Anuario del Instituto de Historia Argentina, mayo-octubre 2020, vol. 20, n° 1, e115. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Artículos

Raúl Scalabrini Ortiz: la realización del escritor político en la revista Qué sucedió en 7 días

Ivana Incorvaia

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

Cita sugerida: Incorvaia, I. (2020). Raúl Scalabrini Ortiz: la realización del escritor político en la revista Qué sucedió en 7 días. Anuario del Instituto de Historia Argentina, 20(1), e115. https://doi.org/10.24215/2314257Xe115

Resumen: El presente trabajo indaga en algunos aspectos de la discursividad de Raúl Scalabrini Ortiz desplegados en la revista de perfil frondizista Qué sucedió en 7 días. Específicamente, estudia la posición asumida por el ensayista acerca del deber del escritor político, examina su obsesión ante el peligro intacto del enemigo inglés y considera algunas de las tensiones generadas con el peronismo y con el frondizismo. Para abordar estos asuntos, el trabajo analiza dimensiones palpables en el discurso pero que remiten a un más allá del texto. Por esta razón, se admiten diversas vías de abordaje: la teoría literaria será uno de los campos disciplinares en los que se sostendrá la metodología de trabajo, aunque también se acudirá a lineamientos propios del análisis del discurso y a aquellos provenientes de la historia de las ideas para dar cuenta de la dimensión socio-histórica del objeto.

Palabras clave: Scalabrini Ortiz, Qué sucedió en 7 días, Discursividad, Tensiones.

Raúl Scalabrini Ortiz: the carrying out of the political writer in the magazinespan What happened in 7 days?

Abstract: The present work explores some aspects of the discursivity of Raúl Scalabrini Ortiz displayed in the magazine What happened in 7 days?, of frondizista profile. Specifically, it studies the position assumed by the essayist about the duty of the political writer, it examines his obsession with the intact danger of the English enemy and considers some of the tensions generated with Peronism and Frondizism. To address these issues, the work analyzes palpable dimensions in the discourse but referred to something beyond the text. For this reason, various approaches are admitted: literary theory will be one of the disciplinary fields in which the methodology of work will be sustained, although it will also turn to guidelines of discourse analysis and those from the history of ideas to give account for the socio-historical dimension of the object.

Keywords: Scalabrini Ortiz, What happened in 7 days?, Discursivity, Tensions.

Introducción

Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959) ha sido uno de los intelectuales más relevantes de la Argentina y su vasta producción se ubica entre las más significativas de la historia nacional. Sus escritos son heterogéneos e incluyen ficción, cuentos, poemas, artículos periodísticos, ensayos e investigaciones ligadas al campo de la política y la economía. En la década del veinte ya intervenía asiduamente en distintos ámbitos periodísticos y culturales, pero con su exitoso ensayo publicado en 1931, El hombre que está solo y espera, el autor logra un reconocimiento mayor en el campo intelectual de su época. El texto pone en marcha un ejercicio de interpretación de la identidad nacional a partir de la construcción de un hombre arquetipo (porteño de clase media: el “hombre de Corrientes y Esmeralda”) con el que delimita las características de la “argentinidad”, desplegando, para ello, algunos de los asuntos que preocupaban a la vanguardia martinfierrista en la que participó en los años veinte (fundamentalmente los relativos a la identidad cultural y el habla porteña) e introduciendo, asimismo, un enérgico cuestionamiento al capital extranjero, contraponiéndoles a los valores materialistas del imperio, según el propio autor, un fuerte espiritualismo (Prieto, 1969; Falcoff, 1972; Lindstrom, 1985; Blanco, 2002; Cattarruzza y Rodríguez, 2005; Incorvaia, 2012). Pocos años después, luego de su experiencia vanguardista y con otro estilo escriturario, se volcará al desarrollo casi exclusivo de asuntos ligados al ámbito político y económico, viraje que se produce en el marco de algunos acontecimientos puntuales: primero, con su intervención en el alzamiento del coronel Bosch, en 1933; luego, tras su exilio a Europa, en 1934; y finalmente, a raíz de su participación en FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), desde su fundación, en 1935, hasta su disolución, frente a la aparición del peronismo, en 1945. Así, desde 1934, hasta su muerte, en 1959, Scalabrini Ortiz, a través de la exposición e interpretación de datos y pruebas, analizará, con tono de denuncia, el impacto de algunas políticas económicas y la intromisión del capitalismo británico. Esta producción, volcada en folletos y diversos textos de opinión, circulará en los artículos de Cuadernos de FORJA y Señales, en publicaciones gravitantes como Política británica en el Río de la Plata (1936) e Historia de los ferrocarriles argentinos (1940) y culminará con la producción periodística posterior al golpe a Perón en el año 1955 —en El Líder, El federal o en Qué sucedió en 7 días, entre otros textos producidos sin descanso en distintos ámbitos periodísticos—.

Si bien la producción posterior a El hombre… despertó el interés de una serie de estudios sobre el autor y su contexto (Galasso, 2008; Campi, 1987; Sarlo 1988; Rubio García, 2016 a y b, 2017 a y b), resulta un lugar de relativa vacancia el análisis específico de los artículos de Scalabrini Ortiz publicados en Qué sucedió en 7 días. Esta revista —en adelante bajo su abreviatura Qué—, fue creada en 1946 por Baltazar Jaramillo, militante comunista que dirigió la publicación hasta que el gobierno de Perón secuestra su último número en septiembre de 1947. Por iniciativa de su mujer y algunos compañeros de militancia del ex director ya fallecido, la revista reaparece en diciembre de 1955. Si bien en sus comienzos mostraba cierta anuencia hacia la autodenominada “Revolución Libertadora”, a partir de la incorporación de Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche como colaboradores afines al peronismo el semanario produce un giro político. Esta exitosa publicación —doscientos mil ejemplares por semana, según Spinelli (2007)— marcó una posición fuertemente crítica hacia el gobierno de facto y sus aliados. Así, además de representar un gesto modernizador en términos periodísticos, ocupó un lugar peculiar en el escenario político posterior al golpe de 1955: acompañó el incipiente programa del desarrollismo y alentó la construcción de un frente electoral encabezado por Arturo Frondizi. Scalabrini Ortiz participó activamente y de forma ininterrumpida entre 1956 y 1958, etapa final de su vida, e incluso llegó a dirigirla durante un período de dos meses. En los innumerables artículos publicados semanalmente, el autor denuncia los planes políticos y económicos del gobierno de facto y retoma, para ello, su tesis postulada en los años treinta acerca del imperialismo y el falseamiento de la historia. Dicha tesis la desarrolla inicialmente durante su participación en FORJA, grupo en el que también participaron Homero Manzi, Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Arturo Jauretche, por nombrar algunos, y que se proponía revalorizar “lo propio” y denunciar el “falseamiento” de la realidad producido por la llamada “historia oficial”. A pesar de las diferencias que Scalabrini Ortiz guardaba con otros autores del denominado “revisionismo histórico”, tanto él como el grupo FORJA coinciden en pensar que en el pasado se ubicaba el punto de extravío del destino nacional, haciendo uso de la historia para justificar sus posturas (Stortini, 2004; Devoto y Pagano, 2009; Chiaramonte, 2013; Rubio García, 2016b). FORJA se caracterizó por defender enérgicamente la neutralidad frente a la guerra y promover, desde una perspectiva nacionalista, un antiimperialismo que opuso al imperio los intereses de la nación, desentendiéndose así de los enfrentamientos de clase (Barbero y Devoto, 1983, Buchrucker, 1987; Devoto, 2002; Navarro Gerassi, 1969; Spektorowski, 2011; Finchelstein, 2016)1 Aunque partiendo de esta base, el antiimperialismo de Scalabrini Ortiz no se manifestó en su obra de igual manera. En El hombreque está solo y espera predomina una visión irracionalista de la nación y el ataque al imperialismo se hace desde coordenadas “espiritualistas” que identifican el imperio y sus “valores materialistas” exclusivamente con EE.UU. Si bien la utilización de metáforas espiritualistas continúa, aquello que aparecerá con fuerza en sus escritos posteriores será el análisis político y económico de la injerencia británica en el país y, consecuentemente, la certeza de que es Inglaterra el imperialismo dominante. A partir de este momento, la opresión imperialista y el “falseamiento” de la realidad tendrán un responsable inequívoco: Inglaterra. Esta postura difundida inicialmente en FORJA se sostendrá hasta el final de su vida y, de modo concomitante, el tono de su denuncia alcanzará un acento singular en los años cincuenta, en particular en la revista Qué. Junto con la consolidación de un nacionalismo económico basado en la defensa de ideas estatistas, industrialistas y proteccionistas, en esta revista, como se analizará en este trabajo, el autor plasmará una suerte de obsesión con una faceta imperialista de Gran Bretaña, exaltando, además, una vara moral elevada en aquello que refiere a la ética, la obtención de cargos públicos, su lugar como un intelectual simpatizante del peronismo y su posición sobre Frondizi.

Scalabrini Ortiz no tuvo vínculo orgánico con partidos políticos ni ocupó cargo público alguno. Tampoco fue un vocero del gobierno peronista, muchos menos un defensor acérrimo, y, tal como se observará aquí, su vínculo con Perón, aunque siempre mantuvo su apoyo al peronismo, no está exento de algunas tensiones. Pero a partir de 1955, año bisagra para el campo político e intelectual en su conjunto2 debido a la represión que debe sufrir el ideario peronista y la exacerbación del conflicto peronismo-antiperonismo a partir del golpe de Estado y la llamada “Revolución Libertadora” (Rouquié, 1998; Bergel, 2011; Galván y Osuna, 2018), Scalabrini Ortiz asume una enérgica voz en apoyo al movimiento y denuncia la censura, persecución ideológica y los planes económicos del gobierno de facto. En este marco, dentro de la UCR cobraba protagonismo la figura de Arturo Frondizi, quien lograría el apoyo del peronismo mostrando una faceta antiimperialista y, fundamentalmente, su disposición a liberar a los sindicalistas detenidos y a sociabilizar la economía. (Rouquié, 1998, p. 142). Así, el frente electoral que lo llevó finalmente como candidato resultará la manifestación de un amplio sector de militantes: nacionalistas, peronistas, sectores de izquierda, que confiaron en el nuevo perfil del político radical. Algunos intelectuales, entre los que se destaca Scalabrini Ortiz y Jauretche, incluso conformaron un grupo de apoyo al programa económico frondizista en torno de Rogelio Frigerio y la revista. En este contexto, Qué se convierte en instrumento de propaganda electoral y Scalabrini Ortiz jugará un rol destacado contra el voto en blanco y a favor de la candidatura de Frondizi. También profundizará su posición estatista, industrialista y proteccionista, y, curiosamente, reforzará su denuncia contra el imperialismo británico; pero, rápidamente, pasará de una enérgica participación en la revista y de un férreo apoyo a Frondizi, a una silenciosa desilusión.

