidad una región privilegiada para comprender tanto los conflictos y tensiones que marcaron la Primera República brasileña como las nuevas imágenes de nacionalidad forjadas a partir de ellos.

En el movimiento del Atlántico

En una crónica publicada en mayo de 1906, el poeta Olavo Bilac describía Rio de Janeiro como “la ciudad que baila”.9 Atento a la gran proliferación de bailes en la ciudad, lo impresionó la fuerza del fenómeno en los primeros años de la República. Por más que caracterizara al baile como un “fenómeno universal”, que siempre se habría manifestado en todas las épocas y lugares, llamaba su atención la singular importancia que había adquirido en la capital federal de Brasil, donde entonces era “más que una costumbre o una diversión”; constituía “una pasión, una manía, una fiebre”. Presente en diferentes barrios de la ciudad, esta fiebre tendría, sin embargo, características específicas en cada uno de ellos. “Botafogo no baila como Catumbi, Tijuca no baila como Saúde”, explicaba el cronista, afirmando que sería posible establecer una “geografía moral de la ciudad” a través de los bailes, cuyo principal criterio sería el análisis de los “bailes favoritos” de cada localidad. Así, muestra que mientras en los barrios aristocráticos los bailes se asemejaban a los de los salones europeos, con “caballeros severos” con sus “casacas negras” practicando una danza que sería “serena y majestuosa como un rito religioso”, en los barrios con mayor presencia de trabajadores negros las formas de bailar eran muy diferentes. Este era el caso particular de la región portuaria, formada por los barrios de Cidade Nova, Gamboa y Saúde, que para el cronista constituían un “nuevo mundo” en el que “la quadrilha fue desterrada”, para dar paso a nuevos ritmos sincopados como el maxixe. “Aquí, los cuerpos ya no sólo se tocan: se pegan”, explicó Bilac en referencia a los bailes en pareja caracterizados por sus requiebros y con los cuerpos pegados como singularidad. A sus ojos, esto daría lugar a una nueva forma de bailar, marcada por “una fusión de bailes” que definió como “samba”, que sería “una mezcla del jongo y los batuques africanos, el canaverde de los portugueses y el poracé de los indios”.10

Sin limitarse a las características más percusivas que suelen asociarse al samba, la definición del cronista apuntaba a un universo de intercambios y conexiones culturales que marcaban la región portuaria en aquella época. Indudablemente, estas fiestas de la región portuaria estaban claramente relacionadas con las antiguas prácticas festivas negras que se habían arraigado allí a lo largo del siglo XIX. El 20 de diciembre de 1886, una nota paga publicada en el periódico O Paiz llamaba la atención de la policía sobre una casa situada en la parte trasera de una posada, “donde reinan continuamente grandes redobles de tambor, que molestan a los vecinos y se prolongan mucho más allá de las 10 de la noche”.11 Aunque prohibidos por el Código de Ordenanzas Municipales, los “batuques y tocatas de pretos” de este tipo eran habituales en toda la zona portuaria, como demuestra en 1866 la denuncia presentada por un inspector ante la Cámara Municipal. Según el comisario que respondió a la denuncia, “cada negro que quiere participar en la diversión paga 80 Rs. de entrada”, en eventos que solían reunir cerca de “50 personas”.12 Llamadas batuques por la intensidad de los instrumentos de percusión, estas fiestas eran una opción de diversión frecuente para los habitantes del barrio portuario de Saúde en la segunda mitad del siglo XIX. Esto alimentaba la percepción entre los contemporáneos de que se trataba de un territorio de expresión de culturas negras supuestamente primitivas.

Sin embargo, cuando Bilac escribió su crónica, esta ya no era la realidad de la región. La abolición de la esclavitud en 1888 y la proclamación de la República al año siguiente transformarían tanto la composición demográfica de los barrios portuarios como la experiencia de sus habitantes. Así lo atestigua aquella crónica de 1906 en la que João do Rio describe con fuertes colores la realidad de la zona portuaria. Además de los prejuicios del autor, la crónica describe muchos aspectos de la vida social de la zona, especialmente en los momentos en los que estaba “en plena fiebre”, cuando se encontraban “trabajadores en mangas de camisa, carreteros, cargadores, fumando matarratas infectados, escupiendo licor ruidosamente, en una jerga inesperada, y muchachos mulatos, blancos, con grandes pantalones de globo, sombreros en alto, arrastrándose a paso tambaleante, o en tabernas ruidosas”.13 Si esta descripción basta para señalar la diversidad de orígenes y oficios de los trabajadores del barrio –confirmada por los datos del censo municipal de 1906, que señalan una mayor presencia tanto de ancianos africanos como de inmigrantes portugueses en la parroquia portuaria de Gamboa que en las demás parroquias de la ciudad–14, aún más llamativos fueron sus testimonios sobre la intensidad de los contactos e intercambios entre trabajadores que allí tenían lugar. En una atenta escucha, João do Rio observó que “allí se hablaba una lengua babélica, con términos africanos, expresiones portuguesas, frases inglesas”, en una mezcla de idiomas que mostraba la fuerza de los contactos entre los lugareños y los trabajadores marítimos que solían estar presentes en la región. “¡Go on, go on... yeah. farewell! yeah!”, escucha el escritor en su recorrido. El que hablaba le aclaró que era un brasileño, que estaba “aprendiendo todas estas lenguas extranjeras con los trabajadores ingleses”. Además del brasileño, Joao do Rio encontraba a trabajadores tan diversos como “un venerable anciano de la Colonia del Cabo, tan borracho que sólo puede hacer un gesto de náusea”, “un copto, recogido por un carguero en el Mar Rojo” y “dos negritos retintos, con los dientes de una extraña blancura”, que explicaban en francés que venían del Congo. En permanente contacto e intercambio con los habitantes locales, estos visitantes eran una presencia constante en la zona portuaria y una parte importante de la experiencia de sus residentes, como se aprecia en el orgullo que siente uno de ellos por el éxito de su comunicación con estos trabajadores extranjeros: “¡Hip! ¡Hip! ¡Cambada! ¡Para que veas que aquí en la tierra hay gente para enredar lenguas! ¡Aguante, negrada!”.15

Además de esos contactos cotidianos, el diálogo y el intercambio con esos trabajadores extranjeros que estaban habitualmente presentes en la zona portuaria adquirieron por veces contornos más institucionales. Tal fue el caso en octubre de 1904, cuando un grupo de miembros del Sindicato de Estibadores de Rio de Janeiro fue anfitrión de una reunión con dos representantes de la Sociedad de Resistencia de los Trabajadores Portuarios de Buenos Aires que ya habían recorrido todos los puertos del Río de la Plata con la misión de reunir a los estibadores con el propósito de “mejorar sus condiciones de vida”.16 La reunión congregó también a “un gran número de trabajadores” del barrio, “no sólo de la clase de los estibadores, sino también de otras”. Al desembocar en un “pacto de solidaridad” entre los trabajadores de las dos capitales del Atlántico Sur, el encuentro demostró hasta qué punto los habitantes de la zona portuaria estaban atentos a la posibilidad de diálogo e intercambio con sus homólogos de otras partes del mundo atlántico, tanto en lo que se refiere a su vida cotidiana como a sus formas de organización. A partir de la iniciativa de los trabajadores que vivían allí, quedó claro que la zona portuaria era un espacio de cruces e intercambios que iba más allá de las fronteras nacionales.

