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¿De población bucólica a barrio indeseable? La configuración y reconfiguración de la identidad de la Barceloneta durante el proceso de industrialización
Resumen: La Barceloneta nació en 1753 como una población marítima perteneciente al municipio de Barcelona. Su situación fuera murallas y su extraordinaria vinculación con el puerto, con el que colindaba, la convirtieron desde el primer instante en una comunidad urbana diferenciada. A raíz de la expansión comercial catalana iniciada en la década de 1830, la población experimentó un extraordinario crecimiento demográfico y el inicio de un intenso proceso de industrialización de su economía. En este trabajo se aborda la forma en que, en este contexto, se forjaron la imagen e identidad de la Barceloneta por parte de elementos externos, vinculados a las élites políticas, económicas y culturales de la ciudad, así como desde la propia población. El bucolismo que dominaba las aproximaciones a la comunidad a mediados del siglo XIX fue sustituyéndose gradualmente por una marcada preocupación social y moral. Asimismo, experimentó un intenso proceso de construcción de una alteridad muy acentuada respecto a una ciudad burguesa que estaba en pleno proceso de consolidación. Los efectos de la liberalización de la economía marítima y la modernización de la ciudad produjeron una transformación social que trajo consigo ansiedades que se expresaron a través de esta reconfiguración identitaria.
Palabras clave: Barceloneta, Industrialización, Identidad, Comunidad marítima.
From bucolic town to undesirable neighbourhood? The configuration and reconfiguration of the identity of Barceloneta during the process of industrialization
Abstract: La Barceloneta was founded in 1753 as a maritime district belonging to the municipality of Barcelona. Its location outside the city walls and its extraordinary links with the port, with which it adjoined, made it a distinct urban community. As a result of the Catalan commercial expansion that began in the 1830s, the neighbourhood experienced an extraordinary demographic growth and the start of an intense process of industrialisation of its economy. This article looks at how, in this context, the image and identity of Barceloneta were forged by external elements linked to the city's political, economic, and cultural elites, as well by internal elements. The bucolic perspectives that dominated approaches to the community in the mid-19th century were gradually replaced by a marked social and moral concern towards its inhabitants. It also underwent an intense process of constructing a highly accentuated otherness with respect to a bourgeois city that was in the process of consolidation. The effects of the liberalisation of the maritime economy and the modernisation of the city produced a social transformation that brought with it anxieties that were expressed through this identity reconfiguration.
Keywords: Barceloneta, Industrialisation, Identity, Maritime community.
A menudo se han estudiado los espacios portuarios de las grandes ciudades como poblaciones habitadas por marineros, pescadores o trabajadores portuarios. Un contexto específico, ligado a las dinámicas del mundo marítimo, habría generado entre estos colectivos, durante los siglos XIX y XX, unos patrones culturales alejados de los dominantes entre las burguesías urbanas y un relativo aislamiento social respeto la ciudad (Beaven, 2016b; Mateo, 2004; Moon, 2015; Suárez Bosa & Domínguez Prats, 2016). Como consecuencia de ello, las visiones que las élites urbanas desplegaron respecto estos distritos habrían estado dominadas por su caracterización como barrios depravados y peligrosos que amenazaban la moralidad dominante (Beaven, 2016a, 2021).
A pesar de ello, la configuración de núcleos de población vinculados a grandes puertos a menudo escondía una mayor complejidad social, demográfica y económica. Este es el caso del barrio marítimo de Barcelona, la Barceloneta, que en la fase de expansión de la economía marítima a vela se consolidó como una comunidad dónde, de la mano de marineros, pescadores o trabajadores portuarios, se estableció un amplio núcleo de talleres artesanales, comerciantes minoristas y otros actores que la convirtieron en un conjunto social heterogéneo.
Los rasgos socioeconómicos que caracterizaban la Barceloneta de mediados del siglo XIX, sin embargo, se evaporaron a medida que avanzó la segunda mitad de la centuria. Los avances de la industrialización y el ocaso de la etapa de expansión de la marina mercante catalana pusieron fin a una etapa, dando paso a una población con indicadores sociales y demográficos cada vez más alejados de la Barcelona moderna. El objetivo de este artículo es estudiar los cambios en la identidad social que experimentó la Barceloneta a raíz de estas transformaciones. La percepción de la moralidad de la población por parte de las élites urbanas, la caracterización del barrio por parte de visitantes y comentaristas sociales y la propia imagen y ubicación identitarias emergidas desde dentro de la comunidad son las principales líneas de análisis.
Para ello se ha utilizado un conjunto variado de fuentes. Han destacado la consulta de la prensa barcelonesa de la época, con un considerable volumen de cabeceras, que se multiplicaron a medida que avanzó el siglo. También se han incluido los tratados, informes y encuestas realizados por urbanistas, médicos o ingenieros, actores que perfilaron la comprensión de la ciudad desde un punto de vista que aunaba aspectos técnicos con observaciones sociales y morales. Asimismo, se han incorporado diversas guías de la ciudad pensadas para visitantes, así como los diarios y comentarios de viaje que diferentes escritores anotaron tras su paso por Barcelona. Por último, se han incorporado algunas obras literarias contemporáneas dónde la Barceloneta jugó algún papel trascendental como espacio escénico. Todo ello se ha evaluado sobre la base de los conocimientos previos acerca de las transformaciones socioeconómicas que la Barceloneta vivió a lo largo del periodo.
El nacimiento y consolidación de la Barceloneta
En el año 1753 surgió una nueva población fuera de las murallas de la ciudad de Barcelona. Su construcción no se comprende sin atender las nuevas dinámicas económicas y sociales en las que se adentraba la urbe catalana. Tres fueron los factores decisivos para la creación del barrio marítimo: poder dar cabida a parte de la población que se hacinaba en la ciudad amurallada y que crecía aceleradamente; concentrar actividades, funcionalidades y familias ligadas a una actividad portuaria en expansión; y ordenar urbanísticamente un espacio de ocupación parcialmente espontánea y no controlada.
La información que disponemos sobre la situación del arenal dónde se asentaría la población las décadas anteriores a su construcción está notablemente mediada por la imagen catastrofista que tanto el marqués de la Mina, el impulsor del barrio, como las reseñas contemporáneas e inmediatamente posteriores a la fundación dibujaron sobre ese espacio. El arenal suponía, según estas voces, una mancha para la ciudad: habitado por mendicantes, ladrones, desertores o vagabundos, generó una situación que habría determinado la actuación del capitán general. Esta imagen perduró en el imaginario colectivo, y el arquitecto Miquel Garriga i Roca, un siglo después, la describía así:
Toda la playa era un vasto campamento, ó mejor una hacinación informe de barracas y tenduchos, un caos de remeros y depósitos, ceñidos de fango y basuras, donde vejetaba una pillería cosmopolita, desde las chusmas trashumantes de todo linage y procedencia, hasta la turba de rufianes parásitos que es la lepra de los grandes pueblos. No había allí ni era dable ninguna policía; cada cual campaba por su respeto: la truhanería tenía en aquel lugar su teatro, y en las negras pocilgas de semejante zahurda (...) hallaban fácil asilo todos los criminales (Garriga i Roca, 1862, Capítulo 7).