El presente trabajo indaga en algunos aspectos de la discursividad de Scalabrini Ortiz desplegados en la revista Qué. Específicamente, estudia la posición asumida por el ensayista acerca del deber del escritor político, examina su obsesión ante el peligro intacto del “enemigo inglés” y considera algunas de las tensiones generadas con el peronismo y con el frondizismo. Partiendo del análisis de su discurso y su toma de posición intentará dimensionar, aun en sus deslices, la coherencia de sus comportamientos éticos y la dimensión agónica —incluso sacrificial— de su compromiso.

El deber del escritor político

En La parole pamphlétaire (1982), Marc Angenot realiza una clasificación particular de los discursos. Bajo la denominación de “doxológicos”, agrupa en dos vertientes al “ensayo diagnóstico o de meditación” y al “discurso agónico” —polémica, panfleto y sátira—. El discurso agónico supone un contradiscurso antagonista dentro de la trama del discurso actual; encierra, en general, una doble estrategia: la demostración de una tesis y la refutación o descalificación de una tesis adversa.3 Esta suerte de género de combate se conforma como género literario en tanto asume un valor persuasivo, para lo cual requiere recursos de la retórica y de la literatura. Sin desconocer que se inscriben en el ámbito periodístico, los artículos de Qué pueden ser analizados —al igual que muchos de los textos históricos, económicos y políticos publicados entre 1934 y 1958— como ensayos o discursos doxológicos, agónicos o de batalla. Según la caracterización que Angenot realiza de la polémica, el panfleto y la sátira —las distintas manifestaciones de los discursos agónicos—, los artículos de Scalabrini Ortiz pueden pensarse como una apertura hacia las formas del panfleto. Más precisamente: podemos decir que en sus artículos se reúnen varias de las características de dicho género, en especial las vinculadas con su enunciador. Angenot establece una relación interesante entre el panfletario —“mártir de la ideología”, lo llama— y el héroe de la novela tal cual lo interpretó el joven Lukács (Angenot, 1982). Al igual que el héroe novelesco, el panfletario siente que los valores auténticos han sido erradicados del mundo.4 Si el héroe de la novela vivencia la “dualidad antagónica entre alma y mundo” (Lukács, 2010), el panfletario porta una verdad contradicha por el resto, asumiendo el desamparo y la soledad como consecuencia obligada por defender los valores ya degradados. El panfleto aparecería entonces como un análogo discursivo de la novela en tanto ruptura instalada entre el mundo empírico (el mundo de los valores) y el héroe que insiste en denunciar esa degradación.

Para el teórico canadiense, el modo agónico supone un drama con tres personajes: la verdad, el oponente y el enunciador; a causa del escándalo que le genera la mentira, este último se encuentra solo, defendiendo su propia verdad, refugiándose en los márgenes, desde donde enfrentará a su oponente. En los textos de Scalabrini Ortiz la soledad se afirma como un lugar inequívoco, como el espacio desde el cual se batalla y se lamenta el sacrificio, más allá de que por momentos se asume también su lugar productivo. En “Explicación y disculpa final”, texto que añade en 1957 para una nueva edición de Historia de los ferrocarriles…, explicita:

Los trabajos que se incluyen en este libro son fruto de una labor personal en que el autor no tuvo ni la mínima colaboración ajena, ni siquiera la del amanuense que copia documentos o verifica operaciones aritméticas elementales. Todo lo que este libro encierra es una obra personal, desde su concepción hasta la más pequeña de sus realizaciones. (Scalabrini Ortiz, 1940/2006, p. 391)

Un poco más adelante continúa refiriéndose a sí mismo en tercera persona, asegurando que, en su búsqueda de la verdad histórica, en ese camino sinuoso y solitario, “no tuvo más premio que la difamación y la calumnia”. Su voz, “la que dice verdades en un mundo de mentiras”, parece condenada al silencio, a no ser escuchada, mucho menos a triunfar, aunque se mantenga atenta a un pendiente renacer: persistencia, o irónica esperanza, de que en un futuro ella inevitablemente resurgirá: “este libro sólo aspira a ser una de esas humildes piedras fundamentales que, hundidas en el silencio del subsuelo, soportan la gracia arquitectural de la futura estructuración argentina” (p. 392).

Si los acontecimientos contemporáneos no lo favorecen —“las circunstancias especialmente difíciles para el autor no le concedieron la tranquilidad necesaria”—, no queda más remedio que sostenerse desde su “fuerza interior”. El discurso del panfletario, dice Angenot (1982, p. 40), se apoya en los principios traicionados por los adversarios. La ideología, entonces, se asume como personal, sostenida por una fuerza propia, individual, que deviene en drama privado. En este sentido, el artículo de la revista Qué titulado: “Aramburu y Rojas son degradados por nuestro director” resulta ejemplificador. La nota surge a partir del enfado por la ascensión de Pedro Aramburu e Isaac Rojas al más alto grado. El Poder Ejecutivo los nombra teniente general y almirante, respectivamente. Scalabrini Ortiz necesita convencer a su auditorio de la absoluta honestidad que lo lleva a tal denuncia. Para ello, establece una complicidad con el lector, erigido como público o su vínculo exclusivo con el mundo, al cual exhorta e interpela en el plano mismo del texto. Señala: “quiero que el lector crea en mi imparcialidad”. Con este fin, confiesa que, a pesar de haber contribuido al triunfo de Perón en 1946, en el trascurso de su gobierno él mismo ha sido “un verdadero perseguido”. Más precisamente, afirma: “en las esferas del gobierno del general Perón […] mi nombre llegó a ser tenido casi como una mala palabra” (Jaramillo, 2007, p. 286).

El modo elegido para que el público crea en él es dar a publicidad algo que había decidido dejar en la esfera privada. Pues la “persecución” durante el gobierno de Perón es elaborada, o al menos trasmitida, en términos absolutamente personales: fue su propio nombre el que terminó convertido en mala palabra. Así, luego de que varias publicaciones en las que él colaboraba fueran clausuradas, según lo indica, se siente empujado a una suerte de retiro que lo hace volver a un viejo trabajo y emprender en el Chaco, y luego a orillas del Paraná, la organización de un obraje y la plantación de árboles. Dice a propósito de esta circunstancia:

Nunca me quejé, aunque debí trasponer momentos de verdadera angustia personal y ansiedad política. Nunca permití que mis inconvenientes individuales torcieran la equidad de mis juicios, porque esa renuncia hubiera significado la negación de mi propia razón de ser. Si un escritor político tiene alguna jerarquía, esa jerarquía proviene de su valor para acallar toda voz que no provenga de un verdadero reclamo nacional. (p. 286)

No vincula su reclamo personal con un “verdadero reclamo nacional”. Su “razón de ser”, o su deber como “escritor político”, coinciden con el enmudecimiento de lo individual en pos de la voz nacional o colectividad como única garantía de un juicio equitativo:

Es el sentimiento del deber el que valoriza al hombre, y el deber del escritor político es, ante todo, silenciar lo que es personal para interpretar lo que es de todos. Por eso yo fui un espectador apasionado de la obra de gobierno del general Perón, un espectador que, mezclado entre la muchedumbre, aplaudía los aciertos y lamentaba los errores. Pido disculpas al lector por estos párrafos que pueden parecer manchados por la baba de la vanidad, pero que son indispensables para demostrar que en 1955 yo tenía mucho más derecho a ser enemigo del régimen del general Perón que los señores Aramburu y Rojas. (p. 287)

El deber del “escritor político” sería silenciar lo personal, pero paradójicamente, aunque sin rasgos narcisistas o de vanidad, su propio drama resulta articulador del todo, imprimiendo el tono de su denuncia. El silenciamiento de lo personal debe llevarse a cabo para priorizar la voz de todos; no obstante, la suya se erige como interpretadora de la colectividad. “Lo que es de todos” le habría indicado que supervise al gobierno de Perón, para aplaudir sus aciertos y lamentar sus errores. Como “espectador apasionado”, licuado entre la muchedumbre, Scalabrini Ortiz quedará a la expectativa, cual centinela, en espera de un nuevo acto en el escenario nacional.

Frente al peronismo, nuestro autor dice aplaudir los aciertos y lamentar los errores. Quizás no sólo por una cuestión de táctica política sino porque en esa espera estoica se configura la única posibilidad de modular una palabra que dramatice el espectáculo nacional; una palabra que se erige en forma desinteresada luego de labrarse necesariamente en soledad.

Hacia el final del artículo, arguye que se detiene para no incurrir en un gesto abusivo respecto del espacio en la revista, aunque conforme de todos modos por haber justificado la repulsa que lo animaba. Antes de transcribir el proyecto que con carácter de decreto redactó él mismo para degradar a Aramburu y a Rojas por el delito de “ineptitud culposa en la defensa de los intereses de la nación”, señala:

[…] no tengo más armas que mi voluntad y mi deseo de ser útil a mis conciudadanos. No tengo imperio sobre nadie más que sobre mí mismo. Siento el imperativo de sancionar a quienes por debilidad, flojedad o ignorancia causaron tan tremendos males al país y entonces, yo, gobierno totalitario de mí mismo, dicto, para regular mi propia conducta futura, el siguiente decreto, que sólo yo acataré. (pp. 295-296)

Desde la soledad y la expectación, desde el mismo apartamiento autoinfligido, Scalabrini Ortiz se arrogó el derecho a ser opositor al peronismo, más allá del mismísimo sector de militares que dio el golpe en 1955. Pero para ser un escritor político, un interpretador de la voz nacional, a este derecho de ser opositor debe renunciarse.

Grüner (1996, p. 25) advierte que, en la tradición ensayística argentina, el ensayista “fue frecuentemente, además, poeta o novelista, y siempre «hombre político» (no miembro de un partido, no recetador de ideologemas: político, es decir, interpelador de la polis, cualquiera fuese su «tema»)” . Puede afirmarse que Scalabrini Ortiz, interpelador de la polis y activo participante de los debates cívicos de su tiempo, ha sido un “hombre político”. Nunca fue orgánico a un partido —lo que no significó que se eximiera de “tomar partido”— y configuró su escritura desde ese lugar “inorgánico” al margen de una doctrina encuadrada partidariamente.

El héroe panfletario, insiste Angenot, se otorga él mismo su propio mandato. Como el “hombre político”, el panfletario encarna un habla sin edicto, sin precepto, un decir animado sólo por el imperativo de su fuerza interior. Está recortado de un mundo donde no rige la verdad auténtica. En ese espacio no parece tener más autoridad que sobre sí mismo; sin embargo, siente el deber de decir “las cosas como son”, enfrentando a quienes degradan los valores del mundo y su verdad.