No es de extrañarse, por lo tanto, que la intensidad de estos intercambios se tradujera en importantes transformaciones en los usos y costumbres de los vecinos, siempre atentos a las novedades atlánticas. Además del desarrollo del fútbol en la ciudad, que tuvo uno de sus principales puntos de origen la zona portuaria,17 este proceso se tradujo en la proliferación de nuevos ritmos y bailes que, formados a partir de la mezcla de diferentes tradiciones musicales, pasaron a denominarse “bailes modernos”. En vista de la importancia que las élites de la ciudad empezaron a finales del siglo XIX a conceder al baile en pareja, visto como un elegante símbolo del cosmopolitismo europeo con el que asociaban la idea de modernidad, los trabajadores que vivían en la zona portuaria asumieron progresivamente un rol protagónico en la creación y difusión de ritmos y bailes que adoptaban este formato. Aunque no tuvieron la oportunidad de viajar a Europa ni de asistir a los sofisticados cursos de baile que se impartían desde los primeros años de la República, pudieron conocer estas novedades a través del contacto con músicos de otros lugares o de la circulación de partituras y folletos a través de los cuales se proponía enseñar bailes en pareja “sin ayuda de maestro”.18 Estos ejemplos sirvieron de base para el desarrollo, en la zona portuaria, de nuevas prácticas musicales y dancísticas que profundizarían y desarrollarían el carácter rítmico de estos bailes. Como reconocieron muchos periodistas a fines del siglo XIX, los bailes de la zona portuaria se caracterizaban entonces por la interpretación de “polcas muy requebradinhas” y “saltitantes”, es decir, polcas que se interpretaban de forma aún más sincopada de lo habitual, con fuertes marcas rítmicas que servían para caracterizar la música interpretada en sus salones.19 Esto ponía de relieve la síncopa característica de las tradiciones musicales afrodescendientes, que se convirtió en un elemento fundamental de estos “bailes modernos” que estaban surgiendo en el período (Pereira, 2020).

Como resultado, a finales de la década de 1890 la zona portuaria ya se asociaba abiertamente con la proliferación de nuevos ritmos de baile, como la polca, el tango y el maxixe. Con cierta ironía, los periódicos de la ciudad empezaron a publicar crónicas y caricaturas que reiteraban, enfatizaban o expresaban la asociación explícita de la región portuaria con el fenómeno, como se ve en aquella imagen publicada en 1898 en la revista O Mercúrio sobre una fiesta de choro –uno de los nombres dados en la época a esta musicalidad sincopada– que habría ocurrido en un pequeño barrio portuario llamado Saco do Alferes (Figura 2):

Figura 2
"Choro no Sacco de Alferes"
"Choro no Sacco de Alferes"
Fuente: O Mercurio, 25 de agosto de 1898.

En tono crítico, la imagen, que presentaba el baile como un choro –expresión genérica que pasó a utilizarse para referirse a las fiestas animadas por música de base negra–, ironizaba sobre los esfuerzos de elevación y modernización de la población negra de la zona. Ya fuera por la sencillez de la orquesta, definida como una simple “charanga”, por el mantel remendado, que mostraba la precariedad del ambiente, por el aspecto modesto de la escena y la ropa usada en la ocasión, que no estaba a la altura del lujo de las asociaciones de baile de composición social más elevada, por el hecho de que se destaca la bebida como principal elemento de interés para los presentes, que “avanzan” hacia la barra, y, sobre todo, por el aspecto físico de los asistentes, la mayoría de los cuales presentaba claros rasgos negros, la caricatura pretendía destacar la supuesta incapacidad de los trabajadores de la zona portuaria para repetir la elevación de los bailes más pudientes de la ciudad. Aun así, el propio autor de la caricatura reconocía, en 1898, que esta imagen representaba una de las “escenas de la vida carioca”, lo cual pone de relieve la fuerza del fenómeno, que, desde sus inicios, se asociaba con la zona portuaria. Aunque esos nuevos ritmos eran fruto de esa lógica más amplia de cruces y encuentros en diferentes zonas portuarias del mundo atlántico, lejos de estar asociados a una territorialidad específica, en Rio de Janeiro pasaron a estar claramente asociados a la zona portuaria y sus alrededores, vistos desde entonces como espacios de práctica y recreación permanente de ese tipo de musicalidad.

Ello dio forma a la peculiaridad de los bailes de la zona portuaria puesta de relieve en la crónica de Olavo Bilac de 1906. Más allá de la precariedad urbana que los caracterizaba o del modesto perfil social de sus habitantes, los barrios próximos al puerto también se asociaron a esa marca moderna, y sus residentes pusieron esas modas cosmopolitas en diálogo con sus propias prácticas y tradiciones. Más allá de la mala voluntad de las élites hacia los habitantes de la región, el éxito de esta operación quedaría atestiguado años más tarde por la puesta en escena, en 1912, de la obra Forrobodó, una de las obras de teatro de revista más populares de la época –que retomaba, ya como una marca reconocida, la denominación que remetía a estas prácticas locales–. Dirigida al universo de los bailes que marcaron la región, fue descrita por un periodista del Jornal do Brasil (uno de los más populares de la ciudad) como “un estudio de las danzas mestizas de Gamboa, Saco do Alferes y alrededores”, localidades todas ellas situadas en torno al puerto. Aunque gran parte del público de la obra, sobre todo el situado en los lugares más caros del teatro, podía seguir riéndose de la pretensión de elevación social de quienes asistían a estos bailes y de sus dificultades económicas, el periodista mostraba reconocer la fuerza de la novedad resultante de estos bailes “mestizos”.20 Por ser fruto de un original cruce musical entre distintas tradiciones provocado por el vínculo entre los habitantes de la zona portuaria y sus visitantes asiduos, el periodista reconocía que se trataba de un tipo de práctica danzante muy popular “por su originalidad”, y que a partir de entonces se convirtió en una de las principales marcas de la identidad cultural de la capital brasileña.