El relato del nacimiento de la población, de esta forma, se configuró en términos de una acción civilizadora por parte del poder político. A nivel urbanístico, sus principales rasgos fueron su perfil cuartelario, derivado de su carácter militar, que se manifestó en la uniformidad e inflexibilidad del trazado (Permanyer, 2003, p. 24), y su inserción estilística en el urbanismo barroco, del que derivó su regularidad y simetría y la función ordenadora tanto social como urbanísticamente que se otorgaba a su horizontalidad (Tatjer, 1973, pp. 48-53). En cuanto a sus pobladores, la prioridad de las licencias otorgadas por la autoridad recayó en aquellos que ejercían un oficio marítimo, muchos de los cuales se convirtieron en pequeños propietarios.
El auge de la economía marítima y el crecimiento de la Barceloneta
En un contexto de inserción de la economía catalana en el comercio internacional, proceso iniciado en el siglo XVIII, la Barceloneta adquirió un papel relevante en el mundo marítimo. La expansión de las actividades más vinculadas a las demandas del puerto y la navegación permitieron al distrito concentrar buena parte del tejido económico barcelonés orientado a este ámbito. Estos sectores vivieron una etapa de nítido incremento en las décadas centrales del Ochocientos, destacando un sector como la construcción y reparación naval, que vivió su apogeo entre los años 1830 y 1870. El despegue de la industria y el comercio catalanes y el marco proteccionista que pesaba sobre la marina mercante fueron elementos clave. Las élites financieras y comerciales de la economía marítima, por su parte, siguieron ocupando las franjas litorales del interior de la ciudad amurallada.
En paralelo, con el inicio de la mecanización y la aparición de la demanda de máquinas de vapor, algunos miembros destacados de la artesanía del metal de la Barceloneta intentaron convertir sus talleres en fábricas de construcción de maquinaria. Esto se compaginó con la instalación de nuevas fábricas por parte de actores externos y, en especial, de la de las tres grandes factorías metalúrgicas catalanas. Nacidas con una clara vocación de cubrir las demandas de construcción de barcos de hierro y de máquinas y calderas de vapor para la marina, su ubicación estratégica en la Barceloneta fue crucial para hacer de la ciudad condal una avanzadilla en el sur de Europa en el arranque de la navegación a vapor (Page Campos, 2022b).
En el segundo tercio del Ochocientos, este contexto de expansión económica y la creciente demanda de trabajo en el mundo marítimo fomentaron un fulgurante incremento poblacional en la Barceloneta. El distrito portuario creció más de un 2% anual, muy por encima del ritmo de Barcelona. Su población total se triplicó y, junto con el Raval, fue la principal área de atracción migratoria en la ciudad, a la que aportó alrededor de 10.000 nuevos habitantes. Este extraordinario crecimiento demográfico se dio gracias a unas corrientes migratorias muy voluminosas, provenientes mayoritariamente de zonas costeras catalanas, valencianas y baleares (Page Campos, 2022a, pp. 271-349).
El perfil laboral de los habitantes de la Barceloneta en el ecuador del siglo XIX estaba muy marcado por el dominio de las actividades marítimas. Cerca de la mitad de los hombres adultos formaban parte de la Matrícula de Mar, es decir, tenían un oficio directamente marítimo: eran marineros, pescadores, carpinteros de ribera o calafates. Entre el resto, proliferaban las ocupaciones artesanales de media y baja calificación, en especial aquellas dedicadas al trabajo del metal y la madera. También existía una notable diversidad de oficios vinculados al textil, la confección y la construcción inmobiliaria. Las mujeres, por su parte, trabajaron mayoritariamente en sectores irregulares e informales. Destacaron oficios como las lavanderas, las costureras, las criadas del servicio doméstico y las vendedoras ambulantes (Page Campos, 2022a, pp. 350-418).
El dominio de actividades artesanales ligadas a las demandas marítimas y portuarias conformaba la Barceloneta como un espacio social ligado a la Barcelona menestral, con las características propias de un tejido productivo orientado al puerto. Las élites artesanales y náuticas dominaron los cargos de poder político de la comunidad, así como la propiedad inmobiliaria y la influencia social desplegada a partir de las redes de beneficencia (Page Campos, 2019).
La especialización del distrito marítimo no cumplía todo el potencial que un espacio como el que ocupaba podía lograr, a juicio de los primeros urbanistas del siglo XIX. El autor del proyecto del Eixample, Ildefonso Cerdà, propuso su demolición, con el objetivo de dar a aquel espacio una funcionalidad plenamente adherida a las necesidades logísticas de la ciudad. Ante esta amenaza, diferentes voces del barrio protestaron vehementemente. Se consideraban ninguneados, y, definiendo la mayor parte de los pobladores del barrio como “honrados artesanos”, plantearon una defensa de los fundamentos sociales de la comunidad:
(Cerdà) ha pretendido demostrar que los pescadores, marineros, calafates, carpinteros de ribera, aparejadores de buques, fabricantes de jarcias, herreros, almacenistas de ancorajes y cadenas de hierro, depósitos de pinturas, casas de interpretación, y demás industrias de que necesita la marina a todas horas, han de retirarlas de la Barceloneta y ceder su puesto a los comerciantes y gente rica de que se propone el señor Cerdà llenar la nueva población que tiene ideada, y para los cuales quiere reemplazar ese montón de barracas por edificios soberbios, que puedan ofrecer cómodo albergue a las clases más acomodadas de esta capital.1
Ninguna reforma fue llevada a cabo, y la estructura urbana del barrio se mantuvo intacta. Con todo, este fragmento permite captar la idea que el núcleo social que detentaba el poder en la Barceloneta tenía sobre cuáles eran las bases de su desarrollo. La consolidación y ampliación de viejas prácticas ligadas a la economía artesana, junto con el arranque de nuevas iniciativas industriales, habían permitido el fortalecimiento de un núcleo potentado en las décadas centrales del siglo XIX. La identidad misma de la comunidad, tal como este núcleo la modelaba e interpretaba, estaba sustentada sobre estas bases menestrales, alejadas de los valores burgueses dominantes en otros espacios urbanos y, al mismo tiempo, apartado de cualquier noción del barrio como suburbio o núcleo degradado respecto al resto de la ciudad.