La batalla obsesiva contra Inglaterra

Marc Angenot (1982, p. 38) indica que el panfletario pretende enfrentar la “falsedad que tomó el lugar de lo verdadero”. El héroe de la ideología está solo porque él no pertenece al mundo de la mentira; entonces, desde este lugar “recortado” enfrentará a su oponente, con la certeza de que la palabra comunica. Es un “soldado de la pluma”, dice Angenot, porque el discurso agónico hace uso de cierta violencia discursiva, si bien también la moraliza. Scalabrini Ortiz incurre en violencia verbal, en una denuncia sin tregua en su “legítima defensa”, la que parece tener un sentido homólogo a la defensa de la nación. Sostenida en el tiempo, esta suerte de custodia verbal será el arma de combate frente al accionar falso y deshonesto de su principal antagonista: el imperialismo.

A partir de su exilio en 1934 —provocado por su participación en el levantamiento del coronel Bosch en 1933—, Scalabrini Ortiz comienza a publicar una serie de artículos de investigación política y económica en los que desarrolla su tesis acerca del imperialismo, la falsificación de la historia y la injerencia nociva de Inglaterra en la Argentina. Si bien no fue el primero en cuestionar esta intromisión y revelar las consecuencias negativas para la vida del país —los hermanos Irazusta culminan La Argentina y el imperialismo británico a fines de 1933—, su planteo tiene algunas particularidades. Como se adelantó, nuestro autor denuncia el capital extranjero bajo la fórmula imperialismo/nación y le asigna al pueblo —a diferencia de lo que ocurre con otros nacionalismos— un rol protagónico en las transformaciones sociales. Pero aquello que en este punto me interesa es que más de dos décadas después —justamente en la revista Qué— sostiene las mismas interpretaciones que le posibilitaron en los años treinta situar a Inglaterra como blanco principal, sólo que ahora con un mayor dramatismo y con justificativos no del todo respaldados por la nueva realidad.

Para trazar un panorama de sus lineamientos en los años treinta, puede recordarse que muchos de los artículos publicados en Servir y los enviados desde el periódico alemán Frankfurter Zeitung resultan el puntapié de investigaciones que desembocan en Política británica…, cuyos avances fueron divulgados por primera vez con el lanzamiento de Cuadernos de FORJA, el 25 de mayo de 1936. En la tapa de este primer número, debajo del título principal se anotaba: “Las dos políticas: la visible y la invisible”. Allí se advierte una interpretación singular y distintiva por parte de Scalabrini Ortiz sobre los modos de actuar de la política británica. Como correlato de la visibilidad y la invisibilidad habría una política de la apariencia y otra de la esencia. Es decir, una política engañosa y otra que se correspondería con la verdad —en este caso, oculta— de los hechos. Porque el falseamiento de la historia se vincula con su propia deformación, motorizada por el accionar del imperialismo económico que no siempre actúa evidenciando sus movimientos, sino también desde las sombras. Un accionar de “mala fe” que termina excediendo el simple panorama político y económico de los hechos. “Fuerzas terriblemente pujantes, astutas y codiciosas nos rodeaban”, anota Scalabrini Ortiz para representar el poder del imperialismo británico como potencia vital, cuyo impulso, inteligencia y voracidad convirtió a la historia argentina, desde 1853, en la historia de su propia penetración, voluntaria primero, forzada después, pero viva sobre la base del engaño.

“Todo lo que nos rodea es falso o irreal”, afirma categóricamente una de las premisas de Política británica… que tuvo mayor repercusión. Si aquello que nos circunda ha sido mediado por una falacia —irrealidad en la que se esconde casi siempre la voluntad de lo foráneo—, habría una verdad o realidad contraria que es posible y necesario aprehender: “volver a la realidad es el imperativo inexcusable”. No obstante, alcanzar esa meta no es posible sólo con la voluntad. Se propone entonces un método postulado como inequívoco: “exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos (Scalabrini Ortiz, 1936/2001, p. 7). Procedimiento singular: una suerte de “tabula rasa” cuya propuesta epistemológica se reduce a la posibilidad de “hacer borrón y cuenta nueva” respecto de lo aprendido hasta el momento.

Se asevera, entonces, la posibilidad de que exista un “modo nacional” de pensar las cosas, una forma correcta de verlas, aquello que posibilitaría saber “exactamente cómo somos”, pues la deformación y el engaño que debemos desaprender vienen de la mano de los saberes de importación.

Tanto estas como otras proposiciones inauguradas en los años treinta Scalabrini Ortiz las retoma más de veinte años después en la revista Qué, con igual o mayor intensidad. En efecto, en diciembre de 1956, en el Nº 110 de la revista, bajo el título “El «britanilismo», brújula de Prebish”, presenta este neologismo para englobar un conjunto de operaciones británicas: “El britanilismo es una técnica elástica que los doctrinarios no entenderán nunca. Es escurridizo y oportunista. Las contradicciones en que incurre le intimidan tan poco como las dificultades para definirlo” (Jaramillo, 2007 Vol. I p. 89). Aquello que caracterizaría el accionar del imperialismo británico —el antagonista siempre más oscuro del campo de batalla— es, justamente, su técnica cambiante, cierta metamorfosis o trasmutación que se produce a lo largo del tiempo y que desconcierta, engaña, confunde. Por eso, se dice con recurrencia que este modo de actuar desde las sombras, silencioso, vago, invisible, al igual que en el decenio de los años treinta, se repite con la misma fuerza: las artimañas ocultas reaparecen y se configuran como característica intrínseca del modo de actuar del imperialismo británico. Dicha potencia, entonces, sigue colocándose todavía en los años cincuenta como la principal damnificadora de la Argentina y, en consecuencia, como el enemigo principal, aunque objetivamente ya no sea el dominante.

Inglaterra está presente en la actividad económica y financiera, pero también en la trama de la propia historia elaborada a su servicio y esto la convertiría en el imperialismo más peligroso. En el artículo Nº 106, de octubre de 1956, titulado “Frente a pugnas ajenas, afirmar el ser nacional”, Scalabrini Ortiz apunta en el inicio: “Triste espectáculo es el que ofrece nuestro país en este momento. Los británicos cargan apresuradamente sus bodegas con toda clase de vituallas […] y con maniobras subrepticias colocan en sus puntos estratégicos a sus esclavos mentales”. (Jaramillo, 2007 Vol. I pp. 70-74).

En este mismo texto se retoman los fundamentos de la neutralidad frente a conflictos extranjeros; no obstante, resulta notoria la particularidad en el tratamiento hacia los Estados Unidos. El poder inconmensurable de Inglaterra delimita la política y la economía argentinas, pero también define qué otra potencia extranjera interfiere o no en ellas: “vista la historia argentina desde el alto plano del vuelo de pájaro, es fácil advertir que Gran Bretaña ha sido simultáneamente la nación más constantemente amiga y la más incansablemente enemiga”, señala en el Nº 112 de Qué, definiendo la enemistad por la limitación impuesta a la producción de alimentos y materias primas y la amistad “al no permitir que ninguna otra nación interfiriera en nuestro destino” (Jaramillo, 2007 Vol. I p. 104).

Es llamativa la ligereza con la que enumera las intenciones estadounidenses en el país: “los norteamericanos quieren un poco de lana para sus colchones, algunos minerales y bases militares en la zona más austral de la Patagonia” (p. 71). Las razones para ello radicarían en que “el mundo se ha achicado”, y ciertos puntos estratégicos se habrían desplazado a estas regiones. Indica que “el único pasaje libre, de océano a océano, está en el sur del territorio argentino”, advirtiendo que Panamá es inútil y que quedan entonces el Estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos. Continúa: “Una base norteamericana allí, neutralizaría la inmensa base británica de las Malvinas […] pero eliminaría para siempre la posibilidad de continuar manteniendo nuestra política internacional tradicional, que es de absoluta prescindencia y neutralidad en los conflictos ajenos” (p. 71).

Scalabrini Ortiz mantiene el enfoque distintivo del grupo FORJA: sostener firmemente la neutralidad en virtud de conflictos considerados ajenos, entendiendo esta postura como bastión de la lucha por una soberanía que se halla corrompida por las mismas potencias en disputa. Sin embargo, por un momento parece tentado a afirmarse en EE.UU. para enfrentar a Inglaterra. Señala al respecto, en el artículo Nº 137 de julio de 1957 titulado “Movámonos entre las grandes potencias, sin ceder un paso en nuestras reivindicaciones”: “No es posible —o es muy difícil— resistir a una gran potencia sin apoyarse en otra. Para quebrar la reciedumbre de la caparazón colonialista británica, muchos espíritus honrados y patriotas ven en EE.UU. el punto de apoyo indispensable” . Pero a renglón seguido expresa: “mi opinión es que, a pesar de los aspectos favorables, es muy difícil establecer un verdadero acercamiento con EE.UU. El obstáculo es su falta de sentido político nacional” (Jaramillo, 2007 Vol. I, p. 270).

Cuáles serían los otros puntos a favor del vínculo con EE.UU. además de la confrontación con Inglaterra no queda especificado. Es curioso que la razón fundamental por la cual finalmente propone no apoyarse en EE.UU. sea aquello que interpreta como su falta de espíritu o sentido nacional, sin considerar la injerencia política y económica de esta potencia en el país. Para Scalabrini Ortiz, Inglaterra sigue siendo el gran enemigo, por momentos el único, por lo menos el más nocivo.

En el Nº 119, de febrero de 1957, bajo el título “La complicidad del silencio, arma de dominación británica”, denuncia que se erija, a través del Decreto N° 10.991 del 19 de junio de 1956 una suerte de república independiente al sur del paralelo cuarenta y dos, libre de franquicias e impuestos para los productos de fabricación extranjera. El clima surgido a partir de la intención del establecimiento de esta frontera interprovincial evidencia y ratifica para el autor particularmente dos cuestiones. Por un lado, que aquello que los libros cuentan, nuevamente, es falso e irreal: “nuestra historia oficial no enseña nada, nada de lo que ella cuenta sirve de antecedente para ilustrar a los pueblos y ayudarlos a precaver, con la enseñanza de lo que ocurrió, los peligros que pueden sobrevenir” (1957/2007 [Vol. I], p. 270). Por el otro, con el recurso de poner en paralelo distintas actuaciones diplomáticas inglesas del pasado y del presente, quiere demostrar la responsabilidad británica y también las consecuencias que tiene el silenciamiento de las voces de denuncia. Afirma que “el arma de la gran prensa es el silencio” y que, justamente, “la prensa argentina llegó a ser el arma más eficaz de la dominación británica en nuestro país”. Scalabrini Ortiz ya había postulado esta tesis en Política británica… De hecho, en el artículo mencionado prácticamente trascribe de modo literal varias páginas de aquella publicación. Principalmente, incluye los fragmentos con los tres ejemplos en los que, para él, el silenciamiento de la prensa evidenciaba el accionar imperialista británico: el caso de Ricardo Rojas y La restauración nacionalista; el silencio de la prensa al publicar, Rodolfo y Julio Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico; y la misma operación cuando, a través de un Manifiesto, la Federación Universitaria Argentina proclamaba, en 1939, su voluntad de permanecer apartada de la contienda europea. El artículo concluye señalando que, como ante cada denuncia contra la hegemonía británica, se procuraba que nada de aquello llegase al público lector. (p. 151).