Entre solidaridades y diferencias

Como resultado de esta conexión entre la zona portuaria y el proceso de afirmación en Rio de Janeiro de una fiebre por la danza basada en la creación y afirmación de bailes modernos con una fuerte base afro comenzó a formarse en la región un intenso movimiento asociativo en torno a estos nuevos bailes, que pronto se tradujo en la fundación de decenas de pequeños clubes dedicados a ellos. Los barrios portuarios de Saúde, Gamboa y Cidade Nova se convirtieron en espacios privilegiados para la creación y proliferación de este nuevo modelo de baile, lo que configuró un modelo asociativo que se extendería rápidamente por toda la ciudad (Arantes, 2015). A pesar de que los residentes locales eran casi todos trabajadores de bajos ingresos, a cada año surgían nuevas asociaciones para organizar bailes y desfiles de carnaval. Al mismo tiempo que se convertía en un rasgo distintivo moderno y original de la zona portuaria, la proliferación de asociaciones de baile en la zona se convertiría en un elemento fundamental de la experiencia de los trabajadores que vivían allí. Fue a través de las prácticas y disputas entre estos grupos como se consolidó un nuevo tipo de imagen negra para la región, marcada por la modernidad de estos ritmos atlánticos. Mientras este fenómeno ayudó a estos trabajadores a organizar en su vida cotidiana redes de solidaridad y diferencia entre los que vivían en la zona, él también contribuyó a distanciarlos de las imágenes de peligrosidad y marginalidad que la prensa de la época solía asociar a los afrodescendientes y a una imagen más general de la región que los periódicos reprodujeron con insistencia.

Esta fiebre asociativa en torno al puerto siguió el modelo del Clube dos Progressistas da Cidade Nova, fundado en 1881 en el barrio del mismo nombre por un grupo de vecinos y negociantes locales. Su propósito explícito era reproducir el modelo de elegancia y sofisticación que caracterizaba a los clubes de carnaval de la élite de la ciudad, pero dotándolo con las costumbres y tradiciones de la población negra de la ciudad. Ante el éxito del club, a partir de la década siguiente comenzaron a surgir a su alrededor numerosas asociaciones con objetivos similares (Pereira, 2020). Además de consolidar la fuerza de las asociaciones de baile en la región, estos nuevos clubes la asociaron con la fiebre del baile que vivía la ciudad, y acabaron apoderándose de su epicentro. “Esa gente de [la] Saúde siempre ha sido así”, afirmaba el cronista de carnaval del diario Correio da Manhã en 1905, reconociendo que en la región solía surgir “cada club de carnaval que no deja absolutamente nada que desear”.21 Al día siguiente, el mismo cronista reconocería que, “tratándose de Gamboa, esto es lo que se ve todos los años: grupos bien organizados, canciones bien ensayadas y, finalmente, bailes que obedecen a todos los preceptos del arte de saber celebrar un carnaval al aire libre”.22

De hecho, desde la segunda mitad del siglo XIX, la región ya albergaba una serie de asociaciones destinadas a defender los intereses de las principales categorías profesionales allí asentadas, la mayoría de ellas en torno a las actividades portuarias. Además del Sindicato de Estibadores, del Sindicato de Resistencia de los Trabajadores del Trapiche y del Café y de la Sociedad Regeneradora de Estibadores –organizaciones que agrupaban a diversas categorías de trabajadores vinculados a la carga y descarga de mercancías– surgieron otras asociaciones menores en los primeros años de la República, como la Sociedad Protectora de Maestros Prácticos de la Bahía de Rio de Janeiro, fundada en 1890 en el barrio de Saúde, con el objetivo de “ayudar a la clase y beneficiar a sus miembros”, o la Asociación de Marineros y Remeros, creada en 1904 para “unir a los marineros de remo y a los mozos de cubierta sin ningún tipo de distinción” (Cruz, 2000).23 Destinadas a defender los intereses de determinadas categorías profesionales, estas asociaciones tenían un carácter restringido, más vinculado a cuestiones propias de determinados oficios que a los dilemas urbanos de la vida en la región portuaria. Así pues, fue a través de diversas asociaciones recreativas, como las dedicadas al baile y al carnaval, como los vecinos tejieron lazos identitarios y organizaron diferencias. Ya fuesen clubes de carnaval, deportivos, de teatro o de baile, existían decenas de ellos en la zona de Saúde desde al menos finales del siglo XIX.

Se destacaban entre ellas, desde los últimos años de la monarquía, las asociaciones que organizaban bailes animados por danzas modernas. Además de los Progressistas da Cidade Nova, era el caso del Club da Saúde, fundado en 1885 en el barrio del mismo nombre. Definido por los periódicos como “una modesta y distinguida sociedad”, su objetivo era promover “veladas músico-danzantes” para sus socios, explorando el exitoso modelo festivo establecido en los salones de los Progressistas. La diferencia estaba en su perfil social, más modesto que el de su sociedad hermana, ya que el Club da Saúde estaba formado por trabajadores de baja renta, como Manuel José Pinheiro, empleado de una fábrica vinculada al carbón, y João Tavares de Oliveira, vinculado por los periódicos con la práctica del capoeiragem –un término que se refiere al arte y la práctica de la capoeira, una forma de arte marcial afrobrasileña que combina elementos de lucha, danza, acrobacias y música–.24 Los miembros del club Aristocratas da Cidade Nova, fundado dos años antes en la calle Senador Eusébio, tenían un perfil similar. Presentándose como una “sociedad de baile”, definían sus bailes en los anuncios oficiales del gremio como un “forrobodó”.25 Fue a partir del éxito de esta nueva musicalidad diaspórica asociada al término que trabajadores como los que componían estos clubes comenzaron a patrocinar la creación de nuevas sociedades de baile.