La configuración de la Barceloneta pintoresca de mediados del siglo XIX: bucolismo y bajos fondos
En 1849, el conocido economista y político liberal Laureà Figuerola comentaba lo siguiente:
Visitando como inspector, las escuelas de párvulos de la Barceloneta y Gracia, notaba gran diferencia de talla entre los niños de una y otra, habiendo por ello manifestado a la maestra de la Barceloneta, que era verosímil se admitían niños de mayor edad que la marcada en el reglamento. Examinando el hecho con detención, persuadíme de emi (sic) error, y comparé entonces las condiciones de salubridad, limpieza y buena constitución y mantenimiento de la clase marinera con las de los proletarios que por aluvión han formado en su mayor parte el barrio de Gracia. Las tallas mezquinas de sus hijos indicaban pertenecer a generadores menos robustos, que los hijos del mar y de castas siempre cruzadas (Figuerola, 1993, p. 82).
La cita refleja una percepción personal de la que no podemos conocer el grado de correspondencia con la realidad. Sin embargo, denota una consideración social sobre la población de la Barceloneta que, como observaremos, no tendría ninguna continuidad en el último tercio de siglo.
Las palabras de Figuerola no eran un comentario aislado. En aquellas décadas, se extendieron múltiples observaciones sobre la naturaleza de la Barceloneta, especialmente en la prensa de Barcelona y Madrid. El barrio era visto como pintoresco,2 simétrico3 y formado por una población mayoritariamente artesana.4 La Barceloneta era definida como “hermosa”,5 “linda”6, graciosa y moderna7 o patriótica8 y como un barrio que iba adquiriendo importancia y belleza diariamente.9
También era mencionado en tratados y manuales escolares de geografía. En 1839, Losada afirmaba que la uniformidad de calles y casas lo hacían “muy bello” (Losada, 1839, p. 90), una consideración que repetía otro libro escolar, de geografía española en este caso, en 1844 (Ballester, 1844, pp. 60-61). Un compendio de geografía universal en aquellas mismas fechas calificaba la población como “hermosísima” (Balbi & Fábregas, 1843, p. 278). Diferentes escritores reproducían sus connotaciones positivas respecto a la situación previa del espacio (Bofarull, 1847, p. 204), contribuyendo al relato adulador de la obra de unas autoridades militares que habrían llevado la civilización allí donde reinaba la barbarie.
También apareció la Barceloneta en algunas novelas ambientadas en la ciudad condal. Es el caso de La esplanada, obra del republicano primerizo Abdó Terrades. En esta pieza romántica, denuncia de los tiempos recientes del absolutismo, el autor dedicaba un pasaje a adular las vistas que se podían contemplar desde la conocida como Muralla de Mar. Se incluía, por supuesto, las vistas del puerto y los grandes veleros allí ancorados. Junto a ellos se encontraba el caserío de la Barceloneta, que hermoseaba todo este paisaje que lograba cautivar las almas de los paseantes (Terradas, 1835, pp. 49-50).
La Barceloneta también fue objeto de atención por parte de varios viajeros y escritores que visitaron Barcelona, así como de las múltiples guías de la ciudad editadas a mediados de siglo. Algunos autores definían el barrio como “el arrabal de la marina” de la ciudad (Bertrán Soler, 1847, p. 78) e incidieron en su consideración como un barrio famoso (Pedrosa Gomez, 1856, p. 117), “el más bello y estenso” de los bonitos arrabales de Barcelona (Viage [sic] ilustrado en las cinco partes del mundo, 1852, p. 660). Sobre todo, reprodujeron la historia elogiosa del marqués de la Mina, que habría acabado con el indeseable barrio de barracas que ocupaba aquel espacio. Con la construcción de la Barceloneta, en palabras de una guía urbana, “se hallaban sustituidas las informes barracas de pescadores, por una hermosa población, uniforme con vistas por una parte á la hermosa costa de levante y por otra al puerto y á la ciudad” (Saurí, 1849, p. 84). También destacaban la identidad distintiva respecto de Barcelona. En 1866, otra guía señalaba que tanto una urbanización diferente como, sobre todo, “el carácter especial de sus habitantes”, hacían de la Barceloneta “un barrio distinto de Barcelona” (Cornet i Mas, 1866, p. 194). Estas consideraciones fueron repetidas especialmente en motivo de su primer centenario, en 1853, con valoraciones en diferentes publicaciones respecto a lo embellecida y engrandecida que se encontraba la población.10
Cinco años más tarde, el escritor y catedrático Francisco de Paula Madrazo, en el relato sobre su visita a Barcelona, dedicaba estas palabras a su barrio marítimo:
Al término de la Rambla, por la parte de Santa Mónica, empieza la muralla de mar, desde la cual se contempla por los curiosos el magnífico puerto en toda su prolongación, con aquel sinnúmero de buques de todos portes y banderas, anclados en su rada y que presentan el aspecto de un espeso bosque de mástiles y de velas en cuyo fondo destaca la Barceloneta, esa población marítima, tan armónica, tan linda, y tan poética que parece construida por la mano de un artista en un momento de inspiración (Madrazo, 1858, p. 44).
Esta mirada llena de bucolismo que diferentes actores proyectaron sobre la Barceloneta al promediar el siglo XIX, desde viajeros a novelistas, pasando por periodistas, tratadistas o políticos, reflejaba el dinamismo y expansión que estaba viviendo el distrito portuario. El crecimiento económico y demográfico que experimentaba se asentaba en las bases de un mundo náutico y artesanal que aglutinaba distintas clases sociales en una misma comunidad urbana, con la convivencia en las mismas calles de propietarios inmobiliarios, maestros artesanos o comerciantes al por menor con oficiales y aprendices, pescadores, marineros, costureras o vendedoras ambulantes. Una comunidad con problemas sociales de gran relevancia, con buena parte de la población susceptible de caer en la miseria en épocas de paralización económica, con déficits en servicios e infraestructuras clave para el sustento de la vida, pero con una élite bien definida y una consideración positiva en el marco de la Barcelona menestral previa a su modernización definitiva.