Más allá de los datos que puedan certificar si efectivamente la prensa silenció o no estos materiales, resultan llamativos dos aspectos. Por un lado, al referirse con duras críticas a la lectura de socialistas y comunistas acerca del rol de EE.UU. y de Inglaterra, siempre parte de presuponer que los motivos de estos se vinculan con una suerte de trabajo consciente, casi de inteligencia, en favor del imperialismo británico, y no con razones —o limitaciones— políticas y coyunturales.5 Es decir, interpreta la existencia de una supuesta constante propaganda en contra del imperialismo yanqui y un silencio cómplice que ampararía al británico. Por el otro lado, al utilizar el mismo esquema que en los años treinta y no atender a las nuevas condiciones económicas, explica la intromisión norteamericana en los cincuenta sólo como la fachada de una penetración aun más agresiva del mismo imperialismo británico.

Al respecto, como expresión de ciertos debates sobre el asunto, es interesante el planteo de Ernesto Laclau (1970), bajo el título “El nacionalismo popular”, propone una lectura sobre dicha corriente y para ello se centra en el análisis del libro de Scalabrini Ortiz: Bases para la reconstrucción nacional —una recopilación de sus artículos periodísticos publicados entre 1955 y 1958, incluidos los de la revista Qué—. Laclau le cuestiona a Scalabrini Ortiz su idea del restablecimiento del predominio inglés a partir del golpe de 1955. Considera acertados los argumentos que lo llevaron a él y a FORJA a denunciar el imperialismo británico como hegemónico en la Argentina durante los años treinta, pero le resulta ridículo que Scalabrini Ortiz sostenga el mismo planteo a mediados de los años cincuenta. No obstante, piensa que el origen de este error reside en la concepción limitada que el nacionalismo popular ya tenía en los treinta sobre la dominación imperialista.6 Centralmente, cuestiona que desde su fundación esta corriente confundiera la lucha antiimperialista con la lucha por la industrialización, una actitud tal vez adecuada cuando Inglaterra era predominante en el país, pues en ese caso el capital extranjero no se convertía en industria sino en comercio, servicios y finanzas. Por ello señala que el error se hace evidente cuando la situación imperialista mundial cambia de manera considerable luego de la segunda posguerra y, en consecuencia, la realidad ya no resiste tal esquema debido a que las fusiones del capital crecen, como también las inversiones norteamericanas en América Latina en su conjunto. Por último, Laclau concluye que “la posibilidad de resurgimiento de un imperialismo británico agresivo se torna, de más en más, una ficción” (p. 17), y agrega como dato esencial que las inversiones de los EE.UU. “no se dirigen primordialmente hacia los rubros que tradicionalmente habían constituido el área de inversiones británicas, sino a monopolizar el sector industrial que los países latinoamericanos habían constituido de forma autónoma en la etapa de sustitución de importaciones” (p. 17).

El predominio inglés que habría imperado en los años treinta no parecía ser tal en los cincuenta, o al menos ya era un punto por demás discutible.7 La realidad mundial había cambiado y también en la Argentina se hacían sentir los ecos de aquellas transformaciones. Recordemos que en 1956 el gobierno encabezado por Aramburu solicitó el ingreso de la Argentina al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial; firmó además una serie de acuerdos militares con los EE.UU., con lo que profundizó una política exterior claramente pronorteamericana. Pero a pesar de esta nueva coyuntura Scalabrini Ortiz continuó casi obsesivamente con los mismos argumentos de denuncia al imperialismo británico. Todos aquellos que no ven a Inglaterra actuar desde las sombras, que no la reconocen como el gran oponente histórico, para nuestro autor estarán inevitablemente inmersos en el mundo del engaño y la mentira. Por tanto, la batalla por la verdad se convierte en un verdadero drama en el cual el antagonista se perpetúa y metamorfosea en un accionar impalpable, oculto y perturbador: un contrincante a medida para un héroe problemático, resistente, que custodia inalterablemente el bien y la verdad.

Ética, desilusión y persistencia

El tono ético en la prosa de Scalabrini Ortiz no sólo aflora al denunciar el escándalo que representan las mentiras del adversario sino también las del mundo, aun cuando esta misma actitud sea la que lo aísle todavía más. El autor insiste en señalar que el público vive empapado de falsedades. Esta obstinación toma forma en un discurso al que podríamos llamar “bélico didáctico”, también dirigido al oponente. La mentira es escandalosa, increíble, insolente y desenmascararla requiere adjudicarle a la denuncia un tono de profunda indignación que ofrezca a la vez una moraleja.

Mientras el drama agónico general tiene como adversario al imperialismo británico, en el marco del proyecto desarrollista incipiente Scalabrini Ortiz denuncia el problema de la desindustrialización como asunto crucial. Generada por ese mismo enemigo, esta no sólo será denunciada en términos político-económicos sino también en sentido ético y moral. Así, en varios de los artículos se perfila una suerte de “retórica industrialista” que vinculará este desarrollo a objetivos morales colectivos. En general, esos artículos revisan cómo ha sido este proceso a lo largo de la historia y de qué forma la desindustrialización fue en desmedro de la misma capacidad humana.

Se sabe que la década del treinta ha sido una de las más problematizadas por la historiografía argentina a partir de visiones tan gravitantes como contrapuestas. Por un lado, surge la caracterización de “década infame” —fórmula del historiador José Luis Torres—, lo cual implica poner el acento en el llamado “fraude patriótico”. En este caso, los años treinta se presentan como la contracara del peronismo. Por el otro, se analiza el período en función del proyecto de “industrialización por sustitución de importaciones”, lo cual implica comprenderlo como antesala del peronismo. Esta perspectiva pone el foco en el modo en que la crisis de 1929 posibilitó que se diera inicio a un incipiente crecimiento industrial en el país, debido a la imposibilidad de comprar los productos manufacturados en las mismas condiciones que antes. Sin desconocer la corrupción, las concesiones de áreas estratégicas a capitales extranjeros y la persecución política ideológica a determinados sectores críticos, algunos de estos estudios acuerdan en partir del paulatino desarrollo industrial llevado a cabo durante aquellos años. De acuerdo con este punto de vista, el sector dominante de la Argentina del treinta es el que enfrentó la crisis mundial en forma tal que, bajo su dominio, se dio tanto un proceso de sustitución de importaciones como de desarrollo de la clase obrera industrial; proceso que al mismo tiempo habría constituido una suerte de condición previa para el peronismo.8

Desde la línea que entiende los treinta como contracara de las posteriores medidas populares del peronismo, Scalabrini Ortiz —aunque no fuera él quien más utilizara la fórmula “década infame”, sino Jauretche— sostiene en 1957 su balance acerca del rol paupérrimo de la industria en aquella década. Tal lectura ya había sido expuesta por el autor de forma pormenorizada en las producciones de la época. Así, desde una posición contraria a los estudios recién citados, afirma sobre los treinta: “Nada avanza aquí en el transcurso de ese decenio, como no sean los tentáculos imperiales de Gran Bretaña. Las industrias que se crearon durante la guerra y con el apoyo de Yrigoyen, van cayendo una a una”. (Jaramillo, 2007 Vol. I, p. 132). Más categóricamente, anota: “en el año 1935 teníamos menos industrias que en 1917, porque las industrias que se crearon durante la primera conflagración fueron exterminadas en el decenio de 1920-1930”. (Jaramillo, 2007 Vol. II, p. 370).

La llamada “Revolución Libertadora” aspiró a introducir una política de librecambio en la economía y retomó los intereses agropecuarios por encima de lo que consideraban el “milagro de una industrialización forzada” (Rouquié, 1998, p 130). Puede que estas medidas de casi nula participación estatal y desindustrialización paulatina hayan contribuido a unificar un espacio desde el cual promover el desarrollo industrial como punto programático de un frente político que, a su vez, disputara las elecciones al abrirse el proceso democrático electoral. Nuestro autor insiste en advertir la necesidad de una industrialización sobre la base de un programa desarrollista y se convierte en un gran publicista de ese incipiente espacio por el que bregaban tanto la revista como el frente político en formación que ella representaba. Postuló de modo recurrente la necesidad no sólo política y económica sino humana de alentar el desarrollo industrial. En junio de 1957 publica un artículo en el cual sienta posición sobre la importancia del desarrollo de la industria. Titula el trabajo: “La evolución del hombre reconoce un pasado gorila y un futuro industrial”, sintagma que anticipa el modo singular de argumentar su tesis. En el primer apartado, “Nuestro retorno a la edad de piedra”, apela a una anécdota de su infancia. En ella, él y su padre, un paleontólogo reconocido en la historia nacional de la ciencia, mantienen una conversación en la que establecen un paralelo entre la evolución darwinista del hombre y la industria argentina. La lógica positivista habría contribuido a esquematizar el desarrollo de la humanidad en etapas evolutivas, simples y claras: del mono al orangután; del cavernícola al bosquimano. Del mismo modo que a la época pastoril, agrícola, le seguiría la edad de piedra, etapa sustituida por la de bronce y luego, por la de hierro. Al concluir con esta breve presentación de la forma en que su padre y la ciencia positivista razonaban las etapas sucesivas de la humanidad, continúa con la anécdota, pero con algunas afirmaciones hacia otro terreno:

La capacidad industrial del hombre era el metro patrón con que se medía el ascenso de la humanidad en la escala zoológica. Entonces, con esa maravillosa exactitud con que los niños plantean los problemas esenciales, yo le preguntaba a mi padre: “Nosotros los argentinos, ¿tenemos fundiciones de hierro?”. Con evidente desconcierto mi padre movía negativamente la cabeza. Yo insistía. “¿Tenemos fundiciones de cobre?”. Mi padre repetía su gesto negativo. “Entonces —concluía yo—, ¿nosotros vivimos todavía en la edad de piedra?”. Y al enterarme de que —aparte de criar vacas y cultivar cereales— nada sabíamos hacer, puesto que hasta el calzado y las telas para nuestras ropas venían del exterior, con esa innata tendencia burlesca que arrastro conmigo desde que nací preguntaba: “¿Entonces aquí todavía estamos en la época de los gorilas?”. (Jaramillo, 2007 Vol. I, pp. 243-244)