Con la proclamación de la República y sus nuevas normas de organización social, estos clubes experimentaron un cambio significativo. Aunque la primera constitución republicana garantizaba el derecho de libre asociación, la Policía del Distrito Federal empezó a exigir a quienes deseaban organizar asociaciones de este tipo una licencia policial, que se concedía previa presentación de los estatutos del club y de su lista de socios. Lejos de obstaculizar la expansión de las asociaciones recreativas en la zona portuaria, como parecía ser el objetivo de la normativa, esta norma la potenció. En un informe enviado al jefe de Policía en 1904, el comisario responsable del distrito correspondiente a la zona portuaria enumeraba 27 sociedades en su distrito, mencionando los nombres, direcciones y el número de socios de cada una de ellas. En aquel momento, se trataba de casi la mitad de las 98 sociedades que la prensa registraba como autorizadas ese año.26 Entre los 12 miembros de Pombinhas de Ouro y los 68 de Triunfo Flor de Romã, estas sociedades en conjunto movilizaban a 728 de los poco más de 37.000 habitantes de la localidad, aparte de los que asistían a sus bailes sin afiliarse a ninguna de ellas. Esta lista no incluía a las sociedades que, aunque operaban regularmente en el barrio, por alguna razón no habían obtenido su licencia ese año –como Jardineira y Filhos dos Guaranis de Cidade Nova.27 De este modo, quedaba clara la fuerza del fenómeno en el barrio, cuya población en 1906 estaba compuesta mayoritariamente por trabajadores de bajos ingresos.28

Sin restricciones en cuanto a la etnia o categoría profesional de sus miembros, a diferencia de las sociedades de resistencia o de ayuda mutua, las asociaciones dedicadas al baile contaban con una composición amplia y diversa. El principal vínculo entre sus socios parecía ser, por lo tanto, el de la vecindad. La lista de miembros presentada en 1906 a la policía por la Sociedade Carnavalesca Rosa Adélia, por ejemplo, muestra que casi todos vivían en diferentes puntos de la calle Livramento, en las cercanías del puerto, mientras que los demás habitaban algunas de las calles vecinas. Lo mismo ocurría con el Clube Carnavalesco Triunfo da Saúde, cuya directiva se dividía mayoritariamente entre la calle Saúde y la propia calle Livramento.29 De este modo, gracias a la iniciativa de grupos de vecinos surgieron muchas de estas asociaciones, que congregaban a los residentes de la zona portuaria.

La intensa concentración de clubes de baile en la zona portuaria, sin embargo, sugiere también una lógica que iba más allá del criterio de vecindad. Dado el gran número de clubes que se formaron en la región, no es raro que varios de ellos estuvieran muy próximos entre sí, como ocurría en la calle João Caetano, paralela a la calle Senador Eusébio donde se encontraban las sedes de Prazer do Brasil, Filhosda Flor do Barroso y Pombinhos de Ouro, y en la calle da América, donde se encontraban las sedes del Triunfo Flor de Romã, Amantes da Garrafinha y Novo Cupido de Ouro. En los primeros años del siglo XX, solo en el Morro da Providência, la colina de la zona portuaria que se establecía en aquellos años como la primera favela de la ciudad, se formaron más de diez asociaciones de este tipo, como Prazer da Providência, Triunfo da Providência y Anjos Venturosos.30 Las listas de socios presentadas por estos clubes a la policía indicaban otros criterios, además del espacial, que estaban en la base de su organización en diferentes clubes de baile.

Se destacaban, entre estos criterios, aquellos relativos a la raza y la nacionalidad. Los primeros años de la República en Brasil estuvieron marcados por importantes cambios en el mundo del trabajo. Al menos a partir de la década de 1870, cuando se hizo evidente la inminencia del fin de la esclavitud, las élites nacionales invirtieron sus esfuerzos en la inmigración masiva de trabajadores europeos como una forma de evitar una supuesta degeneración nacional que, creían, sería el resultado de la preponderancia afro y del mestizaje (Schwarcz, 1993). De esta apreciación resultó la llegada de cientos de miles de inmigrantes al país durante las últimas décadas del siglo XX. Al ser una de las áreas preferidas por los trabajadores para vivir en la capital federal, la zona portuaria experimentó los resultados de este proceso. Aunque las imágenes asociadas a la región la representaban tradicionalmente como un reducto negro, según un censo de 1906, un total del 38,3 % de los 45.929 habitantes del distrito de Santa Rita, que correspondía a los barrios de Saúde y Gamboa, eran extranjeros, en su mayoría portugueses, mientras que en el conjunto de la ciudad los extranjeros representaban el 26,1 % de la población. La intensificación del flujo migratorio hacia la ciudad contribuyó a reforzar una tendencia verificada por el censo anterior, realizado en 1890, que definía al 60,6 % de los residentes de la región como blancos.31 La aparente cohesión entre los trabajadores negros del puerto se diluyó frente a un mercado laboral diverso y múltiple, en el que se mezclaban trabajadores de diferentes profesiones, orígenes y etnias.

A partir de este perfil heterogéneo de la población de la zona portuaria, sobre todo en términos raciales y nacionales, que su impronta negra fue afirmándose con el paso de los años. Lejos de configurarse como un gueto, la región se caracterizaba entonces por la coexistencia de trabajadores de distintos orígenes. Esto se tradujo, en primer lugar, en disputas en el mundo del trabajo que trataban de garantizar la preponderancia negra en actividades portuarias como la estiba o los muelles de carga (Cruz, 2000). En términos urbanos, sin embargo, el resultado de esta convivencia fue la reafirmación y defensa de una marca negra positiva por una parte significativa de los afrodescendientes residentes en la zona portuaria, que intentaban distanciarse de los fuertes prejuicios raciales que recaían sobre ellos. En medio a este proceso de disputa racial en la zona portuaria, muchas de las asociaciones recreativas allí creadas se convirtieron en trincheras de defensa de las culturas negras, a través de las cuales los residentes locales trataban de afirmar su fuerza y legitimidad.

Un ejemplo de ello fue un club formado en 1909 en el barrio de Gamboa por un grupo de trabajadores de bajos ingresos –como estibadores, ferroviarios y obreros–, que dieron a la nueva asociación el significativo nombre de Liga Africana. Siguiendo un patrón común a otras pequeñas asociaciones de su tipo, tenía su sede en la calle Barão de São Félix 174, y estaba destinada a organizar “fiestas de carnaval y bailes”, como explicó en 1916 el inspector del cuerpo de seguridad que emitió su dictamen sobre la posibilidad de conceder al club una licencia anual.32 La dirección indicada como sede, sin embargo, coincidía con la residencia de su presidente, João Martins, descrito en los estatutos como “fundador, presidente y benefactor” del club.33 Se trataba del conocido João Alabá, un conocido pai de santo (sacerdote de las religiones afrobrasileñas) descrito por la prensa como “un africano recto, obeso, colosal, inmenso”, que fue aclamado en la época como uno de los mayores líderes de la religiosidad de base africana en la capital federal. En una crónica publicada en 1904, João do Rio lo presentaba como un “negro rico y sabio”. Aunque lo asociaba con malandragem, reconocía su popularidad entre la población negra de la ciudad, que confiaba en el poder de sus “hechizos”. Más afín a las religiones afrobrasileñas, el escritor que adoptaba el pseudónimo de Vagalume recordaría años más tarde los “famosos candomblés de João Alabá”, por los que muchos sentían “verdadera devoción”, y que tenían lugar en la misma dirección designada como sede de la Liga Africana.34 Explícitamente, la imagen moderna y cosmopolita de los nuevos clubes de baile era utilizada por sus miembros como forma de legitimar y valorizar sus prácticas, especialmente las vinculadas a las tradiciones negras.