Un espacio ligado a la idea de bajos fondos
En paralelo a esta visión idealizada de la Barceloneta también se consolidó una mirada hacia ella dominada por su asociación a un lugar de mala vida, donde se concentraban actividades como el contrabando y la prostitución, así como tabernas y bodegones sospechosos. Eran señaladas sobre todo las peleas y los escándalos ligados a la presencia de cafés, tabernas y casas de prostitución. Estos espacios eran asiduamente visitados por marineros y soldados transeúntes que se consideraban ajenos a la población de la Barceloneta. Fruto de ello, los periódicos alertaban de la supuesta “horrorosa pintura del estado social y moral” de la Barceloneta,11 convertida en un “arrabal de cafres”12 y “teatro de repetidas reyertas”.13 También en alguna obra literaria del período se utilizó la Barceloneta como escenario de los bajos fondos de la ciudad. Es el caso de Los misterios de Barcelona, dónde uno de los personajes es asiduo a una taberna dónde se mezclan las blasfemias, el alcoholismo, la prostitución y el contrabando (Milà de la Roca, 1844).
Asimismo, la Barceloneta era vista como una población mayoritariamente pobre,14 pero interpretado como un pueblo bajo que daba animación y movimiento a la ciudad.15 En esta línea, una jeremiada dedicada al distrito en motivo de su desalojo en 1870, provocado por el estallido de la fiebre amarilla, subrayaba la imagen de unas calles bulliciosas, las costumbres pintorescas de los habitantes, sus bailes, clubes y sociedades y los olores a pescado que lo caracterizaban. Este retrato se contraponía con la realidad de un barrio que había sido desalojado para prevenir los efectos de la epidemia. Podemos observar el prototipo de una población pequeña, lugar de recreo y diversión, habitada por seres agradables y simpáticos, con rasgos peculiares dignos de ser destacados.16
De este modo, las carencias materiales y las problemáticas de raíz moral que reproducían prensa y élites de la ciudad no impedían que el barrio mantuviese una identidad en positivo, ligada a unas particularidades que le dotaban de una personalidad distintiva y atrayente, en una mirada elaborada desde una Barcelona que aún no se había expandido ni dónde aún se había producido la reorganización espacial de su cuerpo social.
El impacto de las primeras epidemias
Si algún elemento había disparado las preocupaciones de autoridades y voces privilegiadas de la ciudad respecto a la Barceloneta fueron la especial incidencia que tuvieron las epidemias en el barrio. La primera de ellas, en 1821, llegó a provocar la defunción de entre el 10 y el 20% de todos sus habitantes. La fiebre amarilla golpeó con mucha dureza la ciudad, y el desconocimiento generalizado de la enfermedad impidió adoptar ninguna medida eficaz para contener su incidencia.
De aquel episodio merece la pena destacar la solidez de la identidad diferenciada que mantenía la comunidad marítima respecto a la urbe. En medio de la perplejidad de los primeros estragos de la enfermedad, el 16 de agosto la población se opuso al traslado de un enfermo hacia el lazareto. Se presentó el alcalde de Barcelona, acompañado de un contingente militar de caballería, pero optó por retirarse ante la efervescencia del vecindario. Aquel mismo día, diferentes paisanos de la Barceloneta amenazaron con apoderarse de los cañones de la batería del muelle y de las municiones necesarias. Reunidas en el salón del Ayuntamiento, las principales autoridades civiles y militares acordaron que la solución tenía que venir de la mano de “los socorros y la fuerza”, y se aprobó el desplazamiento de efectivos militares a la Barceloneta. El conflicto no se apaciguó hasta que las autoridades acudieron a personas notables del distrito, en concreto los dos celadores de marina –autoridades de la Armada en el puerto– y varios carpinteros de ribera y calafates. Estos últimos manifestaron que las reivindicaciones se centraban en impedir el traslado al lazareto y en la necesidad de socorro ante el paro generado por la paralización del puerto. Si la fuerza militar se retiraba, ellos mismos se harían responsables de mantener el orden en el barrio. El gobernador militar accedió a la propuesta, en parte por las menguadas fuerzas con que contaba. Los sublevados, en saber la noticia de la suspensión del traslado, volvieron a sus casas.17 El episodio mostró un alto grado de autonomía del barrio en su vida política, así como el rol de autoridad paternal de sus élites ligadas al mundo marítimo.
Trece años más tarde, la amenaza de otra enfermedad, esta vez el cólera, provocó de nuevo el desconcierto en la ciudad. El recuerdo de lo ocurrido en 1821 hizo que la Barceloneta despertase especial preocupación. Fruto de ello, el 22 de julio se acordó hacer una inspección y limpieza general del barrio, destinando una brigada de entre 20 y 30 hombres. La razón explícita eran sus condiciones: “la Barceloneta exige un reconocimiento particular por el amontonamiento de gentes, su pobreza, estrechez y suciedad de sus habitaciones, falta de cloacas y otros defectos”.18 Una nueva sacudida a la salud pública había puesto esta vez el foco en las condiciones insalubres de un espacio que estaba iniciando un rápido proceso de expansión edificatoria y poblacional.
Los déficits en infraestructuras sanitarias y buenas condiciones higiénicas seguirían siendo señalados esporádicamente las décadas siguientes. A pesar de ello, estas consideraciones no se convertirían en definitorias de la imagen de la Barceloneta. De hecho, en una ocasión, en 1841, sirvieron como chispa para la expresión del malestar de diferentes vecinos, que amenazaron con crear un municipio independiente en caso de que el dinero que se había recaudado gracias a la concesión de permisos para elevar los edificios no se destinase por completo a la mejora de las calles. José Ballester, capitular de dos de los tres barrios en los que se dividía administrativamente el distrito, había expresado el lamento por el olvido y desatención en que se encontraba la Barceloneta. La definía como una “desgraciada población” cuyo estado hacía propicio que, en época estival, la situación estallara de nuevo en una epidemia.19
La Barceloneta en las décadas centrales del siglo XIX gozaba de una consolidada identidad propia basada en su relación con la economía marítima, un cuadro social muy particular y la existencia de una élite diferenciada. A ello se sumó la extraordinaria expansión demográfica y económica que experimentó en las décadas centrales del Ochocientos, lo que en conjunto permitió aflorar manifestaciones de nítida autonomía respeto la ciudad. Estas dinámicas permitieron que los problemas de infraestructuras, salud pública, inseguridad o bajos fondos no se tradujesen en una categorización peyorativa del conjunto comunitario.
La Barceloneta dentro de la Barcelona moderna: higienismo y alerta moral
La fase de expansión económica y poblacional de la Barceloneta se acabó en el último tercio del siglo XIX. Se reunieron varios fenómenos claves. En primer lugar, la liberalización arancelaria de la navegación, la flota mercante y el tráfico portuario. A partir de entonces, y también gracias a la superación de los impedimentos técnicos a la generalización de esta tecnología, la adopción del vapor por parte de los navieros españoles y catalanes se aceleró. Se produjo a través de la importación de buques construidos en el Reino Unido. El ocaso del mundo de la vela supuso la alteración de los mecanismos centenarios que habían sostenido el tejido económico de la Barceloneta. Además, aquellos mismos años se puso en marcha la reforma del puerto de Barcelona, que supuso la pérdida de la exclusividad que la Barceloneta disfrutaba con las actividades y el tráfico portuario (Page Campos, 2022b).