Con el recurso de la anécdota apela a la invención de algunos aspectos de su historia para justificar retrospectivamente sus propios intereses por el país. En el mismo artículo plantea que muchas veces ha recordado este suceso, principalmente porque lo ayuda a explicarse a sí mismo y a concluir las razones de su preocupación tan profunda por la industria argentina, a la que no lo ata, remarca, más que “el ámbito inmaterial de la inteligencia” y la “voluntad de ser útil a sus conciudadanos”. (p. 244). Sobre todo, necesita resaltar que él no tiene intereses personales ligados a la industria. En consecuencia, la única razón por la que impulsa su desarrollo es la búsqueda del bienestar colectivo y de la nación, ya que su linaje no expresa a ningún sector económico que se beneficiaría con la industrialización reclamada. Este proceso sería de provecho a la nación en su conjunto, por encima de cualquier interés sectorial, porque la industrialización, desde su punto de vista, se constituye como el estadio necesario para “evolucionar” hacia la libertad, abandonar la inferioridad y acceder a la “dignidad integral de la vertical humana” (p. 244), ya que la industria misma se erige como única garantía de la libertad económica:

Toda la independencia política que no se asiente en la roca firme de la independencia económica, es una ficción de independencia en que no puede existir nada parecido a la libertad —ni personal ni colectiva—, porque la primera y fundamental libertad del hombre es la de poder desenvolver su capacidad industriosa y creadora que primordialmente lo distingue del cuadrumano que sólo sabe usar sus dedos para asir el fruto con que se alimenta. (p. 244)

La industrialización permite el desarrollo, la evolución y el abandono de la instancia “gorila” del ciclo, pero también se constituye como aquello que ayuda a enfrentar al exterior, es decir, como protección de la nación o arma de batalla contra el antagonista imperial. La independencia económica, pues, será el necesario correlato del abandono de la instancia “mono” o “edad de piedra”, pero sólo es posible alcanzarla mediante la amplitud del desarrollo industrial, condición para la existencia de la nación misma:

Desde un cierto punto de vista colectivo, la existencia y permanencia de una industria propia es la casi única prueba de la existencia de un ser nacional, a tal punto que podría servir de sustituto a un nuevo Discurso del método. “Pienso, luego existo”, decía Descartes. Era la única premisa, la única verdad que resistía el poder corrosivo de su duda metódica. “Tenemos una industria propia, luego nuestra nación existe”, es verdad no menos evidente. (p. 245)

Independientemente del balance histórico que realiza Scalabrini Ortiz, resulta interesante subrayar aquello que puede denominarse retóricamente “pruebas de persuasión”. Entre ellas se destacan el talante del que habla, la predisposición al oyente y el discurso mismo —merced a lo que demuestra o parece demostrar—. El talante personal resulta uno de los más firmes medios de persuasión. Este no tiene que ver con un juicio previo sobre el orador, pues se trata de que este haga uso de los medios retóricos oportunos para que el auditorio se sienta convencido de que está frente a un hombre “digno de crédito en virtud”, de su disposición al sacrificio. Vale decir: el ethos puede considerarse en sí mismo fuente de enunciados persuasivos propios. En el artículo acerca de la evolución necesaria del hombre hacia la industrialización, el recurso a la autobiografía parece sostenerse en función de demostrar que el enunciador no procede por beneficios materiales ni cálculos ladinos. Para que su relato sea persuasivo, el autor procura desligarse de posibles motivos o intereses personales que podrían llevarlo a defender la industrialización por causas que no sean colectivas. Apela a utilizar o recrear las anécdotas de su propia vida, colaborando con la idea de “coherencia de vida”,9 lo que genera un efecto de acercamiento en el lector y le otorga credibilidad. Hay innumerables ejemplos en los cuales manifiesta la voluntad de darle coherencia a un conjunto de ideas que resultan más heterogéneas y cambiantes que el modo orgánico y ordenado en que se las cuenta. Particularmente en Qué, con el recurso de la autobiografía intentó retomar anécdotas de la infancia y adolescencia en las que demostraba que había sostenido una suerte de linaje político uniforme, de Yrigoyen a Perón; un camino que, en realidad, había sido más accidentado que lineal. En efecto, a pesar de que cambió de opinión prontamente, colabora con los nacionalistas que llevaron a cabo el golpe del año 1930, período en el que traba amistad con los hermanos Irazusta (Bares, 1961, p. 18). Sin embargo, en el artículo de Qué Nº 169, de febrero de 1958, Scalabrini Ortiz relata una pequeña autobiografía desde su primera participación electoral en 1916 y el recuerdo patente sobre cómo con su voto a Yrigoyen había contribuido a mejorar la calidad de vida de las masas.10 Bajo el subtítulo de “cachetada mnemotécnica”, afirma:

[…] en 1923, visité por casualidad una gran estancia propiedad de una sociedad inglesa, situada en el fondo del Chaco salteño, en las proximidades de una población misérrima llamada El Galpón. Me mostraron un cepo donde se castigaba a los peones que habían incurrido en alguna falta seria. El administrador me informó, sin emoción alguna, que había estado en uso hasta el momento en que Yrigoyen asumió el poder y dictó las primeras leyes de protección al trabajo. Me conmovió una impresión curiosa, como si una gigantesca mano inmaterial me hubiese dado una ligera palmada de amistad y agradecimiento: yo había contribuido con mi voto a eliminar ese ultraje a mis conciudadanos que vivían hundidos en la selva, sometidos a la codiciosa inhumanidad de cualquier traficante extranjero. (Jaramillo, 2007 Vol. II, pp. 145-146)

En el contexto electoral y el de su apoyo a Frondizi necesitó poner el acento en la forma en que se suele calumniar a los candidatos populares para separarlos de la gente, y, para mostrar coherencia, quizás debía omitirse su postura hacia el año treinta. En este sentido, podría hablarse de un “proyecto original” diseñado como recurso persuasivo. Como también al señalar que durante la presidencia de Perón fue un verdadero perseguido por el propio gobierno, pero que a pesar de ello no dejó de interesarse “por los asuntos públicos”, aclarando que la razón de su actitud había sido una “inquietud” que “llevaba en la sangre”. En consecuencia, a pesar de haber sido “perseguido” tenía una ética casi innata, que cargaba desde siempre y lo dejaba sortear obstáculos mezquinos y ser fuente de credibilidad.

Volviendo a su planteo industrializador, si bien Scalabrini Ortiz ya cuestionaba el modelo agroexportador es posible que en la coyuntura de Qué subyaga una necesidad política de afirmar un programa desarrollista que Frondizi y particularmente Frigerio expresaban.11 En efecto, el frondizismo parece haber resuelto los problemas del anhelado desarrollo recurriendo a capitales extranjeros y, en este aspecto, la distribución de la riqueza se fue trasladando paulatinamente hacia el sector del capital privado. Tal vez resulte contradictorio que Scalabrini Ortiz, quien bregó desde el inicio por una política económica de intervención estatal como garantía de la distribución y protección de los intereses nacionales, publicite un programa que concedía protagonismo al capital —y no precisamente al estatal— en la economía nacional. Puede pensarse que privilegió la cuestión política por encima de la económica, posibilidad remota teniendo en cuenta el modo indisociable en que el autor entendía ambas esferas. O puede suponerse que todavía no se mostraba con claridad la forma en que el modelo iba a actuar y, por ende, creyó que podía influir en ese frente para que la economía tuviese otro rumbo. Quizás por esto mismo en varios de sus artículos hay una firme convicción de la posibilidad de que el frente encabezado por Frondizi pudiera llevar adelante, por ejemplo, la experiencia ferroviaria del peronismo al petróleo.

En los últimos números en los que participa como director, durante el mes de agosto de 1958, con Frondizi en la presidencia, hay una serie de postulados ambiguos; hasta podría decirse que la misma renuncia al directorio de la revista lo es. En el Nº 193, de agosto de 1958, Scalabrini Ortiz comienza el texto titulado “Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria” con un planteo contra el capital extranjero:

Confieso que tengo un ánimo predispuesto en contra de lo que usualmente se denomina capital extranjero. Es la consecuencia psicológica de una larga experiencia. El capital no fue entre nosotros un simple factor de los fenómenos financieros y económicos. Fue esencialmente un arma de dominio que permitiría mantener a los pueblos sujetos a una conducta predeterminada, sumergidos en una especie de marasmo muy parecido a una especie de estupidización colectiva. (Jaramillo, 2007 Vol. II, p. 327)

Por un lado, sostiene su postura del capital como energía; no como “artilugio mágico”, dirá, sino como “trabajo resumido, concentrado y disciplinado” (p. 329), el cual en países dependientes como Argentina se direccionaría para que algunos “sufran” y otros “medren”, teniendo que enfrentar, entonces, si no al capital, principalmente a los imperialismos que se enriquecen con el trabajo nacional.12 Por el otro, parece que tal predisposición en contra del capital extranjero se arrastra de antaño, como “consecuencia psicológica”, que no obstante debiera ser modificada, pues luego de “confesar” su “ánimo predispuesto” comienza la descripción de la propuesta de Frondizi sobre los contratos petroleros. Juzga que los convenios con el llamado “Grupo norteamericano” y la Unión Soviética merecen aprobación, aunque les dedica largas parrafadas a las precauciones que se deben tomar con estos capitales.

Tal vez no de modo casual, en el número inmediatamente posterior, el 194 del mismo mes y año , hace pública su renuncia a la dirección (Jaramillo, 2007 Vol. II, pp. 333-335). Señala que su decisión puede interpretarse como consecuencia de las medidas de Frondizi, porque coincide con las observaciones planteadas a los contratos petroleros en el número anterior. Igual, anota que no es esa la razón, aunque de todos modos explicita sus divergencias con lo estipulado en los contratos: “discrepo con la forma en que se han planteado y resuelto las relaciones petroleras con la Pan América [sic] y con el Banco Loeb Rhodes y Co.” (p. 334). A su vez, advierte que son simples “detalles” en un plan energético mayor: estas apreciaciones no pueden traducirse en una “modificación integral” de su “relación de confianza y de esperanza”. A reglón seguido afirma que, si bien es importante, “el petróleo no es un factor primordial de la vida argentina”.13

Uno de los aspectos a considerar tal vez sea aquella posición de análisis acerca de la dominación imperialista. Es posible que esa lectura llevara a Scalabrini Ortiz a no ver que EE.UU. estaba adquiriendo un rol hegemónico en el país y que justamente lo estaba haciendo en el área de la industria. Además, teniendo en cuenta el modo en que el desarrollismo se desenvolvió en la Argentina no podría decirse que este modelo haya cuestionado en ningún aspecto la dependencia económica tan denunciada por el autor.14 Sin embargo, aunque no haya podido atender a las particularidades de la nueva potencia imperialista dominante en los cincuenta, Scalabrini Ortiz tampoco pensaba que sobre la base de las inversiones norteamericanas sería posible industrializar el país. Frondizi quizás sí, y puede que esta actitud haya sido la razón del alejamiento del autor de la dirección de la revista Qué, aunque prefiere callar.

Podría pensarse que tal persistencia en recortarse de un contexto catalogado como degradado, pero insistir desde la soledad en la denuncia y la construcción de soluciones colectivas, es casi la ironía del “héroe problemático” postulada por Lukács. En la discursividad de Scalabrini Ortiz confluye una tonalidad dramática en la que se combinan datos concretos de la realidad y una ansiosa —o irónica— esperanza: insistir, denunciar y sostener lo que quizás se sabe que ya no se puede alcanzar.