Sin embargo, esta orgullosa afirmación negra se haría más explícita en casos de disputas entre diferentes grupos. Fue el caso, en 1914, de una polémica entre los miembros del club Heróis Brasileiros, formado por pequeños comerciantes y empleados en negocios locales, en su mayoría blancos, y los socios del club Retiro da América, que tenía como símbolo un mono, fundado en 1888 por trabajadores del barrio.35 En medio de la creciente rivalidad entre las dos asociaciones vecinas, algunos miembros de Retiro da América enviaron al periódico A Época unos versos titulados “Sentido Negrada”, en los que explicaban sus diferencias con su rival. Al denunciar que habían recibido del rival “un racimo de plátanos”, referencia abiertamente racista al color de sus miembros, respondían a los “mondongos dos Hérois” (es decir, a sus miembros sucios o despreciables) en el mismo tono. “Héroes, ¡qué burla! / ¡Brasileños, ustedes no lo son!”, decían en verso, sugiriendo el carácter engañoso de la denominación de la sociedad contraria. “Pobres patricios/Acabarán en el hospicio”, añadían los miembros de Retiro da América, descalificando a su rival al asociar su color con el supuesto origen portugués de sus miembros.36 A través de disputas como estas, la zona portuaria mostraba la afirmación de un orgullo negro que se convertiría en la representación más extendida de aquel territorio, en el establecimiento de una imagen que, lejos de cualquier esencialismo, era resultado directo de las luchas por la legitimidad y la ciudadanía para los grupos afrodescendientes en los primeros tiempos de la República.37

Ciudadanía negra

A pesar de la importancia simbólica de la afirmación de una marca negra y moderna para la zona portuaria, fruto en larga medida de la proliferación de estos nuevos clubes danzantes, esto no fue suficiente para garantizar los derechos de los trabajadores afrodescendientes que vivían en esa parte de la ciudad. Relegados por el gobierno municipal, que en los primeros años del siglo XX promovió grandes reformas urbanas en la región central de la ciudad para intentar acercarla al aspecto de las grandes capitales europeas, los barrios portuarios pasaron a ser vistos como un espacio al margen de ese progreso, que fue deliberadamente dejado de lado por los agentes de la Municipalidad (Rocha, 2000; Neves, 2003). Al mismo tiempo, el nuevo orden republicano instaurado en 1889 intentó impedir que aquellos antiguos esclavizados y sus descendientes accedieran a la ciudadanía, ya fuera restringiendo su participación electoral o criminalizando prácticas tradicionales que tenían en aquella zona un lugar privilegiado de expresión, como la religiosidad negra o la capoeira (Carvalho, 2003). Ante esta situación, los clubes de la zona portuaria se convirtieron en centros de atracción y organización para los trabajadores locales. Además del ocio y el aprovechamiento del tiempo libre, que era su objetivo primordial, estas asociaciones acabaron convirtiéndose en canales de lucha y reivindicación, a través de los cuales los residentes de la zona portuaria se reivindicaban como ciudadanos de aquella joven República.

Un primer indicio del vínculo entre estos centros recreativos y las luchas sociales más amplias de la época es la estrecha relación que establecieron muchos de los clubes de baile de la zona portuaria con los centros de resistencia obrera activos en la región. Al disponer siempre de amplios salones donde celebrar sus bailes, estos clubes eran a menudo solicitados por las asociaciones obreras para celebrar sus reuniones y asambleas. Así ocurrió en 1903 con el club Retiro da América, que entonces tenía su sede en la calle Saúde. Cuando los fogoneros que trabajaban en el puerto decidieron promover la “organización de un centro que pudiera luchar por los intereses generales de la clase”, fue a los miembros de este club a quienes acudieron en busca de apoyo, y su reunión inicial se celebró en la sede del club, que había sido “generosamente cedida por el presidente” para este fin.38 Lo mismo ocurriría en 1914 con el club Recreio das Flores, cuya sede estaba en la vecina Rua do Livramento. Aunque estaba formado por “obreros, estibadores y empleados de comercio”, como atestiguó un inspector de policía en 1913, el club no tenía objetivos explícitamente políticos, sino que se centraba, como los demás clubes de su clase, en la celebración de bailes y desfiles de carnaval. Aun así, en diciembre de ese año, los periódicos informaron que el “grupo dos Carbonarios” –una sociedad de estibadores de carácter político acusada por la prensa de promover “medios de acción terroristas”, que había permanecido secreta hasta entonces– operaba en la misma dirección que la sede del Recreio das Flores.39 Habituales en la época, casos como este demostraban que, para los miembros de este tipo de clubes, las fronteras entre ocio y lucha eran difusas.

Si este perfil podía verse a menudo amortiguado en el día a día de estos clubes, era en los momentos de tensión o de disputas más claras cuando se manifestaba con más fuerza. Es lo que ocurrió en 1908 con el Clube Carnavalesco Luz do Povo, fundado dos años antes en la calle Senador Eusébio por trabajadores de la Compañía de Gas, situada en las cercanías del puerto.40 En abril de ese año, la rutina del club se vio interrumpida por un acontecimiento que aparentemente no tenía nada que ver con sus actividades: una huelga de los trabajadores de la Compañía de Gas. Para organizar su movimiento, estos trabajadores eligieron como lugar de reunión los salones de Luz do Povo, donde ya se encontraba el abogado de los huelguistas. Transformado en epicentro de la huelga, el local permaneció “en sesión permanente” mientras el paro duró. Sin dejar lugar a dudas sobre la implicación del carnaval con la huelga, su junta directiva publicó un anuncio en algunos de los principales periódicos de la ciudad en el que expresaba que, “dado que la mayoría de los socios de este club son trabajadores de la Fábrica de Gas”, suspendía los bailes y desfiles festivos ya programados hasta el final del movimiento debido a la huelga.41 En un momento de confrontación, las fronteras entre ocio y lucha se disiparon, en un proceso a través del cual clubes como el Luz do Povo se convirtieron en verdaderas sociedades obreras.