El triunfo del vapor y de las compañías navieras modernas acabaron con una forma de abastecimiento naval que ya no contaba con la amplia autonomía de los capitanes de barcos como base operativa. En muchas actividades situadas en la Barceloneta esto causó un gran descalabro. En especial los sectores artesanales ligados a la construcción naval y el aprovisionamiento de los buques. Los relatos de crisis de trabajo y de miseria y emigración de los carpinteros de ribera y calafates proliferaron entre los contemporáneos. Además, se produjo una acelerada y generalizada desaparición de la mayor parte de talleres artesanales que se habían propagado anteriormente. También lo hicieron la mayoría de sus actores, en especial aquellos que habían estado en la cúspide del sector y de la pirámide social del barrio. Muchos de ellos optaron por desvincularse de las actividades portuarias y reubicarse geográficamente en las áreas burguesas de la ciudad (Page Campos, 2019).
Como resultado de estas nuevas dinámicas, el crecimiento poblacional se ralentizó. La llegada de inmigrantes se desaceleró notablemente y el barrio vivió un profundo estancamiento en sus comportamientos demográficos, que siguieron evoluciones contrapuestas al modelo de transición prototípico. Así, tanto las tasas de natalidad como las de mortalidad vivieron una tendencia creciente desde medios del siglo XIX hasta la última década del mismo, ocasionando un extraordinario distanciamiento con los indicadores de Barcelona. Por su parte, los mercados de trabajo se transformaron profundamente. La reducción de la demanda laboral en el mundo marítimo se tradujo en un claro declive de la presencia de marineros y pescadores en la Barceloneta. También se produjo una fulgurante caída del peso de los oficios artesanales. En conjunto, la Barceloneta vivió un proceso de homogeneización social a la baja, con la pérdida de buena parte de su élite marítimo-artesana y la generalización del trabajo no cualificado, en especial en la industria metalúrgica y en la descarga portuaria (Page Campos, 2022a, pp. 251-418).
Este proceso de transformación social se produjo en el contexto de consolidación de la Barcelona moderna. A partir de los años 1850 se inició la ampliación urbana con el derribo de las antiguas murallas y la construcción del Eixample. La expansión de la ciudad hacia el interior acabaría engullendo, a la larga, los hasta entonces municipios independientes del llano barcelonés. El sector delantero de la economía siguió siendo el textil, sumándose en el último tercio del siglo nuevos centros productivos de importancia, de nuevas energías –gas y electricidad– y de sectores que ganaron relevancia, como el mecano-metalúrgico, la alimentación, la química o el vidrio. A ello se sumó el propio crecimiento urbano, que creó extraordinarias oportunidades de negocio, convirtiendo la construcción y la promoción inmobiliaria en uno de los ejes centrales de la actividad económica en la ciudad (Maluquer de Motes, 1995; Segarra, 1995; Tafunell, 1994). La creación de una banca y un sistema financiero sólidos, la ampliación de las redes comerciales y la rentabilidad de los nuevos medios de transporte, fenómenos todos ellos facilitados por el nuevo marco jurídico-político del Estado liberal, permitieron el robustecimiento de la burguesía barcelonesa. Tanto urbanística como socialmente, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX se configuró una nueva ciudad que establecería una relación muy distinta con su distrito portuario.
Salud pública, higienismo y moralidad
Al giro en las dinámicas socioeconómicas de la Barceloneta y Barcelona se le añadió el impacto de un episodio sobrevenido: una nueva epidemia de fiebre amarilla que llegó a la ciudad a través de su barrio marítimo en 1870. La vía de infección de la enfermedad seguía siendo desconocida, y las seculares creencias en la forma en que las epidemias se propagaban hicieron que las actuaciones se centraran en la idea de los focos de infección. Esto comportó el desalojo de la Barceloneta, que en pocas semanas quedó prácticamente vacía. Aprovechando la situación, en el mes de octubre se inició un programa de desinfección y limpieza general del barrio.
La fiebre amarilla del 70 supuso un antes y un después para la Barceloneta, especialmente en cuanto a la relación con las autoridades y élites de la ciudad. En aquellos años, el higienismo se institucionalizó y se consolidó como aparato doctrinal, expandiéndose más allá del estamento médico, generalizándose en amplias capas sociales. Se convirtió en una estrategia política de intervención en la vida tanto pública como privada, como un programa de regeneración social basado en la moralización de las costumbres a través de un discurso de neutralidad científica. La enfermedad y las carencias materiales se convirtieron en problemas morales, y el concepto de higiene pasó también a abrazar las ideas de decoro, orden y civilidad. El objetivo era controlar y reformar todos los aspectos de la vida cotidiana de las clases trabajadoras, como vía para mejorar sus condiciones y, de esta forma, conseguir que fueran más productivas y, a la vez, disminuir su potencial carácter subversivo. Empezó a considerarse, de este modo, una receta de actuaciones posiblemente eficaces ante la llamada cuestión social, fuente de preocupación creciente entre las élites políticas, económicas y culturales de finales del Ochocientos (Barona & Lloret Pastor, 1998, pp. 269-271; Campos, 1995, pp. 1095-1099; Guereña, 2000, pp. 67-68; Quintanas, 2011, pp. 275-276).
El discurso higienista estuvo presente en Barcelona durante todo el Ochocientos (Pantaleón Gamisans, 2007). Su asunción por parte de los círculos burgueses y de los reformadores sociales, no obstante, no se consolidó hasta las últimas décadas del siglo. Las soluciones higiénicas, que incluían la mejora sanitaria de la población obrera y la intervención sobre sus medios de vida, incluidas calles, subsuelos y viviendas, fue finalmente interpretado, con un consenso bastante amplio entre la burguesía, como una herramienta para neutralizar las tensiones sociales en aumento. Unas posiciones cada vez más moralizantes de los discursos higienistas, donde el énfasis en las mejoras de las condiciones de vida cada vez iba más aparejada a la estabilidad social, lo facilitaron (Capel & Tatjer, 1991, pp. 62-63; Martín Pascual, 2007, p. 132).