La voluntad sacrificial

La voluntad prácticamente incansable de mostrar una verdad expresa de modo privilegiado la pasionalidad de Scalabrini Ortiz. Cada uno de estos escritos consuma su escritura agónica y solitaria, configurándose él mismo como héroe de la ideología que debe pelear por una verdad perdida en un mundo degradado por la falsedad. Al renunciar a la dirección de la revista, para contrarrestar los comentarios necesita decir al público con qué se vincula esta decisión:

[con] concederme a mí mismo una tregua, una lejanía y un descanso tras de escribir casi mil quinientas páginas de obstinado realismo, que han tendido incansablemente a desenmascarar a las embozadas fuerzas que coartan la libre expresión del pueblo argentino e impiden la plena expansión de sus posibilidades de crecimiento. Muchas de esas notas y estudios, algunas de las cuales resumen simplificada una engorrosa tarea previa, fueron redactadas en tono impersonal. Otras lo fueron en tercera persona y entremezclé con ellas pequeñas referencias de mi vida cotidiana. Siempre que he hablado de mí, lo he hecho con la sencilla humildad del hombre que está cumpliendo un deber. Hablé de mí con humildad zoológica, como hablarían de sí el tero o el chajá, que son pájaros periodísticos que no se conforman con otear y huir de los peligros; se creen envestidos de la obligación de anunciarlos y comunicarlos. (Jaramillo, 2007 Vol. II, p. 333)

Tal como sucedió durante el gobierno de Perón, impone su “retiro voluntario”. El mensaje se convierte en una trasmisión clara de lo personal, desde la paradójica sencillez de un profeta: el que anuncia, comunica y puede también sintetizar la voz de todos. Insiste en negar que la renuncia sea consecuencia de la política petrolera de Frondizi. Nuevamente, considera que ello supondría colocar lo más subjetivo o personal por delante de lo que se supone es de todos: “los asuntos públicos no deben ser abordados con apasionamiento de enamorado romántico que quiere zambullirse en el lago helado porque la amada dedicó una fugaz mirada a un extraño” (p. 334).15

Desde su punto de vista, los aspectos negativos de los contratos serían sólo “detalles”. O una ingenuidad que no puede habilitar la ira, ni los celos, ni las pasiones intensas. Un arrebato que no puede, en definitiva, modificar integralmente su relación de confianza e ilusión. Pero el intento por desprenderse de las emociones no parece suficiente para obturar el apasionamiento con el que batalló por la verdad y enfrentó al antagonista de la nación. Igualmente, necesita negar que los impulsos románticos actúen en él, porque su deber también parece ser contenerlos. Aun así —más allá de su voluntad—, el autor tejió en su discurso, una y otra vez, un vínculo particular entre el malestar nacional y el de su propia vida:

Disculpe el lector si las palabras que empleo en esta nota se le enriedan [sic] en la lengua como un nudo. Yo tengo un nudo más grande en el corazón. Endulzo un poco estas cosas amargas con una sonrisa, porque creo que el hombre no debe perderla ni en la hora de su muerte, pero sé bien que estoy jugando con el percutor de una bomba mortífera. Estoy en mi trinchera y cumplo con mi deber… (Jaramillo, 2007 Vol. I, p. 93)

Quizás haya que preguntarse por qué, si la confianza no se modificó y estos simples “detalles” no pueden bloquear la esperanza, Scalabrini Ortiz “se recorta” definitivamente del “mundo degradado” convocándose al silencio hasta su muerte, aunque insista en negar un vínculo entre su renuncia y las medidas del gobierno.16

La experiencia personal y su apasionamiento parecieran estar enfrentados con la propia realidad, o al menos con el afán realista de interpretarla inequívocamente: ¿será esta una suerte de tensión entre las pasiones y las ideas? Podría decirse que la política petrolera de Perón expresó un nacionalismo permisivo respecto de la intromisión de capitales extranjeros en el desenvolvimiento económico del país. Un ejemplo de ello es el contrato de explotación petrolera con la California (filial de la Standard Oil) que Perón elaboró durante el segundo semestre de 1955, en el marco de un acercamiento con EE.UU. luego de la Segunda Guerra. Sin embargo, a los pocos meses de presentado el proyecto, se produjo el derrocamiento de su gobierno y el contrato finalmente quedó trunco. Aunque en 1955 Frondizi se opuso a estas medidas, en 1958 confeccionó esa serie de contratos petroleros que habilitaron concesiones escandalosas al capital extranjero, y, para ello, habría utilizado la iniciativa peronista como modelo: “un temprano ejemplo de nacionalismo desarrollista”. (Corigliano, 25 de agosto de 2004).17

Al cuestionar los contratos petroleros firmados por Frondizi, Scalabrini Ortiz tal vez no pensaba en la política peronista de esos convenios, sino en la que llevó adelante la nacionalización de los ferrocarriles. Puede que del mismo modo en que algunas diferencias lo alejaron de Frondizi, otras tantas similares no le hayan permitido integrar nunca orgánicamente las filas del justicialismo. Muere en junio de 1959 y por lo tanto no llega a ver el desarrollo más acabado de las políticas sociales y económicas del gobierno de Frondizi, como así tampoco su derrocamiento. Desde la tribuna de Qué batalló contra la política liberal y antiperonista de la “Libertadora”; también profundizó su propuesta económica nacionalista y estatista. Si bien por momentos vaciló, no podría decirse que se sintió tentado a manifestar adhesión por la injerencia del capital extranjero, aunque en definitiva en algunos momentos haya admitido o minimizado tales políticas, tanto las de Perón como las de Frondizi.18

A modo de conclusión

En este trabajo se intentó mostrar la heterogeneidad de ciertos itinerarios intelectuales, las grietas de las intervenciones o posicionamientos, antes que las certezas que afirman campos ideológicos más sencillos. Más que un escritor “silenciado” (como suele afirmar una vertiente del discurso peronista), dirá González (2009) que “la leyenda eminente que construye Scalabrini se refiere así a un intelectual que se retira proféticamente de una escena falsa y retorna con un manojo de verdades potentes”. Para Scalabrini Ortiz, el deber del escritor político se asoció a la decisión de mantenerse en una suerte de “proscripción”. Se atrevió a rechazar un encargo de Perón, pero también hubo de admitir que jamás fue beneficiado por su gobierno: aseguró haber sido “silenciado” durante su presidencia, y con este testimonio constituyó límites difusos a la cronología de sus propios silencios. A partir de esta posición que le da el tono peculiar a su discursividad, Scalabrini Ortiz se afirma en una ética constante de la angustia, la aflicción y el sacrificio, que se enlaza con la negación inquebrantable a cualquier reconocimiento del Estado, como participar orgánicamente en partidos políticos o corporaciones.

Para arribar a un cierre provisional de este trabajo puede recordarse la correspondencia que Scalabrini Ortiz mantuvo con Perón. La carta que el derrocado presidente manda a Scalabrini Ortiz el 31 de diciembre de 1957 desde su exilio en Caracas dice:

Usted conoce el pesado trabajo de la prédica anticolonialista. Durante muchos años —le recuerdo bien— se encontró casi solo en el combate. La conspiración del silencio, cuando no la persecución abierta, era problema permanente que le enfrentó con la miseria —sobrellevada dignamente— mientras quebraba las energías de numerosas inteligencias argentinas […]. Hoy, mi amigo, comprobamos con alegría que su popularidad es inmensa, porque su lenguaje y conceptos están en el pueblo y usted puede dialogar cómodamente con él […]. Por estas razones pienso que nadie como usted sería más eficaz, para propiciar y encabezar un movimiento que tienda a aunar las inquietudes de liberación de los intelectuales que no desertan del hombre y de la tierra argentinos […]. Recientemente lo he tenido muy presente al preparar mi nuevo libro “Los vendepatrias” que acaba de aparecer y del cual le envío un ejemplar por separado. Verá que lo cito profusamente… (Galasso, 2008, pp. 475-476)

En este fragmento, el mismo Perón ubica a Scalabrini Ortiz en el lugar del combatiente solitario: lo reviste de la heroicidad de quien persevera y sostiene su batalla en soledad, a pesar de las conspiraciones en su contra. Le propone el lugar de la dirección intelectual para aunar, justamente, las expectaciones de emancipación de los intelectuales —no de cualquiera, sino de aquellos que no traicionan ni al hombre ni a la tierra argentinos—.

Scalabrini Ortiz le responde con una carta extensa fechada el 26 de febrero de 1958. Como las elecciones habían sucedido recientemente, plantea al comienzo que escribe “en el momento en que el resultado de la elección presidencial ha volcado a favor de la idea nacional cinco millones de votos contra tres millones que permanecen aún confundidos por la propaganda colonialista”. Continúa con la advertencia de que la situación de Frondizi no será “holgada”; asumido el poder, “deberá recurrir a las últimas reservas de abnegación y patriotismo del pueblo argentino”. Y asegura: “Frondizi, aunque quiera, no podrá aceptar del capital extranjero sino una ayuda que no colme los justos recelos del pueblo argentino”. Pero sobre el pedido concreto de Perón, después de agradecerle tamaña solicitud afirma que eso excede sus aptitudes. Señala: “he sido siempre un trabajador solitario”, “usted me hace entrar en la historia a empujones. ¡Tan Don Nadie que he querido ser siempre!”. (Galasso, 2008, pp. 477-479). Más allá de esta negativa, es interesante observar el modo en que Scalabrini Ortiz eligió trasmitir su parecer. En el artículo de Qué —paralelo a las cartas—, de febrero de 1958, bajo el subtítulo “Un libro y una carta”, aunque no lo explicite directamente hace referencia a este intercambio epistolar con Perón:

En este momento, por un medio admirablemente misterioso, me llegan un libro y una carta, muy cordial y excesiva en la aquilatación de mis pequeños méritos y en la confianza que deposita. Se me ha hecho un nudo en el espíritu. No soy capaz de soportar tamaña responsabilidad. Nunca he querido ni quiero ser nada más que uno cualquiera que sabe que es uno cualquiera. ¡Tened piedad de mí! (Jaramillo, 2007 Vol. II, p. 149)

Nuevamente —porque es esta una expresión recurrente que Scalabrini Ortiz utiliza al menos desde su ensayo de 1931— necesita reafirmar que siempre ha querido ser un “Don Nadie”, “uno cualquiera”, no sobresalir entre los demás y saberse de ese modo. Pero concluye con una exhortación llamativa. En una nota al pie, aclara que este enunciado final pertenece a un poema de Apollinaire, para el que propone una versión suya, en prosa, “malamente traducida”, según advierte: “Reíd, reíd de mí, hombres de doquier, sobre todo gente de aquí, porque hay tantas cosas que yo no oso decir, ¡tantas cosas que no me dejarías decir! ¡Tened piedad de mí!”. Aclara, hacia el final, que utiliza la cita para expresar sus “propios sentimientos”, pues los poetas franceses no deben servir sólo para uso personal de Victoria Ocampo. Independientemente de esta ironía, la misma nota al pie resulta curiosa en ese contexto preciso, más aún por el contenido del poema. Scalabrini Ortiz se niega al pedido de Perón casi como reflejo de su negativa constante de participación orgánica en un partido o movimiento. Como un “héroe panfletario”, se sabe solo pero también portador de una verdad, aunque haya verdades específicas que al parecer ya no pueda decir. Otros saben que él las sabe, pero igualmente las retendrá; son las cosas que no osa decir o que no le dejan decir.