En gran medida, esta proximidad entre las asociaciones recreativas de la zona portuaria y las organizaciones de carácter laboral se debía al hecho de que a menudo eran los mismos trabajadores los que componían estos dos tipos de asociaciones. Fue el caso de Anjos da Meia-Noite, club formado por estibadores y peones de la zona portuaria, que fue definido por un redactor del Jornal do Brasil como un gremio “donde se reúne la flor fina de la gente que se divierte con poco dinero”.42 Ese año, la marca afrodescendiente del club quedó patente en un acontecimiento especial: el día en que se conmemoraban los 25 años de la abolición de la esclavitud, el club celebró un gran baile para “regocijarse en la fiesta del 13 de mayo”, que se había celebrado a “petición de nuestros asiduos a este club (sic)”.43 De esta manera se señalaba la importancia de afirmar ese orgullo negro entre sus miembros. Entre ellos, sin embargo, se encontraban figuras como la del maquinista de locomotora David Francisco Cándido, que participaba activamente en el Centro General de maquinistas al menos desde 1904, y que en 1912 seguía involucrado en propuestas de “unidad de clase”.44 Del mismo modo, cuando el club decidió formalizar sus estatutos, su presidente era el estibador Leonardo Machado, que desde 1906 había participado en las actividades de la Unión de Estibadores, sociedad cuyo domicilio estaba en el mismo Largo do Depósito, donde también funcionaba su sede, y de cuya junta directiva Leonardo formó parte a partir de 1908.45 Cuando Leonardo Machado dejó la presidencia del club a finales de 1912 fue reemplazado por Victorino Gonçalves, otro estibador que participaba activamente en el movimiento obrero de Rio de Janeiro, y que llegó a ocupar la presidencia de la Liga de los Trabajadores del Distrito Federal.46 Lejos de ser una excepción, casos como estos se repitieron en varios otros clubes de la región, lo que puso de manifiesto las conexiones entre estos diferentes tipos de organizaciones de trabajadores en los barrios próximos al puerto.

En tanto asociaciones recreativas, los clubes de baile de la zona portuaria se convirtieron en importantes instituciones de defensa de los trabajadores locales. Prueba de ello fue, en 1913, un caso singular ocurrido en el propio club Anjos da Meia-Noite. En la noche del sábado 24 de mayo, el club celebró un concurrido baile, como de costumbre. Sin embargo, a causa de pequeñas disputas amorosas, estalló un desacuerdo entre dos asistentes que resultó en una pelea frente a la sede del club. Dos personas salieron heridas.47 Frente a la repercusión en la prensa, la pelea llevó al jefe de Policía a solicitar al delegado de distrito una orden de revocación de la licencia de funcionamiento del club, ordenando la “clausura de la sede” e “impidiendo que el club siga funcionando por medio de sus agentes y de la fuerza pública”, lo que se hizo poco después. Ante esta arbitrariedad, el presidente del club envió una carta al jefe de Policía pidiéndole que “revoque la citada orden, seguro de que al hacerlo evitará los recursos legales que procedan en este caso”.48 Al ser rechazada la petición, el club presentó un recurso de habeas-corpus ante el Tribunal de Apelación. En él se quejaba del “violento, arbitrario y abusivo acto de poder del Sr. Dr. Jefe de Policía”, que no encontraba apoyo en las “disposiciones de los reglamentos policiales y avisos preventivos relativos al funcionamiento de las asociaciones civiles”. Aunque los clubes de este tipo solían ser clausurados por la policía por motivos menores, la postura de la junta directiva de Anjos da Meia Noite demostró que los trabajadores de la zona portuaria no permanecerían inertes ante las arbitrariedades de que eran objeto.

Los argumentos esgrimidos por el club mostraban realmente la lógica de derechos en que se basaba la demanda. Con base en el apartado 8 del artículo 72 de la Constitución republicana –que estipulaba que “todo el mundo puede asociarse y reunirse libremente y sin armas; la policía no puede intervenir salvo para mantener el orden público”– se sostenía el derecho de “cualquier asociación civil” a estar libre “de los abusos y la violencia de la policía, en lo que respecta al libre funcionamiento, independientemente de la licencia para llevar adelante los fines de su instituto”. Su abogado, en el recurso presentado ante el Tribunal de Apelación, señalaba que “la policía practica todos estos abusos, estas ilegalidades, olvidando que constitucionalmente nadie puede ser obligado a hacer o no hacer nada sino en virtud de la ley”.49 Por este motivo, solicitaron que se concediera una orden de habeas-corpus a favor del club para que pudiera “ejercer libremente todos los derechos civiles relacionados con los intereses de su objeto, como la ley quiere y manda (...) al margen de cualquier licencia policial y sin perturbación o coacción de ningún tipo por parte de ninguna autoridad policial o sus agentes”.50

Por razones técnicas, el Tribunal de Apelación dictaminó que el recurso “no era admisible” y “no tomó conocimiento de la petición que había sido juzgada”.51 Así pues, como último intento de hacer valer sus aspiraciones, los miembros del club apelaron, el 21 de junio, al “Venerable Tribunal Supremo Federal”, al que correspondería, “de hecho, de derecho, de jurisprudencia”, tener el valor de garantizar los derechos de los miembros del club ante la omisión de las demás esferas de la justicia. Es más, también apelaron a las disposiciones de la ley de 1871 que regulaba el sistema de habeas-corpus, especialmente a uno de sus artículos, que establecía que, si la autoridad reconocía el “apremio ilegal, el abuso de autoridad o la violación flagrante de la ley”, le correspondería “ordenar o pedir la responsabilidad del que abusó de ella”.52 Además de la concesión del habeas-corpus, los miembros del club exigieron que el Tribunal Supremo sancionara al jefe de Policía responsable de la arbitrariedad que dio lugar al recurso, con el fin de restablecer los principios constitucionales del orden republicano. Al recorrer al propio aparato legal creado para garantizar y perpetuar su exclusión, estos trabajadores convirtieron sus prácticas de baile en un medio de lucha por la libertad y los derechos, movilizando expectativas sobre el régimen republicano.