A diferencia de los higienistas de mediados del siglo, como Monlau o Cerdà, centrados en las deficiencias estructurales de la ciudad, los nuevos actores enfatizaron la noción de los malos hábitos populares y centraron la atención en espacios concretos de la urbe que se consideraban sucios, insalubres y necesitados de control. La inmediata posepidemia concentró estas miradas higienistas sobre la Barceloneta, que reprodujeron preocupaciones antiguas e incorporaron nuevas inquisiciones que, como nunca antes, se focalizaron en el cuerpo social que conformaba el barrio. Este proceso supuso la definitiva vinculación entre espacio y moralidad, la delimitación geográfica de la preocupación dieciochesca por el mundo que emergía en el reverso del progreso y la civilización burguesa. Este fenómeno se materializó a través de la consolidación del imaginario social de los bajos fondos urbanos (Kalifa, 2018, pp. 10-18). Esta nueva mirada a la Barceloneta, en cambio, desatendió la mejora de las infraestructuras básicas para la vida, que de nuevo se postergaron.
A finales de octubre del mismo 1870, el doctor Robert, figura ilustre de la medicina y la política barcelonesa de finales del siglo XIX, fue el primero en focalizarse en las formas de vida de la población. “Este barrio (...) reuniría muy buenas condiciones si no contuviera su recinto una población miserable, poco amiga de la limpieza y por lo menos cuádruple ó quíntuble de la que corresponde”. Se le sumaba la pobreza de la mayoría de sus habitantes: la miseria había acabado siendo el mejor combustible para el estallido epidémico, opinaba.20
Otro personaje destacado en el estamento médico de la Barcelona decimonónica fue el doctor Carlos Ronquillo. Director de la sección de Higiene Especial, en noviembre del mismo año hizo una ponencia recogida en un pequeño opúsculo. Según Ronquillo, las barriadas situadas contiguas a los grandes puertos eran motivo de preocupación habitual de los higienistas en todo el mundo. La presencia de tabernas, de elementos de vicio y de viviendas infectas solían ser sus rasgos comunes. La Barceloneta encajaba en este prototipo, y señalaba las condiciones no tan solo materiales, sino también morales, bajo las que vivían sus habitantes (Ronquillo, 1871, p. 10). Según el médico, era natural que la Barceloneta preocupara a las autoridades, y debía de alarmarlas especialmente cuando se presentaban los primeros casos de una enfermedad exótica. Finalmente, proponía limitar su densidad poblacional, a través de la fijación del número de habitantes que podían pernoctar en cada vivienda (Ronquillo, 1871, p. 26).
La valoración del conjunto de la Barceloneta y de las medidas que se requerían para su mejora higiénica por parte de los médicos higienistas se concentraron en un oficio que dirigieron al Ayuntamiento el 27 de julio de 1871. El panorama que hacían del barrio era casi apocalíptico: “La estensa, condensada e importante barriada del puerto (...) ofrece hoy el más palpitante ejemplo de la veleidad humana”. El foco, una vez más, se situaba en los malos hábitos de sus vecinos, que ni siquiera la gravedad de la epidemia habían podido modificar. Esto se entremezclaba con los seculares problemas de infraestructuras:
La falta de cloacas, que de tan fácil é higiénica construccion fueran, con vertientes a la mar vieja, sí sirven de pretesto para abandonar en medio de sus angostas calles las basuras de todo género, noche y día; la escasez y mala calidad de los pozos y la insuficiente abundancia de aguas potables, los familiariza con el desaseo en sus ropas, en sus zaquizamíes y en sus cuerpos; la perenne elaboración y difusión en todos sentidos del impalpable polvo resultante del continuo deterioro del pavimento, del rocío por arbitrario acarreo de multitud de materias primeras, de semillas y otros efectos de los mas heterogéneos, crea una insoportable atmósfera agitada por las frecuentes brisas en tiempos secos, y origina en los húmedos un copioso fengar, circunstancias idones á la par, y las mas abonadas para engendrar, propagar y adherir á los seres humanos toda casta de fermentos y parasitarios, primera dechada en que al infinito germinan los miasmas epidémicos.21
El colectivo médico proponía remedios expeditivos, centrados en la actuación decidida de la administración municipal en una doble vertiente. La primera era como elemento activo en la limpieza del barrio. La segunda se centraba en la acción punitiva para reformar las costumbres de los habitantes. Así lo expresaban:
Contra la sordidez y cochambre encarnadas en los vecinos de la Barceloneta, una pulcritud de armiño, realizada por una brigada, noche y dia permanente, de barrenderos y serenos, (...) que multen ó castiguen, sin contemplación, a los grandes y pequeños infractores de las ordenanzas municipales, hechas también para los suburbios. Contra el hacinamiento de moradores en habitaciones estrechas, las vigorosas visitas domiciliarias sanitarias.22
Rius i Taulet, futuro alcalde de la ciudad y entonces presidente de la Comisión municipal de Gobernación, expresó su admiración por el manuscrito, e instó al Ayuntamiento a implementar las medidas propuestas. Estas se concretaron en tres puntos principales. El primero era el establecimiento de una numerosa brigada de basureros que, diariamente, limpiaría las calles y plazas de la Barceloneta y los andenes del muelle. El segundo era la multa y castigo de los infractores de las ordenanzas municipales. Y el último era la creación de una comisión, formada por un alcalde de barrio y cuatro vecinos del distrito, para hacer una visita domiciliaria escrupulosa en todos los edificios y viviendas de la Barceloneta. Esta revisaría tanto la limpieza y las condiciones higiénicas como las personas que vivían, y tendría la potestad de dictar desocupaciones parciales de viviendas en casos de hacinamiento. El Ayuntamiento aprobó las medidas el día 1 de agosto.23
Un fin de siglo marcado por las ideas de crisis y decadencia
La consolidación de la mirada higienista sobre el distrito vino de la mano de nuevos divulgadores de estos preceptos, que fueron más allá del colectivo médico. Tanto la prensa de la ciudad como las cabeceras locales del distrito fueron actores claves, así como también las instituciones y los arquitectos e ingenieros que encabezaron los nuevos proyectos de reforma urbana. Por primera vez, también apareció un elemento que, hasta el cambio de siglo, acompañaría muchas aproximaciones a la Barceloneta. Hablamos de una profunda noción de decadencia, que iba acompañada de la añoranza de un pasado supuestamente idílico. Una pieza de la Crónica de Cataluña de agosto de 1876 es uno de los primeros ejemplos. Una Barceloneta de mediados de siglo idealizada se contraponía con su estado actual, abandonada y decadente:
Hace veinte años que sus casas eran blancas, sus calles alegres y aseadas, y la antigua alameda que embellecía su entrada, centro de reunión de una escogida sociedad... hoy, hoy... ¿qué es la Barceloneta sino un foco inmundo de repugnante y de asqueroso aspecto?24
De esta forma, las miradas marcadas por cierto tono bucólico y pintoresco respeto la Barceloneta se desvanecieron en el último tercio de siglo. Estas visiones se multiplicaron y acentuaron a finales del siglo XIX de la mano de médicos, ingenieros, políticos y periodistas barceloneses. En el año 1899, el republicano El Diluvio resumía así esta nueva imagen: “un barrio que podría ser una hermosa nota pintoresca ofrece hoy una justificada repugnancia y es a la vez un serio peligro para la salud pública”.25
Contraponían el barrio con otras poblaciones marítimas que servían como espacios de recreo y hospedaje, en otros puntos de la península y del Mediterráneo, incluyendo ciudades como Oporto, Marsella o Nápoles. El principal problema, opinaban, era la falta de obediencia de las leyes de higiene pública y policía urbana. Esto incluía el hacinamiento de personas en viviendas y los escándalos públicos. El potencial que tenía la playa del distrito para atraer turismo de todo España, en consecuencia, se perdía.26 En otras piezas, el estado del barrio se relacionaba con el peligro de estallidos epidémicos.27 “Olvidado como siempre, sucio por demás, y en extremo decaído, se encuentra el barrio marítimo de la Barceloneta”, opinaba El Anunciador Catalán, centrándose en el mal estado de las calles y en la presencia de prostitución.28 De nuevo se recomendaba poner el foco en los hábitos de la población, responsables que sus calles fueran las menos limpias de la ciudad.29
La existencia de una sección dedicada a la Barceloneta en el diario La Unión entre 1880 y 1881 reflejó la profunda penetración de la mirada higienista también en los rotativos locales. El foco era casi exclusivo en el estado del suelo del barrio y su suciedad, al que culpaban los habitantes por sus costumbres. Denunciaban el lanzamiento de restos de comida en la calle, así como de aguas, incluidas las sucias, y exigían multas.30 Relacionaban estas prácticas con la mala imagen que tenía en el barrio entre los foráneos,31 y culpaban las mujeres de ser las principales culpables.32 A pesar de incidir ocasionalmente en la responsabilidad de las administraciones, se obviaba el déficit estructural de infraestructuras, la principal razón por la cual la población proseguía con estos hábitos.
Otras menciones a la crisis del distrito afloraron a principios de la década de 1880. Se señalaban las reformas portuarias, el desarrollo de los ferrocarriles y, sobre todo, la liberalización del comercio marítimo a finales de los años 1860 como los principales responsables. La noción de decadencia también apareció puntualmente por parte de actores externos, como el alcalde de la ciudad Coll y Pujol en un debate municipal en 1888,33 o por parte de personalidades destacadas del mundo marítimo como Esteban Amengual o Ricart i Giralt.34 Más fuerza adquirieron estas ideas dentro del propio distrito, con la consolidación a finales de siglo de un movimiento que apostaba para hacer de la memoria histórica un rasgo central de la identidad barrial. Desde estas visiones, se contraponía un relato épico sobre el nacimiento de la Barceloneta y su historia inicial con las calamidades de su crisis reciente.
La profundización de esta aproximación historicista, y la reivindicación de un pasado glorioso o un origen notorio, vino de la mano del surgimiento de varias publicaciones locales en 1890, impulsadas por las clases más acomodadas del barrio. Surgían de las clases propietarias de la Barceloneta, en especial de las áreas de mayor valor del suelo, y de la conformación de unos intereses contrapuestos con otros actores de la ciudad, en especial la autoridad portuaria y el consistorio municipal. La idea más repetida por este movimiento era, de nuevo, el de decadencia, asociada sobre todo a la crisis de la marina mercante y el tejido económico ligado a ella.
En el primer número de El Campeón, aparecido en 1894, se mencionaba el “decaido movimiento respecto a tantas y tan importantes industrias navales”,35 fruto de lo cual el barrio “está pasando un período de crisis, dado el estado decadente de nuestra marina”.36 En el primer número de El Vigia de la Barceloneta, aparecido el año siguiente, se expresaba la voluntad de recuperar la prosperidad de un pueblo antaño opulento y “hoy sumido en el recuerdo de tiempos más venturosos”.37 En el mismo número, Ildefonso Bonells recordaba un supuesto pasado glorioso, contrapuesto a las actuales adversidades e infortunios, y llamaba a la resurrección de las grandezas de la Barceloneta y de sus industrias abatidas. Proponía hacerlo mediante la glorificación de la memoria de los que la defendieron en un pasado.38 En otras ediciones de la publicación se profundizarían estos juicios, refiriéndose al “lamentable estado de abatimiento y suma estrechez a que ha descendido la Barceloneta”, que estaría “sumida en el infortunio de su progresiva decadencia”.39 También lo manifestaba así Enrique Guitert en un número especial dedicado en la fiesta mayor del barrio en 1895, contraponiendo la Barceloneta de su infancia con su decadencia actual.40 Se añadía el director y maestro de la escuela pública de párvulos, José Gra y Xipell, para quién había que reunir grandes esfuerzos para hacer resucitar el antiguo esplendor de la Barceloneta.41
El principal relato que surgió de esta aproximación historicista dominada por la nostalgia fue la obra de Avel·lí Guitert de Cubas, secretario de la tenencia de alcaldía del barrio durante varias décadas. Salió a la luz en múltiples secciones de El Vigia de la Barceloneta entre 1896 y 1897, y editada posteriormente en un libro publicado en 1921. El relato de crisis y decadencia, en su caso, se extendía desde el ámbito económico a otros muchos campos de la vida y la sociedad. La pregunta que daba nacimiento a la obra dejaba claro el punto de partida: “¿Cómo han declinado sus artes, su tráfico y su riqueza?”, y buscaba una respuesta que tenía que ser clave para entender el “agotamiento de sus fuerzas vitales, la estinción completa de aquellos elementos que representaban un manantial fecundo de bienestar para todos sus habitantes” (Guitert de Cubas, 1921, p. 3). Según Guitert, las clases acomodadas habían abandonado el barrio, que, además de los cambios económicos, atravesaba una crisis a nivel laboral, cultural y político. Su dramatismo e hipérbole llegaron a su punto culminante cuando indicaba la miseria, la humillación y el abatimiento como principales características de la situación presente, pronosticando la muerte próxima e inevitable de la Barceloneta (Guitert de Cubas, 1921, pp. 186-203).