En estos últimos escritos plasmados en Qué hay una voluntad desmesurada de demostrar su verdad; un impulso que no está exento de lamentos, indignación personal, ruego, denegación y hasta profecía. Puede decirse que estas son, en rigor, características de las formas agónicas mencionadas al comienzo de este trabajo, razón por la cual encierran una presencia más importante del pathos en su discurso. Es decir, se percibe la gravitación de una enorme intensidad afectiva en su enunciación, que en la etapa final de la producción de Scalabrini Ortiz toma la forma del sacrificio o que lo constituye, como supo señalar González, en un verdadero intelectual sacrificial.

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Notas

1 Estos autores asumen distintas maneras de analizar el fenómeno nacionalista pero en general acudieron a categorizaciones establecidas: “restaurador” o “popular”, “autoritario” o “filofascista”, “doctrinario” o “republicano”. Como señala Rubio García, (2017b, p. 18), hay autores que aun considerando las diferencias ideológicas se desentendieron de categorías establecidas, admitiendo también los “grises ideológicos” y la transversalidad en la forma en que compartían sus ideas. Es el caso de Cattaruzza (2003).
2 El peronismo, fenómeno complejo y contradictorio, suscitó, desde sus inicios, polémicas y tensiones substanciales en el campo cultural y político en su conjunto. Pero a partir de 1955, año sellado a fuego por el golpe de Estado que derroca al por entonces presidente Juan Domingo Perón, comienza un ciclo en el que surgen, además de las manifestaciones de resistencia producto de la proscripción al peronismo, una serie de controversias significativas en el campo de las ideas. Por dar algún ejemplo representativo, puede mencionarse la escisión producida entre el sector liberal y el de las filas contestatarias, llamados “denuncialistas”. Antiguos aliados durante el primer lustro de la década, sin embargo, debido a las interpretaciones dispares del fenómeno peronista luego del Golpe, se produce entre ellos una brecha insalvable. Mientras Sur seguía manifestándose contra el autoritarismo peronista, los sectores nucleados alrededor de la revista Contorno denunciaban las políticas del nuevo gobierno de facto, advirtiendo sobre su pretensión de arrasar con las conquistas obreras y sociales progresistas y devastar la identidad popular peronista. La complejidad del período no se reduce a este esquema; sólo se intenta señalar la incisión que generó el Golpe de Estado de 1955: fracturas, relecturas y revisiones generadas en distintos frentes. El grupo Contorno fue el sector del campo intelectual que con mayor urgencia sintió la necesidad de realizar una profunda relectura del peronismo, revisión imposible de imaginar cuando el peronismo estaba en el poder; ahora proscripto, dejaba de ser el “mal” fundamental o la causa central del deterioro del país. Esta reconsideración implicaba el comienzo de la aceptación de que, independientemente de la política peronista en sí misma, existía una realidad mucho más compleja al haber un sector representativo de la sociedad organizado y movilizado alrededor de él. María Cristina Tortti (2014) destaca que en los círculos de la intelectualidad crítica la búsqueda del compromiso estuvo acompañada por un sentimiento de “autoculpabilización” por su histórico distanciamiento respecto de los sectores populares. Terán (1991) señala que esta suerte de recolocación del fenómeno conlleva a su vez una redefinición de la “franja crítica” de aquellos años al tiempo que conforma uno de los rasgos centrales para el nacimiento de la “nueva izquierda argentina”, que surgía separándose de la izquierda tradicional, centralmente de los partidos Socialista y Comunista argentinos.
3 “Le discours agonique dont, en première aproche, le pamphlet est une forme historique particulière, appartient aux modes enthymématique et doxologique. Il suppose un contre-discours antagoniste impliqué dans la trame du discours actuel, lequel vise dès lors une doublé stratégie: démonstration de la thèse et réfutation/disqualification d´une thèse adverse.” (Angenot, 1982, p. 34).
4 “Il me semble intéressant de signaler ici le rapprochement qui s’impose à l’esprit entre le pamphlétaire, martyr de l’idéologie, et le héros du roman, tel que le jeune Lukács en a interprété les constantes (Théorie du Roman). A l’instar du héros romanesque, le pamphlétaire éprouve le sentiment que les valeurs autentiques se sont retirées du monde.” (Angenot, 1982, p. 40).
5 Cfr. Scalabrini Ortiz, R. “La complicidad”. Revista Qué, Nº 119, febrero de 1957. Allí el autor cita comentarios de José Ingenieros en Renovación de mayo de 1925. Cuestiona que el socialista afirme que el peligro principal proviene de Wall Street y que al enumerar otros Estados capitalistas extranjeros pase por alto a Gran Bretaña. En este artículo también discute el insistente ataque del comunismo a EE.UU. y su injustificado respeto hacia los británicos.
6 Es interesante destacar la concepción que el mismo Scalabrini Ortiz explicita en el Nº 187 de Qué acerca de la categoría de imperialismo. Repasarla quizás ayude a pensar algunas de las razones de su insistencia sobre la hegemonía de Inglaterra: “(…) la operación estratégica que se denomina imperialismo, es decir, dominación pacífica e invisible de una nación por otra, es una operación de lazos tan tenues y variados, pero tan bien trenzados, que es difícil escapar de su malla casi inconsútil. (…) El imperialismo —hasta en su trama más compleja y refinada— no es una operación estrictamente contemporánea ni es una característica típica del régimen capitalista. Los marxistas utilizaron el tema para su propaganda, pero nunca llevaron el análisis más allá de la materia económica, que es el objeto final del imperialismo, pero [sic] no dan ni idea siquiera de la complicada estructura del imperialismo. Por eso, si se juzga sólo a través de los números, se arriba a conclusiones absurdas y contrarias a la verdad de los hechos. Si los números realmente reflejaran la integridad de una vida nacional, en la República Argentina la voluntad norteamericana tendría una primacía que está muy lejos de haber alcanzado” (Scalabrini Ortiz en Jaramillo, 2007, p.280.) Luego adjunta el gráfico donde los números ubican a EE.UU. primero en la tabla de inversiones extranjeras en Argentina, pero insiste en que aun así son las decisiones británicas las que repercuten principal y profundamente en el país.
7 En “El deterioro y fin de la hegemonía británica sobre la economía argentina 1914-1947”, Pedro Skupch plantea: “El estudio de la base de la hegemonía británica permite ver cómo la aparición de la competencia norteamericana después de la primera guerra mundial, coincidente con su irrupción en la economía internacional, comienza a minar el control inapelable que Gran Bretaña ejercía sobre la economía argentina. Las medidas de política económica en la década del treinta, adoptadas en gran medida como defensa de los intereses ingleses y de los grandes terratenientes ahondan la dependencia argentina con respecto a Gran Bretaña, disminuyendo la incidencia de los Estados Unidos. No obstante, la competencia norteamericana y la sustitución de importaciones continuarán el proceso de lento deterioro de la hegemonía que se acentúa durante la segunda guerra mundial. En la posguerra, la liquidación de la mayor parte de las inversiones y la pérdida del mercado argentino, abastecido ahora localmente, junto con la drástica disminución de los ingresos invisibles tendrán por resultado el fin de la misma” (Skupch, 1973, p. 3).
8 Publicaciones como las de Murmis y Portantiero, por ejemplo, señalan que la industrialización no fue ajena a las políticas conservadoras del gobierno de Justo. Afirman: “(…) durante la década del 30 tienen vigencia en la Argentina políticas y reagrupamientos de fuerzas sociales centrados en el intento de dar respuesta a ese hecho nuevo que es el acelerado crecimiento industrial y sus consecuencias sociales” (1971, p. 3). Alberto Ciria, por su parte (1980, p. 145), analiza las condiciones de emergencia del peronismo y plantea que el fenómeno de la industrialización fue paralelo al de las migraciones internas rural-urbanas, hecho que provocó la aparición de “masas disponibles”: “obreros provenientes de zonas rurales, migrantes dedicados a actividades transitorias, más los trabajadores agrícola-ganaderos sumergidos del interior, los peones”. Según su lectura, estas masas se formaron al calor de la industrialización y sólo les faltaba un dirigente capaz de canalizar las reivindicaciones perseguidas desde hacía tiempo. De acuerdo con estas perspectivas, los años treinta y los orígenes del peronismo deben analizarse sin colocar la “infamia” como centro; por el contrario, el planteo es que durante estos años se generaron las condiciones necesarias para la irrupción del peronismo. De todos modos, cabe señalar que, asimismo, los años treinta se caracterizaron por el deterioro institucional debido, sobre todo, a que la totalidad de los partidos políticos, inclusive la Unión Cívica Radical —a través de su ala “alvearista”—, entran en el juego electoral fraudulento y en negociaciones económicas con potencias extranjeras. (Peralta Ramos, 1972, p. 99).
9 Entre los presupuestos que cierta noción de vida propone, Bourdieu cuestiona “el hecho de que la vida constituye un todo, un conjunto coherente y orientado, que puede y debe ser aprehendido como expresión unitaria de una intención subjetiva y objetiva, de un proyecto: la noción sartreana de proyecto original no hace más que plantear explícitamente lo que está implicado en los “ya”, “desde entonces”, “desde su más tierna edad”, etc. de las biografías ordinarias, o en los “siempre” (“siempre me ha gustado la música”) de las historias de vida. Esa vida organizada como una historia se desarrolla según un orden cronológico que es también un orden lógico, desde un principio, un origen —en el doble sentido de punto de partida, de comienzo, pero también de principio, de razón de ser, de causa primera, hasta su término que es también una meta” (Bourdieu, 2011, pp. 121-122).
10 Halperín Donghi (2003, p. 63) aporta un dato importante respecto de la vinculación entre el radicalismo y Scalabrini Ortiz. Señala que, en 1928, “el Comité yrigoyenista de intelectuales jóvenes, que había reunido las adhesiones de los más brillantes de su generación, no había contado con la suya. Al entrar en su etapa militante [Scalabrini Ortiz] se rehusaba aún —como se seguirá rehusando hasta el fin— a ofrecerla al partido que, luego de su caída, pagaba con su forzada marginación el haber sido capaz de retener intacto su ascendiente sobre el electorado. En consecuencia, la visión que proponía Scalabrini Ortiz del dilema vivido por la Argentina no asignaba ningún papel en ella al radicalismo. Así, no había creído necesario recordar el carácter radical del alzamiento del coronel Bosch en 1933 —al que asignó el carácter de «línea divisoria»— pese a que él mismo había tenido parte en su gestación, y que le costó ser reducido a prisión primero, y aceptar después la opción del exilio que el estado de sitio le ofrecía como alternativa”. Rubio García (2017b) afirma que “Scalabrini tuvo una relación ambivalente con la UCR, en especial con la figura de Yrigoyen (debemos tener en consideración que Scalabrini se asoció a FORJA recién en octubre de 1940, cuando se quitó el requisito de previa afiliación a la UCR para la pertenencia en la agrupación, y renunció en el año 1943)”. (p. 4). En el mismo artículo, el historiador analiza algunas de las críticas que el autor manifestó en medios gráficos durante los años veinte y las plasmadas en El hombre que está solo y espera. También analiza el cambio de actitud respecto del radicalismo luego del alzamiento del coronel Bosch y su reivindicación de Yrigoyen, aunque observa que ciertas críticas se mantienen. Finalmente analiza la conexión que el autor realiza entre Yrigoyen y Perón y su posición ante Frondizi. (pp. 5-16).