Una vez más, sin embargo, los miembros del club vieron frustradas sus esperanzas. Ante los argumentos del abogado del club, los jueces del Tribunal Supremo optaron por “convertir el juicio en diligencia, a fin de solicitar información al Jefe de Policía de este Distrito sobre las alegaciones de la citada petición”. Al recibir la respuesta de que el club era un lugar de reunión “de individuos peligrosos y de mala reputación, que cobraban entrada para bailar sin estar legalmente autorizados para ello”, reiteraron la orden de cierre, ignorando los argumentos jurídicos de los directivos de Anjos da Meia-Noite.53 Por infructuoso que fuera el resultado, la propia iniciativa de los miembros del club de acudir a la justicia para garantizar sus derechos constitucionales demostró la importancia de este tipo de sociedad recreativa en la zona portuaria. Blanco privilegiado de una legislación republicana que ponía a todos los trabajadores bajo permanente sospecha policial –especialmente en el caso de los estibadores y cargadores del puerto, sujetos a una lógica de trabajo eventual que los convertía en blanco privilegiado de las leyes contra la vagancia (Cruz, 2000)–, los habitantes de la zona portuaria convirtieron los clubes de baile como Anjos da Meia Noite en un canal de lucha por sus derechos, a través del cual intentaban asegurar su lugar en el orden republicano que pretendía excluirlos. A pesar de la derrota judicial, el club acabó recuperando su licencia y volvió a funcionar con normalidad al año siguiente, mientras que otros clubes de la misma zona siguieron recurriendo a los periódicos para hacer valer sus derechos legales y denunciar las arbitrariedades de la policía.54

Casos como estos pusieron de relieve las estrategias de los habitantes de la zona portuaria de Rio de Janeiro para hacer valer sus derechos en tiempos de consolidación del orden republicano brasileño. Lejos de atarse al pasado esclavista o a las tradiciones de base africana, aprovecharon las novedades resultantes de los diversos flujos culturales que atravesaban la zona portuaria, como los que dieron forma a la fiebre de la danza que se extendió por toda la ciudad, para legitimar su espacio, prácticas y costumbres, renovando y recreando esa herencia cultural de base africana a través del diálogo con diversas tradiciones. Al disputar y reivindicar ese territorio, consiguieron afirmar para los barrios portuarios una marca a la vez negra y moderna, que no tenía nada de esencialista, fruto de la afirmación cosmopolita de sus habitantes a través de prácticas valoradas por diferentes grupos sociales, como las vinculadas a los bailes modernos que se extendían por el mundo atlántico. Si este proceso fue olvidado por una historiografía que hizo del perfil negro de los habitantes de la zona portuaria una marca esencial de la región, o incluso por análisis que negaban a los trabajadores la posibilidad misma de actuar frente a un orden republicano que se esforzaba por mantenerlos al margen de la historia, lo cierto es que fue el éxito de este esfuerzo de los vecinos de la zona portuaria lo que acabó definiendo una marca rebelde para la región, que desafiaba el orden urbano excluyente proyectado por las autoridades republicanas.55 En la medida en que solo querían garantizar su ocio y sus derechos, frente a un orden republicano que insistía en marginarlos, contribuyeron para que los barrios portuarios de Rio de Janeiro se convirtieran en el epicentro del proceso de refundación de la propia identidad nacional proyectada por las élites, que progresivamente fueron incorporando esas marcas negras a la formulación de una idea mestiza de nacionalidad.