Una nueva identidad al margen de la ciudad moderna: obrera, marginal y conflictiva
En paralelo con el avance de las ideas de crisis y decadencia, así como de la huella higienista sobre su imagen, que incidía en la necesidad de reformar las costumbres de su población y su categorización con adjetivos peyorativos, también se reformuló la idea de cuál era la naturaleza misma de la Barceloneta. A finales del Ochocientos, se la asoció a una población eminentemente obrera e industrial, dejando atrás su inserción en el mundo de la Barcelona menestral y su vínculo intrínseco con el mar y el puerto. Esta nueva ubicación identitaria en el mundo de la ciudad obrera no se produjo necesariamente a través de valoraciones negativas. Al contrario, se resaltaban valores positivos ligados al trabajo y la industria. El periódico republicano La Publicidad lo definía como un “activo y honrado barrio” formado por trabajadores,42 mientras que un poema publicado el 1894 en La Tomasa, titulado “La Barceloneta”, enfatizaba la centralidad del trabajo y la clase obrera en su identidad, subrayando la pintura que, a mediodía, solían ofrecer sus calles y plazas, llenos de obreros sudorosos debido a sus fatigosos oficios.43
También desde la propia Barceloneta fue creciendo la asociación del distrito con su perfil obrero. Para El Heraldo de la Barceloneta, el barrio era “emporio del trabajo y la honradez”,44 y, según el sacerdote de la parroquia, “gracias a su labor, trabajo e industria es admirada por todos los españoles”.45 También centrada en su componente obrero, la nueva publicación Fomento de la Barceloneta, órgano de una asociación del mismo nombre, elogiaba la clase obrera y su “amor al trabajo” como rasgo identitario central tanto de la entidad como del barrio.46 Carlos Martí, que dirigió dos de los periódicos de la Barceloneta a finales de siglo, también asoció el trabajo con la identidad del barrio, elogiando sus principales establecimientos industriales.47 El escritor mexicano Manuel Payno, después de su visita a Cataluña a finales de siglo, condensaba esta nueva imagen de la Barceloneta en una frase: “No se puede pedir ni aseo ni belleza, ni arte en ese barrio, todo de trabajo duro y de fatiga diaria” (Payno, 1889, p. 131).
Esta reconfiguración de la identidad no siempre se hizo en los mismos términos. El avance de la mecanización en varios sectores industriales y las estrategias empresariales para detraer el control del proceso productivo de los trabajadores estaban acelerando la segregación social en la ciudad, con la consolidación de una urbe moderna asentada sobre unos valores burgueses cada vez más afianzados, y su contraposición con una ciudad obrera en expansión física y poblacional. Al mismo tiempo, Barcelona vivía una creciente conflictividad social, fruto del avance del movimiento obrero y la precarización general de la vida cotidiana. Estas dinámicas a gran escala se tradujeron también en la difusión de ciertos pánicos morales burgueses, en especial respecto a los modales y pensamientos de la clase obrera. La Barceloneta, en este contexto, se convirtió en un espacio social vinculado a este pánico. El obrero que habitaba el barrio, de carácter conflictivo, era contrapuesto con el tradicional menestral catalán, de rasgos más pintorescos y amables. Así lo expresaba en 1887 el economista liberal Joaquín María Sanromá:
No inspiraban serias alarmas nuestras clases obreras, por inquietas é inclinadas al bullicio, al modo que después lo fueron; notándose entonces en ellas cierta tendencia á la lima, al pulimento, a instruirse, a educarse y a corregir la rudeza de inveterados hábitos. El tejedor catalán, de sobrenombre “pinxo” o chulo de fábrica, se distinguía a la legua de otros trabajadores de más humilde estofa; había un abismo entre él y la gente de la Barceloneta (Sanromá, 1887, pp. 231-232).
Dos décadas después, en un libro de la Real Sociedad Geográfica, se situaba la Barceloneta como uno de las zonas que, en toda España, representaban la picaresca tradicional del país, asociadas a espacios de depravación y con amplia presencia de prostitución y crimen (Real Sociedad Geográfica, 1905, p. 48).
La asociación de la Barceloneta con la vida disoluta fue también dominante en la literatura. Son ejemplo de ello una pieza de teatro humorística titulada Baralla de pescateres, ambientada en el barrio. Entre sus personajes destacan un pinxo y un alcohólico, entre otros ligados al mundo de los suburbios (Molas i Casas, 1887). También el célebre escritor Emili Vilanova, uno de los principales novelistas decimonónicos de la ciudad, retrataba en una de sus obras, publicada en 1887, el personaje de un estibador con problemas con el alcohol, la vida en los bajos fondos y el ejercicio de la violencia (Vilanova, 1947). El barrio también apareció en la novela de Luis de Val La explotación humana, publicada en 1908. Era uno de los escenarios de la Barcelona pobre, con el protagonismo principal de una antigua taberna descrita como un tugurio donde se reunían borrachos, juerguistas y mujeres de vida airada. La transgresión moral se reproducía en algunos de los adjetivos usados para calificar este mundo de los bajos fondos del distrito portuario, destacando calificativos como escandaloso, abyecto o libidinoso (Val, 1908). La consideración que de la Barceloneta había hecho Laureà Figuerola en 1849 era ya inconcebible medio siglo después.
Conclusiones
Prensa, literatura, guías urbanas, informes médicos u obras de reformistas sociales ofrecen una oportunidad extraordinaria para evaluar el avance, a lo largo del siglo XIX, de los pánicos morales asociados a espacios concretos de las grandes urbes modernas. La creciente asociación entre depravación moral, falta de higiene y miseria material se concentraron en el caso de Barcelona en aquellos barrios que, como la Barceloneta, más se alejaron de las dinámicas sociales, demográficos y culturales de la naciente ciudad burguesa.
La identidad de la Barceloneta, tanto aquella moldeada e interpretada por sus élites, como aquella proyectada por elementos externos a ella desde el resto de la ciudad y del país, se transformó extraordinariamente entre mediados y finales del siglo XIX. La centralidad de la relación con el mar y el puerto y el dominio de las visiones bucólicas y románticas se produjeron en el contexto de una Barceloneta en proceso de crecimiento económico y demográfico. Estas ideas expresaban la caracterización idealizada de una población identificada con los avances civilizatorios y las bondades del mundo de la marina de vela y el artesanado urbano. La Barceloneta de finales de siglo, en cambio, era concebida como un espacio eminentemente obrero e industrial, motivo a la vez de orgullo propio como de alarma social y moral entre las élites barcelonesas. Reflejaban el fin del periodo de auge de la economía marítima ligada a la vela y el fracaso del mundo marítimo catalán para adaptarse a los retos de la nueva tecnología del vapor y el hierro.
Esta reconfiguración de la identidad de la Barceloneta operó como expresión de las consecuencias involuntarias que la industrialización y la modernización de Barcelona habían acarreado, con el incremento de las tensiones sociales y la creciente separación entre la ciudad burguesa y la ciudad obrera.
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Notas
Recepción: 06 Mayo 2024
Aprobación: 19 Agosto 2024
Publicación: 01 Diciembre 2024