11 Suele afirmarse que el desarrollismo postulaba la necesidad de salir del considerado “atraso” y “estancamiento” a través de una industrialización que tendiera a la autosustentación económica. Los gobiernos desarrollistas se multiplicaron en América Latina, principalmente en la década del sesenta, y se caracterizaron en algunos casos por la disminución del rol del Estado en la economía.
12 “No olvidemos que el arte del luchador de jiu-jitsu reside en utilizar a su favor la fuerza y la agilidad de su adversario, que es justamente el resultado que obtienen las naciones imperialistas de los países subyugados, al capitalizar a su favor la riqueza y el trabajo de los habitantes del país dominado”, señala Scalabrini Ortiz en “El imperialismo aprovecha hasta el impulso altruista de los antiimperialistas” (Jaramillo, 2007, 280).
13 Cabe recordar que en Política británica en el Río de la Plata hay un apartado específico titulado: “La guerra secreta por el petróleo argentino”, en el que argumenta de qué modo el petróleo se convirtió en el factor primordial de dominación mundial. (Scalabrini Ortiz, 1936/2001, pp. 151-168).
14 Alain Rouquie, en su estudio sobre el período, enumera los rasgos de la política de gobierno de Arturo Frondizi, y en el ítem sobre política económica anota: “Plan de desarrollo, prioridad de las industrias de base, de la metalurgia y de la química, de la producción de energía Aceleración de los proyectos existentes (plan siderúrgico Savio). […] Devolución de empresas extranjeras confiscadas bajo Perón sobre el fin de la guerra (la mayoría empresas alemanas) y cuya suerte estaba pendiente. Ley de garantía de inversiones. Negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. Firma de contratos de explotación con compañías petroleras americanas que aseguran en condiciones muy desfavorables el objetivo que ha sido fijado a YPF. cuya financiación es, parece, insuficiente: cubrir la casi totalidad del consumo nacional. Estos contratos son firmados sin adjudicación pública y sin ratificación parlamentaria”. En política financiera, entre otras cuestiones subraya: “Traspaso de empresas nacionalizadas al sector privado: frigoríficos, electricidad, reparaciones y construcciones ferroviarias”. En política interna y social destaca que “la enseñanza superior ya no es un monopolio del Estado”, y en cuanto a la política exterior indica la “entrada en el sistema americano y acercamiento con los Estados Unidos”. (1975, p. 120). Como afirma Spinelli (2007, p. 225), “partiendo de la certeza estructuralista de que la principal causa del problema argentino era la insuficiencia de su desarrollo”, las políticas del Ejecutivo lideradas por Frigerio “trataron de implementar rápidamente agresivas políticas económicas, basadas en la inversión del capital extranjero en rubros estratégicos (petróleo, carbón, acero, energía eléctrica)”.
15 Remo Bodei (1998) caracteriza las pasiones en su vínculo con la política; más precisamente, encuadra algunas pasiones vinculadas con la relación entre la dimensión individual y la política. Llama rojas, negras y grises —los colores, dice, de las pasiones modernas— a las que se corresponden respectivamente, a grandes rasgos, con el pensamiento revolucionario, el reaccionario o conservador y el liberal. Las últimas, ligadas con un individualismo moderado que separa lo público de lo privado, aborrecen los extremos y niegan la ética de los sacrificios. Por el contrario, las primeras, aunque disímiles, se vinculan con el sufrimiento, la preparación y el enfrentamiento contra enemigos inconciliables. Ambas unen lo privado y lo público, y si bien las rojas suponen que la renuncia a los intereses individuales será temporal, inserta en una perspectiva de emancipación individual futura, las negras lo consideran definitivo. Algunos de los rasgos que Bodei analiza brindan elementos para reflexionar sobre las pasiones argentinas o al menos sobre el modo en que los movimientos se han configurado en relación con esa suerte de cromatismo simbólico. Aunque el recorrido del filósofo italiano se circunscribe a Europa, algunas características y descripciones que en este artículo realiza colaboran para pensar la posición de nuestro autor, más que nada respecto de su renuncia a expresar un sentir considerado personal o privado y colocar por encima los intereses públicos. En la sección Las pasiones rojas, luego de citar un fragmento de la carta que Caio Gracco Babeuf —condenado a muerte después del fracaso de la “Conjura de los Iguales”— les escribe a su esposa e hijos, Bodei dice: “afectos y pasiones privadas están íntimamente ligados a la felicidad pública y sólo por su intermedio devienen legítimos y queridos. El honor del revolucionario, su pasión dominante, es precisamente la «virtud», la adhesión sin residuos de sí mismo al bien compartible por todos” (p. 343). Y luego dirá: “para que triunfe la causa —sostiene Brecht en «Transforma il mondo», de la colección Poemas y canciones— se debe estar dispuestos a ir en contra de las propias convicciones e inclinaciones más sentidas, a subordinar las pasiones personales a un fin más alto, que rescate y haga aceptable el amargo disgusto por los despreciables comportamientos actuales” (p. 347).
16 Resultan interesantes algunas referencias de la revista Contorno. Al momento de las elecciones, sus integrantes vieron en Frondizi una salida superadora (ni conservadora ni “gorila”) del peronismo. En efecto, el libro de Frondizi, Petróleo y política, de 1954, generaba expectativas en algunos sectores de la izquierda. Sin embargo, Contorno polemiza con Qué. En el artículo de León Rozitchner titulado “Lucha de clases, verificación del laicismo”, de 1957, se cuestiona fuertemente a la revista principalmente por la defensa de los llamados intereses nacionales que dejaban a un lado la oposición entre capital y trabajo, como por su idea de frente policlasista y la comunión de la clase obrera con la burguesía industrial (Rozitchner, 1957/2007). También hay referencias al silenciamiento de muchos intelectuales que se habrían sentido defraudados por Frondizi, como se sintieron muchos de ellos —recordemos que Viñas, en 1959, titulaba un artículo que sale en Marcha: “La generación traicionada”—. Luego de las primeras medidas que pusieron en duda la orientación del gobierno, León Rozitchner, en “Un paso adelante, dos atrás”, pone el acento en este mutismo ante la ya manifiesta traición del gobierno. Dice: “El pensamiento lineal que guiaba a los adeptos les deparó sorpresas inesperadas, y como los niños en las experiencias psicológicas, incapaces de afrontar el sentido de la realidad y desentrañarlo, se evaden del campo. Así, Scalabrini Ortiz, quien luego de tantos años de batalla, cuando al fin había logrado, como aseguraba, su sueño de la revista propia, nos advierte que deja la dirección de Qué para no tener que combatir al gobierno y prestarle al juego opositor. Otro tanto hace la gente de la revista Presencia cuando declara: «no queremos atacarlo porque no queremos hacerle el juego a los gorilas. No queremos defenderlo porque no lo merece en lo más mínimo. Ante el gran fraude nacional que ha perpetrado, preferimos callar» […] ¿Qué significa este mutismo que se va haciendo general? En principio: que por encima de la verdad que antes era comunicable, pero que ahora está llamada a silencio, se juega una realidad en la que todos esperan ganar al no aclararla.” (1959/2007, p. 183). Aunque, como se planteó, Scalabrini Ortiz nunca explicita que su renuncia haya sido por esta razón.
17 En reiteradas oportunidades, en el amplio espectro de los análisis políticos y económicos, se ha señalado cierta concordancia entre el modelo desarrollista y la doctrina del justicialismo. Puede que este asunto, el de los contratos petroleros, sirva para cotejar tal postura. James apunta al respecto: “La retórica desarrollista e industrialista de Frondizi abrevaba en una tradición de larga data del nacionalismo económico argentino que incluía al peronismo. Aun la tardía adhesión del presidente a la idea de la importancia de los capitales extranjeros podía encontrar un precedente en algunas políticas de los últimos años de Perón (el contrato con Standard Oil y el acuerdo con Kaiser Industries). El desarrollismo también compartía con el peronismo ciertas concepciones básicas sobre los beneficios de la armonía social y la humanización de las relaciones entre capital y trabajo. Más específicamente, Frondizi y sus socios hacían mucho hincapié en la necesidad de que los trabajadores, a través de fuertes sindicatos independientes, cooperaran con otros «factores de poder» como la Iglesia y la patronal”. (James, 2003, p. 130).
18 A diferencia de algunas posturas que justificaron la política petrolera de Perón como expresión del “realismo” y “pragmatismo” necesarios, Scalabrini Ortiz puso el énfasis nuevamente en las intenciones británicas “malévolas” que se escondían detrás. Esto, según el autor, habría arrastrado al gobierno a llevar adelante tales medidas, para que otros aprovecharan el contexto y pusieran en la agenda temas que taparían los verdaderos infortunios de la nación: “El proyecto de contrato de exploración y explotación petrolífera con La California fue el pretexto final. Era un mal proyecto, porque las obligaciones de la compañía eran muy escasas. Había sido redactado con un propósito malévolo, para que sus cláusulas sirvieran a la propaganda interesada en presentar al gobierno como deseoso de entregar la Patagonia a la Standard Oil. Se dijo que era una forma disimulada de dar bases a los norteamericanos. Se hizo hincapié en la extensión del territorio en el cual se permitía explorar, y los denunciantes olvidaron que esa zona pertenecía enteramente en propiedad a compañías británicas. De eso no se dijo una palabra. Y vale la pena que se diga, para demostrar que los que se indignaban violentamente con la llamada «entrega de la Patagonia a los norteamericanos», permanecían silenciosos cuando un inconsulto decreto creó una aduana interior que abría una brecha a la posible segregación de esos territorios.” (Jaramillo, 2007 Vol. I, p. 288).

Recepción: 14 febrero 2019

Aprobación: 27 septiembre 2019

Publicación: 11 mayo 2020

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