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Notas

1 La traducción es de Fidel Rodríguez Velázquez.
2 Cidade do Rio, 14 de novembro de 1900.
3 En el artículo, la autora muestra que, entre 1890 y 1904, los negros y mestizos constituían el 60,5 % de los estibadores encarcelados en la Casa de Detención.
4 En el contexto de las religiones de matriz africana en Brasil, un terreiro es un lugar de culto, similar a un templo o santuario en otras religiones.
5 João do Rio, “No mundo dos feitiços, Gazeta de Notícias, 9 de março de 1904.
6 João do Rio, "O bairro rubro", Gazeta de Noticias, 11 de junio de 1906
7 João do Rio, "O bairro rubro", Gazeta de Noticias, 11 de junio de 1906.
8 Sobre el proceso de construcción social del espacio como resultado de las disputas permanentes entre sus habitantes y visitantes, véase Rodman, 1992, pp. 640-656, y Low, 2016.
9 Fantasio (Olavo Bilac), “A dança no Rio de Janeiro”, Kosmos, mayo de 1906. Para un análisis más profundo de la crónica y del fenómeno que representa, véase Pereira, 2020.
10 Fantasio (Olavo Bilac), “A dança no Rio de Janeiro”, Kosmos, mayo de 1906
11 “À Polícia”, O Paiz, 20 de dezembro de 1886.
12 Arquivo Geral da Cidade do Rio de Janeiro, “Diversões particulares. Pedidos de licença (1833-1908)”, 42.3.14.
13 João do Rio, “O bairro rubro”, Gazeta de Noticias, 11 de junio de 1906.
14 Recenseamento da cidade do Rio de Janeiro realizado em 20 de setembro de 1906. Rio de Janeiro: Oficina da estatística, 1907, pp. 126-129.
15 João do Rio, "O bairro rubro", Gazeta de Noticias, 11 de junio de 1906.
16 “Os estivadores”, Correio da Manhã, 19 e 23 de outubro de 1904.
17 Véase, por ejemplo, “Pereira passos F.C.”, Gazeta de Notícias, 27 de mayo de 1915; y “Episódio de jogo entre os marinheiros”, Athletica, 12 de junio de 1920. Sobre el proceso más amplio de desarrollo del fútbol en Rio de Janeiro, véase Pereira, 2000.
18 “Dança”, Gazeta de Noticias, 22 de abril de 1877.
19 Folha Nova, 27 de octubre de 1884; "Progressistas da Cidade Nova", Novidades, 17 de octubre de 1887.
20 Jornal do Brasil, 1 de junho de 1912.
21 “G.C. "Estrela de Ouro da Saúde”, Correio da Manhã, 5 de marzo de 1905.
22 “Teimosos da Gamboa”, Correio da Manhã, 6 de marzo de 1905.
23 Cf. CRUZ, Maria Cecília Velasco, op. cit., e Assistência pública e privada no Rio de Janeiro (Brasil): história e estatística. Rio de Janeiro: Tipografia do Anuário do Brasil, 1922.
24 Cf. Gazeta de Notícias, 30 de octubre de 1885; Diario de Noticias, 30 de octubre de 1885; O Paiz, 21 de mayo de 1887; "Fatos Diversos", Gazeta de Notícias, 23 de febrero de 1881; y Jornal do Commercio, 14 de noviembre de 1885.
25 Gazeta de Notícias, 21 de junio de 1883; y "Club dos Aristocratas da Cidade Nova", Gazeta de Notícias, 19 de enero de 1884.
26 Arquivo Nacional, GIFI 6c 127; e “Sociedades licenciadas”, Correio da Manhã, 4 de fevereiro de 1904.
27 Cf. “Sociedade Dançante e Carnavalesca A Jardineira” y “Sociedade Dançante Carnavalesca Filhos dos Guaranis da Cidade Nova”, A Noticia, 16 de febrero de 1903.
28 Este era el caso de 5230 residentes que trabajaban en el servicio doméstico, 3405 que estaban empleados en el comercio, 2167 trabajadores manuales que cobraban por día, 3863 mayores de 15 años que no tenían profesión definida y 3738 residentes que vivían de trabajos esporádicos, en “profesiones poco especificadas”. Un total de 18.403 trabajadores, que por sí solos constituían casi la mitad de la población del distrito. Cf. Recenseamento do Rio de Janeiro realizado em 20 de setembro de 1906, pp. 252-253.
29 Arquivo Nacional, GIFI 6c 98.
30 Cf. Arquivo Nacional, GIFI 6c 63, 98 y 306.
31 Los datos sobre los residentes de la región de Saúde proceden de Maria Cecília Velasco e Cruz, op. cit., pp. 275-276, y Recensamento do Brasil Realizado em 1 de setembro de 1920, vol 2, Primeira Parte. População do Rio de Janeiro - Distrito Federal (Río de Janeiro: Tip. da Estatística, 1923).
32 Arquivo Nacional, GIFI 6c 597 y 649; Jornal do Commercio, 20 de febrero de 1909; "Festas", O Século, 8 de junio de 1911; "E.F. Central do Brasil", Jornal do Brasil, 3 de noviembre de 1911; y "Os estivadores", Jornal do Brasil, 4 de enero de 1915.
33 Arquivo Nacional, GIFI 6c 367, 480, 597, 649, 691 y 694; y "João Martins (Alabá)", Jornal do Brasil, 14 de diciembre de 1926.
34 “As grosseiras mistificações com que se iludem os ingênuos”, A Noite, 18 de febrero de 1914; y João do Rio, “No mundo dos feitiços - Os novos feitiços de Sanin”, Gazeta de Noticias, 29 de marzo de 1904; Vagalume, “Mistérios da mandinga”, Crítica, 13 de enero de 1928.
35 Arquivo Nacional, GIFI 6c 365; y “Club Carnavalesco Retiro da América”, Jornal do Brasil, 18 de abril de 1908. Las imágenes de los miembros de Heróis Brasileiros en la época muestran que, aunque contaba con miembros negros, eran mucho menos numerosos que los que solían caracterizar a otras sociedades de este tipo. Cf. O Malho, 20 de febrero de 1910, y A Época, 12 de febrero de 1913.
36 “C.C. Retiro da América”, A Época, 20 de febrero de 1914.
37 Sobre la lógica del proceso de afirmación negra de determinados espacios, estoy de acuerdo con el geógrafo Renato Santos, para quien “la geografía de las relaciones raciales nos impone la necesidad de una mejor comprensión espacial, una lectura de las geo-grafías del racismo y del anti-racismo”. Santos, 2022, p. 14.
38 “Vida laboral”, Correio da Manhã, 26 de septiembre de 1903.
39 Arquivo Nacional, GIFI 6c 432, y “Ecos do conflito entre estivadores”, O Imparcial, 27 de diciembre de 1914.
40 “Club Carnavalesco Luz do Povo”, Gazeta de Noticias, 12 de febrero de 1906.
41 “A greve na Companhia do Gás”, O Paiz, 12 de abril de 1908; “Os trabalhadores do gás”, Correio da Manhã, 13 de noviembre de 1908; y “C.C. Luz do Povo”, Jornal do Brasil, 18 de febrero de 1908.
42 Arquivo Nacional, GIFI 6C 432; “Quem não trouxe... – Depois do baile”, Jornal do Brasil, 26 de mayo de 1913.
43 “S.D.F. Anjos da Meia Noite”, Jornal do Brasil, 13 de mayo de 1913. Sobre estas celebraciones en los clubes negros y su significado en medio de las conmemoraciones más amplias de la fecha, véase Moraes, 2023.
44 Cf. “Vida operária”, Correio da Manhã, 29 de marzo de 1904 y “Coluna operária”, A Época, 9 de diciembre de 1912.
45 “Vida operária”, Correio da Manhã, 27 de marzo de 1906 y 2 de septiembre de 1908.
46 Arquivo Nacional, GIFI 6C 367; “Columna Obrera”, A Época, 3 de marzo de 1913 y 24 de abril de 1913.
47 “A turumbamba no Anjo da Meia Noite”, O Paiz, 26 de mayo de 1913. Aunque varíen en algunos puntos, también se pueden encontrar noticias sobre el conflicto en “Tentativa de morte”, A Época, 26 de mayo de 1913; “Na sede do Club Anjo da Meia Noite”, Correio da Manhã, 26 de mayo de 1913.
48 Arquivo Nacional. Fundo Supremo Tribunal Federal (BV). BV.4624. – Série Habeas Corpus - Clube Dançante Familiar Anjos da Meia Noite (1913), fl. 2-5.
49 Arquivo Nacional. Fundo Supremo Tribunal Federal (BV). BV.4624. – Série Habeas Corpus - Clube Dançante Familiar Anjos da Meia Noite (1913), fl. 3.
50 Idem, fl. 2.
51 Idem, fl. 7, y “Justicia local - Tribunal de Apelación”, O Paiz, 22 de junio de 1913.
52 Arquivo Nacional. Fundo Supremo Tribunal Federal (BV). BV.4624. – Série Habeas Corpus - Clube Dançante Familiar Anjos da Meia Noite (1913), fl. 12.
53 Idem, páginas 16-18.
54 “Anos da Meia Noite”, A Imprensa, 14 de enero de 1914; y “Queixas do povo”, Jornal do Brasil, 7 de julio de 1914.
55 Sobre la categoría de “geografías rebeldes”, véase Lorraine Leu, que define esta “rebeldía” como “la capacidad creativa de inventar y adaptar prácticas espaciales que introdujeron persistentemente cuerpos y subjetividades negras en espacios prohibidos”. Leu, 2020, pp. 4-5.

Recepción: 03 Mayo 2024

Aprobación: 16 Junio 2024

Publicación: 01 Diciembre 2024



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